Dicen que la piedra

Dicen que la piedra
no tiene vida,
mas es fuego con el sol
y frío hielo en invierno.
Piedra que retienes
sal y sangre,
eres lecho y nido maternal
para tus criaturas.
Piedra que sufres el olvido
del árido viento
borrando tus huellas,
el tiempo marca heridas
en tu piel,
deja profundas cicatrices.
Piedra que a los besos
de las olas
te derrites en arena,
revolcados entre sábanas de espuma
gozan vuestros cuerpos
para abandonaros al reposo
en la orilla.
Piedra que a los golpes
te rompes en mil pedazos,
creen que no hay dolor
en tu callado grito.
Te convierte en criminal
la mano cruel y asesina,
víctima de otra víctima
por un despreciable castigo bíblico.
Pone en tu boca la mentira
del hipócrita,
te hacen del destino culpable.

Piedra amiga, hermana,
ser de mi ser mismo,
eres más que abrazar un tronco
o ceñirse a otro cuerpo.
Eso es vida con vida,
tenerte entre mis manos.
Descansar mi carne en tu roca dura,
guardar en la tumba mi memoria,
es sentir la eternidad.

Fuimos árbol con verdes hojas

Fuimos árbol con verdes hojas,
y flores de primavera
que echaron frutos.
Ahora somos la sombra
de secas ramas y nidos vacíos.
Circulan por nuestro esqueleto
hormigas y tejen sus telas
las arañas,
sostenemos el frágil peso
de gorriones,
y nos vencen las rachas del viento.
Pronto seremos pasto de llamas,
mientras, nos miramos
al caer la tarde
sin dejar sombra.
Sonríen nuestros labios
al roce de unas alas,
nuestras horas se entretienen
en contar las pocas hojas
que aún adornan nuestros brazos.
Ya no somos tornasoles de mañanas
sino luz apagada de nuevos amaneceres.
Perdieron el brillo las hojas,
somos sombra hueca
en un solitario prado.

Soy elefante que se aleja

Soy elefante que se aleja
de la manada
cuando siente cerca el fin.
Soy indio que abandona
la tribu
y espera en la soledad
de la montaña la muerte.
Soy alma en pena
que se aleja del mundo
ajeno y hostil,
encerrada en su envoltura,
prepara su metamorfosis.

He dejado de existir

He dejado de existir
tantas veces,
que ya no sé si soy real
o la ficción prestada de otro.
Dentro de mí,
muchas cosas existen
y no las captan mis sentidos,
ni siempre estoy con ellas
en comunión.
Si acaso, a veces,
soy paloma mensajera.

Debería ser concisa en la palabra

Debería ser concisa en la palabra,
procurar contención en los argumentos,
restar adjetivos, sin añadir sílabas,
¡que hable el verbo desnudo!
Permitir tiempo al vacío,
dibujar silencio.
Baste la onomatopeya,
que el suspiro sea voz pura
para la espontánea emoción.
No cansar al oyente,
dejar de ir y venir
a una fuente turbia,
que fluya el agua clara del verso.

Mas, sin remedio, divago.
Me gusta entrar
en esa habitación a oscuras
y dejar a mis ojos
que se vayan sorprendiendo,
descubrir un mundo oculto
en esas brumas.

Los hijos ya crecieron

Los hijos ya crecieron.
Cuando nos visitan,
aunque perdidos
tras la puerta
de su habitación,
llenan la casa.
¡Cuánto vacío queda
con su ausencia!
Por suerte, dejan su olor
y su desorden.

He abierto la ventana

He abierto la ventana.
La noche había caído
sobre los tejados,
la calle tranquila
sin tránsito, callada,
alumbrada por farolas
de luz cálida.
Un aire amable
y un cielo cercano al estío
vestía de nuevo
su traje negro con su blanco lunar.
¡Tan pronto pasa el tiempo!
No cogió ni olor a rancio
este traje guardado
en el ropero.
Parece que fue ayer
cuando, altanera y hermosa,
llena de lozanía,
voluptuosa candidez
en su figura oronda,
su cara clara y seductora
se paseaba por la noche
con su peineta y mantilla
de encaje.
Repartió sueños
de besos de enamorados,
espíritus rendidos a sus hechizos.

