Si prestados a un juego

 Si prestados a un juego,
decidiéramos cambiar la palabra
de cada concepto.
Si a la casa llamamos valle
y al valle, mesa
y así con todos los nombres
que llenaron diccionarios.
Si inventamos otras voces diferentes,
extrañas para los oídos,
cada palabra con sus derivados,
variaciones y categorías
que el tiempo y habla transformaran.
Si trastocados vocabularios y normas,
alterada la morfología y sintaxis
la historia hablada y escrita,
acumulada a lo largo de los años,
todo tirado a la basura,
comencemos de cero.
No bastaría en este jugar
cambiar por el contrario
y al amor llamar odio
y al odio amor,
simplemente variaría el contenido.
Otro mundo sería, igual de incierto
y a pesar de cómo y qué nombremos,
el resultado sería el mismo,
una ficción sobre lo absurdo.

Jubilación


No hay júbilo en dejar atrás
tanto camino recorrido,
no es uno peregrino que besó el santo
y se va de vuelta a sus quehaceres,
transformado, con los pies doloridos,
ligera el alma y cargados los sueños.

He llegado a esa edad donde llené
alforjas de niñez, mochilas de adolescencia,
maletas de trasnochado viajero.
Apenas se pueden cerrar
los baúles guardados
en sótanos y desvanes.
Y sin embargo, hubo un tiempo de transición
entre la inconsciencia que arrastran los días
y la melancolía de las soledades:
el murmullo de ecos de otras voces,
caturreos de un ayer que arañan el corazón,
levantan olas de un mar calmado,
despiertan la memoria de pesares y sentires
que habían traspasado al olvido.
A veces, esa canción dolía
como cuando se abre
un rasguño que ya se había hecho postilla.

Es el estúpido accidente de la nostalgia
empeñada en levantar un edificio en ruinas,
el adorno pueril, inútil, tramposo
de un inventado cuento.

Hoy me dejo abrazar por un largo
pasado, la luz alumbra parte
de la extensa senda.
Ya veo en mi piel
los puntos disimulados
de algunas cicatrices.
El tacto que todo quería palpar
ahora aprecia lo ingrávido y sutil de un roce.
Es dulce su recuerdo
porque es el conjunto
de ser quién eres.
Si encontré fue sin buscar
y hago mi hueco en este mundo,
me desprendo de pieles ásperas
para cubrir mi desnudez
con suaves tejidos.
Y nada duele de un entonces
ni espera con ansias un después.

Hace frío en esta mañana de marzo

 Hace frío en esta mañana de marzo.
Tras los cristales de la amplia ventana,
sobre este fondo de siempre,
cruzan el cielo nubes gruesas,
continentes por donde asoman
pequeños lagos azules.
Es domingo y las campanas suenan
llamando a misa,
es la penúltima llamada.
De vez en cuando entran los rayos
del sol y la estancia se ilumina
dejando su intenso brillo sobre los objetos.
Una planta verde realza su verdor,
las botellas de cristal
se hacen aún más transparentes.
Sobre la mesa el vaso de agua espera una boca
y las gafas, unos ojos.

Todo es efímero, se apaga esa luz,
el jovial ánimo se vuelve mustio,
los espíritus de estos cuerpos se entristecen.
Juegan nubes con el sol al corre-que-te-pillo,
a turnos gana uno y luego el otro.
El que mira sufre la ambivalencia de su suerte.
A veces la carne se siente acariciada
y entonces los labios sonríen,
se cierran los párpados por el resplandor,
como dormidos,
la vida se funde en este fuego.
Mas cambia al segundo,
entra el frío, la oscuridad gélida,
la melancolía todo lo abraza.

Vuelven las campanas a repicar,
última llamada para el día del Señor.

Lleva pegada la pereza

 Lleva pegada la pereza,
arrastrada por los pies,
apenas levanta la mirada,
caen los párpados por su peso.
Quiere la voz alcanzar la boca
y se hace silencio indolente.
La pereza entró sin llamar
fue dejando recados en el aire.
Cesó la música de la brisa,
barrió las ganas la tempestad del viento,
llevados los aromas de las flores,
se cubrieron de oscuridad los días.
La puerta perdió la llave,
en la casa encontró acomodo,
con la rutina rodaron las horas
y un reloj sin prisas
dividió en partes iguales la nada.
A esta pereza le crecen
capas como a la cebolla,
echa raíces y pudre los brotes.
Grita la angustia del náufrago
pero finge la espera.
La pereza no sueña, no cree,
crece como una ola
en su océano con mar de fondo.

