Veinticinco cumpleaños

Cada año celebramos

aquel día en que nacimos, 

aquella fecha inscrita

en los oficiales documentos.

La magia de la vida,

el prodigio de un instante,

el reclamo del aire,

nada más llegar al mundo.

Un día en el que se asoma 

la cabeza a la luz 

y tan pronto huele a vida,

el cuerpo se lanza 

al vacío.

Ese océano de incertidumbres

que es la existencia.


La vida tiene mucho de azar,

de causalidad no concreta,

damos pasos inciertos,

con un caminar que pretender

ser seguro,

a sabiendas que siempre habrá

algo que nos sorprenda.


Corremos alegres con los pies

inocentes

y la senda poco a poco 

nos enseñará sus peligros,

sus remansos.

Sin dejar de buscar la tierra blanda

que mejor se acople

a nuestros zapatos.


Veinticinco años, tan pocos 

o muchos, sólo algunos,

según en qué pongamos la mirada.

Es hoy para ti, el todo,

tu bagaje en este recorrido,

la alforja que vas llenando

con recuerdos de tu paisaje.


Tiene este día de cada año,

algo de celebración y nostalgia,

porque si la vida da

siempre cobra su estipendio.


Lamentamos lo perdido,

¡mal hecho! 

¿por qué negar

lo que está por venir?

¿por qué creer escapado,

si siembra en nuestra esencia

sus huellas. 


El tiempo, de pararse,

nunca pondría ofrecer

los hermosos regalos venideros.


Tú, eres nuestro regalo

y tuvieron que pasar

muchas primaveras y otoños

más yo que papá,

para ser merecedores

de tan gran dicha.

La historia sigue haciendo recuentos

de datos,

ordena los recuerdos

intensifica los instantes

y nos advierte, que el milagro

continúa,

viéndote crecer, tan rápido,

es verdad, 

para el gusto de poder

saborear todos los momentos,

eternizándolos.


Hoy, eres una mujer,

una maravillosa persona,

la evidencia del presente

que retiene aún, 

aquellos profundos ojos,

intensos como un resplandor

que nada más nacer,

hacía escrutinio por los pasillos 

de un hospital.

Imprevisible este existir

que hoy se manifiesta

y te lleva a pisar idéntico escenario,

ya no como un recién nacido,

sino como una debutante doctora.


Con apenas una hora de vida,

curiosa interrogabas mi rostro,

el de papá, 

las caras que a tu nido,

se acercaban.

Desde ese instante sentí,

y es tan cierto como lo digo,

el germen de tu sabiduría.

Acogía en mis brazos,

a un ser maravilloso

que todo lo analizaba. 


La vida se va llenando de días,

de semanas, de meses, de años,

y esa es su grandeza,

la oportunidad de construirla,

de aceptar y ceder,

de exigir y lograr,

dejarnos llevar como hoja caída

al río, que a veces, 

se sube a una piedra y se recrea 

otras, entra en un pequeño torbellino,

danza entre las gotas de una cascada,

brilla con el sol

y avanza, avanza su destino,

hasta llegar al mar.


No debemos contar los años,

deberíamos contar los segundos

de la gracia que nos concede,

con cada momento distinto, peculiar,

pero siempre perfecto,

porque vamos haciendo un camino,

venciendo el miedo de vivir, 

más que a la muerte.

Preguntándome


Cómo podemos vivir sabiendo

que todo es ya cadáver,

cómo podemos continuar

si esto que hoy va preso,

se zafará pronto de su lazo.

 

No lances las campanas

al aire,

no alces la bandera blanca,

no proclames méritos ni gloria.

Al viento caprichoso

no cantes aleluyas,

pues hoy son goces y mañana,

el tiempo que contiene

tus hora finitas

vendrá a saldar sus cuentas,

reclamará todos tus bienes.

Allí donde hubo haberes

después serán débitos.


Si hoy lloras sin consuelo,

exiges justicia,

suplicas piedad,

reniegas que exista clemencia alguna,

y en despecho profanas

el nombre de algún dios,

no maldigas el instante

en el que fuiste creado,

sino la ingrata conciencia

que te hizo del dolor siervo.

 

El devenir astuto pondrá

tu mundo boca abajo,

volcará el cuenco de la alegría

y será devuelto con desgracias.

