Paisaje de calendario

Fijé en la memoria
un prado verde
y, al fondo, sublimes montañas
con nieve en las cumbres.
Era un prado en primavera,
luminoso, donde vertía
sus aguas un dócil arroyo,
líquido puro de las nieves
derretidas.
Sobre una dulcificada colina
brotaban millares de flores silvestres,
de colores imposibles
y arriba, solitaria,
centro de aquel universo,
el refugio de una cabaña de madera.
Aquel era mi territorio
de libertad,
allí buscaba mi mirada
alcanzar aquel sueño.
Podía sentir sus fragancias,
el roce de la hierba húmeda,
la vida surgiendo
en la luz blanca de la mañana.
Anticipaba mi recreo
la felicidad que prometía.
Me veía rodar por la colina
sobre su suave ladera,
como un animalillo salvaje
que juega en soledad
en su hermoso paraíso.
Tendida sobre el campo,
yo extendía mis frágiles brazos
alcanzando todo el espacio
del cielo.

¿En qué vertedero
fueron a parar aquellos
paisajes de un calendario?
No sólo adornaban la pared,
era mi reducido oasis.
El espacio de felicidad
entre los colchones
de una cama litera.
El tiempo confunde los trazos
de unas imágenes,
lo imaginado y lo creado
con el recuerdo,
espacios por donde se distraía
la esperanza,
trampa de la que se alimenta
la ilusión.

No sea soberbia la realidad
con creerse la dueña
de nuestro destino.
Qué sería de la vida
sin soñar otros mundos.
Dar la medida justa al sueño
sin echarle de comer demasiado
a la esperanza para no padecer
su empacho.
Tiene la espera un amable rostro
caprichos y vicios,
artimañas sutiles
y una gula insaciable.

No creamos sus ilusiones,
la mentira que esconden
los ágiles dedos de prestidigitador.
Confunden con artimañas
y nos atrapa con encantos
en la falsa magia de su chistera.

Navegamos o nos navegan

Navegamos o nos navegan
los minutos de algunos días,
ausentes, casi nulos,
para identificar la emoción,
y el pensar que nos dejan
las cosas que transcurren.

Vemos y escuchamos porque el cuerpo
responde a esos estímulos
pero falta el riego del agua
de la razón que los interpreten.
Permanecemos como estatuas
indolentes, firmes, sin descomponer
su materia y su forma.

A saltos van los minutos
sin el pegamento de las palabras,
dejan sobre esa tierra estéril
la única semilla que existe
en el espíritu.
Como leve brisa que roza
nuestras mejillas, la sentimos
y nos unen a la vida,
mas ahora no crece por falta de luz,
quizá germinará mañana.
Cuando el dolor de la idea
nos absorbe
todo nuestro ser se convierte
en esponja.

Luego, más tarde,
cuando se asimile su alimento,
nos nutrirá.
Quizá entonces, deshagan
esos huesos pétreos
y se conviertan en polvo de mármol
para el recuerdo
de aquellos huidizos instantes.

Que venga la lluvia

Que venga la lluvia
a limpiar las calles.
Que venga la lluvia
a empapar la tierra.
Que venga la lluvia
a mojar las ropas
en las azoteas,
devuelva al aire
su transparencia
y, al barrer el viento
las nubes,
regrese un sol más cálido
de otoño.

Que venga la lluvia,
que estallen los campos
con su intenso verdor.
Que venga la lluvia
y deje las playas desiertas,
y sin gritos de gente, nos acurruque
el ronco eco de su nana.
Que solo nos quede el arrullo
del rodar de las olas
y, al romper en la orilla,
hagan pompas de espuma
sobre guijarros y conchas de nácar.
Que venga la lluvia
y en la arena contemos
las pisadas
de pasos solitarios.

Volverán a comer las gaviotas
los peces que arrastren
las redes de los barcos
y no del estercolero de la tierra.
El bullir de sus graznidos
nos traerá el añorado recuerdo
del sosiego de un septiembre.

Que vuelva la lluvia,
el frío en el rostro,
las tardes húmedas
del próximo invierno,
donde hojas trémulas
viertan los besos de sus gotas
sobre los charcos,
bautice la vida
con su caudal fecundo.

Que vuelva la paz
a rondar los hogares
y deje oír el silencio
de la voz sin palabras
de la sangre que nos corre
por las vísceras
y no el gruñir salvaje
de animales en celo.

Cuando en distraído recogimiento

Cuando en distraído recogimiento
el mundo exterior se anula
y divaga nuestra imaginación
inusitados espacios,
es un vivir tan similar a los sueños
como los hechos reales,
auténtico discurrir por el tiempo,
más que vivido, vívido,
con una intensidad sobresaliente.

