Es difícil conocer
la dirección del viento
cuando sopla de todos lados,
rompe la veleta
y a su capricho nos abandona.
Compiten aires rabiosos
y, a pesar de cerrar bien
las ventanas,
se oyen sus aullidos,
atraviesan cada hueco
por debajo de la puerta,
se cuelan por cualquier
resquicio oculto
a nuestros ojos.
No permiten el descanso.
Un miedo ancestral
nos cubre como sábanas
sobre el lecho convertido
en tumba
del cuerpo que agoniza.
Se hacen oír sus fuertes gritos,
demonios invisibles
penetran las ramas
de los árboles que se retuercen
de dolor.
Este gélido huracán
arrasa con todo,
trae polvo y desperdicios.
Son primitivos ecos,
anclados en lo profundo
de nuestro ser animal
y muerden la consciencia
humana.
Sangra el alma hiel
envenenada su pureza.
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