Baste un suspiro para pensar,

¡esto es insoportable!

pero si aguardas con paciencia

y no das todo por perdido,

traerá el aire otras sonrisas,

diluirá ese negro sufrimiento

y aunque la carne y el espíritu

lo retengan en su memoria,

no hay herida grave que no cure

si no llega a matar.

 

Aun dejando una cicatriz profunda

inoculado en tu ser su veneno,

¿cómo son estas entrañas de la vida

que tiran de sus cabellos

y te sacan del pozo más oscuro

o ellas mismas,

ausentes de voluntad, te entierran?


Qué importa si devuelve llanto

por carcajadas,

recuperas placeres,

opulencia o renombre.

¿Tan ilusa es tu inteligencia,

y tan cerrados tus párpados,

que con sólo entreabirlos

puedes ver con espanto,

la oscuridad que te acecha?

Acepta tu insignificante ser,

tu podredumbre,

tu fortaleza inútil

ante el imprevisible azar.

No grites palabras vacías,

¿para qué llenar las horas

con rutinarios actos,

creyendo bajo control

los momentos fugaces?

¿Qué hacer mientras se vive,

cuando nacemos ya muertos?

 

Mantener despiertas las ganas,

dar aliento a tus cachorros

con promesas de mentiras,

verdades entre tinieblas

adornadas con heroicas

razones y de postre, si hay,

saborear los reposos

que los malos augurios

nos conceden.

 

¿Para qué este caminar,

entre amor y odio?

Rompe con rabia la ira,

sosiégate y entregate al martirio

como un santo.

No ahorrarás ganancia,

pero obtendrás el beneficio

de permanecer ante todo

un poco incrédulo,

estoico,

desengañado.

y, a la vez, 

creer en la lógica

del infante,

donde todo es posible

 

Breve y vacía es nuestra cordura,

dancemos el baile de los locos.

Nada impedirá a este ladrón

romper la paz y arrancártela

como leve pluma

y lanzarla al aire.

Volverá a tierra fértil,

rodará por extranjeras comarcas,

germinará en otras cosechas,

caerá su polen

sobre flor de nuevas primaveras,

pero siempre, sin olvido,

llegará otro invierno.

Este rodar de estación en estación

no tiene sentido,

¿por qué tener ojos para no ver

más allá de un negro horizonte?

 

Entre calma y tempestad

perdemos el aliento

y siguen los cráneos sepultándose

en la misma tierra que da vida.

Danos motivos para comprender

estos engaños del sentido,

danos entendimiento en este error

continuo que no logra acierto.


Comer de este pan cada día

igual que el gorrión receloso

que picotea el suelo,

mirando de uno a otro lado.

No le sorprenda el enemigo

y sea su suerte la tumba.


Aunque ruegues a todos los dioses,

¿quién sabe si eres su entretenimiento?


¡Canta pajarillo alegre, canta!,

que pronto saltarán

sobre tu cuello otras aves rapaces

que acallen tu trino.

¿Por qué tener miedo de perder

si lo que posees lo tienes seguro

con frágil candado?

Lo que tenga que venir

no faltará a la cita

y, por muy a resguardo

que pongas tus pertenencias,

ante la voracidad de los caprichos

del destino,

ningún muro, ni coraza

serán impedimento.

 

Come primero las tiernas carnes,

después chupa de los huesos hasta el tuétano.

Tal vez tu corazón no resista

el susto de un trueno,

y degüelle el huracán

la recia rama de tus certezas.

No habrá camuflaje

que te proteja entre las hojas,

para su incisiva mirada,

su tacto sutil,

su olfato y gusto exquisito,

su pupila dilatada a todos los colores y formas,

sus oídos a la más mínima

vibración.

 

¿A quién poner en mi boca

para tan gran desamparo

sino a una fuerza descomunal

que domina el universo?

Germen de nuestro nacer,

a él imploramos superar

nuestras debilidades,

nos otorgue el refugio

bajo su poder sin límites.

¿Cómo mostrarse la frágil materia

sino vencida y esclava

de su benevolencia o furia?

Ingenua promesa es el premio

con la muerte

no sin antes pagar

el precio de estar vivo.