No es sólo la realidad
dueña absoluta de las vivencias,
a veces, por el contrario,
tienen menos valor
que los propios actos,
aquellos que, sin atención
ni consciente entrega,
realizamos de modo automatizado,
sin reflexión ni análisis,
también, sin la libertad
para su abandono.

Tienen menos de real,
menos auténticos y necesarios
que un alerta paseo por los
vericuetos de nuestra mente
con pasos firmes hacia la aventura:
el hallazgo de otros universos
más allá de las constreñidas
razones,
dedos etéreos que rocen
y alcancen lo intangible.

Son estas huellas

Son estas huellas
sobre tus dedos recorrido
de un tiempo.
Algunas sendas se trazaron
antes de tu nacer,
forjadas en el vientre
maternal y cósmico.
En otras cavaron surcos
el viento y las lluvias
de los años.
Construían celosías
donde trazaron marañas
de enredaderas los secretos
que ningún quiromante
logrará descifrar.

Hay momentos

Hay momentos donde las cosas
asumidas, aquellas que,
con natural rutina se soportan,
realizadas con la vanidad
de una certeza
y la soberbia que dirige los actos
de los sabios, reyes y dioses.
Hay segundos en que los pasos
seguros pisan el vacío,
caen por un precipicio sin fondo.
Entonces, nada tiene sentido
o vemos el sinsentido
de nuestras razones.

De dónde nos viene la convicción
para creer que dominamos
el horizonte,
que tenemos el control
de la distancia abismal
de los instantes,
de la insondable selva de nuestra vida.
De qué se alimenta este engaño
que no recuerda su fatal destino.
Es tal vez este lelo divagar
por diversiones,
ocupados con sesudos asuntos
en tareas repetidas,
obligados por nosotros mismos
a imitar los gestos del otro
como autómatas que siguen
la imagen en el espejo.

Encadenados a nuestra cotidianidad,
ajenos a la voz que nos susurra
al oído,
miramos hacia la hierba,
seguimos el movimiento
del perro guía,
creemos que perderse
es caer en las fauces del lobo,
pero pastar sumisos
será la lenta agonía hasta la matanza.

Desengáñate, ser viviente,
eres muerte para la vida.

Esa voz la ignoramos
hasta que nos grita un día a la cara
y aun así nos sorprendemos
extrañados de que sea a nosotros.
Quedamos incrédulos
ante lo que nos pasa.
Negamos la evidencia
con feroz rebeldía, sumisión
o locura.
Estamos así acostumbrados
a creernos nuestras mentiras.
Hechos para la ignorancia
llegamos a la insensatez.

El dolor del frontal impacto
nos aturde y quedamos
sin saber responder.
Olvidadas las emociones
qué fácil se dibujan
cuando fluyen sin fuertes
corrientes
y siguen el curso de su cauce.
Cuando su río desciende
un desnivel brusco,
caemos como bravas cataratas,
en la fuerza de su torbellino,
sus aguas se descomponen
entre una densa bruma
de confusión y estruendo.
Al igual que una fuerte explosión
es lanzada a las alturas
la masa que componía
la armonía de nuestro devenir
y, al caer los pedruscos
desde el cielo,
buscamos el amparo
bajo alguna techumbre
que aún se mantenga firme.
Un trozo de pared donde apoyarnos,
una mano que nos sostenga.
Y después del drama,
con el tiempo necesario,
si nos hemos librado de esta,
continuaremos el mismo sendero
fabricado de absurdos sueños
un paisaje al apaño
con los escasos víveres
de esta existencia.

Quizá nos dejemos vencer,
hagamos en el camino un descanso
para ver pasar a los demás
peregrinos.
Buscamos el refugio de una sombra
y esperar allí el final
de este incomprensible espectáculo.

Gira en círculos el perro atado

Gira en círculos el perro atado,
hierve en el aire
un fuego castigador,
aburrida monotonía,
trinos de gorriones,
silencio de un cielo.
Divaga su hocico
olfateando un mismo territorio,
iluso, camina la tierra
de su triste destino.
Qué fracasada aventura
emprenderá el reo de esta soga
que sólo alcanza la distancia
impuesta por su carcelero.

El día se mueve por espasmos

El día se mueve por espasmos
de dolor y alegría,
una esperanza insufrible,
una decepción llevadera.
Sus secuencias suceden
por el encanto de un capricho
y el cuerpo, objeto
de su trastorno,
va y viene entre actos
en un escenario indefinido.
Vuelos de un sentir inocente
ajeno al absurdo,
al viento feroz que esconde
la suave brisa.

Fisonomía del instante

Siento una emoción indefinida
para la que no hallo el concepto
exacto.
Podría cargarla de experiencia
con todos sus posibles adjetivos,
pero nunca
lograría con certeza expresar,
pues solo vería la huella
que ahora deja en mi alma.
Durará un leve instante,
quedará la vaga sensación,
en la memoria
con los errores de cálculo.
Si pretendo comunicarla
a otro semejante
buscaría los mismos elementos
compartidos,
con lo que de la misma forma
destruiría su materia.

