Cuando me vaya, dejaré esta habitación

 Cuando me vaya, dejaré esta habitación,
no oiré los ecos de unas voces
que a ratos me desvelan.
Dejaré el horizonte cercano y hermoso
que veo desde estas amplias ventanas
de tejados y campanarios
y un cielo inmenso siempre de estreno.
Dejaré viejos pensamientos y algunos pesares
y llevaré otros metidos en cajas.
Quedarán pegadas mis escamas sobre las paredes
y vendrán a buscarme los rayos de tantos soles.
Dejaré de escuchar estas campanas
que oirán otros oídos
y resonarán en mis recuerdos
sus gongs puntuales a las doce del mediodía.
Dejaré los pies acostumbrados
y los pasajeros rodarán muchas maletas
sobre sus adoquines.
Dejaré lágrimas y risas,
llevaré a cuestas las venideras.
Dejaré una fuente, unas calles, unos altos muros,
la belleza de un templo recortada
sobre un cielo de noche
y la llevaré guardada en mis retinas,
impregnada en mi espíritu.
Dejaré esta ciudad, sus rincones y silencios,
el bullicio de turistas,
la plaza donde el día de mi llegada
en un banco hallé reposo y sombra
mientras vi caer del nido,
de un árbol hoy talado,
dos crías de gorriones
que quedaron agonizando
sobre las brasas candentes del suelo.
Dejaré a los alumnos del conservatorio
seguir con las prácticas de sus melodías.

Aún no te digo adiós, tierra y piedra
porque nunca se sabe.
Hoy tengo el regalo de tu soledad,
tus aromas a chimenea,
el vuelo de palomas por los tejados
pasacalles de cornetas y tambores.
Es pequeño este oasis,
pero da de beber y calma,
consuelo en este desierto
por donde seguiré transeúnte.

Dibujo con palabras tus contornos

 Dibujo con palabras tus contornos
y olvido siempre algún detalle.
Das color a mis bocetos,
inspira mi voz tu bella melodía
y lanzo mi canto al aire.
Son papelillos que vuelan,
suben alto, danzan y reposan
sobre mis dedos,
olvido que guardaré en mis cajones.

Gracias por devolver la calma

 Gracias por devolver la calma
a este corazón ansioso.
Gracias porque me regalas el abrazo
de este bello paisaje,
solemne como un templo.
Gracias por este rítmico
repiqueo de gotas caídas del tejado
sobre la chapa de un coche,
suenan como el ea, ea de una nana.
Gracias por este sol brillante,
derrite la escarcha su fuego
que la noche dejó sobre las tejas
y era esta mañana un manto de nácar.
Gracias por esta nube oscura
que irrumpe con orgullo en el cielo,
enorme sombra que el viento arroja,
después de soltar su carga de delicado granizo,
que breve depositó sobre la tierra
convertido en agua mansa.
Gracias por la magia que a mis ojos ofreciste
desde el este al oeste en este día.
Entre claroscuros la luz hiciste siempre presente
en un horizonte de velos y desvelos.
Tus manos fueron generosas,
brotaban de ellas las horas serenas
hasta este ocaso silencioso.
Siente este corazón convaleciente
el alivio de la espina sacada,
ha dejado su escozor pero ya no duele.
Gracias por el bálsamo de tu aliento
que en el aire me trajiste.
Gracias porque secaste las lágrimas
con la sonrisa dulce de este ahora.

Si prestados a un juego

 Si prestados a un juego,
decidiéramos cambiar la palabra
de cada concepto.
Si a la casa llamamos valle
y al valle, mesa
y así con todos los nombres
que llenaron diccionarios.
Si inventamos otras voces diferentes,
extrañas para los oídos,
cada palabra con sus derivados,
variaciones y categorías
que el tiempo y habla transformaran.
Si trastocados vocabularios y normas,
alterada la morfología y sintaxis
la historia hablada y escrita,
acumulada a lo largo de los años,
todo tirado a la basura,
comencemos de cero.
No bastaría en este jugar
cambiar por el contrario
y al amor llamar odio
y al odio amor,
simplemente variaría el contenido.
Otro mundo sería, igual de incierto
y a pesar de cómo y qué nombremos,
el resultado sería el mismo,
una ficción sobre lo absurdo.

Jubilación


No hay júbilo en dejar atrás
tanto camino recorrido,
no es uno peregrino que besó el santo
y se va de vuelta a sus quehaceres,
transformado, con los pies doloridos,
ligera el alma y cargados los sueños.

