Antes que el cáncer devore mi cerebro
y mi carácter se agríe como vino rancio
convirtiéndome en mi propio extraño,
cuando nadie me reconozca
en lo que quede transformado
y yo mismo ante el espejo me sienta ajeno,
deseo decirte cuánto te quiero.
Antes que el roce de tu mano me incomode,
me molesten los ruidos, y la gente
nos miren con compasión,
cuando te insulte, grite y desprecie
tu consuelo con palabras hirientes
que salgan de mi boca como vómitos,
cuando ya no recuerde tu nombre
y nuestros hijos sean unos rostros anónimos,
quiero deciros que os adoro.
El día que las líneas de tu cara,
que ahora recorro emocionado
con mis dedos no signifiquen ya nada,
tu sonrisa, mirada y dulces gestos
sean sólo detalles imprecisos de un entorno,
donde no diferencie entre un semblante y un mueble,
quiero dejarte la huella de mi deseo.
Cuando mi cuerpo innoble
convertido en simple despojos
porque el hombre que fui ya no es,
quedando los residuos únicos de un animal
y sus miembros como trapos rotos,
sin identidad, ni autonomía
pegados a una base, igual que proyecciones
de un espacio confuso y enemigo,
cuando esa materia informe sea menos que un árbol
porque este florece en primavera
después de la aparente muerte en otoño,
mientras yo me pudro sin remedio
pues no volverán en mis ramas a estallar la vida,
quiero que no olvides nunca mis besos.
Si en mi locura, en ese mundo caótico
donde mis neuronas navegarán
extraviadas en un océano oscuro y profundo
ya no añore tu bello cuerpo,
ni el aroma de tu cuello o el color de tu voz dulce,
y, al intentar pronunciar tu nombre, no pueda,
porque tú ya habrás desaparecido en mi oscuridad,
cuando no lo susurre a tu oído,
sino que grite un insulto,
porque aullaré y morderé como un perro rabioso,
quiero que en tu dolor más íntimo
guardes en tu memoria el calor de mis abrazos.
Cuando noche y día sean para mí lo mismo,
alimentes a un muñeco estropeado,
luches y te desesperes en silencio
y duermas en el lecho que compartimos
con un hombre que sea tu martirio,
quiero que recuerdes cuánto nos amábamos.
Yo me quedaré con este instante de gozo,
con el peso ingrávido de tu cuerpo sobre el mío,
entregados en ese fuego que nos quema.
Sé que cuando el agua limpie
mi abandono y fragilidad,
y su caricia tibia resbale sobre mi piel,
viajarán sensaciones por mi interior
evocando quizá la suavidad de tus labios.
Buscarán entonces los míos tus contornos
sin llegar a alcanzarte, me agitaré desesperado
porque estaré perdido en esa pesadilla.
Quiero, a pesar de este castigo
que no nos merecemos,
y aunque me creas ausente,
llenes el aire que aún respiro con un te quiero.
Cuando las señales del fin sean inminentes,
y aún empeñada la vida siga su pulso,
obstinada en seguir sosteniendo los jirones
de carne que ya abandonó el espíritu,
quiero, vida mía, que no llores ni sufras.
Nada importa el bautismo de este calvario
que nos expulsó de nuestro paraíso
porque no hay destierro, si mi tierra eres tú.