Me aburro, sí, me aburro
con el peso encima
de una eternidad desganada.
Me aburro y presiento los días
llenos de hastío.
Hay tantas cosas por hacer
y, sin embargo, Dios, cómo me aburro.
De pronto el cuerpo despierta
de ese letargo de horas apáticas,
bosteza sobre un reloj parado
con sueño profundo o con pesado insomnio.
Deja reposar sus agujas,
cansadas de rodar
por un mismo camino,
entre las sábanas frágiles
de vidrio aun sabiendo
que este ahora
en nada se parecerá al siguiente.
Me aburro como si el tiempo
tuviera idéntico semblante
y, a fuerza de mirarlo,
perdiera el interés de estos ojos.
Me aburro y callo,
porque llega apuntando la veleta
un cambio de aires
hacia un invierno incierto.
Y hay que espabilarse,
tomar la azada de los minutos
y cavar bien la tierra y cuidar
de sus semillas.
Me aburro
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