No es esto lo que deseo,
no espero ningún atento oído.
Qué osadía pretender
emocionar del mismo modo
al ajeno, aunque seamos
ojos que se miran a través
del mismo espejo.

Tal vez sea así para el arte
que va de lo concreto
a lo universal,
donde los seres creen entenderse
como iguales.
Yo disecciono la emoción
como un cirujano,
la examino
a la vez que despejo
los obstáculos
con el frío instrumental
de las palabras.

Poco a poco, ese cuerpo cerrado
que ocultaba el desafío
deja sus vísceras abiertas
para quizá lograr el fiel diagnóstico.
Hurgo entre sus órganos,
indago las señales
de su laberinto confuso,
rastreo la senda
hasta llegar al meollo.
Y aquella emoción huidiza,
cubierta por tejidos sangrientos,
deja a la vista la causa de su malestar
que se manifestaba con inespecíficos síntomas.
Se muestra ante la atenta mirada
en claro y nítido sentimiento.

No fue mérito de las herramientas
que se emplearon,
ni cualidad profesional,
tampoco de un sabio conocimiento.
Nada de esto ayudó
a esclarecer la duda,
la oscuridad que lo envolvía,
sino una suerte de casualidades,
un magnetismo mágico
deshizo el nudo.

Sin camuflaje, desnuda,
como un recién nacido,
tiré de ella con trémulas manos.
Su cálido corazón
palpitaba sobre mi pecho,
quedé admirada de tan hermoso prodigio.
Ante esa frágil sustancia
se reconoce la verdad
más allá de lo que fuera
imaginado.
La nomenclatura
de unos datos y fórmulas
es tal vez ayuda para quienes
trabajan con los repetidos supuestos,
recurren a los espacios reconocibles,
buscan en los archivos,
ordenadamente dispuestos
para ser consultados,
la respuesta aprendida,
no la revelación inesperada.

Sin embargo, se debe dejar
su trayectoria al albedrío,
poner torpes pies
para sus firmes pasos,
acortar la mayor distancia.
Se me revela su misterio
y se me escapa.
La fugaz presencia compensa
para intentar hacer su retrato.
Cuando de su esencia etérea
se retira el velo,
sale de la membrana que la protege,
expande un fulgor que ciega
y, a tientas, con vergüenza,
recorremos su figura
brumosa claridad que nos baña.
Pronto escapará de nuestros dedos,
seguirá errante a través del aire.
¿En qué siguiente rama se apoyará,
sobre qué brazos se echará un sueño,
en qué rincón de abandono
girará su belleza entre restos de basura?

Mientras la tuve en mi regazo
le canté una nana
con la melodía que brotaba
de una fuente oculta.
Cuando llegue el olvido
guardarán mis labios
el dulce sabor de su beso.

Es el dolor el duelo por un sueño.

Es el dolor el duelo por un sueño.
Aquel lugar que fue transitado
es hoy abandono,
igual que aquellos paisajes
sobre papel fotográfico
que fueron su refugio.
Allí jugaba la esperanza
por aquel hermoso prado
de intenso verde
y profundo azul
de un claro cielo,
por la colina sembrada
por un arcoíris de flores.
Tan real como fingido,
válido para un sueño.
Habitada cabaña por extraños,
sobre una primavera eterna
o un invierno de nieves perpetuas
jamás derretida por un verano
de luminoso sol
y saladas aguas de un océano,
mientras, al lado, caían sin caer
un otoño sobre un bosque ocre.
Desaparecieron aquellos paisajes
del calendario
del tiempo implacable .
Mordieron sus hojas
los lepismas de la vida
y así se fueron entre intensos colores
la belleza plasmada.
El hogar que mantuvo la fe
hoy son cenizas frías
donde ninguna llama calienta,
sólo hay hollín de ilusiones,
el desfigurado cadáver
de aquel sueño.

Ese viejo eucalipto

Pienso si entre las ramas
de ese viejo eucalipto
quedaron enredadas las ondas
de tu voz,
el cacareo de las gallinas
bajo su sombra,
el rebuzno del asno
que te llevaba al pueblo
de día para volver antes de caer la noche.

Pienso en tu cuerpo menudo,
la piel morena curtida
por los pocos soles
de tu infancia.
Te recuerdo en aquella fotografía
medio rota, donde palidecieron
los colores blanco y negro.
Tu rostro serio de niño
sentado en el suelo con los pies
cruzados
y las rodillas abiertas,
de pie las mujeres de la casa,
las hijas y la madre enlutada.
En el fondo de aquella opacidad,
tu mirada de ojos negros profundos
donde resaltaban tus miedos.

