Me falta el mapa

Me falta el mapa
del tesoro
que escondió el divino pirata.
Sin rumbo me dirijo,
pisando quizá,
la tierra que oculta
el logro del deseo.

Detalles del tiempo

Sobre la mesa en frasco de cristal
dormita una varilla de ratán seca.
Aún desprendía el suave recuerdo
de su perfume.
Quizá fuera canela o jazmín.
Con el paso del tiempo
no se distinguía
en su aroma rancio
el remoto delicado olor.
Sobre la mesa, una capa de polvo
alfombraba la madera
vistiendo con su opaco tejido
un par de objetos,
un marco sin foto y
un viejo peine de carey
con algunas púas rotas.
La mesa era el único mueble
en la habitación
y aquellos sus únicos objetos.
Aquel bodegón inerte
era el alma perdida
de su dueño anónimo.

Qué busca la gente

¿Qué busca la gente
en el bullicio?
La intensidad de la vida,
la densidad de su masa.
La vida como la muerte
no es divisor ni múltiplo,
es o no es una.
El vacío que intenta llenar
la muchedumbre
es soledad del alma,
miedo del cuerpo
desesperación y huida.

El derroche del carpe diem

Tras estar al filo del abismo,
peligrar el pie sobre la tierra,
sentir la sólida roca desmoronarse,
encontrar la gran meseta,
la extensa llanura,
el cielo sin nubarrones,
la boca grita:
¡Qué ganas de vida!
¡Qué ansia tiene la sangre
por exprimir el momento!,
que mañana, ¿quién sabe?

Y el rebaño se pone en marcha.
Con el mastín ladrándole
a las ancas y mirándose el trasero
unos a otros,
avanzan hacia el prometido valle.
Ante el frondoso prado,
comen y comen la hierba fresca
hasta el vómito si es necesario.
Mientras la lluvia da cosecha,
olvidan el pasto seco
y, por temor al hambre,
engullen con desesperación.
Ay, ignorancia humana,
ay, goce tan fugaz,
ay, esperanzas y sueños.
Cuánto más mejor.
Cuánto más hacer,
parece mayor vivir.

La negrura que se despejó
de nuestras cabezas
dejó ciegos nuestros ojos
y la consciencia trastornada.
Locas ganas por beber la vida
cueste lo que cueste,
compensar la balanza con excesos.
Tras sufrir carestía
el derroche está servido,
las arcas abiertas
para ajenas ganancias.
Los avaros cuentan sus beneficios.
¡Gasten sin reservas,
hagan atracones de falso bienestar!
Nuestros miedos alimentan
otras panzas.

Frustrado quedará el sueño,
vacío el corazón,
desengañada la fe.
Puesta la mirada
en tan bajo cielo,
rogamos a tan flaco dios
por el que fuimos bendecidos
con este efímero maná
dejando hambriento el espíritu.

El animal herido

El animal herido
se quedó agazapado
bajo el seco matorral.
Un viento hostil amenazaba
con helarle la sangre
y el corazón latía
con la ira de un ciclón
mordiéndole las entrañas.
Los afilados cuchillos
de sus lamentos
cortaban la apretada noche,
mar centelleante
de un cielo abismal,
faro y vigía
para su aterido espíritu.
Algo más grande
que su vacío y soledad
lo acogía en un cálido abrazo,
mecido el dolor
por un silencio vibrante,
cósmico, inmortal.

 

Nada soy,

sólo un perro malherido,

perdido en este árido desierto.

Mas tú, lecho de estrellas,

eco y palpitar

de un universo infinito,

eres luz en mi negra agonía,

consuelo en mi sufrimiento.

Será testigo de esta muerte
esta noche luminosa,
de un inocente y olvidado cuerpo.
Abandonará este mundo
y sus miserias.
Quebraron sus patas
que hicieron tantos caminos
hasta caer vencidas
en esta tierra.
Pesan los golpes
de esta vida,
el destino irrevocable
de un devenir
que al final se impone y gana
sin importarle el daño que infringe.

Pronto será sustancia etérea.
Ligero como un globo,
alzará el vuelo,
zafado hilo
de entre los dedos de una ilusión.
Subirá y quedará atrapado
entre esos rayos de luz plateada.
Por fin, descansará
su sagrada esencia
en una eternidad única.
Fue parte rota
para ser un todo.

Una consciencia inmortal

Una consciencia inmortal
batalla contra el tiempo
de un mundo efímero.
Aturdidos, perdidos,
abrumados, desesperados
en la noche,
buscamos tan elevada respuesta
con tan torpes preguntas,
que, trastornados, caemos
en la locura y el caos.

Por suerte, la mañana
de toda noche regresa
y los cantos de pájaros
y la luz de un sol,
y las certezas hechas costumbres
nos cierran las heridas.
Nos cubre de nuevo el bálsamo
de la ignorancia y el olvido.