He llegado a esa edad donde llené
alforjas de niñez, mochilas de adolescencia,
maletas de trasnochado viajero.
Apenas se pueden cerrar
los baúles guardados
en sótanos y desvanes.
Y sin embargo, hubo un tiempo de transición
entre la inconsciencia que arrastran los días
y la melancolía de las soledades:
el murmullo de ecos de otras voces,
caturreos de un ayer que arañan el corazón,
levantan olas de un mar calmado,
despiertan la memoria de pesares y sentires
que habían traspasado al olvido.
A veces, esa canción dolía
como cuando se abre
un rasguño que ya se había hecho postilla.

Es el estúpido accidente de la nostalgia
empeñada en levantar un edificio en ruinas,
el adorno pueril, inútil, tramposo
de un inventado cuento.

Hoy me dejo abrazar por un largo
pasado, la luz alumbra parte
de la extensa senda.
Ya veo en mi piel
los puntos disimulados
de algunas cicatrices.
El tacto que todo quería palpar
ahora aprecia lo ingrávido y sutil de un roce.
Es dulce su recuerdo
porque es el conjunto
de ser quién eres.
Si encontré fue sin buscar
y hago mi hueco en este mundo,
me desprendo de pieles ásperas
para cubrir mi desnudez
con suaves tejidos.
Y nada duele de un entonces
ni espera con ansias un después.

Hace frío en esta mañana de marzo

 Hace frío en esta mañana de marzo.
Tras los cristales de la amplia ventana,
sobre este fondo de siempre,
cruzan el cielo nubes gruesas,
continentes por donde asoman
pequeños lagos azules.
Es domingo y las campanas suenan
llamando a misa,
es la penúltima llamada.
De vez en cuando entran los rayos
del sol y la estancia se ilumina
dejando su intenso brillo sobre los objetos.
Una planta verde realza su verdor,
las botellas de cristal
se hacen aún más transparentes.
Sobre la mesa el vaso de agua espera una boca
y las gafas, unos ojos.

Todo es efímero, se apaga esa luz,
el jovial ánimo se vuelve mustio,
los espíritus de estos cuerpos se entristecen.
Juegan nubes con el sol al corre-que-te-pillo,
a turnos gana uno y luego el otro.
El que mira sufre la ambivalencia de su suerte.
A veces la carne se siente acariciada
y entonces los labios sonríen,
se cierran los párpados por el resplandor,
como dormidos,
la vida se funde en este fuego.
Mas cambia al segundo,
entra el frío, la oscuridad gélida,
la melancolía todo lo abraza.

Vuelven las campanas a repicar,
última llamada para el día del Señor.

Lleva pegada la pereza

 Lleva pegada la pereza,
arrastrada por los pies,
apenas levanta la mirada,
caen los párpados por su peso.
Quiere la voz alcanzar la boca
y se hace silencio indolente.
La pereza entró sin llamar
fue dejando recados en el aire.
Cesó la música de la brisa,
barrió las ganas la tempestad del viento,
llevados los aromas de las flores,
se cubrieron de oscuridad los días.
La puerta perdió la llave,
en la casa encontró acomodo,
con la rutina rodaron las horas
y un reloj sin prisas
dividió en partes iguales la nada.
A esta pereza le crecen
capas como a la cebolla,
echa raíces y pudre los brotes.
Grita la angustia del náufrago
pero finge la espera.
La pereza no sueña, no cree,
crece como una ola
en su océano con mar de fondo.

Fin sin que nadie pueda socorrerte

 Fin sin que nadie pueda socorrerte,
buscar en las clandestinas sombras
de altos muros y callejuelas solitarias
la luz blanca que venga de soslayo
mostrando lo oculto, desvelado el secreto.

A veces, una siente despegar los pies

 A veces, una siente despegar los pies
del suelo, tocar con la mano una nube,
dejar lo terrenal por un instante,
ser un elemento más del cosmos
y hallar la calma del espíritu.
Mas la tierra reclama se cumpla su ley,
exige a las raíces tomar su alimento,
que germine la semilla en  tronco
y de hojas se cubran sus ramas.
Hojas que sueñan volar alto con la brisa,
llenas de verdor olvidan estar
sin remedio atadas al tallo.
Desprendidas, ya caducas,
serán plumas de ave muerta
rodando los abismos de la incertidumbre,
a la deriva del aire y del tiempo.

Vino tu luz a mi mirar

 Vino tu luz a mi mirar
clavadas tus pupilas frescas
en las mías cansadas
de abandonados sueños de niñez,
donde el olvido bebe
y humedece sus secos labios.

A medida que cumplimos años

 A medida que cumplimos años
uno recuerda lo que era
y cree tener aún algo
de aquel que fuimos.
Juntamos anécdotas
para mostrar a nuestros hijos
el perfil adornado
del protagonista de esa historia.

