Ufanos, levantamos certezas,
piedras sobre piedras son sus muros
rellenos con la débil argamasa de nuestras palabras.
Ficción creada por la ignorancia
de nuestros oídos y ojos
que interpretan figuras en las nubes de vapor.
Ufanos, levantamos certezas,
Escucho el pisar de las palomas
Escucho el pisar de las palomas
sobre el alero desde mi ventana.
Han hecho nido en la chimenea
y pasean con su grácil contoneo
sobre los tejados.
Escucho sus patitas caminar,
¡tan cerca!
Que creo pienso que van a irrumpir
en la estancia en cualquier momento
pero, nunca entran,
nunca entran.
He dejado ocupada mi mirada
He dejado ocupada mi mirada.
Olvidé ventana y paisaje
por muchos días que hicieron
algunos meses.
Mientras, seguían nubes plácidas
en el cielo
y palomas buscaban las sombras
sobre los tejados.
Revolotean frente a tu ventana
Revolotean frente a tu ventana,
con alegre trino y vistosas plumas,
se pasean ufanas sobre los tejados
alardean de un gozo interminable.
Otros días, sin embargo, desaparecen,
marchan hacia territorios incógnitos.
Dejan el horizonte vacío.
Es fondo monocolor de un cuadro,
sin alegoría, estampa hueca y estática
que traga la luz sin devolverla.
Al deslizar la cortina de la noche
la mañana se presenta sin su alborozo
y se viste de añoranza con sus retales.
Solo juego de hojas que caen
Solo juego de hojas que caen
sobre la luz de una farola
en este pequeño jardín con murmullo de fuente.
La brisa dulce de la noche las agita
y su fulgor aparece y desaparece
como por arte de magia.
Nada es cierto y todo es engaño.
No hay malas intenciones,
solo torpeza de unos pies
que caminan por un sendero de simulada claridad.
Siempre una verdad a medias,
rostros multiplicados en un espejo roto.
Inventados diccionarios
para escalar una montaña sin cima,
obviedades sobre sombras.
Las palabras que escribo no son mías
Las palabras que escribo no son mías
ya muchos otros antes las pronunciaron.
En este buscarle hueco
a un sentimiento brota esta voz
de aquel manantial
de la roca del silencio.
Si yerran en su conjunto,
no es mal que de ellas provenga,
sino esta que escoge y coloca
como un escriba que puso en desorden,
en el ritmo un compás de torpes notas,
en lo sublime la pobreza de la ignorancia.
Aquí tienen ustedes
el fracasado intento,
las frágiles herramientas
de este artesano.
El sama
Ese silencio tuyo
frente al espejo para afeitarte.
Aquel silencio sosegado,
meditando con las aves
y la tierra germinada.
Tú, callado, sin palabra suelta,
unos ojos perdidos, quién sabía por dónde.
Y cuando aquella paz se rompía,
un silencio atronador de rabia
que hacía sangre en los oídos y en la carne
y agitaba la tierra en su centro.
Quién era entonces aquel ángel,
¿un monstruo, una bestia herida,
una víctima de los que no supieron quererte?
Ahora, en tu silencio eterno,
cuántas cosas espero oír desde ninguna parte,
porque andas por todos los espacios.
Cae tu silencio lleno de todas las voces,
sin estar sujetas ni en gargantas ni libros.
Tus pesares de hombre son suave lluvia
y esta tierra los acoge con compasión.
Porque ya no son látigos, sino alas
que abrazan mis oscuridades.
Aniversario
Hay un día marcado en el calendario,
lacrado y sellado para resguardar
su preciado secreto.
En ese día adornado con grecas
se escribe un relato hermoso.
Pasan similares días por distintos años,
fue sábado, viernes, jueves, miércoles
martes, lunes y domingo.
Volvió a repetir mes y distinto año,
marcó la misma hora en otro reloj.
Como estas aves caprichosas
Como estas aves caprichosas
que, a veces, inundan el paisaje
y, sin razón, lo abandonan,
así vienen los días, con alas
que surcan el azul de un cielo
con pinceladas de infinitos colores.