Después de tantos otoños
sus ramas soportan
en su ancha copa
prolíficas generaciones
de chicharras.
Fueron en su clamor
tu descanso a la hora de la siesta.
El sombrero de paja sobre la cara
para espantar las moscas
que buscaban en el calor
sofocante
beber del fino riachuelo
de tu plácida baba.
Soñar y vivir luego
las obligadas tareas.
Huir de la riña paterna y
el castigo de la vara,
acurrucarte en la noche
entre mantas recias
con tu gato Cotoneso
sin que te viera tu madre.

Niño de madre añosa,
amamantado por otra mujer,
criado por la mayor de sus hermanas.
Pobre niño que jugaba
con terrones de tierra
y caballos de cartón
al trote entre las lindes.
La crueldad en las travesuras,
persiguiendo gatos,
atándoles a la cola
algún palo o piedra,
tirachinas contra los pájaros.
El terror al descubrir
un camaleón
entre las espigas verdes,
sobre las hojas de las mazorcas,
en las agujas de un pino,
camuflado en la densas retamas
y ásperas lanzas de un cañaveral.

En tu memoria guardabas
la angustia de aquel suceso,
la impotencia ante el drama
del niño ahogado en el pozo.
El reclamo de auxilio en su agonía
hasta llegar el silencio a su boca.
Corrieron todos lanzando gritos
entre los cultivos,
la llamada desesperada
y tardía, la temprana muerte
sobre un pequeño ataúd.

Hombres que se hicieron pronto viejos,
colonos del señorito.
Hoy colonizada fue la tierra
para el poder de las armas.
Fue aquel cuerpo acostumbrado
a resistir el desprecio que la vida
tiene hacia los vivos.
Resignados seres al duro caminar,
sumisos y entregados
al martirio de un precario subsistir.
Ni la pobreza ni el sufrimiento
impedían, de vez en cuando,
la alegría de alguna fiesta.
La noche clandestina
era alas para los sueños furtivos.

Pienso que aún sigue poderoso,
firme, presente, este árbol,
resistiendo al olvido.
Defiende con orgullo
el horizonte de un pasado
frente al enemigo presente
que surca el cielo con violencia,
ave de acero y rapiña,
que esparce su atroz bramido
sembrando de temblor el aire.
Luchan las centenarias raíces
contra el veneno oculto
bajo aquella tierra robada,
colinas falsas que son graneros
de bombas.

Como un eterno lienzo
este bodegón persiste
a tu muerte.
Quizá tu alma espantada
huya de este abandono,
sueñe con un vivir
que hoy yace,
y vagues ya libre entre su aroma.
Recorrerás pensativo,
haciéndote siempre preguntas
que tenían por respuesta el misterio.
Tal vez la muerte haya hecho caer
su velo y te volverás a sentar
a su sombra,
soñador perenne,
para forjar en mi este recuerdo.

Esa vieja tristeza

Esa vieja tristeza
le dio la mano a mi conciencia
desde niña.
Transitaba entre las cosas cotidianas,
se alejaba y volvía a su antojo.
Sin previo aviso irrumpía
como una racha de aire turbio
que aprovechaba una puerta abierta,
una ventana, un pequeño hueco.
Llegaba clandestina
mientras la tarde silenciosa
me entregaba su cálido abrazo.
Horas líquidas y dulces,
entre trinos de aves,
en un jardín vedado para mis ojos.
Y la clara y limpia tierra
de mi ánimo
se cubría de limo
por ese río desbordado.
Aún mi alma lleva sus cicatrices
y, echada desnuda
sobre el lecho vespertino,
se le eriza la piel
cuando la siente llegar
y la viste su mortaja.

La conciencia de uno

La conciencia de uno
es una imagen diáfana,
piel tan sujeta a la carne
que es imposible separarla
sin desollar su forma.

Narciso no vio su reflejo,
veía su ego,
el sueño de belleza.

Los otros solo ven superficie,
tornasoles de escamas
que muestran desde lo que ocultan.
El movimiento interrumpe
luz y sombra,
aquello que parecía blanda dulzura
se vuelve espinas amargas.
El rostro que sonríe
se hace mueca de dolor.

Dos, tres variantes nos bastan
para pretender asirnos a la persona
y escalamos con falsos pies
la cima de esa montaña,
llena de hilera de árboles,
retamas y breñas.

Viendo, estamos ciegos.
No es engaño el paisaje,
sino el origen del que partimos.

Dicen estar los ojos

Dicen estar los ojos
hechos para la belleza,
damos color y forma
para crear un hermoso cuadro.
Habla nuestra boca
una melodía de sonidos,
palabras que van y vienen
llevadas por el viento
a través de la eternidad.
Son nuestros oídos cuencas
que retienen ecos
de besos y arrullos.
Se pierde el sentido
con la fragancia de una flor
o viene de la mano del recuerdo
el olor de un cuerpo amado.
Surcan eléctricas corrientes
y estalla la tormenta en la piel
al roce de unos labios,
la caricia de la brisa fresca
de una noche de estío.

