¿Cómo vemos la nada?

¿Cómo vemos la nada?
Blancura sin medida,
expansiva claridad sin mácula.

¿Cómo vemos la ignorancia?
Negrura total sin resquicio
de un rayo, mirada ciega
caída a un profundo foso.

¿Cómo vemos la sabiduría?
Destellos de luz, la verdad
mostrada, ilusión de poder,
certeza en nuestros pasos.

¿Cómo vemos la duda?
Amarillento horizonte,
turbio espejismo,
aire polvoriento.

¿Cómo vemos el amor?
Rojo intenso, brillante rubí,
sangre de pasión,
vendaval que nos lleva al paraíso
o dulce claro cielo,
torrente puro de aguas cristalinas.

¿Cómo vemos la soledad?
La amada, verdor de un valle,
turquesas de un mar calmo.
La temida, blanco hielo,
habitáculo sin ventana
donde no entra el resplandor
de otros ojos ni la voz amiga.
 

El mercadillo

Hay en la plaza hileras de tenderetes
llenos de cosas antiguas,
cacharros de lata, hierro y cobre,
jarras, lecheras, tazas, cubiertos.
Abrecartas y cuchillos, miniaturas
de metal y plástico,
enciclopedias de escuelas
de pupitres con tinteros y tinta china.
Herramientas de hierro forjado,
objetos de latón ocre,
jarrones de cerámica,
cestos de esparto,
lebrillos de barro pulido,
navajas de caza,
hachas de labranza pequeñas,
pistolas de época,
mecheros zippo, canicas,
cajas de madera de costura,
latas oxidadas de membrillo y cacao,
maletas viejas de pobres,
carteras de piel oscurecida
por el uso,
pitilleras, tabaco de liar,
reliquias de un estanco.
Baratijas, juguetes,
tebeos, discos, libros y misales
manoseados con cubierta de tela.
Muebles de campo,
muebles de casas ricas,
muebles corrientes contemporáneos.
Muñecas y muñecos con ropas regionales,
recuerdos para turistas
y cochecitos de aluminio,
modelos de tiempos pretéritos.
Vírgenes y cristos,
niños Jesús de escayola
con sus mejillas sonrosadas,
crucifijos de madera,
católicos y bizantinos,
cuadros religiosos
de colores apagados por los años.

¡Cuántas maravillas viejas!
¡Cuánta gente mirando!
¡Y una boda! ¡Y los novios que salen
y les canta un coro rociero!
La pareja recién casada
baila ante el auditorio de familiares,
conocidos y extraños.
Unos admiran la escena,
otros ignoran el gozo ajeno.
La iglesia tiene sus portones
abiertos de par en par,
hay serpentinas de papelillos dorados
y plateados y mariposas blancas
que revolotean por el aire ardiente
de un sol vestido con su mejor gala
en el esplendor de su cenit.
Salieron disparados del cañón de cartón
pintando el aire con destellos
como fuegos artificiales.
Volaban por la plaza llevados por la brisa
y se dejaban caer por tejados y rincones,
sobre la piedra alta
y los adoquines del suelo.
Niñas vestidas con lazos llevan
en las manos pequeños cestos de mimbre
con bolsitas de tul blanco llenas de arroz
para tirar a los novios.
Trajes largos de vivos colores,
hombres con traje chaqueta y corbata,
todos de estreno.
Peinados de peluquería,
zapatos oscuros y brillantes, los hombres,
y las mujeres, a juego con el vestido,
de tacón muy alto.
Un coche negro de principio de siglo
los espera, con todo lujo engalanado.
¡Viva los novios, que vivan felices!
¡Que se besen, que se besen!
Compartida alegría y bullicio,
se contagia la ilusión del momento.

¡Qué nos gustan los mercadillos
y la festividad compartida!
Que fluya el jolgorio y después ,
cada uno a lo suyo,
algunos, a continuar la fiesta,
otros, de vuelta a sus silencios.
En la plaza están las mesas de los bares
a la espera de clientes para tomar el aperitivo,
de todas las edades, mujeres y hombres,
niños grandes y recién nacidos,
todos recrean la vista con la explosión
de vida, entregados al paisaje,
olvidando tristes territorios.

