Nuestro existir es un absurdo
al que damos nombre
y le buscamos una razón de ser.
Nuestra vida es una madeja,
enredada, mancha oscura en la distancia,
confuso discurso de palabras inconexas
que quizá un día podamos descifrar.
Transeúnte
por un paisaje de calendario
Nuestro existir es un absurdo
Recojo las cosas que ocuparon
Recojo las cosas que ocuparon
estos espacios que hoy abandono.
Los libros que aún quedan por leer
vendrán conmigo a otra casa.
Las prendas que pretendieron vestirme
y a la espera guardé en los armarios
tal vez salgan a tomar otros aires.
Estos objetos sin utilidad,
sin embargo, tan valiosos,
seguirán pegados a mi mirada.
Dejaré polvo, hilos sueltos,
polillas hambrientas
y larvas de moscas por rincones
preparadas a recibir otros cuerpos.
Cargo cajas llenas con mis pertenencias
y aunque envueltas del ligero aire
es grueso peso de futuros sueños.
Seguirán sonando estas campanas
Seguirán sonando estas campanas
cuando lejos de aquí me halle.
¿Qué torres altas verán mis ojos
y qué claros cielos alumbrarán
mis días?
Abriré las ventanas cada mañana
y tomaré el aliento
del paisaje que habite.
Qué bello ha entrado el día
Qué bello ha entrado el día.
Sacó del armario el vestido arrugado,
guardado por meses,
y al calor de un radiante sol
ha quedado planchado y liso,
tan vaporosas sus formas.
Qué gracia da al cuerpo
de las horas, qué luz transita
por la urdimbre de su tejido.
Lo traspasa una claridad admirable,
centelleantes reflejos de cristal,
espolvoreada purpurina plateada.
Son sus minutos pasos primorosos,
van de puntilla sus pies,
calzados con zapatillas de bailarina.
Todo reluce bajo los rayos,
el aire tiene la suave ondulación
y la blancura de una sábana tendida.
Brotan en el ambiente
susurros de voces,
gorjeo de aves,
ecos de risas de ángeles.
Hay un crujir de seda y tul
por los espacios
y un océano infinito surcado
por veleros.
Un brillo intenso atraviesa el iris
de los ojos
dejándolos ciegos su extrema pureza.
Parece estática, pétrea, inerte
Parece estática, pétrea, inerte,
duras sus entrañas,
áspera su piel,
su mirada ciega,
terroso su semblante
y, sin embargo, ¡qué sabios sus ojos,
cuánta belleza muestran!
Vibra y se transforma su sustancia,
modifican su silueta las horas,
se perfilan en su cuerpo
las caricias del aire
y su oleaje la moldea.
El tiempo la viste de arena
y polvo cósmico,
derrama la sensual fragancia
de la naturaleza
y esculpe en su talle
un universo que solo ven aquellos
que, con admiración,
la contemplan.
Un día, trae en su pecho
tatuado un corazón,
otro, cuelga de su ancho cuello una cruz
y, a veces, por arte de magia,
quedan atrapados en su espejo opaco
rostros silenciosos que nos miran.
Después, se desvanecen en la nada,
o quizá se hundan en su tuétano,
perdidos por los senderos recónditos
del inframundo.
No hay un después
No hay un después
en todos los ahoras.
Nunca más
habitará este cuerpo
los espacios
que hoy
le contienen.
Marcharse,
lento,
guardar en los bolsillos
estos instantes,
como migas de pan
esparcidas
por otros
territorios.
Cada mañana pongo la noche en mis ojos
Cada mañana pongo la noche en mis ojos
para atrapar la luz de una quimera,
velero sobre las aguas azules
del océano del tiempo.
Cada mañana retiro las sombras
y en mi pequeña pupila
se trazan estos perfiles hermosos.
Cada mañana arranco una brizna
del árbol de las horas
y extraigo su jugo.
Qué frondoso es este jardín prohibido
donde gozan libres los pájaros
y los hombres rondan los suburbios.
Cada detalle de este paisaje
se funde hoy en mi mirada,
mañana quedará perdido en la lejanía.
Aunque luche por retenerlo,
la frágil memoria cortará su hilo
y será cometa surcando aquel edén.
Cada mañana pongo la noche en mis ojos
para protegerlos contra las lanzas
de estos rayos de sol
y ser fiel al fuego eterno.
Poder guardarlo en la memoria
Poder guardarlo en la memoria
como se retiene un paisaje
una canción, un objeto.