En ese ángulo agudo
En ese ángulo agudo,
cuando las agujas del reloj
apuntan a su hemisferio sur,
en porción equitativa
entre este y oeste, luz y sombra,
sopla un viento tempestuoso,
flota en el aire su roce helado
golpea el cristal del equilibrio
de las razones cotidianas.
Alma y cuerpo caen
en un vacío sin fondo,
pozo oscuro como la noche eterna.
Entra en avalancha por los resquicios
de tu casa la hojarasca,
abandona lodo por los rincones
forma bajo el sofá un remolino,
la tristeza.
Y un razonable apetito se vuelve
hambre loca imposible de saciar.
Oye, amigo, he regresado con estos
Oye, amigo, he regresado con estos
mismos ojos y distinta mirada.
Sabes que te conté este paisaje,
dibujé palomas sobre tejados
y llené este cielo con asombro inocente.
Aunque sus nombres fueran los mismos,
parecían recién inventados.
Recuerda que para mí
era el estrenado juguete,
el amor primero,
la voz que nacía en palabra.
Oye, amigo, aquí estoy otra vez,
este tren sigue por la misma vía
y el telón del horizonte
se ha hecho acostumbrado.
Me dirás, ¿acaso pensaste
que estas nubes dibujarían figuras
nunca imaginadas?
Tienes razón, tú ya me conoces,
caigo siempre en el mismo error.
Sin embargo, te puedo asegurar
que he aprendido.
No menees la cabeza
descreído de mi intención,
no es otro sueño de hadas.
Antes busqué y esperaba,
ahora espero para descansar.
Soy caminante que lleva
un paso lento.
Piso muchas piedras hasta llegar
a la arena blanda.
Un tarareo llevo en mis labios
para despistar a la tristeza.
De vez en cuando un escalofrío
zarandea a este corazón viejo
que palpita sin escucharse.
Prefiere distraer al aire
con juegos sin códigos.
Sabes, mi buen amigo, que soy sombra
que huye de la luz
con necesidad de ella.
Sabes que la noche es larga en la esperanza
y corto el día para la ilusión.
Sabes que callo y solo a ti te digo.
Sonrío al ver cómo te dejas engañar
y confiar en mis promesas sin credo.
En la madrugada
En la madrugada
¡qué solo está el campanario!
Callado, descansa entre las sombras,
arrullado por palomas
que pernoctan en su torre.
Asustado por un improvisado siseo,
se estremece y otea
si hay enemigo a la vista.
Regresa a su sosiego
tras comprobar que solo era una lechuza
en busca de su caza.
En la madrugada el insomne
se recrea en un oscuro paisaje
donde se perfilan los contornos de los muros
iluminados por la tenue luz de unas farolas.
En la madrugada el brumoso cielo,
cercado por una hueste de nubes,
vigila a distancia este mundo.
Hay unos ojos abiertos de par en par
enfrentados a un sobrecogedor vacío.
El oscuro firmamento es techo
que cae sobre su cabeza.
En la madrugada las calles están solitarias,
las voces duermen para velar los sueños
de cuerpos que yacen apacibles
como muertos en sus tumbas.
En la madrugada navegan sus espíritus
por universos lejanos y extraños.
En la madrugada el insomne deliraba,
naufragó en aquella oscuridad misteriosa
envuelto en un clamor de almas.
El mundo con atuendo oscuro,
trata de ocultar su verdadera identidad.
El insomne cree intuir el misterio
protegido bajo su máscara.
En su perfil creyó ver su verdadero rostro
y fugaz se escabulló entre las sombras
diluido en el alba.
La mañana con su fulgor diáfano,
sus agitadas voces y bullicio de rutinas,
abren claros en la penumbra de la estancia.
Los objetos van recuperando sus formas
devueltas de nuevo a su sitio,
después de andar perdidos por la madrugada.