Pregonan algunos vendedores,
¡vengan, que ya recojo!
Zalameros, unos regatean,
otros, menos diestros en el asunto
o un poco hartos
de que mucho mirar y poca venta,
tienen el gesto seco.
Quizá, ya los ven venir,
los típicos que tocan y preguntan
pero nada compran
a la espera de encontrar la ganga.
Difícil lo tendrán, aunque nunca se sabe.
Mil ojos hay que tener
con los de ligera mano,
poca es la vigilancia
con tantos cachivaches.
No hay que confiarse,
la honradez no tiene rostro.

Poca esperanza tienen
los que pretenden satisfacer sus caprichos,
estos mercadillos se han vuelto
muy selectos,
más que para pobres,
son artículos de lujo
o para locos coleccionistas,
y alguna tontería que calle
al niño protestón.
Los precios son elevados,
porque lo obsoleto y añoso,
viejo y antiguo,
se ha convertido en deseable.
A veces, el fraude acecha,
el comprador quedará satisfecho
si en el trueque salió ganando.
Mal asunto es este encuentro popular
si no sacan ambos provecho,
mucho trabajo para servir
solo de distracción,
aunque el espectáculo no tiene precio.
El mundo hoy da valor
a lo que antes se despreciaba,
tiraban sin miramientos a la basura,
por roto o viejo.
Sin remordimientos ni escrúpulos,
pronto era reemplazado ,
atraídos por el lustre y sofisticada modernidad.
Ahora es muy demandado lo vintage.
La nostalgia no es nada barata,
el recuerdo tiene paladar exquisito.

De nuevo me llamas, pozo

 De nuevo me llamas, pozo,
por mi nombre:
––¡nube, nube, nube,
ven a mi oscuro fondo!
Deja caer alguna gota
sobre el cristal opaco
de mi superficie.
Dame la alegría
de tus dulces lágrimas.


Ay, pozo, se han vuelto saladas
y pesa un mar sobre mis párpados.
¿No ves que me ahogo
en este vacío?
¿Cómo puedo llenarte
si por el caño de mi boca solo sale
humo de un extinguido fuego?

––¿En este abandono me dejas,
al olvido de canciones
de corros de niños,
con el recuerdo horrible
de los lamentos en la agonía
de los ahogados?
Agua, ¿qué culpa tengo yo
de ser tan grande mi
oscuridad?
Me tragó la tierra
y busco la compañía de alguien.

Pozo, no me llames agua
que soy desierto.
Y si me entrego a tu fondo
no encontraremos manantial
que nos salve.

––Agua, ya pocos me conocen.
Olvidaron los campos
y las casas mi presencia,
el mundo me ignora,
me teme, me odia
por no brotar a sus deseos.
Todos poco a poco me abandonan,
¿qué ojo infantil se asoma
ya a mi anillo
para escuchar su eco?
¿Quién juega con mi frescura
y da de beber a las flores?
¿Y qué recompensa a mi silencio
que a todos escucha
y a nadie delata?
¿Quién viene a contarme sus penas
o a ver el reflejo de la luna?


Ay, pozo, no me llames,
no uses tus encantos.

––Agua, para no morir de sed
te necesito.
Hay tantos pozos secos,
olvidados, destruidos
y cubiertos de lodo,
llenos de soledad infinita.
¡Hagámonos compañía
como los pájaros
y alegrémonos con sus vuelos
contagiados de su alborozo!

Ay, pozo, si caigo dentro
ya no salgo.

––Te equivocas, agua mía,
deja que me llene de ti.
Verás cómo los dos nos salvamos,
mi sed y tu tormenta
harán un océano tan grande
que reflejará la luz
de un cielo estrellado.
Vendrán a dejar su dorado brillo
los futuros soles.
Y la luna, ¡cómo alegrará su rostro
en este hermoso espejo!
¡Ven!