Ayer tenía un dolor templado

 Ayer tenía un dolor templado
como una dulce melancolía,
esa que barrunta la playa solitaria
del fin de un verano.
Hoy se agitan vientos
que levanta la fina arena
y se clavan en nuestra piel
hasta hacernos sangre.
Mañana, quizá, llegue el consuelo.

Por si acaso, sacaré el abrigo
del armario.

La inconsciencia pasea por las calles

La inconsciencia pasea por las calles,
se sienta en las terrazas,
busca en el engaño,
halaga nuestra estupidez
con arrogancia igual
que arrulladora nana.

Avanza

 Avanza
como el alba,
imperceptible,
esta tristeza.
Respetuosa,
nadie
la advierte.
Disimula
entre la transparencia
de las horas.

Y los pasos
rutinarios
siguen
sus huellas
sin atenderla.

No puedes salir indemne

 No puedes salir indemne
de este recorrido porque,
aunque la vida no te hiera demasiado,
deja cicatrices en el cuerpo.
La arena del camino
arañó tus ojos,
deformó la mirada
y agudizó olfato y oídos.
Vuelves de ese viaje
más confuso y desengañado,
más cansado y triste.

Abrir esa puerta y no ver

 Abrir esa puerta y no ver
entre las telarañas del pasado,
la larga distancia,
la bruma de la memoria,
la vida gastada.

¿Qué extraño mira de tan lejos?

Callada, perdida

 Callada, perdida,
busca entre el olvido
el regalo de un tiempo pasado.
El presente,
con otra rutina,
gira por la esfera de un reloj antiguo
al que le faltan algunas horas
y la aguja del segundero.

Para la pérdida


Estamos hechos para la pérdida,
perdemos días y creímos ganar tiempo,
perdemos ilusiones que fueron,
perdemos poco a poco
la fe de la felicidad prometida.
Perdemos conocidos, seres queridos.
Perdemos también las fuerzas,
perdemos la pasión,
perdemos el pelo, la vista,
la memoria, el dormir y el soñar.
Perdemos las ganas de todo,

Perdemos, porque nunca se gana.
Perdemos la vida, sí,
ni siquiera la muerte se gana.

Este parloteo continuo de la vida

 Este parloteo continuo de la vida
que envuelve nuestros oídos
con su repetitivo eco,
es, a cada instante,
una voz que se crea,
un color que se descubre,
la estrenada seda del ala
de la oruga,
el taco de terciopelo de
la brotada flor,
el sublime descubrimiento
del envés de una corteza
o el roce suave de la sustancia
de incierta geometría.

Este juego de mi osadía

Este juego de mi osadía
es mero ejercicio de un mal alumno
castigado a copiar cien veces la frase:
“No volveré a escribir poemas”.

Nuestro afán desmedido por llenar

 Nuestro afán desmedido por llenar
gruesos diccionarios nos alienta
a crear palabras, definir cada cosa,
del cuerpo y del alma,
de los hechos y los sueños.
Por eso inventamos la locura,
que es dar rienda suelta,
desatar la razón y ponerle alas.

Mi lecho es paz

 Mi lecho es paz,
abandono del mundo,
olvido.

Nada existe en el silencio,
oscuridad que ignora las horas.

Dejo el bullir del día,
avanza loco
el esqueleto del tiempo
sobre alfombras persas.

La noche, ay, la noche,
nave que retorna a la casa
y la vigilia no recuerda
el mapa de ese tesoro.

Mi lecho, leche que amamanta,
agua, agua, agua de una nube
que riega esa blanda tierra,
de sueño y olvido.

Vivir es gozar sintiendo

 Vivir es gozar sintiendo
el aliento de su alma
sin cerrarle los labios
por comer el vacío
que no alimenta.

A veces, hay minutos de un día

 A veces, hay minutos de un día,
horas encadenadas por donde fluye
el río del tiempo amable.
Lleva un sol en sus aguas,
aunque llueva o sea noche
de luna oculta,
habrá en nuestros ojos
el brillo prestado
de diminutas estrellas.
A veces, los sueños se cumplen
y la vida es el regalo
que esperabas.
Latente en el aire pesa,
un eco callado de espuma
a la espera de romper la ola.
Un estruendo gigante,
revueltas aguas,
gotas de mar o lluvia,
afilados dientes
que devoran la tierra blanda.
Tinieblas en el horizonte,
frío, barro, fuego,
un viento sin fronteras.
A la deriva va tu alma,
naufraga sin la tibia arena
de una isla.