Están los sentidos despiertos
a la armonía de un rostro
pero cerramos los párpados,
nos hacemos los dormidos
ante la fealdad del mundo.
No ver la mancha roja
sobre el manto de la arena blanca,
negar la consciencia del lodo
oculto en el fondo del océano.
Volver la cara a la muerte
que habita la tierra.
Sobre la paleta se descomponen los colores
cuando atraviesa la mirada
el frío puñal del dolor.

Hoy han visto mis ojos
el horror de un punto
sobre el mapa de un cielo azul,
el silencio de un alarido,
el espanto de la desesperación.
No era un ave en vuelo,
era un hombre,
un pobre y desgraciado ser humano.
Sólo un mundo sin ojos,
ni boca, ni oídos, ni piel,
ni carne
podría hospedar un alma monstruosa,
que se conmueve sólo con lo próximo.
Cómo sentir y hacer sentimiento
de este falso sueño de belleza
siendo ignorantes
de una realidad tan despreciable.

No es menos la sombra

No es menos la sombra
que nosotros mismos.
La sombra que marcha
a nuestro paso
sin perder la rima,
si tropezamos, tropieza,
se agitan los brazos
al compás de los tuyos.

Desprecio de la sombra,
plana, sin volumen,
pequeña, casi escondida,
entre las piernas,
como una niña asustada.
Pero, ¡ay, sombra enorme!,
figura alargada de un fantasma,
te coge sin perseguirte,
ella avanza sobre tu persona,
abarca los espacios que tú
niegas, temes o rechazas.

También ella es dueña
de los rincones donde goza,
clandestina, de tus deseos
mientras tú caminas solitaria,
ella yace con amantes
de otras sombras.

Canal de Castilla

 
Soledad y abandono en los campos
de Castilla,
ribera de tristes álamos
teñidos de ocre otoño.
Lengua húmeda, verdes aguas
que besan sus labios secos.
Soledad y vacíos campos
de ramas sedientas,
en los canales se miran
esqueletos de edificios
manchados por la sangre
de sus ladrillos rojos.
Por sus ventanas,
de anchos muros,
sin cristales, huecas,
inundan sus espacios,
anidan, vuelan las palomas
en la nostalgia de los recuerdos.
Atardeceres de plata,
brillantes amaneceres.
Soledades de Castilla,
cantos de poetas.
La luna entre los chopos
y puentes, pequeños puentes,
en los anchos territorios,
hace surcos la senda del agua.
Languidece el pasado
en vencidas ruedas de molino.
Dársenas abandonadas,
adobe quemado por un sol eterno.
Aquel esplendor del ayer
es hoy ruina,
tiempo perecedero
de soledad, tristeza, olvido.

A veces un cristal impacta con otro

 
A veces un cristal impacta con otro
y del brutal encuentro
uno se rompe, el otro queda intacto.
Dos cabezas se golpean
por error de cálculo al agacharse
para recoger algo del suelo,
a una le ha dolido,
a la otra ni un rasguño
y se parte de risa.
Al lado del árbol escuálido
crece uno frondoso y regio.
De la misma tierra que los nutre,
ha crecido a los pies del árbol frágil
fresca hierba y bulle un torrente de insectos,
mientras que a aquel de gran belleza
le rodean malas y secas hierbas,
devoradas por el apetito de un sol hambriento:
tanta luz arriba,
tanta muerte en su fondo.
La sombra espesa de una copa
hizo oasis en tronco ajeno.
Siempre un equilibrio
nivela la balanza con secreta medida.

A la vida le entra,
lo que por otro lado sale.
Es el principio universal:
del caos crear la armonía
y viceversa.
No guarda, sin embargo, igualdad
ni razón del mismo valor,
pues una insignificante pérdida
regala la suerte de una mayor ganancia.
La persona que sufrió la ausencia
obtuvo superior sustituto.
Ni es simple cantidad
que se recompensa,
pues el que rompió un vaso
recibió a cambio la cura milagrosa.
A quien la fortuna arruinó
encontró amor verdadero.
Es cierto que lloramos pérdidas inútiles
que serán recuperadas con creces.

Esta ley, por desgracia,
no va en una sola dirección,
ni por la misma masa o velocidad.
Se va aquello que amaba
y vino un sobre con premio.
Para el Universo nada es menos ni más,
su baremo misterioso
se escapa de nuestra comprensión.
Quizá en el juego de la existencia
sean simulacros inofensivos
donde realmente nadie se perjudica,
aunque se sufran golpes y rasguños.

