Somos granos de arena


Somos granos de arena de una isla perdida.
Nos rodea un océano inconmensurable,
su calmo oleaje no nos tranquiliza,
pues sabemos que siempre vuelve la tormenta.
Mar tenebroso por su inmensidad
y saber que nos oculta algún secreto.
La simple brisa nos tabalea,
el suave aleteo de una mariposa nos eleva por el aire
en un vuelo de placer efímero,
y la furia del viento nos arrastra contra las rocas,
colgándonos de los árboles como lágrimas,
mezclados entre basura y hojas secas.
La marea nos atrapa y suelta
con impetuosa caricia y el bálago de su boca
deja en nuestros labios su esencia salada.
Escondemos tesoros y peligros,
traicioneras trampas de esquirlas herrumbrosas
y puntas de cristales que cortan como navajas.
Cuando el amoroso contacto no suavizó sus aristas
ni los domó la fuerza del oleaje o el látigo del viento,
nos convertimos en cómplices de su daño.
Somos granos de arena calentados por un mismo sol
y enfriados por distintas noches.
Somos granos de arena, apiñados unos contra otros,
igual que ramajes en una selva de diminutos guijarros,
frágiles por separado, pero unidos, tan fuertes
que con vendavales hacemos grandiosas dunas,
catedrales para nuestros dioses.

Desde mi dolor

Desde mi dolor te escucho
y con la punta de los dedos cojo el tuyo.
Con sumo cuidado para no dañarlo
lo indago, me salgo, lo observo.
Es un dolor concreto, determinado,
con solución clara y definida.
Mi dolor es profundo, diluido en sangre, extenso.
Olvido el mío y te escucho,
tu dolor tiene una solución definida
el mío, no tiene remedio. 

Después de andar por tu cerebro,

navegar por tu voz,

ver detrás de tus palabras,

se trata la cura aun sabiendo que volverás

a arrancarte la postilla.

Abrirás una y otra vez la herida,

repitiendo los errores.

He traspasado en la ayuda, los límites de la razón,

alcanzado el líquido del espíritu,

su agitación me ha hecho perder el equilibrio,

me tambaleo, cuesta encontrar de nuevo el eje,

el ancla que me sujete al suelo.


Mi agonía es lenta, silenciosa, en continua lucha,
dando palos de ciego.
Es la vida que persevera en levantarme
y yo se lo permito.
Este dolor es un vacío con un agujero negro,
en el que caigo lentamente, tragado por su abismo
desde allí un grito ahogado se apaga como un eco.
La vida persiste, me reclama,
y saco la punta de los dedos.

Soy piedra


Soy una pequeña piedra
lanzada al mar.
No tengo piernas ni brazos,
andar me asusta,
las olas me llevan a capricho
de un lugar a otro.
Unas veces aparezco en la orilla,
otras en el fondo del océano.
He visto risueñas almejas,
conchas hermosas,
corales de vivos colores
que nadan alegres
como peces en el agua.
Mientras yo, triste
y abandonada piedra.
Desde que mis recuerdos
me acompañan,
tuve miedo a todo,
y, aunque nunca dudé
de quién soy,
no pude evitar sus reflejos.
Preferí esconderme
enterrada en la arena,
pasar desapercibida,
sin más brillo que la sal
que cubría mi cuerpo.
Cuando mojada, el sol,
le hacía destellos,
efímeros como un instante
cuando el aire los seca.
Detesto el movimiento
porque este me obliga
a rodar en peregrina búsqueda
sin controlar las direcciones.
Como no tengo pies ni aletas,
cuando avanzo mis andares
son lentos y torpes.
No aceptaron mi diferencia,
aún oigo sus voces,
¡anda, rueda!, desconfiando
de mis deformes contornos,
sembrando en mi ánimo
esta imagen imperfecta.
No logro desprenderme de sus ecos,
que como acero me anclan
resonando sus golpes
sobre mi cóncava materia.
Huyo de la playa
deseando que la marea
me lleve en su regazo.
 

Nacer Morir


Nacer y morir tan sólo un

gemido

   suspiro

    quejido

      grito

       alarido

         eco

           exhalación

             silencio

Para el universo un soplo de su aliento.