Qué son esos escombros

¿Qué son esos escombros?
Son pobres.
Afean el paisaje,
llevadlos muy lejos,
apartadlos de nuestra vista.
Que nuestras farolas
brillen intensas,
queden ocultas en la oscuridad
sus sombras.
Luzca la grandeza de nuestros edificios,
paseen por las calles
gente elegante y bella,
de cutis de porcelana
y dientes perfectos y blanqueados.
Asquean sus cuerpos frágiles,
enfermos y oscuros.
Escondedlos,
que aún divisamos
el destello de las sonrisas
de esos sucios niños,
las ardientes brasas
de sus ojos negros.

Levantad un muro
o hundidlos bajo tierra,
hasta aquí llega su hedor
a muerte.
¡Quemadlos!
No dejéis ni las cenizas
que puedan traer el viento
y entren por nuestras amplias
ventanas,
llenen nuestros hogares
con su hollín,
empañen nuestros iris,
irriten nuestra fina piel.


Mas,
como son tan necesarios,
al menos,
que no nos molesten.

Agua, agua

Agua, agua,
transparente y líquida,
senda de dulces besos.

Agua, agua,
ligera que transita
por el cauce de este sueño.

No huyas, no temas.
La letra está escrita,
es sonido en el viento.

Santuario de mi cuerpo,
bosque donde habitan,
hadas y duendes,
ogros y demonios.

No huyas, no temas.
La letra está escrita,
es sonido en el viento.

Con torpeza escriben mis dedos

Con torpeza escriben mis dedos
y piensa mi mente
sus precarias palabras,
inventa verdades
con la sana costumbre
de conocer a quién metes
en tu casa.
Mis ojos se pierden la belleza
que existe delante de sus espejos,
cristales traslúcidos
que deslucen los verdaderos colores,
sordos mis oídos al hablar
de un mundo vibrante.
Qué mediocridad de vida
si vamos a pasos tan ligeros,
si pisamos de puntillas
un bello mosaico
sin ver su completa imagen,
piezas que a saltos
describen un camino
e ignoran su mapa.
Una nube nos cubre el cielo
y con un simple soplido
podríamos desplazarla,
diluirla en el aire,
mas preferimos
entrar dentro
de su oscura espesura,
de nada,
de vacío,
de humo.

El hombre que halló la verdad

El hombre que halló la verdad
la callará en su muerte
del mismo modo que las huellas
sobre la arena son borradas
por el viento.
El nuevo peregrino
tendrá que hacer la senda
sin ninguna guía.
La brisa le traerá aromas
sin nombre
que sólo una atento olfato
reconocerá su esencia.
El buen catador
sabrá distinguir su ambrosía.
El rumor del mar
le hablará sin palabras
y la razón en el silencio
será capaz, quizá,
de vencer la bravura de las olas.
Escuchar el clamor
de una voz profunda
que se pierde en un eco.
El agua humedece las manos,
mas no puede ser cuenco
que llene el vacío pozo
de nuestro corazón.
Alerta, en calma, sin temores,
veremos el resplandor
de un fuego,
la luz de un sol imposible de mirar.
Sólo ojos cristalinos,
puros como un manantial,
alcanzarán su reflejo.

Igual que el caminante que va

Igual que el caminante que va
por un campo a oscuras
iluminado por una linterna.
Igual que alumbra la farola
un círculo de luz
en la calle solitaria de la noche.
Igual que dos faros
iluminan la carretera
entre tinieblas,
así vamos por la vida,
mirando sólo aquello
que los ojos ven
sin conocer más allá
que su marcada senda.
Mientras obviamos los elementos
de un hermoso jardín
donde no nos orienta
ninguna rosa de los vientos
sino la tenue llama encendida
de un puro corazón.
¿Qué inmenso océano
nos acoge?
Somos pequeña barca
rodeada de olas,
salpicada de espuma
y sal que nos ciega.
Igual que las estrellas
muestran apenas sus parpadeos
y la arrogante redondez
de la luna llena
es limitado foco
ante la oscuridad del universo,
así, por más fulgor
o fuego prendido
a nuestros luceros,
quedará oculto el infinito
que jamás en la Tierra
nos será desvelado.
Igual que a idénticos ojos,
unos admiran lo que otros
niegan o desprecian,
así torpes son nuestros pasos,
a tientas recorremos
los senderos.
La ignorancia es nuestro castigo
y por ella pecamos
con soberbia y deseos
en lugar de ser humildes
y entregarnos al finito trozo
que la eternidad nos presta.

Cuánto hay que golpear

Cuánto hay que golpear
el clavo con el martillo
para hundirlo en la madera.
Cuánto hay que frotar
el cobre
para que salga ardiendo.
Cuántos golpes puede recibir
la carne para reblandecerla
y soltar un suspiro de alivio.
Cuántas losas para cubrir
este suelo
que nos sostiene.
Cuántas caídas y levantarse
hasta caer muerto.
Cuántas vidas
para este mundo existen
en continuo renacer.

Dejar de estar
hasta ser eternos.