¡Calla! No quiero oírte
me hechizas con tu negro
embrujo.
Solo quieres poseerme
para tu gozo.

––Ven, nube mía, echo de menos
el arrullo de tus gotas,
el cascabel de tu risa.
Quiero sentir el roce
de tu piel fina y de nácar,
besar tus labios sedosos.
Te necesito, sin ti muero.


Ay, pozo, me hundirás en tu foso.
Caeré en tu mortal abrazo,
y qué será entonces de mí,
harás mi tumba en tu lecho.
¿No ves que hay páramo en mi carne,
que ya no encuentro
ni fuente ni arroyos?
Apenas doy para un triste charco
sin renacuajos,
donde ya no hacen los críos
arcoíris con las cáscaras de naranjas.
También soy olvido y nada.
Tú me muestra oscuridad
aún más grande.

––Agua, agua ven, te lo ruego,
nube negra y preciosa.


Calla, no me hables.
Déjame que el viento me arrastre
a su deriva.

Aquella tarde crujían las palabras

Aquella tarde crujían las palabras
al tacto de tu lengua
y mis dientes mordían el aire,
mientras el tumulto opaco
en ardiente beso se entregaba
a la lasciva boca del miedo.

El miedo

Pero hay un temor más grande,
infinito y cercano,
aún más tenaz que la muerte.

Pasa desapercibido si le interesa,
o se vuelve encantador anfitrión,
sin pretenderlo, acapara
la atención de todos.
En la pista de baile,
sabe llevar los pasos,
conoce muy bien la coreografía,
giros y saltos, volteretas y pausa.
Su porte es elegante,
su trato educado,
cuida los detalles al milímetro.

Molesta su tarareo impertinente,
su voz cansina y monótona,
el tamborilear de sus dedos
sobre nuestra mesa,
el crujir de sus zapatos.

Dicen que es un tipo vanidoso
que se vanagloria
de tenernos en su anzuelo,
que siempre nos recuerda
el pasado perdido,
el tren que nunca vuelve.
Que no tiene respeto
a nada, ni a nadie
y nos roba el presente.
Nos llegan rumores
de que ostenta de sus riquezas,

En realidad,
es un prestidigitador de poca monta,
con torpes trucos.
Es comensal que nunca paga
Seductor que alardea
de ser el mejor amante,
el típico que después de hacerte el amor
se duerme y ronca.

Todo esto son habladurías,
no le echemos la culpa
de nuestros pecados,
a pesar de estas calumnias,
intenta ganarse nuestro amor.
Su intención es buena,
no son traidores sus afectos,
sólo quiere ser melodía
en nuestro caminar.

Él estará presente
incluso cuando emprendamos
nuestro largo y último viaje,
no para decirnos con el pañuelo adiós,
pues él será compañero silencioso
en este trayecto eterno.

Él es el que es,
no oculta con máscara su rostro,
ni engaña con su sonrisa.
Su verdad es cristal transparente,
sin números, ni arena, ni sombra,
ni esfera de pendular constante.
Un fiel amigo
que desea lo mejor para ti.
Debe ser escuchado,
que su deseo sea el tuyo
y veas el claro reflejo
de su estanque.
Recréate en el rumor de sus aguas,
mira atento su belleza,
siente su líquida superficie,
atiende a su palabra.
Cógelo entre tus manos,
sean ellas el refugio
que promete su regalo.
Pierde el temor,
danza al compás de sus segundos
y recorre bajo su tutela,
los paisajes por donde te lleve.

Frágil es lo que poseemos

Frágil es lo que poseemos
en nuestra conciencia.
Destruidos por fuerza mayor,
fuego o tempestades,
dejarán espacios en blanco,
mezclando certezas con invenciones.

Recordar tal vez
nuestra imagen en el espejo,
la desnudez que reservamos
solo para nosotros mismos,
retener las señales de lo amado,
aquello que nos configura,
cerrar ciertas heridas,
dejar las esenciales huellas
en nuestras carnes.
El alma tal vez retenga el ser
que la razón desordena
y olvida.

