La conciencia de uno
es una imagen diáfana,
piel tan sujeta a la carne
que es imposible separarla
sin desollar su forma.
Narciso no vio su reflejo,
veía su ego,
el sueño de belleza.
Los otros solo ven superficie,
tornasoles de escamas
que muestran desde lo que ocultan.
El movimiento interrumpe
luz y sombra,
aquello que parecía blanda dulzura
se vuelve espinas amargas.
El rostro que sonríe
se hace mueca de dolor.
Dos, tres variantes nos bastan
para pretender asirnos a la persona
y escalamos con falsos pies
la cima de esa montaña,
llena de hilera de árboles,
retamas y breñas.
Viendo, estamos ciegos.
No es engaño el paisaje,
sino el origen del que partimos.
La conciencia de uno
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