La vida, efímera siempre

 

La vida, efímera siempre, persigue incesante poder capturar aquellos instantes que nos hicieron felices y también mejores, esos, tan sólo uno de ellos, por los que mereció la pena vivir. El reloj avanza y el agua se nos escapa de las manos sin conseguir quitar nuestra sed de eternidad. Una infinitud insaciable que nos engulle con nuestras inútiles existencias persiguiendo ese algo que desconocemos, que se instauró en nuestros cerebros como una necesidad vital, la energía que nos conduce a seguir buscando en un océano donde nada hay. Lo bueno o lo malo del árbol de tu vida cuyas hojas se desprendieron de sus ramas y volaron dibujando círculos en el aire, danzando el baile existencial con las otras caídas, hasta que, arrinconadas, sucias, envueltas de polvo y basura acumuladas, sucumbieron. Terminaron su vuelo grácil, abandonadas. Perdido el verde frescor, gozaron del último impulso, como regalo de despedida de un decepcionante viaje.

A dónde irán esas cosas etéreas

 ¿A dónde irán esas cosas etéreas,
abstractos sustantivos que solo
dejan ver los efectos de su presencia?
Es el alma alas para este traje.
Quisimos ser pájaro
y en sueños lo fuimos.
Cuando nos llegue la muerte
estas alas buscarán otro cuerpo.
¿Qué territorios surcará
este extraño que mi alma
lleve consigo?

Estoy tan perdida

 Estoy tan perdida
que no me encuentro
ni por venas ni arterias.
Recorro de norte a sur
la médula y no hallo indicios.
La hiel que destila mi vesícula
no muestra señales correctas
y el corazón insiste
con su respuesta monótona
no sé, no sé.

Estoy tan perdida
revolviéndome dentro
de una densa nube
sin saber si mi cabeza
está hacia abajo o arriba.
Estoy perdida y en peligro
como hormiga en medio
de una autopista llena
de tráfico caótico;
como un ovillo
de hojas secas y polvo
ante una calle larga.

Estoy tan perdida
que es como estar muerta,
andar entre vivos
en dirección contraria.
Tropezar con el tumulto
y no caer porque hay
una gelatinosa masa
entre mi cuerpo y los otros.
Perdida en el inmenso vacío.

Camino cada día
por el precipicio de mi conciencia,
aúllo a mi alma,
escucho a mi razón,
despierto a mis sentidos
y mi boca lame el aire
de sabor salado y agrio.
Mis ojos rascan la superficie,
mis manos atraviesan
el sudor que fluye
de mi desesperación.
Llevo un paso autómata
empujada por la corriente
que hace presión insoportable.
¡No hay salida! ¡No!
Aquí tienes mi carne
lacerada a golpes.
Durante un tiempo la sal curó,
hoy sobre la herida arde.

Mañana, ¿mañana?
No sé, seguiré perdida.

Cuatro amapolas asoman

 Cuatro amapolas asoman
escuálidas y desvaídas
entre los adoquines,
y en la yerba silvestre
margaritas amarillas y negras
han desaparecido.
Este mundo ya es otro.

Y yo no sé quién soy,
si aquella de la que hablan
las partículas del aire que,
como risas de niñas traviesas
comentan vergonzosas un secreto,
la triste figura de un reflejo deforme.
O esta otra imagen que,
a través de las presentes huellas,
dilucido alguien que pudo ser
y sin embargo, es precisamente
por no haber sido.

Cuando llegue el último día

 Cuando llegue el último día,
su limítrofe segundo,
el ínfimo espacio de tiempo
que te sitúe aún en la vida
frente al inicio del olvido,
fino hilo de tela de araña.
Cuando estés en ese instante
de oscura incertidumbre,
dolor, desengaño,
sin más luz hacia la senda oscura
que la frágil llama
de la ya herida consciencia.

Cuando próximo al postrero aliento
y en el mapa de tu mente
estén ya borrados todos
los itinerarios posibles,
te marcharás con los ojos ciegos,
siguiendo el resplandor blanco.
Senda que dirige al útero de la nada,
sin más mochila que el cuerpo inerte y frío,
la digna firmeza que da la muerte.

De sorpresa,
la vida te deja en un punto del camino,
sin el plano de otra tierra,
rodeados de oscuridad,
en una noche sin luna.

En el día donde el sol se oculte
tras los párpados,
no llevarás a mano lámpara
o linterna.
Desorientado el sentido,
perdido tu olfato,
ciega la mirada,
tus manos no distinguirán
el tronco del pino,
no olerás a mar
ni sentirás si la playa
está cerca.