Fin sin que nadie pueda socorrerte

 Fin sin que nadie pueda socorrerte,
buscar en las clandestinas sombras
de altos muros y callejuelas solitarias
la luz blanca que venga de soslayo
mostrando lo oculto, desvelado el secreto.

A veces, una siente despegar los pies

 A veces, una siente despegar los pies
del suelo, tocar con la mano una nube,
dejar lo terrenal por un instante,
ser un elemento más del cosmos
y hallar la calma del espíritu.
Mas la tierra reclama se cumpla su ley,
exige a las raíces tomar su alimento,
que germine la semilla en  tronco
y de hojas se cubran sus ramas.
Hojas que sueñan volar alto con la brisa,
llenas de verdor olvidan estar
sin remedio atadas al tallo.
Desprendidas, ya caducas,
serán plumas de ave muerta
rodando los abismos de la incertidumbre,
a la deriva del aire y del tiempo.

Vino tu luz a mi mirar

 Vino tu luz a mi mirar
clavadas tus pupilas frescas
en las mías cansadas
de abandonados sueños de niñez,
donde el olvido bebe
y humedece sus secos labios.

A medida que cumplimos años

 A medida que cumplimos años
uno recuerda lo que era
y cree tener aún algo
de aquel que fuimos.
Juntamos anécdotas
para mostrar a nuestros hijos
el perfil adornado
del protagonista de esa historia.

Ayer tenía un dolor templado

 Ayer tenía un dolor templado
como una dulce melancolía,
esa que barrunta la playa solitaria
del fin de un verano.
Hoy se agitan vientos
que levanta la fina arena
y se clavan en nuestra piel
hasta hacernos sangre.
Mañana, quizá, llegue el consuelo.

Por si acaso, sacaré el abrigo
del armario.

La inconsciencia pasea por las calles

La inconsciencia pasea por las calles,
se sienta en las terrazas,
busca en el engaño,
halaga nuestra estupidez
con arrogancia igual
que arrulladora nana.

Avanza

 Avanza
como el alba,
imperceptible,
esta tristeza.
Respetuosa,
nadie
la advierte.
Disimula
entre la transparencia
de las horas.

Y los pasos
rutinarios
siguen
sus huellas
sin atenderla.

No puedes salir indemne

 No puedes salir indemne
de este recorrido porque,
aunque la vida no te hiera demasiado,
deja cicatrices en el cuerpo.
La arena del camino
arañó tus ojos,
deformó la mirada
y agudizó olfato y oídos.
Vuelves de ese viaje
más confuso y desengañado,
más cansado y triste.

Abrir esa puerta y no ver

 Abrir esa puerta y no ver
entre las telarañas del pasado,
la larga distancia,
la bruma de la memoria,
la vida gastada.

¿Qué extraño mira de tan lejos?

Callada, perdida

 Callada, perdida,
busca entre el olvido
el regalo de un tiempo pasado.
El presente,
con otra rutina,
gira por la esfera de un reloj antiguo
al que le faltan algunas horas
y la aguja del segundero.

Para la pérdida


Estamos hechos para la pérdida,
perdemos días y creímos ganar tiempo,
perdemos ilusiones que fueron,
perdemos poco a poco
la fe de la felicidad prometida.
Perdemos conocidos, seres queridos.
Perdemos también las fuerzas,
perdemos la pasión,
perdemos el pelo, la vista,
la memoria, el dormir y el soñar.
Perdemos las ganas de todo,

Perdemos, porque nunca se gana.
Perdemos la vida, sí,
ni siquiera la muerte se gana.

Este parloteo continuo de la vida

 Este parloteo continuo de la vida
que envuelve nuestros oídos
con su repetitivo eco,
es, a cada instante,
una voz que se crea,
un color que se descubre,
la estrenada seda del ala
de la oruga,
el taco de terciopelo de
la brotada flor,
el sublime descubrimiento
del envés de una corteza
o el roce suave de la sustancia
de incierta geometría.