Me atrapas


Me enredas entre tus lazos de ladrillos,
has puesto un sofá para seducir mi cuerpo,
una cama en el dormitorio que me recibe
cada noche
y un fuego en la cocina para alimentarme.
Permitiste que te invadieran mis trastos,
dejara las cosas mal recogidas y descuidara
tus entrañas, dejando que el tiempo
dañara tu estructura.
No es que me ofrecieras mucho,
aunque sería una desagradecida
pues menos da una piedra o un cartón
en el rincón de un cajero automático.
Me atrapas entre tus paredes,
ajustamos tanto nuestros cuerpos
que apenas podemos bailar
sin temor a romper algo.
Nos hemos acostumbrado
a pasar los días juntas,
sin hablarnos casi, entretenidas
con la tele o leyendo.
De vez en cuando escuchamos
nuestras voces
como suena la música de fondo.
Me cobijas, aunque soy tu esclava,
tú tienes el espíritu sedentario,
mientras yo quería alzar el vuelo,
tomando asiento en distintos lugares.
No es culpa tuya, lo sé
y mal hago con estos reproches.
Me abres las ventanas y me gritas,
anda, lánzate y vuela
o abre la puerta y márchate
de una vez para  siempre.
Estas bravuconadas las haces
porque me conoces,
porque me tienes bien cogida
por brazos y piernas.
Vamos a echar la llave,
guardaremos silencio
y que nadie nos moleste.

Cuando los años prestan la libertad

 Cuando los años prestan la libertad
que da la confianza de la sabia experiencia,
una verdad se impone a rajatabla:
nuestra vulnerable esencia, el frágil cuerpo
que lo sustenta y la vida con sus caprichos.
Lo peor es que has perdido agudeza en los sentidos.
Tal vez por ello todo parezca tan distinto y apagado,
pero hay motivos suficientes para que la mañana
luzca menos fresca y luminosa.

Borrarme

 
Una vez que me convierto en identidad
quiero borrarme,
ser un objeto sin clasificación,
anónimo moverme entre la gente,
ir libre como por lugares nuevos,
que mis facciones no sean reconocidas,
sean mis señas como luna nueva,
no importe mi nombre ni a qué me dedico,
si llueve en el cielo soleado de los otros
no esté obligado a llevar el paraguas
de una sonrisa.
Pocos días me concede este anonimato,
este libertinaje sin obligaciones ni deberes.
Pronto me cuelgan de una percha
según modelo que garantiza y fija los méritos
y llegan las etiquetas
que marcan en rojo mi precio.

Corre el aire salado mientras camino

 Corre el aire salado mientras camino
sobre la arena llena de piedras,
cristales rotos, conchas, trozos de madera, latas oxidadas,
basura variopinta,
desde juguetes rotos a tapones, envoltorios,
detritus que el mar abandona.
Danza el océano con olas atrapadas
en la cárcel de esta orilla
y su fiero rugir se deja acariciar
como mansa bestia domesticada.
Parece un cubo inmenso
lleno de agua mecido por el brazo
de un gigante que esconde su cabeza
entre estas nubes blancas.

En mi habitación


En mi habitación sin ventana,
sus contornos contienen mi todo.
Cada día escarbé con uñas la pared
hasta que  abrí un agujero por donde entró la luz,  
y mi ojo descubría al otro lado
un limitado paisaje lleno de promesas.
Sigo picando el cemento sin tregua ni descanso.
Se cubre el suelo de la caliza caída,
poco a poco el hueco se hace más grande.
Horado el muro, la oscuridad cede espacio
a los gruesos rayos del sol
que se acomodan por los rincones,  
merodean y juegan con mi silueta
trazando destellos de oro.
Las estrellas y la luna, como luciérnagas,
me acompañan en la noche
y amanecen dormidas sobre mi almohada.
Quizá un día consiga hacer un gran boquete
por donde entre mi cuerpo al nuevo territorio.
Espero que lo de ahí afuera no me defraude.
Pero dudo si quedarme para siempre dentro
porque ya tengo una habitación con ventana
y toda la vida al alcance de mi mano.
y a mi alcance toda la vida.

