Si prestados a un juego

 Si prestados a un juego,
decidiéramos cambiar la palabra
de cada concepto.
Si a la casa llamamos valle
y al valle, mesa
y así con todos los nombres
que llenaron diccionarios.
Si inventamos otras voces diferentes,
extrañas para los oídos,
cada palabra con sus derivados,
variaciones y categorías
que el tiempo y habla transformaran.
Si trastocados vocabularios y normas,
alterada la morfología y sintaxis
la historia hablada y escrita,
acumulada a lo largo de los años,
todo tirado a la basura,
comencemos de cero.
No bastaría en este jugar
cambiar por el contrario
y al amor llamar odio
y al odio amor,
simplemente variaría el contenido.
Otro mundo sería, igual de incierto
y a pesar de cómo y qué nombremos,
el resultado sería el mismo,
una ficción sobre lo absurdo.

Jubilación


No hay júbilo en dejar atrás
tanto camino recorrido,
no es uno peregrino que besó el santo
y se va de vuelta a sus quehaceres,
transformado, con los pies doloridos,
ligera el alma y cargados los sueños.

He llegado a esa edad donde llené
alforjas de niñez, mochilas de adolescencia,
maletas de trasnochado viajero.
Apenas se pueden cerrar
los baúles guardados
en sótanos y desvanes.
Y sin embargo, hubo un tiempo de transición
entre la inconsciencia que arrastran los días
y la melancolía de las soledades:
el murmullo de ecos de otras voces,
caturreos de un ayer que arañan el corazón,
levantan olas de un mar calmado,
despiertan la memoria de pesares y sentires
que habían traspasado al olvido.
A veces, esa canción dolía
como cuando se abre
un rasguño que ya se había hecho postilla.

Es el estúpido accidente de la nostalgia
empeñada en levantar un edificio en ruinas,
el adorno pueril, inútil, tramposo
de un inventado cuento.

Hoy me dejo abrazar por un largo
pasado, la luz alumbra parte
de la extensa senda.
Ya veo en mi piel
los puntos disimulados
de algunas cicatrices.
El tacto que todo quería palpar
ahora aprecia lo ingrávido y sutil de un roce.
Es dulce su recuerdo
porque es el conjunto
de ser quién eres.
Si encontré fue sin buscar
y hago mi hueco en este mundo,
me desprendo de pieles ásperas
para cubrir mi desnudez
con suaves tejidos.
Y nada duele de un entonces
ni espera con ansias un después.

Hace frío en esta mañana de marzo

 Hace frío en esta mañana de marzo.
Tras los cristales de la amplia ventana,
sobre este fondo de siempre,
cruzan el cielo nubes gruesas,
continentes por donde asoman
pequeños lagos azules.
Es domingo y las campanas suenan
llamando a misa,
es la penúltima llamada.
De vez en cuando entran los rayos
del sol y la estancia se ilumina
dejando su intenso brillo sobre los objetos.
Una planta verde realza su verdor,
las botellas de cristal
se hacen aún más transparentes.
Sobre la mesa el vaso de agua espera una boca
y las gafas, unos ojos.

Todo es efímero, se apaga esa luz,
el jovial ánimo se vuelve mustio,
los espíritus de estos cuerpos se entristecen.
Juegan nubes con el sol al corre-que-te-pillo,
a turnos gana uno y luego el otro.
El que mira sufre la ambivalencia de su suerte.
A veces la carne se siente acariciada
y entonces los labios sonríen,
se cierran los párpados por el resplandor,
como dormidos,
la vida se funde en este fuego.
Mas cambia al segundo,
entra el frío, la oscuridad gélida,
la melancolía todo lo abraza.

Vuelven las campanas a repicar,
última llamada para el día del Señor.

Lleva pegada la pereza

 Lleva pegada la pereza,
arrastrada por los pies,
apenas levanta la mirada,
caen los párpados por su peso.
Quiere la voz alcanzar la boca
y se hace silencio indolente.
La pereza entró sin llamar
fue dejando recados en el aire.
Cesó la música de la brisa,
barrió las ganas la tempestad del viento,
llevados los aromas de las flores,
se cubrieron de oscuridad los días.
La puerta perdió la llave,
en la casa encontró acomodo,
con la rutina rodaron las horas
y un reloj sin prisas
dividió en partes iguales la nada.
A esta pereza le crecen
capas como a la cebolla,
echa raíces y pudre los brotes.
Grita la angustia del náufrago
pero finge la espera.
La pereza no sueña, no cree,
crece como una ola
en su océano con mar de fondo.

Fin sin que nadie pueda socorrerte

 Fin sin que nadie pueda socorrerte,
buscar en las clandestinas sombras
de altos muros y callejuelas solitarias
la luz blanca que venga de soslayo
mostrando lo oculto, desvelado el secreto.

A veces, una siente despegar los pies

 A veces, una siente despegar los pies
del suelo, tocar con la mano una nube,
dejar lo terrenal por un instante,
ser un elemento más del cosmos
y hallar la calma del espíritu.
Mas la tierra reclama se cumpla su ley,
exige a las raíces tomar su alimento,
que germine la semilla en  tronco
y de hojas se cubran sus ramas.
Hojas que sueñan volar alto con la brisa,
llenas de verdor olvidan estar
sin remedio atadas al tallo.
Desprendidas, ya caducas,
serán plumas de ave muerta
rodando los abismos de la incertidumbre,
a la deriva del aire y del tiempo.

Vino tu luz a mi mirar

 Vino tu luz a mi mirar
clavadas tus pupilas frescas
en las mías cansadas
de abandonados sueños de niñez,
donde el olvido bebe
y humedece sus secos labios.

A medida que cumplimos años

 A medida que cumplimos años
uno recuerda lo que era
y cree tener aún algo
de aquel que fuimos.
Juntamos anécdotas
para mostrar a nuestros hijos
el perfil adornado
del protagonista de esa historia.

Ayer tenía un dolor templado

 Ayer tenía un dolor templado
como una dulce melancolía,
esa que barrunta la playa solitaria
del fin de un verano.
Hoy se agitan vientos
que levanta la fina arena
y se clavan en nuestra piel
hasta hacernos sangre.
Mañana, quizá, llegue el consuelo.

Por si acaso, sacaré el abrigo
del armario.

La inconsciencia pasea por las calles

La inconsciencia pasea por las calles,
se sienta en las terrazas,
busca en el engaño,
halaga nuestra estupidez
con arrogancia igual
que arrulladora nana.

Avanza

 Avanza
como el alba,
imperceptible,
esta tristeza.
Respetuosa,
nadie
la advierte.
Disimula
entre la transparencia
de las horas.

Y los pasos
rutinarios
siguen
sus huellas
sin atenderla.

No puedes salir indemne

 No puedes salir indemne
de este recorrido porque,
aunque la vida no te hiera demasiado,
deja cicatrices en el cuerpo.
La arena del camino
arañó tus ojos,
deformó la mirada
y agudizó olfato y oídos.
Vuelves de ese viaje
más confuso y desengañado,
más cansado y triste.

Abrir esa puerta y no ver

 Abrir esa puerta y no ver
entre las telarañas del pasado,
la larga distancia,
la bruma de la memoria,
la vida gastada.

¿Qué extraño mira de tan lejos?