Un mundo aparece y otro desaparece,
ganar o perder es una ficción creada
para divertirse algún supuesto dios.
Visto con estos rudimentarios ojos
se destruyen las líneas de los argumentos,
flaquean las excusas,
pues duele en esta carne
aquello que tal vez sea
fluido incoloro de imágenes oníricas.
La importancia de unas cosas
para la mente consciente,
la fragancia dulce en este existir
son insípido sabor para el ignoto cosmos.
En este estallido cristalino
de dos elementos insignificantes,
aunque nos entristezca el perder algo
y tengamos que prescindir
de su grata compañía,
nos dará el claro flujo por otra parte.
Hay sustitución para casi todo,
pero hay algunas que no tendrán
qué lo repare.

Ese criterio a nuestro parecer injusto,
busca tener siempre el fiel alineado.
No engaña en su principio,
es honesto en sus formas y modos,
bien avisados fuimos desde el comienzo.
A veces, al fastidioso incidente
echa el condimento de la alegría
en otro plato.
Oro en uno,
polvo en otro.
Un beso por una lágrima,
un abandono por un encuentro.
Nada podemos dejarle a deber,
nos paga en moneda propia.
En su libro de cuentas,
todo cuadra y la deuda
la termina cobrando.

Atrapar la idea y, en el trayecto


Atrapar la idea y, en el trayecto
por el pensamiento, esta se difumina
como vagones de tren
en la distancia.
El tenue hilo que nos unía
a nuestra consciencia
se quiebra
en el paisaje de las palabras.
Es la nube de humo
cuya definida forma
se deshace, abre sus contornos,
entran intrusos y huye el retenido,
¡No habrá piernas que lo alcance!

Se convirtió la masa densa
en diluido vapor en el aire.
De las pinceladas desvanecidas
de un viejo cuadro,
aquellas que el pintor dibujó
con intensos y frescos colores,
el breve transcurrir del tiempo
borró algunos trazos
y cambió sombra por luz.
La mano que restaura
siempre es impostora.

Igual que de los sueños
al despertar se guardan los detalles,
que pronto el cajón de la vigilia
desordena,
escriben sobre los espacios
en blanco
voces reconocidas, repetidos ecos.
Los tramos desfigurados
por la olvidadiza memoria
inventan otro rostro.
Los objetos, que en los estantes
se organizaban con
clara taxonomía,
rotos y esparcidos sus trozos,
los sustituimos por falsificaciones
buscando la armonía y el encuadre
conforme a la costumbre.

La pantalla nítida y transparente
de la mente lúcida
que traslucía el fondo de un juicio
discernido
se convierte en personajes
mediocres
que representan la gran obra.
Así la vida se crea
más allá de los límites naturales
con inconsistente raciocinio
y una solapada cordura.
Soplamos esos restos de cenizas
para darle aliento de realidad
y calentarnos al lado
de ese débil fuego,
relatándonos nuestras mentiras.

...no somos lo que creemos ser.

...no somos lo que creemos ser.

En nuestra búsqueda fútil

enredamos palabras

para hacer descripción

de una forma redonda.

Casa que acoge al intruso

como su único habitante.

Gas que transformamos

en materia táctil.

Líquido que se evapora

sin definida esencia.

 

En este engañado vivir

hacemos realidad con un trozo

de la muerte.

Inventamos el concepto,

lo ajustamos al molde,

apretando esa deformada esponja

que, como un resorte,

nos salta a la cara.

 

Oscuridad repleta

donde definimos límites falsos,

la breve intuición

de una fugaz luz

nos dio la triste consciencia,

pozo profundo

cuyo fondo no se divisa.

Su cubo

siempre viene cargado

de pesado pesar.

 

 

Extraña

Los kilómetros son estelas

de un avión que se diluyen

sobre el inmenso cielo azul.

Es la distancia impedimento

para los ojos,

no para el corazón.

 

Extraña como una jaula

sin pájaros,

vacía como un cielo

sin nubes,

mutilada como un árbol

sin ramas 

Dejo pasar las horas

que nos alejan

y tiemblo al pensar

en el frío de la casa

sin el abrigo de sus voces

ni el eco de sus risas.

Sueño que soy joven

Sueño que soy joven
cuando ya no lo soy.
Vuelvo a un sentir
de emociones pasadas,
el tiempo efervescente
con aseado cuerpo de miedos infantiles
sin reparo de gélidos vientos futuros.