Esta lluvia de abril

Esta lluvia de abril
lleva notas de blanca melancolía.
Sobre las líneas
de un pentagrama invisible
escribe su monótono compás.
Un impúber gorrión
ha hecho su refugio
entre las hojas de un árbol,
reclama impaciente
el abrigo maternal.
Lentas y gruesas caen
las gotas de lluvia,
tejen hilos que unen
cielo y tierra.
El traje de un ayer remoto
con hebras de olvido
viste este húmedo presente.

Es difícil conocer

Es difícil conocer
la dirección del viento
cuando sopla de todos lados,
rompe la veleta
y a su capricho nos abandona.
Compiten aires rabiosos
y, a pesar de cerrar bien
las ventanas,
se oyen sus aullidos,
atraviesan cada hueco
por debajo de la puerta,
se cuelan por cualquier
resquicio oculto
a nuestros ojos.
No permiten el descanso.
Un miedo ancestral
nos cubre como sábanas
sobre el lecho convertido
en tumba
del cuerpo que agoniza.
Se hacen oír sus fuertes gritos,
demonios invisibles
penetran las ramas
de los árboles que se retuercen
de dolor.
Este gélido huracán
arrasa con todo,
trae polvo y desperdicios.
Son primitivos ecos,
anclados en lo profundo
de nuestro ser animal
y muerden la consciencia
humana.
Sangra el alma hiel
envenenada su pureza.

El infante ya es triste

El infante ya es triste
en su pequeño mundo,
lleva consigo un alma vieja
pero aprende a sonreír pronto,
estuvo experimentando
en el maternal útero.
Es regalo que ha puesto la vida
sobre nuestra boca.
Después que los ojos
viertan su lluvia,
la luz de una sonrisa secará
el desbordado río.

Retoman los años

Retoman los años
la imaginación retoña,
el dedo que pinta en la pizarra
del cielo un cuento
y da brillo a los perfiles
de las oscuras sombras.
Los pies del tiempo
arrastran pesadas cadenas,
siguen los señalados caminos,
se ajustan a las huellas abandonadas.
Devuelven la clarividencia
del ojo inocente, puro.
Recobra el ajado cuerpo
el equilibrio,
no por la obligada línea horizontal,
sino trazadas verticales,
oblicuas formas,
una razón con sinuosas curvas,
un desfiladero de quebrado borde,
una espiral hacia la esencia misma,
el zig zag entre errores.
Crean soles con espejos
y en los charcos hacen arcoíris
con la luz de la eternidad.

Son como flores de un campo urbano

Son como flores de un campo urbano,
se despliegan cuando llega el buen tiempo.
La primavera sale a la calle,
recorre savia nueva
por estos peculiares troncos,
aviva el brillo de estas singulares hojas.
Colgado en el armario queda
el ropaje oscuro del invierno,
los talles se ciñen de pétalos
con vivos colores,
despiertan las semillas
del fondo de la tierra,
con premura beben el elixir
antes de ser todo desierto.
Celebra la vida un sol radiante
entre aromas de geranios.
Se expanden en el aire,
bajo un cielo de promesas,
evocadores olores
a pescado y pimiento frito,
a madreselva y jazmines,
a rebujitos y empachos.
Brota un manantial de muchedumbre,
y hay en el ambiente
un tufillo de tradición e incienso,
cera ennegrecida sobre el asfalto,
capirotes, cornetas y chirridos
en las rotondas
del caucho de las ruedas;
farolillos y alumbrado de ilusiones,
algodón dulce y frituras,
piñonates y reclamos de niños.
En masa irrumpe este huracán,
torbellino de alientos y prisas.
El gentío pide a gritos:
¡vida, más vida!

En este lecho de muerte
engañan los ecos alegres,
los falsos trinos.
Va la mirada llevada
por estas luces,
se agarran las raíces de los dedos
con ansias a una blanda arena.
Sacian la sed de su boca
con la palabra esperanza,
ramaje que de ramas nacen,
de un árbol que será caduco.
Olvidado de su destino,
se deja mecer por la brisa
de un sueño inmortal

Se han llenado de perlas

Se han llenado de perlas
las ramas secas
con la dulce lluvia,
largos dedos afilados
de un árbol que desfallece.
Muerto, vivo, tal vez triste.
Talaron sus gruesas ramas,
aquellas que pretendían
alcanzar el cielo.
Comenzó a brotarle
el ámbar transparente
de la resina.
Invadido por ramas ajenas
de un acebuche
y el frondoso ramaje
de una dama de noche,
lentamente agoniza.
Llegó una nueva primavera
sin echar apenas flores,
que no lograron ser fruto.
Ha caído la lluvia,
besa su dura corteza,
insiste fiel al tiempo
para no caer rendido.

Qué nostalgia dejan los recuerdos

Qué nostalgia dejan los recuerdos,
qué triste reconocer
el abandonado territorio.
El edificio del pasado
está lleno de grietas
y desoladas paredes
que se caen a trozos.
Estancias sin muebles ni objetos
donde colocamos sin alcayatas,
en el aíre de un ayer,
nuestros cuadros
y fotografías ajadas,
desdibujados esos rostros
que empeñamos se ajusten a estos.