Tan breve es la espera
para la próxima cita,
que ni percha requiere
su vestido de fiesta.
Su cremallera circular
lenta se baja,
primero un hombro
después otro, le cae a los pies
y, con mano lánguida,
lo deja reposado
obre una silla.
Fresco y sin arrugas
es su tejido,
mientras mis prendas
se ajan en armarios
con polillas.

Entre las ramas secas

Entre las ramas secas
de un ciruelo muerto
se enredan, cariñosas,
hojas de dama de noche,
una parra estéril
y un acebuche fecundo.
No sé si es abrazo
en su despedida
o avaricia de invadir
su territorio baldío.
¡Qué mérito tiene
ese cobarde triunfo
con enemigo tan frágil!
Son buitres en un combate
de un herido mortal.
Comen hoy de sus vísceras,
de lo que fue ayer árbol púber.
Sembrado, vino de lejos
para ser su esqueleto memoria
de otro cuerpo vencido.

Mas, insiste la aldaba

Mas, insiste la aldaba
sobre la madera
humillada a sus golpes.
El miedo a oír sus pasos
hace temblar tus muros.
Sin abrirle, entra.
Sin llamarla, acude.
A estas lindes nos trajo
el cruel destino.

Es a veces
confortable compañera
esa melancolía.
Contertulia de las vespertinas horas,
y confidente de las noches.
Al lecho se nos acuesta desnuda,
sentimos al principio
su cuerpo gélido
y al abrazo en calidez se convierte.
Nos dejamos besar por sus labios,
romper el nudo de nuestras entrañas,
abrir las carnes y verter
sus salados manantiales,
dejando el salitre sobre la almohada.
Como después del sexo,
llega la calma del desahogo,
la dulce caricia de su sombra
al corazón le conmueve.

A veces, busco un libro

A veces, busco un libro,
otras, es el libro el que viene a mí.
Me llama con locuaz silencio,
se me insinúa mostrando
un poco de su lomo,
adquiere una postura provocativa,
sobresale de los demás
y consigue atraer mi mirada.
Me fijo entonces en su aspecto,
leo sus perfiles,
su título me atrapa,
quiero que me desvele
su desconocido interior.

El destino tiene esas cosas,
las une a su capricho
y yo me dejo conducir
por sus señales.
¿Por qué negarse a una causa,
que, aunque remota y oculta,
actúa con tan peculiar reclamo?
¿Por qué no aprovechar
ese encuentro
para establecer un diálogo?
Gracias al fortuito proceder
de un universo ignoto,
llegaron a mis manos
letras muy hermosas.

Tendrá sus razones y yo
me vuelco dentro,
a su lecho sucumbo
con total entrega.
Entre las suaves líneas
que dibujan sus ondas,
existe este mar inmenso.
Asomo la cabeza
para seguir tomando aire
y captar en reposo
su grato aroma.
Con casi el cuerpo completo,
sumergido en sus entrañas,
el alma se alimenta
de un cielo azul,
me dejo llevar por sus olas
de aguas claras y cálidas,
su sal sobre mis labios,
y un sol iluminando
sus palabras.

Fueron talladas
para que esta memoria
de su pasado
sea mi presente.

Es nuestra voz hilo

Es nuestra voz hilo
que tira de las palabras,
rotundo eco
que sale de la cueva
de la boca.
Sonora melodía,
infernal grito.
Voz calada por la tierra
para brotar en claro
manantial
y ser reflejo
en otro oído.
Voz que nos acaricia
en cálido susurro,
se vuelve de tan frío
que nos espanta.

El zureo de las palomas en los tejados

El zureo de las palomas en los tejados,
nana de dulce abandono.
Construyen nidos entre las tejas,
pasean con su gráciles andares,
una detrás de la otra
como dos enamorados.
Amalgama de trinos,
gorjeos, graznidos y arrullos
siembran el aire
de apacible sosiego.
El mundo, animal dócil,
mientras duerme
da al despertar
grandes mordiscos.
Las tardes del año,
lánguidas horas vestidas
de variado perfume,
de hojas secas,
de fuertes aguaceros,
de sopor de siestas,
de brisa ardiente,
se llenan de ocaso.