La pasión que pensamos
única, particular, propia
de aquellas vivencias,
la intimidad con ella
que sólo a nosotros nos pertenece,
es, sin embargo, caprichos
de la esencia del ser,
el bullir indefinido sin nombre
sustancial a cualquier materia.
Guiso que hirvió al fuego
y se apaga lentamente,
vencidas sus chispeantes burbujas
al enfriar las brasas.
Dejó en ese volcán
su lava endurecida,
la piel mácula,
el alma impura.
El fuego que cocinó las horas
transformó la mirada,
apagó el brillo,
que hacía fusión en su retina,
es hoy, masa tosca,
amalgama de sensaciones
cada vez menos cálidas,
cada vez más frías.
Sin quererlo ni pedirlo,
aquel guiso se ha vuelto
rancio,
vomitivo para el estómago.
Nuestros ojos lo rechazan
al olfato le repugna,
aquello que levantaba el apetito
hoy nos hace cerrar la boca.
Le basta al cuerpo
el alimento frugal,
le sientan mal ciertas cosas
que antes toleraba.

Mientras llenaba sus ansias,
la mente no pensó,
entretenida en el paladear,
se desocupaba.
Ahora, sólo piensa y rumia
y a veces sin reflexión,
se abandona al vaguear entre sueños,
siempre a la espera.
Distrae el espíritu
llevado por un silencioso desierto
sin sed de agua alguna.

Sabes que hay un sol sobre tu cabeza
pero sólo sientes la fría noche
que avanza,
y convierte las ardientes y movedizas
dunas
en helada y estática piedra.
No hay aromas en los sueños
aunque estén todos los ingredientes,
la olla no echa humo
no hay sabor en lo que comes.
Son un teatrillo representado
sobre un extraño escenario.
El cuerpo reacciona
simplemente al recuerdo,
responde en simulacro
a hechos ocurridos
vacíos de experiencia.

Dejan amargo sabor
de lo perdido, de lo deseado.

Palabras

Tengo palabras para romper
y deshacer corazones,
palabras para unir pensamientos,
susurros de deseo,
gritos de desamparo,
ayes para el alma,
resoplidos para el cuerpo,
estallidos de dolor y alegría,
un para el gozo
y no para el olvido
y una oración
para la desesperanza
y el milagro.

Soñé

Soñé con rostros desconocidos
y mi intervención con ellos
fue secundaria,
ajeno comensal en la mesa de al lado.
En mi sueño, ese paisaje
que sólo mi mente inconsciente
domina,
cedí el protagonismo a otros.

Suele vestir la realidad del soñar
con los harapos de nuestros
deseos, miedos y acciones
y elige objeto o sujeto
que nuestra razón no entiende.
En los ignotos territorios
de nuestro cerebro
hilos áureos dirigen
los senderos, desvíos y atajos
que sólo él gobierna,
traza sus mapas y proyecta
sus recorridos aleatorios.
En su viaje carga la maleta
con prendas transparentes,
sin forros que nada oculten,
a la vista quede en evidencia
el cuerpo desnudo,
secreto avituallamiento
de una ancestral memoria
alejada de nuestro entender.

Atrapa en sus redes
esta pirata embarcación
los peces que cocina
a su antojo.
Altera todas las medidas,
se salta cualquier norma,
no existe sentido concreto
ni ajustado.
La objetividad inventada
para los sucesos cotidianos
es la amorfa fantasía
sin convicciones.
Por el contrario, la lógica
no puede ser ancla
para su mundo de libertad
y, rebelde, va contra toda corriente,
navega sobre las olas
de un cielo.
El fuego de sus calderas no arde,
puede ser fría nieve,
los pozos son infinitos,
nuestras piernas nos frenan
y volamos sin alas.
Todo está al revés y no hay
derecha o izquierda.
Su lengua trastoca el orden
y su código se construye
con sonidos irreconocibles.

En esa comarca, son los sueños
señores absolutos,
imponen el yugo de su ley.
Son jueces siempre
de nuestros delitos
y la sentencia deciden,
castigo o premio,
sin respeto a nuestra defensa.

Despertamos ante este tribunal
con expansiva alegría o con el corazón
encogido en un llanto sin consuelo.
Nos hacen gritar en el silencio
de la noche,
aterrorizados con sus demonios.
Convictos siempre culpables,
acusados frente al tribunal,
aceptamos su veredicto,
sin embargo, hay sueños
donde somos sólo testigos,
auditorio en la platea,
en su juego simple peones.
Entonces, elige a otros actores
como protagonistas para representar
el principal papel de la obra.
El yo durmiente, sin identidad,
es sólo figurante, espectador
o incluso atrezo del decorado
en aquel teatro infinito.
No es todo esto muy distinto
a la vida,
donde creemos ser narradores
omnisicentes
cuando somos
meros apuntadores olvidadizos.

Padre

 
Padre, ¿quién eras,
qué parte de ti a mis ojos
se ocultaron?
Conocí solo la cáscara externa,
la que, a mi juicio de niña,
se fue descubriendo.

Padre, ¿qué había dentro de ti
que nunca alcanzó mi mirada?,
¿no serías aquel caballito de cartón
al que abriste su vientre,
para hallar el vacío del desengaño,
aquel vientre, hueco de entrañas,
sin las vísceras cálidas de la vida?

