Hace frío en esta mañana de marzo.
Tras los cristales de la amplia ventana,
sobre este fondo de siempre,
cruzan el cielo nubes gruesas,
continentes por donde asoman
pequeños lagos azules.
Es domingo y las campanas suenan
llamando a misa,
es la penúltima llamada.
De vez en cuando entran los rayos
del sol y la estancia se ilumina
dejando su intenso brillo sobre los objetos.
Una planta verde realza su verdor,
las botellas de cristal
se hacen aún más transparentes.
Sobre la mesa el vaso de agua espera una boca
y las gafas, unos ojos.
Todo es efímero, se apaga esa luz,
el jovial ánimo se vuelve mustio,
los espíritus de estos cuerpos se entristecen.
Juegan nubes con el sol al corre-que-te-pillo,
a turnos gana uno y luego el otro.
El que mira sufre la ambivalencia de su suerte.
A veces la carne se siente acariciada
y entonces los labios sonríen,
se cierran los párpados por el resplandor,
como dormidos,
la vida se funde en este fuego.
Mas cambia al segundo,
entra el frío, la oscuridad gélida,
la melancolía todo lo abraza.
Vuelven las campanas a repicar,
última llamada para el día del Señor.
Hace frío en esta mañana de marzo
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