Este juego de mi osadía

Este juego de mi osadía
es mero ejercicio de un mal alumno
castigado a copiar cien veces la frase:
“No volveré a escribir poemas”.

Nuestro afán desmedido por llenar

 Nuestro afán desmedido por llenar
gruesos diccionarios nos alienta
a crear palabras, definir cada cosa,
del cuerpo y del alma,
de los hechos y los sueños.
Por eso inventamos la locura,
que es dar rienda suelta,
desatar la razón y ponerle alas.

Mi lecho es paz

 Mi lecho es paz,
abandono del mundo,
olvido.

Nada existe en el silencio,
oscuridad que ignora las horas.

Dejo el bullir del día,
avanza loco
el esqueleto del tiempo
sobre alfombras persas.

La noche, ay, la noche,
nave que retorna a la casa
y la vigilia no recuerda
el mapa de ese tesoro.

Mi lecho, leche que amamanta,
agua, agua, agua de una nube
que riega esa blanda tierra,
de sueño y olvido.

Vivir es gozar sintiendo

 Vivir es gozar sintiendo
el aliento de su alma
sin cerrarle los labios
por comer el vacío
que no alimenta.

A veces, hay minutos de un día

 A veces, hay minutos de un día,
horas encadenadas por donde fluye
el río del tiempo amable.
Lleva un sol en sus aguas,
aunque llueva o sea noche
de luna oculta,
habrá en nuestros ojos
el brillo prestado
de diminutas estrellas.
A veces, los sueños se cumplen
y la vida es el regalo
que esperabas.
Latente en el aire pesa,
un eco callado de espuma
a la espera de romper la ola.
Un estruendo gigante,
revueltas aguas,
gotas de mar o lluvia,
afilados dientes
que devoran la tierra blanda.
Tinieblas en el horizonte,
frío, barro, fuego,
un viento sin fronteras.
A la deriva va tu alma,
naufraga sin la tibia arena
de una isla.

La vida, efímera siempre

 

La vida, efímera siempre, persigue incesante poder capturar aquellos instantes que nos hicieron felices y también mejores, esos, tan sólo uno de ellos, por los que mereció la pena vivir. El reloj avanza y el agua se nos escapa de las manos sin conseguir quitar nuestra sed de eternidad. Una infinitud insaciable que nos engulle con nuestras inútiles existencias persiguiendo ese algo que desconocemos, que se instauró en nuestros cerebros como una necesidad vital, la energía que nos conduce a seguir buscando en un océano donde nada hay. Lo bueno o lo malo del árbol de tu vida cuyas hojas se desprendieron de sus ramas y volaron dibujando círculos en el aire, danzando el baile existencial con las otras caídas, hasta que, arrinconadas, sucias, envueltas de polvo y basura acumuladas, sucumbieron. Terminaron su vuelo grácil, abandonadas. Perdido el verde frescor, gozaron del último impulso, como regalo de despedida de un decepcionante viaje.

A dónde irán esas cosas etéreas

 ¿A dónde irán esas cosas etéreas,
abstractos sustantivos que solo
dejan ver los efectos de su presencia?
Es el alma alas para este traje.
Quisimos ser pájaro
y en sueños lo fuimos.
Cuando nos llegue la muerte
estas alas buscarán otro cuerpo.
¿Qué territorios surcará
este extraño que mi alma
lleve consigo?

Estoy tan perdida

 Estoy tan perdida
que no me encuentro
ni por venas ni arterias.
Recorro de norte a sur
la médula y no hallo indicios.
La hiel que destila mi vesícula
no muestra señales correctas
y el corazón insiste
con su respuesta monótona
no sé, no sé.

Estoy tan perdida
revolviéndome dentro
de una densa nube
sin saber si mi cabeza
está hacia abajo o arriba.
Estoy perdida y en peligro
como hormiga en medio
de una autopista llena
de tráfico caótico;
como un ovillo
de hojas secas y polvo
ante una calle larga.

Estoy tan perdida
que es como estar muerta,
andar entre vivos
en dirección contraria.
Tropezar con el tumulto
y no caer porque hay
una gelatinosa masa
entre mi cuerpo y los otros.
Perdida en el inmenso vacío.

