Te recuerdo, Carmen,
herida de desengaño,
en el atardecer de un primerizo estío.
El olor a café, a verdor y a tierra,
a suelo de cemento fresco.
En aquella pequeña habitación
levantada en un terreno
para pasar los domingos
entre el rumor del campo.
Ayudabas a la familia
a limpiarla para el estreno
en aquella temprana tarde
de una luz transparente.
Carmen, herida de desengaño,
cantabas mientras mojabas
en una palangana el trapo
con agua y jabón,
lo retorcías entre tus manos
y lo pasabas por los cristales
de una ventana abierta.
Y cantabas, y tu voz sonaba
en aquel vacío con eco.
Cantabas como una adolescente
enamorada, con la melancolía
del corazón herido.
Era dulce tu tarareo,
Carmen, herida de desengaño.
Cantabas
“llueve, tras los cristales llueve”
y entró de golpe el aire cálido
de la ternura en el frescor de la estancia,
dejando mi mirada dolida por tu herida.
Aunque han pasado por encima
los días de tantos años,
quedó en mí huella profunda.
Llegó el invierno y su frío,
hizo leña de los troncos secos
y fue destruyendo aquel horizonte.
Vinieron lluvias y vientos,
empañaron sus cristales.
Ay, Carmen, herida por el amor,
por la vida, por la muerte,
esa que ya se agazapa
bajo el sillón de tu soledad.
En tu herida,
¡cuánto se habrá hecho olvido!
Transeúnte
por un paisaje de calendario
Te recuerdo, Carmen
Se cubren las virginales nubes
Se cubren las virginales nubes
con un velo púrpura
al entrar en el templo del ocaso.
El firmamento se llena
de vahos y aromas a incienso.
Parpadean entre las sombras
las lamparillas de un místico sol
y el espíritu presiente
por los claros resquicios
la eternidad.
Esta carne fría y amoratada
Esta carne fría y amoratada
abre herida que vierte
sangre púrpura.
Quisiera gritar la boca
y se hace ascuas ardientes
la voz en la garganta
convertida en cenizas de silencio.
Se ha descolorido la imagen,
ha parcheado el rostro.
Borró un párpado
el borde de unos labios
y ha convertido su sonrisa
en una mueca de sufrimiento.
Un chorreón de tinta
se desliza por el lagrimal del ojo,
es una sombra gris
ese cuerpo olvidado.
El cielo está de un claro azul brumoso
El cielo está de un claro azul brumoso,
lleno de luz de un sol vespertino.
Pisan lentos los minutos,
casi adormecidos, dan cabezadas
y se desperezan en su abandono.
Callan las voces callejeras,
guardan silencio solemne
los campanarios.
Mientras descansan los cuerpos,
el alma vaga sus soledades.
Hay un escape continuo de agua
Hay un escape continuo de agua,
no se distingue humedad
por las paredes,
ni se advierte el rítmico
golpear de sus gotas,
pero van llenando un pozo
que un día desbordará su brocal,
romperá como una fuente,
arrollará con todo a su alrededor.
Los días y el sol irán secando
los charcos formados,
que dejarán la huella seca de su barrizal.
Pisarán los pies y ablandarán la tierra,
hasta que en un nuevo estallido
vomite su oscura boca
el lodo que lo asfixia.
Y al final, se aceptará no saber
que herida está abierta.
Los muertos no tienen sombra
Los muertos no tienen sombra.
Solo los ahorcados
dejan su oscuro semblante
a contraluz,
sin la mueca grotesca
en su opaca figura colgada.
No hacen sombra en el agua
los ahogados.
Hundidos y cubiertos de sal,
son alimento de peces,
olvidados en la oscuridad
de un profundo océano.
Algunos, abandonados en la orilla,
rechazados por el mar,
llegan a la playa arrastrados
por mareas y olas,
envueltos en arena y algas,
ciegos sus ojos,
cadáveres con la boca abierta
sedienta de aire y sol.
No, los muertos quedan sin sombra.
En su horizontalidad
la nada se instala.
Tal vez sea nuestro cuerpo
todo sombra buscando el ángulo recto
mientras pasan las horas
de los días.
Quizá seamos sombra
que la llama de un alma
da contraste y volumen
y, en su abandono,
nos convierte en vacío,
lleno de penumbra,
mancha desparramada
sobre el suelo del tiempo.