Dejamos al descubierto nuestro pecho

 Dejamos al descubierto nuestro pecho
al perverso vapor de la tristeza
que como nube nos rodea
y destruye la ilusión.

Gracias


Gracias por aliviar el cansancio
de mis torpes pies,
de enseñarme el olor a tierra,
los bellos colores y cantos de los pájaros,
dejarme ser la madre cuidadora
cuando de sus nidos se cayeron.
Gracias porque de tu mano
me llevaste al descanso sobre la duna
fresca bajo la sombra de un pino
y recoger de las flores las incautas alúas,
cautivas en latas agujereadas para ser
anzuelos de otras inocentes víctimas.
Gracias por el caballito de tus rodillas
en las mañanas de domingo
y tus bromas que hasta cierto punto
me incomodaban pero te definían.
Gracias por enseñarme las cosas
que guardabas para otro sexo,
por darme a conocer las delicias del campo,
el contacto con las plantas y animales,
hundir las manos en la tierra
que es como entrar en el útero del mundo.
Gracias por todo esto y por lo que no recuerdo
y por este tesoro olvido lo malo.
Gracias por las risas y tu cantar
frente al espejo cuando te afeitabas,
por las historias tremebundas
en las noches de tormenta,
las inventadas y reales,
que llenaban de fantasía mi cabeza,
leyendas que abrían la mágica puerta
donde se ocultaba un pasado,
la belleza del héroe, las tragedias
de aquellos que pasaron por la vida fugazmente.
Tú me las repetías, como una letanía,
para tratar de retener lo que el tiempo
con la soberbia diluye o aniquila.
Hoy vuelves a nuestros presentes
agarrado a los dedos de la memoria,
convertido en astro que ya recorre
el sendero cósmico.
 

Piso


Piso cardos y espinos
y acarician mi rostro pétalos de flores.
Mis pies caminan por piedras y fango
y mis ojos miran más allá de las nubes.

Esto y aquello


No quiero esto y sí aquello,
pero esto se obstina y aquello huye.
Esto es cansino, se repite con el mismo
discurso, siempre,
mientras aquello se insinúa, me seduce,
y al final se pierde entre palabras vacías.
Esto no me deja, pero no me quiere,
y aquello, ah aquello, cuánto promete
y cuánto miente, pero lo deseo.
Esto es cercano, pura rutina acostumbrada,
aquello es huidizo, un sueño inalcanzable.

Oh de aquellos


Oh de aquellos que en pocos años
alcanzan el cenit de sus logros,
gozan del privilegio de estar
en la línea ascendente,
se pasean por un iluminado horizonte
y al final de sus días
dibujan con profundos colores
un esplendoroso ocaso.

Oh de aquellos que, caídos del cielo
nunca tropezaron ni en sus inicios,
consiguieron cosechas tempranas,
en barbecho no dejaron sus campos
porque sus fértiles semillas
fueron regadas con delicado esmero
y conducidos por manos expertas.

Oh de aquellos bienaventurados
que fueron recogiendo por el camino
los frutos de sus talentos
sin descuidar los goces de la vida.

Ay de estos que perdieron sus artes
ocupados en otros menesteres,
pues el tiempo y las circunstancias
los llevaron por derroteros distintos,
quedando sus preciados tesoros
inútiles como cantos rodados.

Ay de estos que, germinada la gracia
nadie destapó su velo,
y la vida de encierro atrofió sus alas.

Ay de estos, fieles al destino, que
al llevarlos a su encuentro,
les entrega este hermoso presente
en reparto tardío y cerrado con llave.
Lo que pudo ser un don fructífero,
se ancló en las aguas que lo ahogaban,
Cuando con los años salió a la luz,
llegó para ser testigo de un fracaso.

Ay de estos malaventurados,
necesitarán otra vida
para construir lo que llevaban dentro.
Guardaban en su mina bellos minerales,
pocos pudieron brillar a la luz,
recién descubiertos cayeron sobre ellos
las sombras,
La tierra que los ocultó los cubrirá
de olvido mañana.

