Como hollín que esparce
un fuego eterno al aire,
así nuestras palabras
buscan regar la tierra
con las gotas salpicadas de un río
que brota de la fuente
de nuestra ignorancia.
Nada vemos tras esas manchas oscuras
sobre un lienzo blanco.
Contienen el secreto
que nuestros ojos no alcanzan.
No descifra el corazón
su verdad y se pierde en sus emociones.
Advierten a la razón,
que se entretiene con la causa y el efecto.
Impregnan el alma con la terrible angustia,
porque entrar en sus entrañas,
dilucidar, dividir los espacios
y extraer la voz que habla
es cuestión irresoluble.
Al cuerpo hambriento
no le basta
el pan que lo alimenta,
nada en arena y levanta solo polvo,
turbio horizonte donde las partículas
se juntan en formas engañosas.
Arañan su mirada
y, herida, se consuela
con el baño del mar de sus lágrimas.
Al igual que tras la lluvia
la vida parece vestirse de luces,
las palabras se llenan de esplendor.
Entonces, distraídos
por los hermosos destellos,
nos entretenemos siempre
en la antesala de su grandeza.
Como hollín que esparce
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