Provoca odio y, a veces,
el deseo de besar su boca
cuando el dolor es más insoportable
que su dulce silencio.
Nuestro espíritu se revela,
en cambio, hay algunos
que aceptan su voluntad
exenta de miramientos o privilegios.
Luchar con rabia nos dejará
exhaustos en una batalla campal
donde siempre ganará ella.
Rendirse dignamente
cuando viene decidida
y no concede más prórroga.
No es reto para ella
el alarde de fortaleza,
mejor sucumbir serenos
antes que entrar en su territorio
desesperados.
Le lanzamos palabras,
injustas, duras e infames,
en pocas ocasiones la alabamos.
Quererla nos parece antinatural,
sin embargo, tal vez sea amor
su total entrega.
Cumplir su tarea nos ocasiona
un perjuicio aparente,
no es por venganza o maldad,
simplemente desconocemos
sus razones.
Pedirle una respuesta,
hallar algún consuelo,
va implícito en nuestras células,
desde que la conciencia
abrió nuestros sentidos
a la realidad circundante.
Es tan dramático su descubrimiento,
tal su impacto, que es la callada
amenaza de cada día
y el aullido que nos despierta
del tranquilo sueño.
Los terrores de su oscuro mundo
danzan en el caos onírico
y llenan de angustia
nuestras peores noches
de insomnio
atacados por monstruos
y demonios.
Amenaza ese incierto mañana
que mostrará sus fauces
convertida en nuestro
peor enemigo.
Arrepentidos de nuestros actos,
abrazamos cualquier creencia,
buscamos el perdón
del castigo de un infierno,
perdidos en sus inmortales tinieblas.
Nos otorgue la paz de su recreo
y vivamos para siempre
en una felicidad perpetua.
La fe en una religión salvadora,
la esperanza de una eternidad,
la promesa de un paraíso,
todo antes que soportar
un hecho impenetrable
la verdad que oculta,
la evidencia de este trayecto
absurdo y doloroso
que en su lecho termina.
Algunos agnósticos se sujetan
a cierta ciencia o mística,
una indagación de inalcanzable meta
que busca tranquilizar la razón
para no caer en la locura.
Los ateos niegan cualquier continuidad
más allá de la propia materia,
rechazan los falsos predicadores,
su alternativa analgésica,
placebos ante nuestra cobardía,
o la prepotencia de creernos dioses.
Tal vez nuestra realidad
tenga más de mentiras
que de certezas
y todo sea una ilusión,
que adornamos por necesidad
imperiosa,
para no caer en la demencia,
aunque es de necios
no asumir nuestro fin.