En algún lugar oculto,
cuando ni siquiera
sepamos ya quienes somos,
sus profundos ojos nos busquen
para devolvernos nuestro reflejo.

Si llegar a la verdad

Si llegar a la verdad
exige desprenderse
de los deseos mundanos,
¿por qué fue nuestra materia
creada con su fuego?

Si la palabra esperanza
envuelve la virtud
de la paciencia,
¿por qué se llenan nuestros días
con la sed de su martirio?

Si la esencia humana
se adorna de razón,
conciencia y actos,
¿por qué somos siervos
de un dios caprichoso?

Dejarse llevar por el aire

Dejarse llevar por el aire,
ser guijarros de un río,
olas de un mar,
orilla que muere en la playa.
Sin resistencia ni espera inútil,
abocados a sentir
con estos sentidos
y sus palabras.

Como hollín que esparce

Como hollín que esparce
un fuego eterno al aire,
así nuestras palabras
buscan regar la tierra
con las gotas salpicadas de un río
que brota de la fuente
de nuestra ignorancia.

Nada vemos tras esas manchas oscuras
sobre un lienzo blanco.
Contienen el secreto
que nuestros ojos no alcanzan.
No descifra el corazón
su verdad y se pierde en sus emociones.

Advierten a la razón,
que se entretiene con la causa y el efecto.
Impregnan el alma con la terrible angustia,
porque entrar en sus entrañas,
dilucidar, dividir los espacios
y extraer la voz que habla
es cuestión irresoluble.

Al cuerpo hambriento
no le basta
el pan que lo alimenta,
nada en arena y levanta solo polvo,
turbio horizonte donde las partículas
se juntan en formas engañosas.
Arañan su mirada
y, herida, se consuela
con el baño del mar de sus lágrimas.

Al igual que tras la lluvia
la vida parece vestirse de luces,
las palabras se llenan de esplendor.
Entonces, distraídos
por los hermosos destellos,
nos entretenemos siempre
en la antesala de su grandeza.

¿Borrará los vientos el hastío?

¿Borrará los vientos el hastío
o simplemente remueve polvo,
lleva nuestras prendas tendidas
a otros cuerpos?

El viento que deja limpias aceras
y concentra en un rincón
su mar confuso
de bolsas de plástico y hojarasca,
de papeles sucios y plumas de pájaros,
de pelos de cabezas calvas y largas melenas,
danza su abandono en un aquelarre
y hace conjuros con nuestros lamentos.

El viento también limpia
el rostro de su cansancio
y pone alas a nuestros pies.

Nos duele

Cuánto nos duele desaparecer,
no sólo de la presencia de los otros
sino de su memoria.
Cuánto horror nos produce la muerte,
no sólo su profunda negrura
ni la incertidumbre que nos acecha,
sino el ridículo camino ofrecido,
lleno de obstáculos y miedos,
frente a una eternidad sospechosa.

Nos creemos necesarios,
mas la tierra nos escupió
como escupió piedras.

Y en esta gran Rueda, rodad, rodad
hasta ser escupidos al vacío.

Besos que el aire lleva

Besos que el aire lleva
a reposar sobre los montes.
Risas de ángeles
sobre el pretil de la ventana
donde no lucen geranios
con flores rojas.
Recuerdas el solitario árbol,
entre sus ramas lánguidas
el alboroto de pájaros
en otras primaveras.

Hoy, al llegar el alba,
ronda un silencio
en estas abandonadas calles.
Los pasos susurran
entre su opaca claridad.
Clandestinas miradas vigilan
detrás de los visillos
la amarga nada.

Estos poemas no son agua clara

Estos poemas no son agua clara,
chorro que viene
de la boca de una fuente,
son borbotones que salen
de un estrecho caño,
el abrupto fluir
que no calma la sed.

Yo no soy

Yo no soy este cuerpo,
la voz que habla,
el rostro que miente.