In púribus (Desnudo)


Desnudo y frágil me entrego a su fuerza,
una gota en su indomable inmensidad.
Sin barco ni boya a la que asirme,
no hay más apoyo para mi cuerpo
que mi propia armadura.
Piso en su base líquida, desplazando
mis pies sobre su sordo y denso frío.
Acariciado por la blancura de su espuma,
me abro paso hasta perder pie.
Vapuleado por las olas, vuelo
con las alas de mis brazos
suspendido en su aire salino.
Está lejos ese horizonte.
Sin embargo, parece tan claro
desde el que mira en la distancia
al amparo de algún puerto,
no aquí, presa de su territorio hostil e indómito
como alga arrancada de sus raíces.
Después de este viaje, donde puse a prueba
mi ímpetu y resistencia, sin rendirme al desaliento,
retornar a la playa, alcanzar la orilla
arrastrado y revuelto entre guijarros,
tocar la arena,
sostenerme en su base firme
al fin superado el vértigo de su abismo,
llegar más vivo y continuar la aventura.
O quizás muerto y vencido, abandonado
sin oponer resistencia,
esperar a que la marea de nuevo me recoja,
ofrecido como sacrificio a los dioses
devuelva mi esencia  a la vida.

Ella

Ella camina con alquitrán en la suela de sus zapatos.
Sobre mármoles blancos le delata la mancha oscura,
igual que el agua humedece la tierra seca.
Ella camina con ampollas en los pies por calles de asfalto
como si fueran esquirlas de rocas.
Ella camina con el miedo aprisionado, oculto bajo una máscara,
pasea por prados de fina hierba que son ascuas ardientes.
Ella camina y su paseo es tormento, vigilancia constante,
control minucioso de sus pasos.
Todos sus sentidos se fijan al centro de la diana,
desaparecen los contornos y sus detalles,
el aire que contiene sus movimientos
se reduce a la celda que la ata,
alerta ante la amenaza de un enemigo,
carcelero celoso de un candado sin llave.
Ella vive bajo su propia sospecha.
No hay algodones que la puedan proteger,
ni el sueño le permite un descanso.
Camina sin hacer ruido para no despertar a la bestia,
siguiendo el ritual de un conjuro
que tal vez prevenga, aunque no le conceda respiro.
No le basta a su verdugo con el castigo,
sino que vierte hiel al almíbar de sus placeres.
Ella es ave que no puede prender el vuelo
porque van pegadas a su sexo sus únicas alas.

Se hicieron grandes


Se hicieron grandes estos arbolitos
que nacieron de las semillas de mis frutos.
Ya no necesitan de mis cuidados,
se bastan con las lluvias, aire y alimento
que la vida les proporciona.
Hay más sombra bajo sus copas espesas,
se han alargado sus ramas.
Algún día no muy lejano,
echarán sus frutos creados de su esencia,
otros árboles que vendrán
a llenar y hacer más extenso este bosque.
Veo cómo sus ansias buscan el cielo
mientras mi espalda se curva hacia la tierra.
Añoro cuando a mi tronco se agarraban
buscando la protección contra vientos y tormentas,
cuando en mi esplendor, su fragilidad
quedaba bajo mi amparo.
Espantaba sus miedos cantándoles nanas,
moviendo mis ramas con la suave brisa
y acariciaba sus rostros con mi hojas.
Con el paso de las estaciones,
fueron creciendo fuertes y sanos,
con hojas frescas de un verde
que demostraba la juventud de su savia.
Hoy mi miedo no tiene consuelo
al saber los peligros que les acechan,
el inesperado destino que les depara.
No estaré ahí para darles mis tiernos abrazos
más allá de la memoria marcada en sus cortezas,
la conciencia de lo aprendido.
Mi perenne amor los acompaña.
De mis raíces profundas un día surgieron,
ahora son libres sus ramajes para buscar la luz.
Ya no estaré para vencer sus demonios
ni defenderlos de la amenaza
de una naturaleza aún más poderosa.
También los árboles lloramos resinas por un pasado
que no volverá a traer el ímpetu y la alegría,
la nostalgia de aquellos tiempos.
 