Padre, ¿qué niño fuiste?, ¿cuáles
fueron tus miedos,
tus vergonzosas acciones,
tus deseos callados?
Sin pecado, padre, un hombre
con sus defectos.


Yo conocí tu rostro amargo,
y el dulce y risueño,
el del hombre feliz
que canta en el aseo diario
con la espuma en la cara
y la cuchilla, que erraba siempre
dejándote marcada la piel
con trocitos de papel higiénico;
tú concentrada postura,
en aquel asiento de hierro,
durante las tareas de las tardes,
después del trabajo,
aquel que secaba tu garganta
–un fuego apagado
con agua helada y el aire,
veneno lento y pertinaz
que agujereó tus pulmones–.

Un café con leche en casa
tras la jornada cumplida
y aquel entretenido
desmenuzar de pan duro
para alimentar a los pájaros.
A tus pies, unos perros fieles
y en tu cabeza, padre,
¿qué había en tus pensamientos,
con qué distraído imaginar
andaba aquella frente ancha?
¿La locura inevitable,
de los sueños imposibles?
¿Qué suspiro, grito o palabra,
se apretaban en aquella boca
de labios finos,
que hacía tiempo
abandonaron el hábito
de sostener un cigarro?


Padre, ¿quién eras,
aparte de ser mi padre,
ese que germinó en mí
desde antes de nacer su esencia?
Aquel que aprendió
sus primeros pasos,
los traviesos juegos
que desembocaron en el torrente
de la procaz adolescencia,
el descubrir de la carne,
y en la carne y el alma sufrir,
el duro esfuerzo, el castigo paterno,
el dolor acumulado,
la espalda doblegada,
a la tierra, al mundo;
la frustración, la humillación,
los desprecios, también
la alegría, el gozo, las ilusiones.


Padre, ¿por qué los hijos
sólo pueden conocer
una pequeña parte
de quién fue su tierra,
donde esta semilla que soy
persiste en su herencia?


Quizá, mirándome vea
quién fuiste,
quizá ame al hombre,
al débil hombre,
que me mostró
un bello sendero,
un bosque, como todos,
con rincones oscuros.

Yo me quedo
con aquel amplio claro,
entre sombras de pinos,
sentada sobre la duna fría,
mis pies desnudos,
hollando la arena
y aquellos hombres y tú
atrapando pájaros entre redes.
La única niña,
el único profano espectador.

A falta de chico, yo te servía,
padre, para tus enseñanzas.
Era buena alumna,
al menos, fui un apaño.
En mi tierno corazón
aquello era hermoso,
a pesar de las trampas pérfidas,
mártires alúas cogidas por sus alas,
bocado tierno, carnaza viva
para los voraces pájaros.
Yo te reñía, no hagas eso,
y tú reías con mis temores ingenuos.


A través de esos recuerdos
te amo y a la vez,
amo mi ser,
lo que reconozco
de aquella siembra.
Ahora, en este destierro
en el que aún me hallo,
te doy gracias,
por ese tesoro sin brillos,
hermosa memoria
de ti.


Padre, nunca sabré
qué hombre te habitó,
qué niño quedó sepultado
por el polvo de la tierra.
Yo conocí al padre,
no al hijo, no al esposo,
no al enemigo.
Y del padre sólo vi una faz.
Siempre será menor mi recuerdo
que tu vida y tu ser.
En mí estás,
y a través de ti
me veo.

Bajo la lluvia, agazapados...

 

Bajo la lluvia, agazapados,

buscamos algún refugio

donde proteger el cuerpo húmedo,

trémulo y roto por sus balas.

Allí aguardamos, a la espera

de un nuevo sol,

con su caricia cálida,

su apasionado beso que nos devuelva

las fuerzas perdidas.

Extravío


                Hay una constelación en tu piel

                que me hace confundir

                el norte y el sur.

 

 

En este cruce de caminos

en el que me hallo,

desde su centro,

se pierde mi eje.

Debato entre dos errores,

aunque sé que la realidad

me llevará a su criterio

una vez entre en su vereda.

 

Me pregunto de dónde parte

la sed insaciable de este manantial seco

que no llega a la calma

de un estanque.

 

Se hacen nidos entre las ramas

de mi esqueleto

y en las alturas va vaciándose

su copa.

 

Embriagada del hastío de este

largo invierno,

pierde firmeza el espíritu,

se tambalea.

 

Sale el sol de una nueva mañana,

perfilada de blancas nubes etéreas

en abierto azul de un salado océano.

 

Hay días con sus minutos

que son horas

y horas fugaces como un relámpago

en un cielo de tormenta.

 

Pesa hasta el aire en el alma

que quiere ir ligera de ropa

pero se empeña este frío

en helarme hasta las venas.