Avivar el hambre


Avivar el hambre

puesta la mesa,

percibir su delicioso aroma,

salivar la boca por el esperado

gozo

y aún con más hambre

rechazarla.

Cuanto más ayuno

aún más duele ponerle freno, 

y dejar en la comisura

el babeo goloso

de unos labios ávidos.

 

Recrear la mirada

y aguantar las ansias

de un precipitado aguacero.

Templar la mano

que busca celosa

cerrar todos los pestillos

y, escondida, deleitarse

tras los llorosos cristales

del hermoso paisaje

que nos tienta,

y generoso ofrece

lo que la voluntad prohíbe.

 

Cómo, enlazado el desaforo,

deshacerse bajo su lluvia,

mojarse hasta las trancas,

revolcarse en el húmedo prado,

hacerse uno igual que hierro fundido 

en el fuego.

Llegar a la dulce locura

y, sin embargo, 

al borde de ese abismo,

pararse en seco.

¡Qué desquiciado tormento!

Pasará la borrasca,

se pondrán barrotes, muros gruesos,

gran fortaleza

sellando su poso de barro.

Cada vez más alto el lodo,

cada vez más alto el sacrificio,

morir de hambre

o morir pecando.

Cuando


Cuando la luz no alumbra

las horas de los días

y cabalgan demonios

en las arenas de un desierto.

Cuando abrasa bajo la piel

salada lluvia

y el rostro se adorna

con una sonrisa amarga

ante el cristal del espejo.

Cuando canturrea el dulce caño

de una alegre fuente

y tu boca sedienta

no bebe de su manantial

por estar sellada de angustia.

Cuando no entiendes

ni tu ortografía ni sus letras

y saltan sobre un oleaje agitado,

confusos, perdiéndose entre líneas,

los silencios.

De repente, sobre esa herida tierra, 

caen gruesas gotas

de una improvisada nube,

emborronándolo todo.

Cuando la veleta no apunta

a ninguna parte

y el viento la gira

al torbellino de su capricho.

Cuando no se sabe explicar,

las palabras

brotan en enloquecido monólogo,

atrapadas en bucle

de un compartido tiempo, 

tantos

cuando, cuando, cuando...

Aquella mirada

No puedo olvidar tu mirada,

el brillo intenso antes de apagarse.

Alzabas los ojos al cielo

como un cristo yaciente.

Buscabas algo, guiado por no sé

qué estrella invisible,

quizá, llevado por el fulgor

que desprendía

el lucero de la eternidad,

cuando ya se apagaba,

la débil llama de tu existir.

No hay palabras, entonces,

que ayuden ni alienten,

sólo angustiado silencio,

perplejidad abrumadora.


¡Que nada profane ese instante sublime!


Apretabas mi mano

con cada llamarada de intenso dolor

o gozo,

tanto se confunde éste con aquel,

aunque, tal vez, sólo fueran,

las bruscas frenadas

del agónico motor de la vida.

El adiós a lo terrenal,

al sensible mundo marcado

por sus limitados códigos.

Y sin ataduras, tú yéndote,

abandonando la carne moribunda,

el liviano espíritu,

que aún persistía en mantener

las corrompidas vísceras,

la vencida firmeza

de los miembros desgarrados,

la piel hundida, mimetizada

con los huesos.

Extenuado cuerpo, ya cadáver.

No olvido tu mirada

hacia el infinito,

la fuerza de tu mano

que arrancabas de tan frágil

desecho.

Es la vida que se despide

en la muerte mostrando

sus frágiles armas,

el latigazo al desprenderse

el ánima de la materia.

Y, al fin libre, ligero de nuestras

penurias y regocijos,

volaste a ese tiempo sin cronología,

liviana ave.

 

Andas por los recodos del aire,

donde la realidad se libera

de su esclavitud.

Ahí te encuentro, padre, tan vivo,

no como el hombre que fuiste,

sino en soplo revelador

de verdadero ser.

Un día tragaré ese cáliz

y mi mirada buscará la verdad,

que tú veías.

La realidad…


La realidad…

quiero desprenderme de esta

pérfida amante

que me reclama insistente.

Es ella la locura y quiero

volver a la razón,

pero ella golpea mi puerta

dice a gritos mi nombre,

si no le respondo,

busca por donde colarse.