Yo no soy la cáscara
de ningún fruto,
ni dueña de mis acciones.

Esto que veis
con los ojos que miran
yo no soy.

Yo no soy
y no sé qué soy.
Por no ser, no soy ni yo.

Este que no soy,
¿qué apariencia lo habita?,
¿a qué ser contiene?

Yo soy, si es que soy algo,
aquello que va más allá
de la superficie.

Desprenderá su velo
cuando la muerte rasgue
la fina piel de la vida
y salga la crisálida
o el gusano
que esconde.

Te recibo, luna, sobre los tejados

Te recibo, luna, sobre los tejados
de un atardecer.
Blanco intenso es tu resplandor
sobre un claro ocaso.
Dejo sonar un molinillo de viento
y el perfil de tu rostro
ya anuncia la redondez en su curva
una cercana pubertad.
En este cielo, aún azul índigo
que hacia el oeste se viste
de rojo y malva,
se perfilan lentamente
los contornos del paisaje
con el abrazo de las sombras.
Entra con disimulo la noche
en un recién estrenado septiembre.

Ver la yema brotar del tallo

Ver la yema brotar del tallo
y esperar con impaciencia
que abra esa flor sus hermosos pétalos.
Pedir a los dioses
no nos roben ese milagro
y aceptar impotentes
el castigo de verla marchitarse.

Y ser los ojos que la miran
reflejo de su muerte.

Me rodea tu mundo invisible

Me rodea tu mundo invisible,
inalcanzable para mis sentidos.
Ajenos a tu mirada,
deambulan con torpeza los cuerpos
por suburbios alejados de su brillo.
Abro estos pequeños brazos,
asidos a una nada y a veces siento
ser capaz de sujetar el todo
que se escapa como el humo.

La lavanda

La lavanda ha dejado
el aura malva entre los libros.
Ha jugado con las letras
y saltó por la ventana.
Recorrió la calle cuesta abajo,
se entretuvo sentada
en un banco del parque,
agitó entre risas
las plumas de los gorriones,
que asustados levantaron
el vuelo.
Regresó a casa
con la cara mustia,
lánguidos los pétalos,
perdido el aroma.
Hoy descansa entre las hojas
de un viejo libro,
recordando aquellas palabras
de un tiempo de recreo.
Cada día se inventa
una nueva historia.

La lavanda es aire,
luz perlada su rostro,
retiene en su estanque seco
aún su esencia.
Vuelca a mis manos
su caricia amable,
cuando visito su sepulcro
en estas páginas ajadas
donde duerme
su sueño eterno.

Voluntad

Voluntad, has ido languideciendo
como los pétalos de una flor,
perdiendo el lustro de su piel
con el paso del tiempo.
A ratos te muestras jovial
y dispuesta,
con la fresca lozanía en el brote,
mientras en otros momentos,
te vuelves sumisa y entregada
al ocaso.

Voluntad, pareces dormir
y, temiendo estés muerta,
compruebo si respiras
y trato oír el pálpito
de tu corazón.
Eres hálito cálido,
impulso para poder avanzar,
agua que mueve la noria
con cada paso.
Persigue un mañana
con inocente confianza,
no muerdas la manzana prohibida
del desaliento.

Voluntad, que pides comer
y cuando nada te apetece,
prefieres quedar hambrienta
antes que probar bocado
de ciertos alimentos.

Voluntad, despierta,
sin ti el mundo se para,
el cuerpo se hunde en el vacío,
siembra su inerte cosecha.
A veces pareces ingrávida,
te elevas igual que ligero globo,
perdida en un cielo cubierto
de nubes
y la mirada te busca en ellas
a la espera de su lluvia salvadora.

Voluntad, viniste como Dios
te trajo al mundo, desnuda,
sin pudor recorrías con pies torpes
las calles de la existencia,
estirabas las manos para alcanzar
las aves en su libre vuelo.
La vida impuso sus vestimentas,
adornos innecesarios,
inventó el pecado del miedo,
te sujetó con ropajes de paciencia,
abocada a horarios
y rebelde, preferiste la huida,
cubrirte con el polvo del olvido.
En ocasiones, las prendas
fueron tejidos sugerentes
para llamar la atención
y ocultaran la fragilidad que escondías.