La mañana da razones a la trasnochada locura,
pone una vez más sobre los ojos cansados
el velo de la consciencia.
Ahora el campanario se recorta
sobre un fondo luminoso.
Erguido hacia un cielo azul
se muestra orgulloso y solemne.
Las campanadas espantan a las palomas
vuelan sobre los tejados,
se anuncia el ángelus en los relojes.
En la madrugada su figura pétrea y fantasmal
fue custodio del gran secreto
susurrado al insomne.
A la claridad del día lo pregona
cuando nadie ya lo escucha.
Se dibujan en estas piedras
Se dibujan en estas piedras
de un denso muro
nuestras sombras
caminando juntas de la mano.
En la noche la plaza está
poco concurrida,
son sombras sus paseantes.
Clandestinos, pausados,
miméticos en la espesura
de una vegetación no domada,
rondan los gatos,
son sombras que persiguen sombras.
Quedarán nombres que serán exaltados
Quedarán nombres que serán exaltados,
pero cada vez que admiramos un bosque,
un jardín romántico, unos campos de olivos ,
tierras de vides que harán bodegas de terratenientes,
extensos campos cubiertos de trigales dorados
regados con sufrimiento y sudor,
cada vez que admiramos un monumento,
una catedral, un edificio emblemático,
sin darnos cuenta, sin percatarnos,
ignoramos admirar las manos
de los hombres y mujeres anónimos
que pusieron piedras y semillas
para hacer posible esa grandeza.
De sus cosechas quedaron hambrientos
y en nuestro desierto, ignorantes trazamos
un camino arado, la senda
de todos aquellos que son olvido.
Las notas sueltas para no perderse
Las notas sueltas para no perderse
se unen en la agenda,
los apuntes del día en un diario,
los datos de la vida en la biografía,
los meses en los almanaques,
muchas páginas se juntan en un libro.
Adónde van a atarse las hojas secas
del árbol.
Desmenuzadas quedan las nubes
Desmenuzadas quedan las nubes
sobre este azul claro del cielo.
Después de este largo y caluroso día,
se acerca un atardecer más aliviado.
Ya vuelven las palomas
y en breve harán presencia
los vuelos en círculos de los vencejos.
Cuando se abracen las sombras
para hacer clandestina noche,
el cuerpo amodorrado
estirará sus piernas,
a sus pasos dará ritmo.
Casi en letargo le dejó este ardiente sol,
se espabilará y con tropiezos se verá obligado
a salir de la guarida.
Quién fuera oso para dormir
todo un frío invierno y despertar gozoso
en una hermosa primavera y un ferviente verano.
¿Adónde se van estos días?
¿Adónde se van estos días?
Los arrastra este monótono tic tac
a un lugar imposible de volver.
Quizá, si tuviéramos aunque solo fuera
el plano viejo de un callejero,
pero ya ves, por qué erróneos caminos
nos lleva el mapa de la memoria
con sus rotos y borraduras.
Por qué falsos desvíos
unimos trayectos, ponemos puntos
fuera de sus coordenadas.
Estas tardes de verano
Estas tardes de verano
se filtran por las horas,
tierra húmeda de tiempo infinito.
No abre fuente fresca
en la boca de los deseos,
deja caer lánguidos hilos de nada
y vierte a gotas un sorbo dulce.
Estas tardes de verano
tienen sus eternos silencios de siestas
donde reina la calma
con rumor distante.
Hay aleteos de palomas que cruzan
de sombra a sombra,
el eco de un motor que se aleja,
un crujir seco en el vacío.
Con el repentino zumbido de zángano,
el cuerpo pesado y en reposo
se contrae y se aligera,
luego, abierta a los párpados,
deja sobre el aire la desgana.
Puedes quitarte las ropas
Puedes quitarte las ropas,
vestirte de limpio cada día,
inventarte un mismo reflejo.
Caerán invisibles y minúsculas capas de piel
como hojas secas de un árbol,
transformando líneas y ángulos.
La savia salvaje se calmará
y hará pesado caudal en su recorrido.