Navegamos mejor el océano
Navegamos mejor el océano
de la inconsciencia.
La consciencia es barco
que se ciñe a coordenadas.
El marinero debe tenerlas
en cuenta si no quiere
perderse y ser náufrago
a la deriva.
La mente le habla y escribe
con amplia lengua,
más allá de la lectura
de su libro de bitácora.
Sus notas, en parte, son
el ancla que lleva a cuestas.
El marinero toma una porción
del ancho abismo
cuando podría navegar
si no fuera por el temor
a perderse bajo un sol ardiente
y morir de sed entre tanta agua,
entre tanta luz.
La barca lleva remos
que alcanzan lo que las manos
no pueden tocar.
Si el corazón del marinero
fuera libre,
se adentraría en las oscuras
tinieblas del horizonte
y traspasaría su miedo a cruzar
esa barrera.
Llegaría a maravillosos
y recónditos lugares,
si se prestara a la libertad
como se entrega en los sueños.
La mente, indómita viajera,
es el rincón que alberga la infinitud,
solo la inconsciencia la deja expresarse
y la entiende.
La consciencia frágil y mediocre
impone sus flacas certezas y códigos.
por pura supervivencia.
Soy una más en esta claridad del día
Soy una más en esta claridad del día,
luz que con brío irrumpe por la ventana
anunciando la dulce primavera
con las notas de una canción.
Hay en un cielo azul
tímidas pinceladas de benévolas nubes de espuma.
Entre mis brazos, ellas,
ligeras y pequeñitas, se balancean en el aire,
mientras mis pies hacen círculos
sobre el sostén del suelo.
Se abrazan inmersos en el gran infinito,
luz, cielo, horizonte de muros.
Y en su vacío melodioso,
danzamos suspendidas, las moscas y yo.
Caminamos por una oscuridad
Caminamos por una oscuridad
sobre un incierto páramo
guiados por una llama,
halo de nuestro reflejo.
Es su mínima claridad
rodeada de sombras
foco de luz que adelanta
un paso a nuestros pies.
Borran las olas los nombres
Borran las olas los nombres
de los enamorados
aunque el mar guarde
la sal de sus lágrimas.
Benditos aquellos que gozan
Benditos aquellos que gozan
de la vida
y olvidan entre la charanga
de fondo
la muerte que a su lado se cobija.
Benditas sus voces callejeras,
sus risas amplias, el abrazo cálido
del rumor alegre que les acompaña.
Benditos sean por siempre
sus corazones que al compás
de los días palpitan
y no ven la oscuridad
entre tantos colores.
Ay, de estos que, una vez
caen las sombras sobre sus espaldas,
esperan el ocaso que se acerca.
En este cielo turbio
En este cielo turbio
se transparenta la claridad del sol.
El día nos cobija
en su calidez vespertina
y los pájaros revolotean
aún sobre los tejados.
Suena una entrañable melodía,
cae el peso de los minutos
sobre este incierto devenir
que a cada paso se presenta
con su particular rostro.
Dejémosle ahora su amable sonrisa,
ya veremos qué nos entrega
antes del ocaso
y entren las tinieblas de la noche.
Como valientes guerreros,
miremos de frente
sin miedo al espectáculo
que se desarrolla en el campo de batalla,
pero no olvidemos que somos
atentos espectadores,
además de marionetas
sobre ese escenario.
Amiga impaciente
Amiga impaciente,
deja pasar los días,
¿no ves que tienen sus horas
y acelerar el paso
no hará llegar antes
a ningún destino?
Amiga impaciente,
ya sé que adviertes
una senda trazada por la costumbre,
mi torpeza para desviarla,
la pereza de mi impulso.
Ay, amiga impaciente,
me metes prisa y a la vez me frenas.
Demasiado me conoces,
no abuses de la confianza
y ten paciencia.
El tiempo hablará y quizá
acabe dándote la razón
o tú callando la boca.
Amiga impaciente,
¿no aprendes con los años?
Será el hábito de andar conmigo
y las fallas de mi mapa.
Caigo en ellas más de lo deseado,
tropiezo con los adoquines
que sobresalen del camino recto.
Amiga impaciente,
¿qué decirte después de todo?
Acepto este presente continuo,
la urgencia que me impones
y mi lucha contra tus miedos.