Voluntad, alguna vez
hay que darte un empujón,
zarandearte para que espabiles
y no pierdas el norte,
ni el apetito de las cosas.
Hubo que avivar rápido el fuego
para descongelar el hielo de tus venas,
antes de hacerme mortaja
con tu deshilachado lienzo.

Voluntad, que no te falten las ganas
y la constancia
de las hermosas primaveras.
No caigas en la derrota de ningún invierno,
no seas voluble o caprichosa.
Vence al aburrimiento y la desidia
antes de caer a tierra por tu propio peso
y seas árbol cabeza abajo
con raíces mirando el falso mar
de un cielo sin sol.

Quien está detrás del que escucha

Quien está detrás del que escucha
ya no es este al que alcanzan
unas notas con ecos lejanos.
Abren un recuerdo del ayer
y entra de golpe
como una racha de viento.
Descarga su nube negra finas gotas,
salpicando el cristal de la mirada.
El alma sale del letargo
de aquel pasado,
avivada la emoción,
breve e indefinida.
La consciencia la atrapa
y rápido huye
sin poder retenerla.
Son alfileres clavados
en recónditas vísceras
y duele aquello que quedó
entre los espacios brumosos
de una eternidad
alejada de este mortal instante.

Duele reconocer que los colores
de los objetos,
inventados por la vida,
se han deslucido.

Sigue el presente su rastro,
pero le faltan huellas
que desorientan a los pies
y sus pasos se desvían
entre territorios perdidos
y los encuentros con el hoy.
Surge la ilusión de forma mágica
y vuelve a desaparecer el encanto.

Abandonado queda el cuerpo
con el resquemor de una cicatriz ya seca
que de vez en cuando pica o barrunta
un cambio en el termómetro emocional.
Tras ese leve aire cálido
se instala el frío de nuevo en los huesos.

Ah, el ayer,
ah, sus dulces notas,
ah, los sueños.
Ay, su dolor punzante
mezclado con el regalo del ahora
y el peso de su añoranza.

Anhela el espíritu el silencio monástico

Anhela el espíritu el silencio monástico,
la calma de su claustro
donde borbotea una fuente
que da de beber a pájaros e insectos.
Entre aromas de azahar de los naranjos
estallan los colores de hermosas flores.
La soledad,
el retiro del alma del mundo
es este universo.
Pasan suaves las horas y los días,
inundados de soles y lluvias.
Quiere el corazón el olvido del dolor
y la muerte,
dejar escapar los suspiros,
desde la profundidad del alma,
verter la inmensa paz.
Lejos abandonar las voces
que claman vida efímera,
por este vivir de tiempo eterno.

Qué triste que, para no sufrir

Qué triste que, para no sufrir,
no deba importarnos la alegría.
Ni mal ni bien nos altere,
dejar fluir los sentidos
y callados los sentimientos.
Entren y salgan sus colores
y sabores, sin perturbar
al espíritu.

Qué triste es decir qué triste,
si el gozo es crear de vacío,
la tristeza bebe del mismo pozo seco.
Mirar es ver con sentido de ser visto.
Si los sentidos tienen algún fin,
será el cuidado del ser,
el protegerlo para la vida.
La emoción la creó la palabra
y esta miente,
nos manipula e inventa.
Hagamos un pensar
inocuo, insulso, anodino,
flor sin aroma, ni color, ni textura,
sin el dolor del duelo
pero tampoco regalo de la felicidad.

Capas superpuestas de sentires
de endurecida corteza
nos arañan y acarician la piel,
nos atormentan o enorgullecen,
creídos y envanecidos dioses
o pobres y desgraciados diablos.
La etiqueta está servida
y, nómada, nos balancea
a su capricho.
Vamos marcados por su sello,
a caballo de un péndulo
que galopa de un extremo a otro,
golpeando el frágil equilibrio
y el suelo de nuestras certezas.
Un perpetúo ir y venir
sin control de nuestra voluntad,
ilusión óptica que nos hace sentir
dueños de nuestros pasos.