Camino cada día
por el precipicio de mi conciencia,
aúllo a mi alma,
escucho a mi razón,
despierto a mis sentidos
y mi boca lame el aire
de sabor salado y agrio.
Mis ojos rascan la superficie,
mis manos atraviesan
el sudor que fluye
de mi desesperación.
Llevo un paso autómata
empujada por la corriente
que hace presión insoportable.
¡No hay salida! ¡No!
Aquí tienes mi carne
lacerada a golpes.
Durante un tiempo la sal curó,
hoy sobre la herida arde.

Mañana, ¿mañana?
No sé, seguiré perdida.

Cuatro amapolas asoman

 Cuatro amapolas asoman
escuálidas y desvaídas
entre los adoquines,
y en la yerba silvestre
margaritas amarillas y negras
han desaparecido.
Este mundo ya es otro.

Y yo no sé quién soy,
si aquella de la que hablan
las partículas del aire que,
como risas de niñas traviesas
comentan vergonzosas un secreto,
la triste figura de un reflejo deforme.
O esta otra imagen que,
a través de las presentes huellas,
dilucido alguien que pudo ser
y sin embargo, es precisamente
por no haber sido.

Cuando llegue el último día

 Cuando llegue el último día,
su limítrofe segundo,
el ínfimo espacio de tiempo
que te sitúe aún en la vida
frente al inicio del olvido,
fino hilo de tela de araña.
Cuando estés en ese instante
de oscura incertidumbre,
dolor, desengaño,
sin más luz hacia la senda oscura
que la frágil llama
de la ya herida consciencia.

Cuando próximo al postrero aliento
y en el mapa de tu mente
estén ya borrados todos
los itinerarios posibles,
te marcharás con los ojos ciegos,
siguiendo el resplandor blanco.
Senda que dirige al útero de la nada,
sin más mochila que el cuerpo inerte y frío,
la digna firmeza que da la muerte.

De sorpresa,
la vida te deja en un punto del camino,
sin el plano de otra tierra,
rodeados de oscuridad,
en una noche sin luna.

En el día donde el sol se oculte
tras los párpados,
no llevarás a mano lámpara
o linterna.
Desorientado el sentido,
perdido tu olfato,
ciega la mirada,
tus manos no distinguirán
el tronco del pino,
no olerás a mar
ni sentirás si la playa
está cerca.

Con el fuego

Con el fuego
encerró su alma
y con hebras de olvido
tejió entre sombras
un traje de seda y perlas
para soltar en sueños
su alado fruto.

Carta a una mujer y a un hombre

In memoriam

(I)

Creyeron estar siempre y, sin embargo,
se fueron diciendo adiós en cada beso
con cada caricia,
en los silencios y murmullos.
Desajustaron las palabras,
y estallaban rotas y heridas
entre nubes grises de desencanto.

Creyeron forjar una unidad y, sin embargo,
la vida fue deshaciendo la frágil madeja
de sueños y proyectos.
Un adiós no es soltarse de las manos
y al viento agitarlas sino,
dedo a dedo, deslizar sus palmas
hasta perder el roce.

Pensaron volar libres y, sin embargo,
aún están asidos a un hilo invisible.
No es decir adiós y uno coge el tren
y el otro lo pierde de vista desde la estación,
van sobre la misma vía en distinto asiento.

Una mujer y un hombre dicen adiós
a una gran parte de su construido edificio
y caminan a paso lento llevados
por la fuerza de una órbita infinita.
Dicen adiós y no miran atrás
porque llevan sus ayeres en las maletas
que desharán en otros armarios.
Siempre en este adiós repetido
una mujer y un hombre fueron,
creyeron ser, son y serán
en unos ojos espejos
donde se miran de hito en hito.


(II)

Un adiós se hace eterno
en las tinieblas del ocaso,
esas que ya se insinúan y, sin embargo,
trascienden más allá del horizonte
unidos en la eternidad.

El traje ajustado al reloj de las horas,
la rutina desgastando sus colores.
El continuo uso de los días
apaga el brillo de su estreno.
Harapos quedaron sus prendas,
hechas jirones de pesares,
único abrigo en este anochecer.