Este árbol creció y llegó a su límite,
deja en las grietas de su corteza
anidar arañas que tejen con finos hilos
un nuevo traje para su tronco.
Espera que el aire le anuncie
la nueva estación que dará comienzo
y repetir con otras cláusulas
el débito marital con la existencia.
Desnudo de hojas, lluvias
limpiarán de forraje sus cuencas,
sus retorcidos nervios se desperezarán
y confundirán el crujir de truenos
con un corazón latiente.
Es torpeza que lo llame el aire
con el mismo nombre,
pues este árbol ha cambiado tanto de ramaje,
que el que dio sombra ayer,
cubre y deshoja espacios hoy,
ha quebrado el viento alguna rama.
Que los sentidos no lo engañen,
quieren en su cárcel retenerle.
No hay vereda que contenga
el espejo del cielo.
En sus infinitos destellos se miran
sin ceñirse a sus raíces.
La tierra siempre se renueva.
A cada paso renuncio y acepto
A cada paso renuncio y acepto
el siguiente.
De este camino anduve un buen trecho.
Bajo hileras de árboles dejé mis sombras
que hacen profunda oscuridad
en su fondo abandonado
y abre la luz del sol
un oscuro horizonte cada día,
con distinto rostro.
Breve como la distancia
Breve como la distancia
de aquí al cielo,
breve el suspiro olvidado
sobre lozanos pétalos,
breve nuestras medidas
y breve el sueño que dibujamos
con nuestros gestos.
Qué extrañado anda el cuerpo
Qué extrañado anda el cuerpo
entre estos aires,
los pies se resisten a su impulso
y las manos se pierden
en las costuras de viejas prendas
recias de años y polillas.
Qué extrañada la voz en su eco.
Reclama la garganta sus nuevas sílabas.
El regreso no siempre es a casa,
sino a buscar entre las sombras
los refugios de nuevos senderos.
Me aburro
Me aburro, sí, me aburro
con el peso encima
de una eternidad desganada.
Me aburro y presiento los días
llenos de hastío.
Hay tantas cosas por hacer
y, sin embargo, Dios, cómo me aburro.
De pronto el cuerpo despierta
de ese letargo de horas apáticas,
bosteza sobre un reloj parado
con sueño profundo o con pesado insomnio.
Deja reposar sus agujas,
cansadas de rodar
por un mismo camino,
entre las sábanas frágiles
de vidrio aun sabiendo
que este ahora
en nada se parecerá al siguiente.
Me aburro como si el tiempo
tuviera idéntico semblante
y, a fuerza de mirarlo,
perdiera el interés de estos ojos.
Me aburro y callo,
porque llega apuntando la veleta
un cambio de aires
hacia un invierno incierto.
Y hay que espabilarse,
tomar la azada de los minutos
y cavar bien la tierra y cuidar
de sus semillas.
Allí donde la luz no entra
Allí donde la luz no entra
se ciñe la más densa oscuridad.
¿Podrán acostumbrarse los ojos
a ella y discernir que le rodea?
Donde las manos palpan
y dan nombres aleatorios
a lo que no ve,
¿podrá dar forma si la luz no
le enseñó a diferenciar del fondo?
Cuando en el espacio insonoro
la locura se apodera de la mente,
¿podrá algún Dios darnos razones?
Entre las tinieblas de una estancia
por donde se cuelan por ínfimos resquicios
algunos rayos de claridad,
la mirada poco a poco intuye
los contenidos de ese espacio
y, a imitación de un misterio, les da certezas.
¿Podrá el alma ser luz y hendir
el vacío de la nada?
Volcado entre las sombras
de nuestra ignorancia
brillan destellos de verdad,
la que por compasión
nos otorga un creador bondadoso.
Qué sola está la playa
Qué sola está la playa
en esta noche de verano.
Qué oscura inmensidad este mar
donde se divisan en el lejano horizonte
los puntos de luz señalando la posición
de los barcos.