Ha llegado a trepar

hasta la azotea y entrar

por el pequeño hueco

de un ventanuco.

No sé cómo huir de ella

alejarme al campo,

lejos del mundano bullicio,

poder oír los cantos

de las distintas aves.

Oler el profundo aroma

de la tierra,

la esencia a yerba,

a brisa de tantos lugares.

 

Mas ella, celosa, 

no me deja,

me asedia,

me esclaviza,

me retiene

en su férrea cárcel.


 

Cómo conocer lo que el ojo


Cómo conocer lo que el ojo

no alcanza,

aquello que la mirada no rodea.

Sólo llegamos a distinguir,

una parte, una ínfima porción

de su totalidad.

Digo: esto es una mesa,

porque sus límites

son de mi dominio

y sus elementos y tacto

me dejan llegar

a esta conclusión.

Digo: esto es una flor,

porque su aroma impregna

mi infantil recuerdo

y su nombre

fijó el color y número

de sus pétalos.

El concepto abstracto sabe

que su definición es imperfecta,

pues no podemos atribuirle

cualidades palpables,

medidas firmes

y al final, deja el mediocre cuerpo

vestido al modo clásico,

llevado por unas costumbres,

un camino único,

por donde todos deben pisar.

 

La razón deja la puerta abierta

para aquello que sus ojos

miopes

no distinguen por completo.

Los argumentos se orean

por las ventana del saber,

pero, muy a pesar de los sentidos,

su pertinaz contundencia

se obstina en cerrar formas,

dibujar los blancos espacios,

trazar una borrada línea,

el omitido elemento,

y configurar la figura

a la que poder llamar

por su nombre.

 

Es curioso ver

que la verdad que esconde

la eternidad,

se halle dentro de una luz

inefable, tan intenso fulgor

acoge su gran secreto.

El desnudo ser no se expone,

no abre su carnalidad,

sino una silueta difusa

y latente siempre, apunto de abrirse

como una flor que despliega

su exuberante aroma

en la densa noche del cosmos.


 

Él cogió aquel camino de tierra


Él cogió aquel camino de tierra
y se perdió en el campo
dentro de aquella cegadora luz.


* * * * * *

¿Por qué nos tienta dios?
¿No fue el demonio el que
creó el mundo?

* * * * * * *

Dios despréndeme de mi ser
humano
y deja que fluya su esencia cósmica.








Conjunciones


Y, la conjunción perfecta
para el infinito.

Y, la conjunción que copula
con el infinito

Pero, la conjunción perfecta
entre la certeza y la duda.

U, la disyuntiva de la O 

Llegó la noche y los ruidos

Llegó la noche y los ruidos

duermen,

sólo algún sonido se escapa

al silencio.

Alguna voz, un ladrido,

el eco ronco de un motor

que delata al clandestino viajero,

guiado en la oscuridad

por luminosos ojos.

El ulular del ave nocturna

amedrenta al solitario

transeúnte.

La negrura cae

sobre las calles desiertas,

las hileras de casas

son fantasmas bajo

la tenue luz de las farolas.

Alguna ventana está aún

iluminada.

Parecen sus insomnes habitantes

los últimos seres

de un apocalíptico mundo.

Los árboles tragaron

todas las sombras,

figuras de un mudo ejército,

alerta a la llamada de ataque.

En el cielo oscuro

apenas se distinguen las

estrellas,

cegadas por el lejano

resplandor de la ciudad

y a la mirada miope

hasta la más brillante

se niega a entregar

su mágico encanto.

 

Llegó la noche,

una calma extraña

nos rodea,

no se escucha la dulce nana,

ni el maternal arrullo

sino el presagio de un mal,

augurios de desastres.

La noche trae el rastro

de la muerte,

entre sus tinieblas,

sus horribles pisadas retumban

en este denso vacío.

Rondan los cuerpos que sueñan,

las almas desprendidas

de la vida.

El corazón reclama la mañana,

anhela el candor del alba

que despierta el canto de los pájaros

y llena de una recobrada

seguridad

las horas de un nuevo día.

Buscan las algas


Buscan las algas crecer tan alto

para ver sobre el océano

la luz de la luna

en noches cálidas.