(III)

La niebla pertinaz trajo este frío
de madrugada.
Ya se presentía en la estancia,
el relente cubrió el cristal de la ventana
desde donde juntos miraron un mismo paisaje,
ahora turbio, con grietas donde anida el moho.

Sus ecos se perdían por el pasillo
la espalda, sin otra espalda,
caía al lado vacío de la cama.
La enorme distancia de centímetros
los separaba y a veces, como el aroma
que se desprende de la tierra
en las noches de verano,
un recuerdo los reconcilia.
Suena en el aire al unísono
una melodía entrañable.


(IV)

Con otra mirada recorren un jardín diferente
quizá, más perdidos que entonces.
La sabiduría de los años es saberse frágiles
y sin la fortaleza de una certeza
que el tiempo rompió en mil pedazos.
Apenas sin aliento no subir más montañas
sino bajar la ladera a pasos cortos.
Ahora, sin mapa trazar el viaje en minutos
y a tientas, caminar los espacios sembrado de dobleces,
laberinto de una tela arrugada.

(V)

Irán como trémulas gotas de rocío
buscando el tibio fuego de un sol de poniente.
que irremediablemente se llenará de sombras,
cenizas de un hogar que les dio calor
para este invierno.

Mas no deben rodar lágrimas como piedras
por estas viejas colinas,
sino arena suave que se deslice
como la vida, como el adiós,
que hace de un monte playa
donde dos náufragos se refugian.


(VI)

Mujer y hombre, fuisteis y sois y seréis
barco en el océano que llega a esta orilla.
Hay una estrella en el cielo,
siempre brillante, lucero del alba y la noche
para el alma que anhela y sueña
en un día que es siempre.
Allí, en otro territorio que no reconoce
vuestras voces,
entre contornos no hechos
a vuestros hábitos,
harán huellas vuestros suelas.

El amor es una palabra tierna
que suena grandilocuente
en el desengaño de sus promesas.
Sus letras se desdibujan con el tiempo
pero quedará el mundo que habéis creado.

Aquella flor desplegó sus pétalos,
hoy secos guardaréis entre las páginas
del libro que habéis escrito
con el rodar de los años.


(VII)

Solo una mujer y un hombre sabrán
cómo y cuánto se han querido.
Entre ellos conservan este secreto
en un juramento tácito.
Ellos sabrán cuántas batallas libradas,
cuántos fracasos y éxitos
y siempre una tregua para lograr la paz.
Mas llega la paz y trae calma y olvido.

Ardían en el fragor del combate sus corazones,
ahora en sus intersticios se entrelazan
razones y sentidos.
La comunión de dos seres
que coincidieron en el oscuro azar
perfilaron sus deseos y hallaron
en un mismo lecho su abrigo.

Esta mujer y este hombre, cuando salgan
de esas paredes que guardan
entre los objetos todo su infierno y paraíso,
irán ligeros de maletas.
Cargarán con el peso de sus cuerpos,
cerrarán la puerta con llave,
las ventanas con postigo,
sin mirar atrás para no convertirse
en estatuas de sal,
llevándose en las entrañas
las valiosas pertenencias
de una intimidad profunda y única.

A Pessoa en una fotografía



Es en blanco y negro tu rostro,
el cuerpo cubierto por un largo abrigo,
tu cabeza por un sombrero.
Caminas por una calle con un nombre
que el tiempo tal vez, haya borrado.
¿Será la misma acera
que pisan hoy otros zapatos?
Ha retenido el instante
tu largo paso, vas ligero y se abren
las solapas de tu guardapolvo.
Todo es gris,
papel cenizo,
ayer callado
y tu voz muerta en esos versos,
viva, fresca, con cierto sabor áspero
venido de un lugar remoto.
Tras esas tinieblas te miro
de una foto deteriorada,
ese hombre que iba llegó
donde llegaremos todos.
Ese hombre ya no existe,
dejó desmenuzada su piel
sobre folios desgastados.

¿Qué son entonces las sombras?

 ¿Qué son entonces las sombras?
Son etéreos cuerpos las sombras,
podemos adentrarnos en sus entrañas.
A veces son ellas las que nos poseen
y quedamos atrapados
en sus paredes sin puertas.
Nos persiguen, nos adelantan
o caminan a nuestro lado.