Y, arriba, un cielo igual de negro,
salpicado por el brillo de algunas estrellas,
las más capaces para competir
contra el resplandor artificial
de los edificios de costa
donde la vida bulliciosa vive su desenfreno.
Al romper la ola dibuja
un borde de espuma plateada,
y arrastra hacia la orilla su cola
de volantes de encaje blanco.
Mis pies descalzos se abrazan
con las dóciles olas.
Callado a nuestro oído está su ronco rumor
en los profundos abismos
y deja en este cargado silencio
un dulce canto, tierno susurro de oleaje
y rodar de guijarros y conchas.
En este caudal se encuentra
una muchedumbre de gotas parlanchinas,
juguetonas e inquietas,
que besan la arena empapándola.
Pierde su dorada y porosa textura
por un apretado y oscuro manto,
donde la huellas desaparecen tan rápido
como los instantes que son borrados por otros.
Nos queda siempre
Siempre se queda una faena por hacer
al terminar el día.
Se pospone, quizá, para la mañana siguiente,
escrito en la agenda su hora, mes y año.
Siempre hay un poso que no se rebaña,
una cita incumplida,
el itinerario previsto del viaje
que fue solo al país del soñar.
Nos queda siempre
la posibilidad de convertirla en hecho,
rellenar el hueco o vaciar el vaso,
culminar y conseguir redondear la cifra.
Y un día cualquiera,
un día de tantos,
madrugada, amanecer,
cénit, ocaso del sol,
noche profunda negra o estrellada ,
dejamos en el aire un aliento sin retorno.
Quedarán ropas sucias en el cesto,
desorden en los cajones,
ventanas abiertas,
llaves olvidadas,
palabra pensada sin voz,
labor sin terminar,
bobina enredada con nudos.
Para que no se pierdan
Para que no se pierdan
unimos las notas en agendas,
el discurrir de las horas en el diario,
los datos y detalles de una vida en biografías,
las hojas de los meses en un calendario.
Las voces sueltas ancladas sobre el papel
hacen un relato por escapar al olvido.
La palabra de un dios se hace
sagrada escritura.
El sueño humano de eternidad
hila hebras del tiempo
para retenerlo entre las páginas de un libro.
Somos ave de paso
Somos ave de paso.
Dejamos en el vacío nido
abandono y reliquias de ayeres.
Buscamos otro mañana en cada hoy,
olvidamos las plumas desprendidas,
la resistencia del aire y el empuje
de la bandada.
Ansiamos libertad y vamos atados
a un rumbo.
Aprendemos en el viaje una certeza,
la soledad de nuestro vuelo.
Si esta envoltura no deja ver
Si esta envoltura no deja ver
la desnudez de este cuerpo.
Si su abrigo no nos alivia el frío
ni nos protege del polvo
que empaña nuestro mirar.
Si la arena que el viento arrastra
araña la piel hasta hacernos sangre.
¿Por qué nos engaña esta lucidez,
aprieta el corazón y exprime
lágrimas de hiel y veneno a la vida
en lugar de ser tibieza?
Si cubre un velo la clara verdad,
haciéndonos reales los falsos reflejos
la luz de un sol con sus juegos de sombras.
Si entre los sueños de esta locura,
pudiéramos restarle invierno a la primavera
y hacer de este páramo jardín eterno.
Si a la alegría de horas,
no le ceda el llanto de días.
Si los sentidos estuvieran libres
de un corrompido pensar
que nos lleva siempre al borde
de un precipicio.
Si no tuviéramos que esperar a la vigilia
para despertar,
ni a la oscuridad de la muerte para ver,
seríamos peces que nadan
en un inmenso océano
sin miedo a caer en la red,
ni ser presa fácil en las fauces
de un voraz depredador.
La fuente asiste al bullicio
La fuente asiste al bullicio.
El ruido festivo en la noche
cubre con su grueso manto
su tierno rumor.
Brota alegre el agua
y el aire impetuoso
mueve su melena transparente
que cae lánguida
sobre su lecho de piedra.