Imaginemos

Imaginemos,
si dentro de un cerrado círculo
miles y miles de criaturas viven,
distintos unos de otros,
todos partes de un escenario.

Imaginemos
que unos particulares seres,
a partir de sus sentidos,
ayudados por especiales herramientas,
agudizan sus capacidades
y son capaces de advertir
elementos antes invisibles.

Imaginemos
que para estar en este mundo,
en esa especial burbuja,
necesitan poner nombres
a todo lo que les rodea.

Imaginemos
que gracias a esa clasificación,
comienzan un lenguaje,
haciendo estructuras sintácticas,
agrupando esos fonemas
para expresar no solo palabras,
sino también conceptos.

Imaginemos
que con ese don mental
levantan grandes pensamientos,
reflexionan y extraen de su realidad,
la figura sobre un seguro fondo.

Imaginemos
que, analizados los resultados,
encuentran una explicación convincente
a las dudas planteadas.

Imaginemos
que esas palabras,
pensamientos, ideas, transitan
por el tiempo,
llevadas por una memoria,
no solo como eco repetido,
sino sellado,
para que permanezca eternamente
y, crecido el conocimiento,
prosperan hacia una perfección.

Imaginemos
que sujetos a un cerebro,
a un cuerpo con sus características
particulares y biológicas,
con matizadas diferencias individuales
en deseos, preferencias y sentir,
confrontan sus teorías,
traten de dar con el argumento
idóneo
que dé sentencia a su existencia.

Imaginemos
que opiniones distintas
quieren tomar caminos diferentes
partiendo de sus hipótesis
y llegan a conclusiones diversas.

Imaginemos
que estos seres observan
que existe más allá
de este círculo, un cosmos
y además la sospecha de un infinito,
pues, superados horizontes,
muestran otros más lejanos.

Imaginemos
que sobre ese escenario confuso
se mueven con soltura
para representar la obra,
sabiendo que hay una oscuridad
sobre la platea.

Pero, imaginemos
que cada cual imagina
con su memoria el deposito
de una historia, las supersticiones
de sus culturas.

Imaginemos
qué posibles relatos
construyen con tan limitados elementos
y levantan un edificio
con tan frágil materia.

Imaginemos
que ni siquiera pueden confiar
que los propios ladrillos
que lo componen
sean realidades firmes
y no desbordada imaginación.

Imaginemos
que sus dedos,
queriendo alcanzar la meta,
lleguen a la longitud de sus brazos.

Imaginemos
que, creyendo ver, no vean,
creyendo oír, confundan los sonidos,
creyendo crear, sea tan solo humo,
formada nube que se descompone
al momento siguiente.

Imaginemos
que, debido a una asumida impotencia,
ponen su fe en un creador absoluto
y hacen de sus credos religiones.

Imaginemos
que, llegados a este punto,
se ponen en disputa
quién tiene más razón que el otro,
sin alcanzar acuerdos.

Imaginemos
que las defensas de sus suposiciones
tienen que luchar
con un limitado lenguaje.

Imaginemos
que el reto está tan oculto
que se conforman
con un saber insuficiente
y, llenos de orgullo,
confirman hechos
como incuestionables.

Imaginemos
que, con gran autoridad prepotente,
concluyen desde difusas certezas.

Imaginemos
que sufren el dolor
de la incertidumbre
y, mirando el reflejo
de un supuesto río,
unos se creen Narcisos,
se admiran de su belleza.
Quizá otros ven
el lodo de un fondo.
Tal vez muchos se entretienen
jugando con el agua.
Por último están los esperanzados
que miran el cielo
a la espera de las lluvias.
Mas sus gotas al caer
destruyen la imagen que ven
y locos, cegados por un sol de mentira,
se agarren
a un sueño ardiendo
antes que estar entre brumas.

Acostumbrada a levantarme

Acostumbrada a levantarme
y encontrar que las cosas
seguían en su sitio,
que las palabras eran las cotidianas
y las bocas, fuente que esparcía
su gorjeo apacible.