Obstinados en la dualidad


Llega el momento de una vida
que necesita la piedra
a la orilla de un río
sobre la que descansar
del largo sendero.
Buscar nuestro reflejo en el agua
desdibujadas sus líneas,
no saber quiénes somos
y preguntar al rostro extraño
que ondea en su superficie
sin obtener mejor respuesta
que su fondo oscuro
es nuestro propio fondo.

Solo alegrará esta triste verdad
el nado monótono de los peces
ajenos a nuestro dolor,
que navegan dibujando puntos
en su lecho líquido.
Será mejor desprenderse
de ese ser indefinido
y desvanecerse en su materia
como un elemento más
de aquel fugaz paisaje.

Calla

 Calla,
deja oír al viento.
No dice palabras,
trae voces su silencio
reposadas sobre las ramas.

Mejor ser puro animal que lame sus heridas

 Mejor ser puro animal que lame sus heridas,
limpie de polvo su propio cuerpo,
tome el alimento sin víctima,
goce de la protección y descanso.
Mi única ambición,
vivir en paz
con los ojos bien abiertos,
sin temor de enemigos,
ni estrategias ni engaños,
ofrecerse a la lujuria
del cálido abrazo del sol
sin quemarme.

Soy superviviente del combate contra el tiempo

 Soy superviviente del combate contra el tiempo,
no cuerpo virginal que en plena primavera
sucumbiera a la tierra y dejara sus pétalos
de suave terciopelo convertidos en sudario.
La palidez de la muerte no pudo cegar
la luz de su semblante que en la memoria brilla.
Soy superviviente al que tan largo recorrido
encalleció sus pies y manos,
cuarteó el frío invierno su cetrino rostro.
Poco queda ya de aquella pureza
con la que comenzó el camino,
vieja carne que el otoño macera
con las heladas de la noche
y la madrugada convierte en rocío.
No tendrá que roer la muerte
tiernos huesos, esqueleto puro.
Fácil será su mordisco
en este dolorido cuerpo.

Muerte que al joven cadáver rinde honores
desprecia y olvida al que tuvo la desfachatez
de sobrevivir y llegar a viejo.

Grandes y lejanos paisajes oteará este velero

 Grandes y lejanos paisajes oteará este velero,
pero la gaviota llegará antes a la orilla.
El viento pondrá fuerza
y los marineros remarán entregados,
creyendo la promesa cercana,
pero la paloma volará antes a la isla.

Seremos águila
y vencedores llegaremos a tierra,
marcando el territorio con el blasón,
pero triste destino el nuestro,
seguiremos en la eternidad de este laberinto
océano sin caminos trazados.
Pequeños en su inmensidad,
navegaremos sin rumbo,
creyéndonos dueños de nuestra aventura,
pero no somos tierra,
no somos mar,
no somos cielo.
Seremos águila, paloma, gaviota,
serpiente o león y hormiga,
pero no seremos viento,
lluvia o rocío,
ni la más débil y apagada estrella.

Seremos ligeros como un trueno,
pero nunca la tormenta.

Cuando no esté aquí


Un día no estaré aquí
y escucharé sus voces
viviendo con mi ausencia.
Deambulará mi espíritu
por estos espacios
que fueron mi cárcel
y mi paraíso.

Un día no estaré aquí,
como ya no están otros,
quedará el eco de mis risas
y mis llantos en el olvido
de la nada.

Alguna vez volveré a la vida,
por un instante,
entre los pensamientos
de aquellos que tuvieron
razón de mí,
rondaré sus recuerdos
para caer de nuevo al abismo.
Hasta que esa mínima memoria
se extinga para siempre
en el infinito de la eternidad
de todos los olvidos.

Un día no estaré aquí
y nadie sabrá de mi vida,
de los días y continuos segundos.
Ignorarán cada recoveco
de una existencia
que se hace a trozos.
Ni tan siquiera yo teniéndome,
reconocería los límites
ya desdibujados.

Veo en ese reflejo frío del espejo
un rostro con mueca de dolor
y lo ausculto cada milímetro,

Un día no estaré aquí
y no habré podido
hacer una vida soñada,
solo aquella que la propia vida
depositó en mis brazos,
un tierno bebé
que fue creciendo de mi teta
haciéndose dueño de mi destino
colocadno una gruesa cadena
alrededor de mi cuerpo
cerró el candado y arrojó al mar la llave.