Seamos valientes,
¿queremos abrazar la alegría?,
tendremos que sucumbir a la tristeza.
Bebamos del éxito,
tragaremos también
el veneno del fracaso.

Solo el amor todo lo integra,
todo lo soporta,
todo lo supera.
Asumamos el dolor de la vida,
rozaremos instantes de gozo.

Esperé a la ribera de un río

Esperé a la ribera de un río,
adormecida con rumor calmo
del agua sobre sus guijarros,
nana dulce era su borboteo.
Un pájaro distraído sobre una rama
creaba melodías con su gorjeo rítmico.
Tal vez piensa que es libre
porque vuela
y que existe al ver su reflejo
sobre un espejo estático.
Hallé un torrente
de agitado y confuso batir,
con profusas cascadas
y violentos remolinos,
el atronador romper
de sus lanzas sobre un foso de espuma.
Enredadas lenguas afiladas
atravesaban su cristal plateado,
roto en infinitos trozos.

Era impaciente vigilia
que espera en sigilo
el paso del sueño,
la dulce baja marea
antes de volver brava a la playa.
Fui simple pluma perdida
de ave migratoria,
mecida por las olas,
abandonada sobre la arena.

El insomnio interminable
saluda al amanecer
con los ojos abiertos
y pesados párpados.
Lento, el cuerpo se despereza
para entregarse a la lucha.
El duro empeño le hizo rendirse
a los pies de su cruel enemigo,
que, al verlo vencido por el esfuerzo,
le concede la última gracia,
el leve reposo de unos minutos,
casi un suspiro,
antes de la llamada al combate del día.

Aquellos que nunca están dispuestos
a morir, lo saludan.

Llegó septiembre

Llegó septiembre, el dulce
y amable septiembre,
lejos del azul de un mar,
bañado por este cielo.
Son sus olas de sereno aire,
su blanca espuma, nubes,
y su rumor, nana que duerme
al recién nacido.

Quedaron relatos grabados
sobre gruesos muros
y enredados en sus balcones
la herrumbre del tiempo.
Campanarios de iglesia,
plazas con ecos apagados
de ayeres,
glorieta de verbenas y bailes,
rostros y ropajes oscuros.

Llegó septiembre con besos
de una claridad infinita,
un horizonte amplio
sobre tejas viejas
cubiertas de ramilletes de flores ocres.
Echa de menos el corazón
más palomas sobre estos tejados.
Apenas una pareja pasea
por el borde, allí donde se unen
los aleros de un templo
con una cruz de piedra
que siempre mira de frente
y culmina la parte más alta
de un rústico frontón.

En estos bellos y escasos atardeceres
de un observador principiante,
vuela el espíritu acariciado
por la calma.
Entran por las ventanas abiertas
retazos de voces,
caminantes errantes
sobre un suelo de adoquines
descompensados,
hundidos por pisadas
de siglos.

Antes del ocaso compiten
campanas para ser oídas,
llaman a misa a sus feligreses
y a curiosos viajeros,
llenos de ojos que se buscan
en un pasado escondido,
el retrato de una historia
que les pertenece.

Llegó septiembre y descubre
los sentidos la vida
a pinceladas de brillantes colores.
Acariciadas por la brisa cordial,
irrumpen inoportunas moscas,
revoltosas, pesadas, intemporales.
Me evocan al poeta
y con ellas me reconcilio.
Un instante, pues al siguiente,
les deseo la muerte.

Llegó septiembre y mi alma
aspira aromas de cálido sosiego,
tiernas alas para soñar
me salen del costado
en este acogedor nido.
Un olvido de mundo
mientras vaga la mirada
por los perfiles del añorado silencio.
Es un deleite esta paz
y anhelo dejar al cuerpo
a su abandono.