Devuelto en forma clara,
ayudado por una fotografía,
una melodía, la palabra impresa,
reconocer la textura suave y áspera
reaccionar al calor o al frío, a su peso.
¿Cómo recoger en tus manos
el frágil material de los aromas?
Se recuerda la estructura levantada
por los ojos, los trazos de los sonidos,
el dolor del fuego,
sin embargo, es propósito
atrapar ese olor indefinible,
esa sustancia etérea.
Ningún perfume logra superar
la fragancia de la rosa
ni retornar a la piel,
más allá de evocar un huidizo sueño
que fácil se disuelve en el aire,
la destilada esencia
de dos cuerpos amándose.
Qué ramilletes de blancas florecillas
Qué ramilletes de blancas florecillas
adornan estos tejados,
particular jardín para mi mirada.
Esos que pasan por la calle
posan sus ojos en el asfalto
y, aunque se pongan de puntillas,
no tendrán el privilegio
de admirar este hermoso vergel.
Esta torre está firme
Esta torre está firme,
aunque su veleta gire
de oeste a sur,
de este a norte.
¿Por qué permitir que tan noble edificio
se tambalee a su capricho?
Es tronco agarrado
con fuerza a tierra,
aunque sufre la ira de huracanes.
Da fresca sombra frente a un ardiente sol
guardián de horas,
refugio de pájaros.
Brillan cristalinas sus tejas,
sueña en el sosiego
de las tardes entre melodías
de trinos y vuelos de aves.
No tiemblan sus muros en la noche
con el ulular de las lechuzas
y es solemne figura
sobre su oscuro firmamento.
Hay días, horas, instantes,
donde las brumas se despejan
y esas nubes se marchan
perdidas en la lejanía por otros senderos.
Fluye en el aire aroma a hierba fresca
y la piedra desprende su penetrante
fragancia con una carnalidad impropia.
Erguida la atalaya no la inclina el viento,
su corazón alberga los dulces ecos de campanas
y su curvada silueta desvía
las rachas y turbonadas violentas.
Solo hieren su sustancia
las saetas del tiempo,
horadada por la tenaz gota de las horas.
Dadme un rincón donde abunden
Dadme un rincón donde abunden
verde y agua transparente,
se alcen al cielo las ramas
de frondosos árboles,
florezca su prado en primavera
y me acompañen las horas
los trinos y vuelos de aves.
Al llegar el otoño se cubra su bosque
con un traje de hojas rojas y anaranjadas
y pise su alfombra crujiente
en mis paseos cotidianos.
En su amplio paisaje
la naturaleza siembre elogios.
Allí levantaré mi refugio,
una cabaña de madera y piedra
al abrigo de vientos y lluvias
de un frío invierno.
Bajo un benévolo sol,
jugaré a ratos con las palabras
como hacen los niños con las nubes,
inventando un mundo
de formas y sueños.
Abrumado va el corazón
Abrumado va el corazón
por esas callejuelas retorcidas,
perdido, sin plano,
con los ojos llenos de sospechas:
la cortina que se desliza sutil
desde una esquina de la ventana,
los pasos que se oyen
sin saber por dónde vienen,
el cuerpo que quizá se oculta
tras aquella puerta.
La cabeza lleva sus pensamientos,
prisioneros de un enemigo
que se esconde
en la transparencia del aire.
Ardía un fuego en ese bosque
y bastó para apagarlo
el manantial claro de rutinas de aves,
la perfección de un cielo azul
navegado por veleros de nubes
de algodón de azúcar.
La hiel de la boca se borró
con su dulce esencia.
Encendió en el ánimo
la viva llama de la calma.
Ese que llevaba la mirada esquiva,
sumido en la locura
de malos presagios,
repite un eco:
nada pasa, nada pasa.
Los miedos son como esta sombra
fina y alargada,
línea trazada en el blanco lienzo,
pegada y sumisa al muro,
atemorizada por su fortaleza.
Confía en la benevolencia de estos instantes
y piensa: ¿acaso no será refugio fresco
cuando este sol apriete?
Son nuestras tinieblas ceñida cuerda
al cuello del ahorcado
que espera la gracia del indulto.
Qué pena el olvido
Qué pena el olvido
de aquellos que quieren olvidar
para justificar su orgullo.
Qué triste aquellos que olvidan
sus recuerdos entre las sombras
sin remedio.
Qué triste aquel que olvidó
todo lo recibido por lo poco
entregado.