Su plateado río se atreve

a surcar las bravas aguas

sin mezclar su dulce beso

con la sal de aquella boca.


* * * * * *


Vencer no es ganar esta batalla,

es caer tu alma al pozo

y no poder socorrerla.

 

* * * * * * 

 

Aquella tarde crujían las palabras

al tacto de tu lengua

y mis dientes mordían el aire

mientras el tumulto opaco

en ardiente beso se entregaba

a la lasciva boca del miedo.

Sobre los tejados


Sobre los tejados hay palomas

que arrullan en la calmada tarde.

Son horas tranquilas

cuando las almas sueñan

en aletargados cuerpos.

Ronda la armonía,

la vida exprime su mejor jugo,

el sol, aunque generoso aún,

dulcifica sus fervientes

brazos,

no aprietan ahora,

acarician.

En esta tarde de un septiembre

que nos abandona,

el mundo no da miedo,

es quizá el prometido paraíso,

pero es tan frágil su instantánea,

que puede volcar la miel

de su cuenco y ofrecer en segundos,

su amargo poso.

Entra la luz blanca de la luna

Entra la luz blanca de la luna
por la ventana,
claridad fría,
su plateado manto.
Se despoja de su velo,
enamorada novia,
y sobre el lecho del mar
lo posa hasta el alba.
Iluminada estela
de destellos diminutos
como estrellas saladas.
¿Qué sueños de amante
le contará a la espuma
de las olas?
En la clandestina noche
murmurará al oído
del océano
su amor secreto.
Dicen las malas lenguas
que la luna tiene envidia
de los rayos dorados
del sol.
Pensamos, confundidos,
que uno a otro se rechazan
como el hielo al fuego.
Pero bien sabe el día
los encuentros furtivos
de estos entregados desposados
en el lecho del firmamento.
Ante nuestros engañados ojos
parecen entre ellos tan contrarios,
una tiene piel de porcelana
y corazón gélido
el otro tan ardiente
que su roce quema.
Sin embargo, más pasión
y desenfreno hay
en sus caricias,
ebrios de placer.
Cae rendido el sol en el ocaso
para de nuevo fundirse
en sus besos.


Ojo y mirada

A veces sin decir nada

al otro hablan esos sonidos.

Y a veces, en grito intenso

el otro no escucha.

No tiene diana clara

el sentir expresado,

se lanzan flechas

a un espacio vacío

mientras que el mensaje hueco

da en el centro.



La verdad está en el secreto

que guarda la palabra,

libre del que nunca oye,

del que siempre parlotea.



Llamémosle Dios

Fotografía: Paloma Gallego Márquez


Mi dios no está en ningún templo,
del que aprecio su arquitectura,
su silencio solemne,
la belleza detrás de unos juegos
de luces,
imponentes columnas, muros,
vidrieras,
las grandezas de los pequeños
hombres.

Mi dios es la esencia
que persiste en manifestarse
en un corazón que palpita
al ritmo de un mundo
incomprensible,
que, a veces, tiene que doblegar
la razón ante la duda,
al abismo que descuadra
nuestras certezas
y cuestiona el irremediable
devenir del ser.

No se entiende el existir
sin aceptar el sinsentido
de nuestros inciertos pasos.
Engañados, siguen un espejismo,
sueñan con un control imposible,
la certidumbre inalcanzable,
pisoteada a capricho del azar.
Su torpeza se castiga
con la desgracia atroz,
su descuido aprovecha
para mordernos donde más duele.
De acasos dispone la suerte
y otorga a unos lo que a otros
arrebata.

Caminamos un sendero
sobre el diseño de un mapa equivocado.
En los itinerarios hay fallos graves,
suponemos una dirección
que no lleva al lugar que promete
y las señales nos confunden,
muchas son calles sin salida,
sentidos prohibidos
que obligan a tomar
desvíos, alternativos virajes.
Nadie, aunque lo pretenda,
se esfuerce o incluso intente
sacar ganancia con artimañas o mentiras,
nadie sabrá por dónde
guiarnos.
Nos conduce el vehículo
del tiempo
y ya sabemos hacia dónde.

Es difícil dominar los misterios
que nos rodean
con la frágil herramienta
de nuestro intelecto
apoyado en el bastón de paja
de los sentidos.