Acostumbrada a entrar
en el refugio de mi lecho
cada noche y regresar al mismo
mundo al amanecer.

Acostumbrada a los trozos
que me fueron prestando otras manos,
pegados ladrillos al andamio
de mi alma.

Despierto un día sin rumbo,
desnuda de aquel disfraz,
en un lugar extraño,
donde todo aparenta desorden
y confusión
y, sin embargo, está en equilibrio.

Las voces me suenan
como chirridos de ruedas derrapando,
hostil sonido de la tiza
arañando la pizarra,
crujir del cristal cortado por el fino metal,
goteo incesante de un grifo
mal cerrado.

Qué trastocó la mirada

¿Qué trastocó la mirada
que el mundo parece absurdo,
extrañas las personas
y miles de peligros amenazan
por todos los lados?
No hay rincón cierto.
Las tranquilas aceras
son precipicios mortales.
El parque, los edificios,
la belleza de un jardín
con árboles y parterres,
los muros pintados y con adornos,
la escultura de un banco
de hierro,
las cándidas palomas
bebiendo de una fuente…
todo amigo ayer
son hoy un homicida acechándonos.
¿Qué le ha pasado a la mirada?
Serán cataratas que nublan
paisaje y mente.
Quizá la presbicia
que ha convertido el metro
en abismal distancia,
turbio el aire
y desde la punta de tu zapato
todo es densa niebla
en esta oscura ciudad.

¿Qué habla la mirada,
vacías onomatopeyas,
gruñidos intimidantes,
alaridos quizá, para asustar
al enemigo?
Palabras cargadas de miedo y dudas,
inseguras pestañean,
caen pesadas sobre los párpados.
Se cierran, se abren.
No hay guiños que sosieguen
tu espíritu preocupado,
sino desconfiados reojos.
Sólo se ve gente perdida
en el laberinto
entre opacos cristales.
Todos nos miramos
y vamos ciegos de nadie.
Parecen fantasmas de cadáveres,
andantes esqueletos
que hacen gracia
con sus baile de muerte.

¿Qué ha cubierto el iris?
Antes cristalino y diáfano,
muestra esta tosca realidad,
un conjunto de locos errantes
huyendo de todo,
ingenuos, sonámbulos,
pisados por el tiempo.
Reptan y creen que corren.

Sin aviso

Sin aviso,
de la roca brotó la fuente.
Algo se removió en su cueva,
justo en el centro,
donde palpita el hogar.
Una opresión anunciada,
quería romper por dentro.
Con ímpetu buscó la salida
de la tierra profunda.
Se precipitaba el doloroso parto,
trató de sofocar la urgencia
distrayendo el rumiar de voces
que vertían sangre de la memoria.
Aumentó el ritmo de los jadeos.
El recuerdo de nanas tristes,
los susurros de hojas,
el rumor de sombras
de las altas ramas de los árboles,
todo alentaba
el imperioso alumbramiento.
Sabe la roca cuando siente su presencia,
cuando penetran en sus entrañas
los líquidos cuchillos,
y se ahoga en el desborde de la angustia.
Empujaba y contraía.
Al fin, se abrió su seno,
afloraba el llanto del ojo
que no presintió el augurio.
La gruesa gota rodó
por la pendiente
de la suave colina de su rostro.
Después, a caños,
arrasó la ladera.
Y de golpe,
sale el gestado.
Preñada de ansias,
se desgarra y fluye con brío
el caudal acumulado del desaliento.

Quizá sea yo el bicho raro

Quizá sea yo el bicho raro.
Tal vez, porque tengo flagelos
o me deslizo como una ameba.
No tengo forma definida,
rompí hace tiempo el traje
que me apretaba.
Me irritaba su textura.
En un acto de rebeldía,
cogí las tijeras
y lo arranqué de mi cuerpo.

Tuvo sus consecuencias:
sentir el frío de la desnudez,
buscar otro tejido más cómodo
para cubrir mis vergüenzas,
protegerme de enemigos,
alguna especie de parapeto
para frenar los golpes.