No oímos sus voces
pero nos hablan de su secreto,
nos cuentan la verdad
que subsiste en la materia,
la esencia múltiple
que tienen las cosas.

Demonios que huyen espantados

 Demonios que huyen espantados
de la luz, sus brillantes reflejos
son afiladas lanzas
que decapitan la oscuridad
y vierten su sangre
sobre un campo de amapolas.

Vislumbré en tu mirada la cegadora luz

 Vislumbré en tu mirada la cegadora luz
que tú veías y sabía que al entrar
en tus ojos irremediablemente
sucumbirías a su reclamo,
pues no hay hombre ni mujer
que la resista.
Caído en su abismo se abandona
esta humana cáscara
y vuela las alas de un espíritu.
Vi aquellos iris inundados de luz
y apartarse por su fulgor,
la frágil llama de la vida
dando paso a la muerte.
Nunca se olvida esa mirada,
penetrada por una intensidad
desmedida, inefable,
entregada carne al éxtasis,
se abandona en su lecho
y alcanza la paz eterna.
Esa mirada tan distinta a cualquier otra
abriendo velos, descubriendo su misterio,
mientras calmado y sin lucha
cerrabas tus ventanas y echabas las cortinas
de tus párpados,
dejando tu casa deshabitada
Tus manos asidas a otras manos
como fuerte raíces agarradas a la amada tierra,
se hicieron finos hilos de una madeja cortada.
Fueron tus ojos por un rayo atravesados,
un haz de luz que se perdía en lo más profundo
entrando en la noche más larga
y la más negra oscuridad
llenaba una estancia, ya vacía.

Hoy llueve

 

Hoy llueve y es una lluvia suave perpendicular al suelo, como una cortina de visillos transparentes. Llueve y veo en lo alto del tejado a un cernícalo como una esfinge de bronce oscurecido por el tiempo, dejándose mojar por esa agua fresca, benévola, dulce, rítmica y melodiosa. Es un impermeable perfecto su plumaje plomizo. Ahí está, frente a mis ojos, impertérrito, nada le turba. Pienso si lo miro, te reconozco, te hago presente, rompo tu anonimato, la nada que eras.

En esta soledad del hogar, bajo cobijo, escucho la lluvia con la ventana abierta. No soy ese pájaro libre que goza mojándose de nubes. Mis prendas y los muros me protegen y, sin embargo, aunque no somos idénticos, yo te reconozco en mí, querido ser que también habitas en este ahora, porque ambos somos parte de este instante que palpita, como estas gotas vertidas al aire se hacen sonoras al rozar este mundo.

Si a las hojas verdes de este árbo

 Si a las hojas verdes de este árbol
el otoño las secó.
Si el humo del tiempo consumía
el odre y perdió sabor el vino.
Si las horas fueron breves,
llenaron tantos calendarios.

Ella tiene tanto miedo a morirse

 Ella tiene tanto miedo a morirse
que muere
en cada suspiro de desasosiego,
en los exabruptos de decepción
y desengaño.
Se enfada y se frustra con su propio cuerpo,
añora y sueña con ser aquella joven
con toda la vida por delante.
Reniega de su historia,
recrea su memoria y se imagina
poseedora de una fortaleza que no tiene,
su bravura es ladrido de un perrillo asustado.

Ella se viste con los mejores atributos,
es una niña soñadora,
una adolescente coqueta y procaz
que se mira vanidosa al espejo
y, al ver su reflejo frío,
descubre asustada,
con desesperación y rabia ,
las arrugas que sumaron los calendarios.

Ella desprecia su presente
porque cada día es el mismo.
Se equivoca cuando dice eso
y no lo sabe. Se miente
y no quiere reconocer su mentira.

Ella sufre y alimenta angustia,
protesta y se revela ante la fuerza
indomable del tiempo.
Ella ha vivido mal y bien,
también a medias, como casi todo el mundo.
Ella es buena, dócil, casi sumisa,
nada rencorosa, inocente hasta rayar
la actitud crédula.
Mas, ella hace daño sin proponérselo,
provocó lágrimas en otros ojos
con su ignorancia.

