Tras estar al filo del abismo,
peligrar el pie sobre la tierra,
sentir la sólida roca desmoronarse,
encontrar la gran meseta,
la extensa llanura,
el cielo sin nubarrones,
la boca grita:
¡Qué ganas de vida!
¡Qué ansia tiene la sangre
por exprimir el momento!,
que mañana, ¿quién sabe?
Y el rebaño se pone en marcha.
Con el mastín ladrándole
a las ancas y mirándose el trasero
unos a otros,
avanzan hacia el prometido valle.
Ante el frondoso prado,
comen y comen la hierba fresca
hasta el vómito si es necesario.
Mientras la lluvia da cosecha,
olvidan el pasto seco
y, por temor al hambre,
engullen con desesperación.
Ay, ignorancia humana,
ay, goce tan fugaz,
ay, esperanzas y sueños.
Cuánto más mejor.
Cuánto más hacer,
parece mayor vivir.
La negrura que se despejó
de nuestras cabezas
dejó ciegos nuestros ojos
y la consciencia trastornada.
Locas ganas por beber la vida
cueste lo que cueste,
compensar la balanza con excesos.
Tras sufrir carestía
el derroche está servido,
las arcas abiertas
para ajenas ganancias.
Los avaros cuentan sus beneficios.
¡Gasten sin reservas,
hagan atracones de falso bienestar!
Nuestros miedos alimentan
otras panzas.
Frustrado quedará el sueño,
vacío el corazón,
desengañada la fe.
Puesta la mirada
en tan bajo cielo,
rogamos a tan flaco dios
por el que fuimos bendecidos
con este efímero maná
dejando hambriento el espíritu.
El derroche del carpe diem
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