Llamamos a un dios
que nos consuele
cuando las fuerzas se derrumban
como murallas de arena.
Ante el vanidoso orgullo
de creernos inmortales
una causa imprevisible y oculta
trae sus trágicas consecuencias.
Ni soberbia ni bondad
podemos atribuirle
a este omnisciente
y omnipotente señor,
vivimos ajenos a su lógica o fin
que a nuestro entender se escapa.

No somos dueños del tiempo
que la existencia por caridad
nos ofrece,
préstamo de días,
a muy alto interés.

Sumamos presentes
que van llenando la alforja del pasado.
Caminamos la senda
hacia un posible futuro,
sumergidos en un océano
de emociones,
gozo y dolor,
angustia y paz
vida y muerte.

Su dictamen nos humilla y nos reta
a ser sumisos lacayos,
soberbios pero vencidos,
ganar o perder es error
en nuestras cuentas.
Para sus cálculos,
el infinito nos acoge.
Ruina o éxito
son cosa más de esta ilusión
que nos nubla,
y nos hace flotar en su engaño
hasta entrar en el sueño profundo
o en el despertar de su revelación.

Quizá sea llave la parca
de otra realidad paralela,
un soñar sustituido.
Mientras, aquella clava,
más o menos profunda,
la daga en nuestra frágil
materia.

Es fiel compañera la soledad,
ante la cruel consciencia
de este vulnerable cuerpo,
ella es refugio y alivio
para lamernos las heridas.


Oración


Dios, si tus ojos no tienen pupila,
ni hay mirada que los ilumine,
si no ofreces la sonrisa de unos labios,
ni el gesto hostil en el rostro,
si escuchas sin oídos
y es amor lo que entregan
tus dulces, invisibles
e infinitos brazos,
¿qué manos son las que acarician
ese hálito cálido que concede
en nuestro pensar,
que es sosiego en el naufragio?
¿Por qué nos hiciste de este modo
conocedores del precipicio
que nos bordea,
este sufrir constante
la fatalidad de nuestro destino?

Dios mío, ¿por qué nos atormentas
con la fe de alcanzar la paz
en este espíritu agitado?
Prometes la eternidad de nuestra alma,
insuflas en nuestros corazones
la esperanza de albergar
el gozo de tu don supremo,
entrar en lo absoluto.
La divinidad de nuestra esencia
sólo se consigue con el mirar inocente
y la pureza de nuestras acciones.

Dios nuestro, acaso sabiendo tú
de nuestra frágil sustancia,
¿cómo nos pides tanto,
si a cada paso la realidad
nos reclama y asfixia,
con su aire envenenado
el claro y procreador silencio?

Luchamos en la intimidad
de nuestro refugio
donde nos sentimos capaces,
y en este arduo andar,
te rogamos
poder aspirar tus aromas,
la fe de tu grandeza,
obtener el paraíso terrenal,
la calma de los deseos infértiles,
seas tú, el cobijo de nuestros temores.

Padre o madre divina,
¿por qué nos hiciste de este barro?
Sabes que carecemos
de la constante fortaleza,
¡que somos débiles mortales!
¿Por qué insistes en convertir
esta breve vida
en este tortuoso peregrinar,
subir la ladera y caer
rodando, hacia abajo?
¿No te compadeces de este
pobre Sísifo
que nunca alcanzará la cima?
¿Por qué no darnos el definitivo
descanso,
sino que, por el contrario,
alientas al ánimo a seguir
en el empeño
frente a los azotes de las olas
entre las gélidas aguas
de este sobrevivir?

Repartes bienaventuranzas
bajo tu velado secreto.
¡Por dios santo,
unos tantos y otros tan poco!
Los vicios hiciste
a la medida de nuestros apetitos
y, ¿encima nos culpas
de querer saciarlos?
Dios, tu benevolencia
es infinita y es tu amor
tan generoso
que es libre nuestro albedrío,
¿es broma o acaso
deba ser nuestra creencia firme
hasta el extremo de ser
para nosotros mismos
verdugos y mártires
de este tormento?

Tal vez sea mi pobre mente
que niega tu misericordia.