Un día no estaré aquí,
mas ahora aún estoy
y escucho sus voces
imaginando que estoy ya muerta
Estaré aquí a su lado,
evitando en lo posible su mal
y ocultaré el mío con silencio.

Un día no estaré aquí,
hoy sólo quiero estar
hasta que ellos se hayan cubierto
de sucesivas capas,
como cae la miel al cuenco
y sus frágiles cuerpos
de infantiles almas
sean lo bastante densos y firmes,
protegidos aunque heridos
para aceptar mi muerte
como una natural consecuencia,
sin demasiado daño para sus vidas.

El tiempo veloz


El tiempo es perro viejo,
sabe tanto de la vida
que todo lo admite y nada le sorprende.
Lleva muy bien los años,
cada día se viste de estreno,
sale a la calle aseado,
con ropa interior limpia,
pomposidad en sus movimientos,
dispuesto a comerse el mundo
de un sólo mordisco.

Al tiempo no le importa su pasado,
ni se preocupa por ningún futuro.
Vive intensamente el presente,
cortando hierbajos, arando la tierra,
atendiendo sus quehaceres diarios,
sentado en su trono.
El tiempo arrastra toda una eternidad,
y sigue su estela.
No le falta nada a quién todo tiene.
Él no lleva nunca prisas,
aunque no camina a paso estable.
Porque este orondo señor
de traje bien planchado,
aspecto serio, autoritario y tosco,
rígido en sus formas,
tiene también sus debilidades y caprichos,
sueños de cama donde no importan
normas ni cuestiones morales.

Como padre poderoso
tiene sus hijos preferidos,
a esos los agasaja con regalos,
mimos y atenciones
A los otros, como si fuesen bastardos,
los trata con desapego y desprecio,
reciben en herencia las peores tierras
y viven en penuria hasta morir de hambre.

Dos vidas


Todos los gemidos se concentran
en un desesperado grito.
Hay sufrimientos seco y húmedo
que rasga la tierra y el cielo.
Un cuenco donde gira la carga
expuesta a las fuerzas centrípeta y centrífuga.
Una condensa, la otra desplaza.
Una vida de indómito corazón
que, como un huracán desordena el universo,
sin reparos lanza los cuerpos
frágiles entre sus garras
contra sus muros.
La otra ronronea y no saca las uñas.

Al volver después del desastre

 Al volver después del desastre
de los daños hechos los cómputos,
no siempre nos quedan fuerzas
para recuperar los trozos
y recomponernos.
Permanecerán las costuras.

El tiempo volverá a su línea recta.
Tras el descalabro, ebrio de ira,
anduvo haciendo eses, girando
en círculos concéntricos,
de arriba a abajo, de izquierda a derecha
a una velocidad que olvidaron los relojes.
Ahora retomará el paso fijo
equilibrado, sensato, doméstico.

Guardará nuestra mente
el recuerdo confuso, extraño,
la memoria de sus heridas que ya no sangran
si acaso, tan sólo por dentro.

La mañana armónica


En el silencio lleno de reclamos de gorriones,
la paz ocupando los espacios cotidianos,
una tristeza dulce sin rabia contenida,
ni dolor o desespero,
el reloj marcando su ritmo constante,
no hay retraso,
el desorden no domado como fieras se mueven
por el territorio de la casa.

El silencio deja oír los sonidos
que el fragor oculta,
percibes los detalles con ojos ingenuos,
el crujir de paredes, un murmullo lejano,
una moto dibuja en el aire el efecto doppler
el rugido animal del frigorífico,
tu voz que gusta de escucharse
en un hablar por hablar.

El mundo parece uniforme,
todo fluye como un riachuelo tímido
saltando sin dificultad los obstáculos
como ligeros granos de arroz,
los guijarros.
Igual que una hoja navega por su curso,
el día tranquilo, sin sobresaltos.
Es la vida que ama a sus hijos.