Ella tiene miedo a morir
y ha vivido muchas eternidades.
Ella morirá como todos morimos,
mientras se olvida de que
ya divisa la sombra de la parca
más clara y nítida.
Ella no vive cada uno de sus minutos
por el escueto margen.
Sospecha su fin con la misma torpeza
que los jóvenes lo ignoran
y la mayoría se engaña.

Hogueras de San Antón

Arde el fuego,
lanzas candentes brillan en la noche.
Hermosa luz anaranjada
como un ramillete de farolas encendidas.
Cae una lluvia suave,
son estrellitas sus gotas
en el firmamento de los charcos.
Hay poca gente que se acerca.
Con paraguas abiertos,
quedan petrificadas estatuas
al hechizo de sus llamas altas.
Una azada invisible les corta las puntas,
quedan sueltas siluetas durante unos segundos
como si fueran a perderse hacia el cielo.
De nuevo se abrazan apasionadas,
parecen amantes de una orgía mística.
Danzan como sinuosas serpientes,
suben finos y alargados,
bajan cortos y gruesos,
vencidos a tierra.

Mi rostro arde de luz y calor,
se suaviza la humedad del ambiente
y estos hombres se abrasan
en la hoguera de sus trajes.
Atentos dirigen el fuego,
arrojan más madera,
lo doman,
procuran no se desboque
este caballo salvaje.
No lleva bridas,
responde a golpe de leña lanzada.

No hay viento esta noche,
es una noche dulce con dulce lluvia,
calmada noche se san Antón.
Entre las maderas caídas,
se ha hecho un vacío de aire
y se ha formado un remolino de llamaradas.

No me despido de ti,
dios fuego,
te dejo encendido,
no hay lluvia que te apague.
Atravesarán los días de un año
nueva primavera, un verano y otoño,
volverá vestido de invierno
otro invierno y traerá esta noche
con traje viejo.
Mi corazón marcha
con el vértigo de un mañana.

Mi sombra se asoma al pie de un árbol

 Mi sombra se asoma al pie de un árbol.
Escondida en una esquina,
me delata la pared de enfrente.
Agazapada bajo un banco de piedra
en el parque donde duermen vagabundos
y los tristes gorriones esperan sus  migajas.
Se besan al amparo de mi abrazo los enamorados
y me esquivan los fríos huesos de los viejos.
Me escabullo ligera entre los ramajes
soy frescura vespertina
o clandestina noche.

No me voy a quitar la máscara

 No me voy a quitar la máscara,
no dejaré que escudriñes
los detalles de mi rostro,
ni me quitaré el abrigo
para que veas mi vestido transparente
lleva incrustadas lágrimas de perlas.
Te diré mi nombre,
una fecha, un número una calle,
mostraré entre mis manos
las alas de una paloma.
No miento, soy simple estratega,
me camuflo en este ramaje de palabras.

Llevo protegido
bajo mi gorro de lana una figura
de cristal rota,
podrás ver sus pedazos brillantes
sus afiladas aristas
mientras guardaré para mi
su imagen intacta.

Yo cantaré a los pájaros del parque

 Yo cantaré a los pájaros del parque,
a los niños que juegan solitarios,
a los perdidos en su soledad.
Yo cantaré y mientras canto,
en los silencios de las voces,
mis palabras extrañas
harán dulces melodías.
Mi canto sale por la ventana abierta,
entra en la calle,
vuela sobre los tejados
dan saltos de alegría mis ecos.
¿quién prestará oído
a unas sencillas canciones?

Qué solo está Dios

 Qué solo está Dios en su eternidad.
Va perdiendo a todos sus hijos.
Qué solo estaría Dios,
si cuando marchan
no se unieran con él
en el infinito.

Como las piedras

Como las piedras son arrastradas en la orilla del mar, puliendo sus aristas, doblegándose los finos bordes como pétalos por la suavidad de manos de agua, así los días pasan y mientras avanzan y retroceden con el vaivén de las olas, ahora dentro, ahora afuera, la sal los envuelve.

La vida es el mar donde limamos asperezas y sobre la arena giramos envueltos de espuma.

Poeta, no te afanes por encontrar las respuestas, solo déjate hipnotizar por su belleza.