Tú, que tienes todas las respuestas,
pusiste en nuestras bocas
las preguntas.
Haz la luz en esta noche,
aviva la leve llama
de mi lámpara.
Tuve sed y humedeciste mis labios,
el alimento de tu pan
no lo cubras de moho.
Haz lúcido al mundo,
que retome el cauce de tu sabiduría.
Dios, escucha este ruego,
¡nunca nos abandones
y danos la paz!
Amén. 


Fotografía: Paloma Gallego Márquez

Yo no soy


Yo no soy este cuerpo,

la voz que habla,

el rostro que miente.

Yo no soy la cáscara

de ningún fruto,

ni dueña de mis acciones.

Esto que veis con

los ojos que miran,

yo no soy.

Yo no soy y no sé qué soy,

por no ser, no soy ni yo.

Si encuentro en este camino

hechos concretos,

indicios que den respuesta

a este interrogante,

entonces,

podré unir los tiempos, los recuerdos,

a esta imagen que es materia

y sobre el espejo reverbera

sus contornos.

Una biografía con sus elementos

de singular propiedad,

documentadas fechas y evidencias

gráficas

de un entregado destino.

¿Es esta realidad préstamo?

Si este que no soy

¿qué apariencia lo habita?,

¿a qué ser contiene?

Tan inefable e indeleble

esencia

ha tomado asiento

en la tierra permeable

de la mente,

y en su pensar de lógica impuesta.

Yo soy, si es que soy algo,

aquello que va más allá

de la superficie.

Desprenderá su velo

cuando la muerte rasgue

la fina piel de la vida

y salga la crisálida o gusano

que esconde.

Recortes


El deseo indefinido,
aquel que palpa
una ausencia confusa,
imposible es de saciar.
Si es planta que no se sabe
dónde crece,
¿hacia dónde 
emprender la búsqueda
sin conocer sus semillas
y hojas, su sed y apetito,
la fragilidad de su tallo,
los vientos que la someten,
la boca que con avidez la devora,
el esplendor que el tiempo
le concede?

Este anhelo sin nombre,
envuelto en las brumas
de la aflicción,
desdibujadas sus líneas
sin cuerpo, es fantasma
de una inquietud constante.

¿Cómo llegar a comer
los frutos
de este recóndito árbol?





Esclavos de nuestros sentidos


Tal vez sea necesario estar ciego

y mudo ante la gran Verdad,

para soportar esta vida.

Si el oído oye sonidos

sin código reconocible,

¿cómo comprender qué nos dicen?

Si ante tus ojos aparece

lo indescifrable, la forma indefinida,

una evidencia sin nombre,

¿cómo verlo?

Si el paladar está hecho

para recibir ciertos sabores,

y en la boca entra el alimento

cuya esencia

la lengua no percibe,

¿cómo saborearlo?


Vivo en este mundo

esclavo de mis sentidos,

sujeto a su dictamen.

¿Qué libertad me otorgan

si no puedo romper

estas cadenas?

Por más que mi mente

en buscar insista,

¿cuánto engaño habrá

en mis palabras que sólo sirven

para llenar un insaciable vacío?

Cubren mi rostro


Cubren mi rostro,
las señales del tiempo,
ese espacio recorrido
entre nacer y morir.
Busco en sus huellas
aquel niño,
pero sus surcos
se han cubierto
con el poso de los años.
Borraron aquella
dulce imagen
las noches con su días.
En nuestros sueños
labramos
la corteza árida
de nuestros temores,
y buscamos en su laberinto
alguna definida figura
en la que poner
nuestras certezas.
Hablan voces
con un confuso lenguaje,
quizá nos descubran
la verdad que había
en la inocencia
que profanó la vida
con su olvido constante.
Más allá de los envejecidos rasgos
de un dolor acumulado
y las huellas de la risa,
cincelan cicatrices
un tiempo infinito.


En el despertar el hombre
vuelve a su ignorancia
sólo si es capaz de ver
en el espejo
el reflejo del eterno padre
que nos habita,
habremos aprendido la lección
somos simples partes
de una gran unidad.

Está saturado el aire


Está saturado el aire

del territorio de nuestra mente

entre el caos de esta realidad,

perversa, demencial.

Demasiados ruidos y voces,

un griterío que tapa

la palabra quieta,

el sosegado hablar,

los pensamientos fértiles,

el oído atento al otro.