La fotografía del padre


Cuando la muerte le dio varios avisos,
tuvo la conciencia de que pronto vendría a buscarle.
Repartió entre sus hijos aquella fotografía
con la que quería ser recordado,
con algunos años menos,
aún el invierno no había cubierto
la cima de canas.
Su pelo negro peinado con el tupé de moda
y los rasgos maduros,
con semblanza de actor famoso
todavía dispuesto a la escena.
Seguramente en esa imagen él se reconocía
más que en aquellas otras
donde la vida había dibujado en su rostro
el sufrido caminar
y sus senderos se cubrieran
con señales de deterioro y cansancio.
Ese marco, donde aparecía
en tonos blanco y negro,
como los restos de memoria
de un corto pasado con prometedor presente
contenía para él, por el contrario,
toda la eternidad de su legado.
Jugaba con él la muerte al cuento del lobo,
hasta que un día por fin vino
y se comió todo su rebaño.

Como en un altar que dirige
la devoción de un creyente,
luce en la casa de sus vástagos
la fotografía elegida.
Pero él por vanidad humana
prefirió que fuera esta el ancla
que no se llevase su barca al olvido.
Sin embargo, aquellas otras
que entre álbumes se esconden,
aquellas que la juventud
desprecia porque lo viejo es feo,
son las que guardan la verdadera belleza.
Porque la vida ha sembrado en la mirada
y por sus raíces lleva los sedimentos
que las lluvias del tiempo acumularon
en su savia gastada y amarillenta.
Luchando hasta el último instante
contra el viento que vencía su tronco
y poco a poco su lomo rozaba la tierra
que fue impulso y ahora sería su tumba.
Esos ojos tristes que llevan el peso
del dolor de los pasos,
la carga que la vida nos pone a la espalda,
tienen más de eterna grandeza
que la perfección de una lisa superficie,
pues estos surcos contienen en su profundo cauce
el esfuerzo y la entrega en la lucha
y la dura resistencia ante la muerte.

Luna llena


Estás de nuevo ahí, hermosa luna llena,
por el recuadro de la ventana has aparecido
voluptuosa, con tus perfectas curvas
y tu piel de porcelana blanca.
Aún no esperaba verte de nuevo
¡ya ha pasado casi un mes
desde tu última visita!
Siempre tan rápido te escapas
y por suerte, vuelves tan pronto.
Es corta la alegría de tu presencia,
te añoro y te temo
por cómo estaré cuando regreses.
Hoy tu paseo me tranquiliza,
relajado sobre el cielo estrellado
de esta noche,
porque puedo decirte, querida amiga,
que las cosas siguen igual
de cómo las dejaste,
en su lugar adecuado,
sin cambios drásticos,
manteniendo un dialogo
con el destino, ecuánime.
Aunque me rondan, como tú ahora
en este anochecer primaveral,
los tormentos que amenazan
la fragilidad de nuestra consistencia.
Tengo marcado en el calendario
tu visita en aquel lejano septiembre
cuando me encontraste llorando
la muerte de mi padre.

¿Llegarán las mañanas a esos días?

 ¿Llegarán las mañanas a esos días?
Vacío tu fanal sin sol ni fuego,
se entretienen tus dedos a su apego
como nubes soldadas y sombrías.

¿Recuerdas las primeras alegrías?
Practicabas la vida en este juego,
en tu dolor la risa fue sosiego
y feliz en amor tu pecho ardía.

Nunca encontraste bálsamo o reposo,
un vivir entre hondas soledades
que ni un árbol marchito dio cobijo.

El destino recibes orgulloso,
batallas con mentiras y verdades.
¡Al fin la eternidad se abrirá a este hijo!

Repetición de verbos


El verbo repetido resta
intención a la acción.
Hablar por hablar
es no decir nada.
Comer por comer,
hacerlo sin apetito.
Dormir por dormir,
abandonarse a la desidia
por simple aburrimiento.
Andar por andar
para no llegar a ninguna parte.
Correr por correr
sin escapar de nada.
Jugar por jugar
y no obtener diversión.
Follar por follar
es un placer vacío.

Amar por amar
no resta, es
amor al cuadrado.