Inperfesta


Soy dios mediocre
de mis cosas imperfectas,
en su sustancia modelo
una imagen diferente.
Anulo el soy por un será,
larva de un no ser,
materia innoble de su múltiple potencia.

Porque un día te hizo llorar

 Porque un día te hizo llorar,
porque un día la desesperación
en tu carne abrió llagas
y la rabia echó espuma por la boca.
Porque trajo por ventura la tarde
aires de desaliento y tristeza,
dijiste no hay Dios
ni ser omnipotente más allá
de las estrellas.
Pero hay estrellas y en cada una
se agota un fuego.
Y dijiste, soy tan ignorante
que no pretendo alcanzar la razón
que todo lo mueve.
Acepto con conformidad.

Porque el milagro no ocurría,
porque la magia era un fugaz truco,
porque del corazón creíste brotar emociones,
y mientras tanto, un absurdo pálpito
se obstinaba en soplar el vaho de una intuición.
Porque la conciencia tiene
más preguntas que respuestas,
dijiste no existe Dios.
Porque viste cuántos cuerpos
el tiempo dio vida y muerte,
dijiste no puede existir un Dios.
Construir un ídolo, un ente único,
el uno indivisible,
sea quizá un sueño humano.

Dijiste cómo va a existir un Dios
y dijiste también, sí, Dios existe,
aunque no lo entienda mi torpe razón
ni lo vea mi conciencia.

Porque en el sufrimiento,
dijiste no hay Dios que escuche,
ni sea socorro en nuestras desgracias.
Olvidabas los días prestados de vida,
amaneceres con dulce trino de pájaros,
de cielo claro y azul,
y lo dabas por hecho,
concedido premio por nada.
Cuando las horas transcurrían
con tranquilo ritmo, sin sobresaltos,
en confiada cotidianidad
con todo controlado y el orden
en los cajones.

Porque no viste la bondad de sus presentes
llevado por la avaricia
y el deseo de tener en tus manos
el regalo más grande.
Porque tu soberbia te hizo creer ser Dios,
pusiste en tus labios la palabra,
el torpe simulacro del Verbo
hecho carne en la voz imperfecta.

Era un tipo vuelto hacia adentro

 

Era un tipo vuelto hacia adentro, como si él mismo se hubiese tragado. Taciturno, dicen los románticos, antisocial los postmodernos.

Cuando la casa se le hace grande y muchedumbre quienes la habitan, cuando la tristeza convierte a los muebles en enemigos que amenazan con sitiarle y las voces que le rodean no le hablan, sintiendo un mundo que lo hace ajeno, y su soledad es aún más grande cuando se vuelve incomprensión, atravesaba la puerta como el que escapa de una jaula y se lanzaba, libre de miradas y de encuentros, en un caminar por calles solitarias.

Eran momentos en los que necesitaba hablar con sus pensamientos, como dos colegas que se conocen bien aunque se enfaden a veces. Desdoblarse y sacar al otro calcetín del bulto deforme que, en pareja, se guarda en el cajón.

Un recorrido vacío de otros rostros, escogiendo la acera protegida por los coches aparcados y entonces toma a grandes bocanadas el aire y se siente elevarse como un globo de helio, ligeros sus pasos de peso; pausados de ánimo.

Conversa con ese amigo, personaje un poco loco, en ocasiones sensato y casi siempre esquizofrénico, de sus pensamientos que, con entidad propia, le dirigía y hasta a veces le manipulaba. No perder el equilibrio, la homeostasis imperfecta, le tranquilizaba, consolándole en ciertos asuntos emocionales. Exigente e incorruptible en sus argumentos que creía incuestionables. Con el brazo echado sobre su hombro le hacía confesiones a veces inaceptables pero, como dijo aquel, nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.

En ese devenir que tienen los diálogos, acaban enredados en premisas racionales, en hipótesis verificables por experiencias no muy fidedignas y enredan en los debes y haberes. En noches muy tristes, avergonzados lloran por los errores, pero quedan lavados y planchados como ropa limpia para volver de nuevo a los muros de su particular palacio.

Un día le llegó su princesa al rescate, le llamó con el dedo índice, con ese gesto pícaro solícito e inequívoco y él bajó de su torreón.

Ahora son cuatro, ella y él y sus respectivos colegas, los pensamientos.