Acallar ese ombligo

egocéntrico, que clama

insistente su alimento.

 

Dejo sobre la almohada


Dejo sobre la almohada

el peso del día.

La noche acoge mi cuerpo,.

Entre sueños, lo lleva

con ligeras alas

a territorios ignotos,

¿Qué día este Ícaro

se acercará al sol?


 

Uno juega a la vida...


Uno juega a la vida,
se gana, se pierde,
camina por el mundo,
lucha contra sí mismo,
contra el otro,
contra algún díos.

* * * * * * *

No me falta la belleza
del paisaje,
sino un horizonte
que me acompañe
en mi travesía.


* * * * * * *
 
Me busco en mis ojos.
Mis ojos en mis ojos
se buscan.
¡Qué luces se apagaron,
que han dejado este acuoso
brillo
tras la lluvia
sobre un cristal sucio!

* * * * * * *

Entre mis manos
dejo este cerrado libro.
llegó a su fin la narración.
Lo dejo a la vista,
sobre el rincón cotidiano.

* * * * *

Aledaño a la autopista,
por un camino terroso,
un camión viejo,
cargado de forraje,
levantaba una densa nube
de polvo.
En la distancia, oculto
por la polvareda,
era la mística imagen
de la dolorosa carga
de la vida.

* * * * * * *

Consultas al espejo
en una constante interrogación:
¿sigo siendo el de antes?
 
* * * * * * * 
 
Todo lo que está hecho
con vanidad se rompe,
frágil es su esencia.
 
* * * * * * 
 
Bebe el pajarillo
del agua que apila
la fuente
y del caño, 
la boca avariciosa. 

* * * * * * 

Reposar la cabeza sobre
el aire,
llenarte de notas perdidas
y crear la melodía
de la calma.
 
* * * * * * 

Soy dos, tres, cuatro,
soy seis, mil y un millón,
soy treinta, noventa,
soy cien
y busco mi infinito uno. 

Usemos poco la palabra


Usemos poco la palabra,

la palabra imprescindible,

la palabra resuelta.

Usemos más el silencio,

la mirada, el gesto,

la palabra susurrada.

Démonos una ducha

y arrastremos todas las palabras

que han ensuciado

nuestro pensar.

Saturados nuestros oídos,

se han llenado

de discursos huecos.

Usemos el eco que penetra

hasta la médula de nuestro ser,

el suspiro, el arrullo,

la exhalación del verso.


Días de levante

Los días de levante en verano,
son sus ráfagas,
el abanicar de ángeles,
dan al quemado cuerpo
su calmado bálsamo.
Al llegar septiembre,
sus aullidos son temidos
reclamos del alma.
Cierran de un golpe las puertas
el miedo siembra en nuestro ánimo,
por los resquicios
asoman las inquietudes
que nos acechan.
Piensas en la muerte
porque su silbido recuerda
las soledades de los
cementerios.
El agitar de las ramas
es una letanía de llantos,
te envuelven sus sombras
y acuden los temores
infantiles,
imágenes tétricas
y en el silencio de la noche
se oyen los lamentos
de las dolientes almas.

No sospechaste


No sospechaste que, tras el verano,
en otro otoño, el viento
arrastraría de nuevo la hojarasca
caída.
Creíste en una primavera estable,
en su generosa exuberancia,
la esperanza latente
en su apasionado corazón.
Pero llovieron inviernos
y encharcaron las calles,
lloraron los ojos de las ventanas
y sobre el frío cristal
dejaron el sucio rastro de rímel
del acumulado polvo.
Repicaron las campanas
de un viejo reloj
estrenados amaneceres,
sin embargo, se levantaron
sus rostros,
con marcadas ojeras
y, sobre la frente del horizonte,
se divisaban profundas arrugas.
No sospechaste, a pesar
de que los ecos lo repetían
y seguías componiendo ritmos
de ilusiones,
rimas acompasadas.
Diseñaste paisajes,
promesas con fechas inscritas
en un calendario lleno de hojas,
de un árbol estéril,
que, al caer, no dejó
una alfombra mullida
sino el melancólico escenario
de una desierta estación.
Aún hay un banco
en algún parque
que espera tu compañía.