Jubilación


No hay júbilo en dejar atrás
tanto camino recorrido,
no es uno peregrino que besó el santo
y se va de vuelta a sus quehaceres,
transformado, con los pies doloridos,
ligera el alma y cargados los sueños.

He llegado a esa edad donde llené
alforjas de niñez, mochilas de adolescencia,
maletas de trasnochado viajero.
Apenas se pueden cerrar
los baúles guardados
en sótanos y desvanes.
Y sin embargo, hubo un tiempo de transición
entre la inconsciencia que arrastran los días
y la melancolía de las soledades:
el murmullo de ecos de otras voces,
caturreos de un ayer que arañan el corazón,
levantan olas de un mar calmado,
despiertan la memoria de pesares y sentires
que habían traspasado al olvido.
A veces, esa canción dolía
como cuando se abre
un rasguño que ya se había hecho postilla.

Es el estúpido accidente de la nostalgia
empeñada en levantar un edificio en ruinas,
el adorno pueril, inútil, tramposo
de un inventado cuento.

Hoy me dejo abrazar por un largo
pasado, la luz alumbra parte
de la extensa senda.
Ya veo en mi piel
los puntos disimulados
de algunas cicatrices.
El tacto que todo quería palpar
ahora aprecia lo ingrávido y sutil de un roce.
Es dulce su recuerdo
porque es el conjunto
de ser quién eres.
Si encontré fue sin buscar
y hago mi hueco en este mundo,
me desprendo de pieles ásperas
para cubrir mi desnudez
con suaves tejidos.
Y nada duele de un entonces
ni espera con ansias un después.

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