Ubi sunt?

Sobre las páginas
de una revista pasada de moda
posan las modelos
con sus rostros agrios,
duros, marcados por
un maquillaje siempre grotesco.
Las visten con un estilismo
de telas valiosas y bellas
para cubrir la falsedad
de su mundo.
Las miro, son jóvenes y esbeltas,
su elegancia y poses están aprendidas.
Rubias, morenas, pelirrojas,
lánguidos cuerpos y firme pisada,
con prendas que parecen
harapos de vagabundos.
Todo mentira,
todo representa un valor añadido.
Adolescentes, casi niñas
que parecen adultas.
¿Qué fue de ellas
después de tantas temporadas?
¿Quizá señoras viejas y gordas?,
¿habrán sufrido alegrías,
el placer de un destino maravilloso?
¿Mantendrán la figura,
desprenderán una juventud eterna
o estarán rotas como un juguete?,
¿enfermas o frío cadáver
en alguna tumba,
ceniza llevada por el viento?
Encendamos los focos,
pongamos alfombras rojas,
engañemos con la imagen
de un hermoso espectáculo,
la máscara que muestran,
la vanidad de sus gestos
los bucles, encajes y tules
de su hipocresía.
La moda es una empresa sostenible
que recicla en frustración
dolor y pobreza.

Lloro la pérdida

Lloro la pérdida,
sufro el duelo,
murió el ave
que en mis ramas anidaba.
Giran locas las agujas
de la brújula que indicó
siempre hacia el norte
y no hay imán que la sostengan
en un punto concreto.
Caminé sin reloj
al ritmo que marcaban
mis pasos,
ajenos al latido de mi corazón
que se desentendía con el mapa
de mi cabeza.
Vieron mis ojos
las maravillas de un mundo
posible,
del que comen extraños
y pensaron,
¿por qué no llevar
mis pies
a su hermoso planeta
y sentirme habitante
del mismo territorio,
encontrar el lugar de reposo
donde echarse mi cuerpo?
El tiempo o el azar
destruyeron su paisaje,
la tierra que levantaría
mi sueño,
la casa de madera con buhardilla
desde donde divisar
las montañas nevadas
y el ancho valle frondoso.
En las noches,
tumbada sobre el suelo,
miraría a través
de la claraboya del tejado
la luna y las constelaciones,
los copos de nieve,
la estrella fugaz
que se perdió
en el firmamento
como esta ilusión,
leña pasto de las llamas.

Cayó la bóveda
de ese cielo
sobre armazón
tan frágil,
quedó sepultado
entre escombros
su cadáver
que hoy vela mi memoria.
Llevo flores a su tumba
y rezo una oración por su alma.

El secreto visible

Vivir sin conocer el secreto,
existir con una conciencia
de una realidad confusa.
Buscar desde la razón
los elementos verdaderos
con herramientas erróneas.
El Ser sigue los pasos
de su naturaleza,
dirigido por normas,
límites, trazando
un camino en el infinito.
¿Qué secreto nos rodea?
Nos habla en su lenguaje
que nuestros oídos
no escuchan.
Fluimos en lo invisible,
nos toca y besa la frente,
somos parte de su esencia,
levantamos los párpados
y, con los ojos muy abiertos,
aquello que nuestro corazón
intuía desaparece.
Imposible alcanzar su secreto.
Pretender acogerlo
en tan estrecha mente
es orgullo ridículo.
Analizar y controlar sus contornos,
meternos de lleno dentro,
¡imposible!
Siempre será líquida intuición,
superstición mágica.
La razón se quiebra
ante su cristal transparente.
No creer en el Gran Creador
pero sentir el abismo,
la oscuridad que nos acecha.

Es esto el existir

Es esto el existir,
cubrir la medida de nuestro tiempo
mientras vamos de la mano
del fiel compañero del dolor,
la alegría es efímera y falsa.
Atrapar lo sustancial del presente,
saber avanzar sin las cadenas
del pasado,
sin el miedo al futuro
es un deseo infructuoso.
Desprotegidos ante el universo,
somos pequeña hormiga laboriosa,
pero todo afán se termina,
con una pisada, un golpe seco,
y eternamente estaremos en la nada.
Soñar es lo último
que nos queda,
creer que la entrada al conocimiento
verdadero
está tras la puerta de la muerte;
soñar para no sentir el vacío
de que esta identidad a la que te aferras
es todo un invento.
Ni siquiera los goces que obtuviste
serán mayor tesoro que los sufrimientos,
todo tiene el mismo peso
en esta cruel balanza.
Esa alforja está llena
de actos ilusorios

Viajero

Mi vivir es viajar en coche
y observar el paisaje circundante
sin poderlo disfrutar.
No entrar en los caminos aledaños,
las laberínticas sendas sobre la extensa tierra,
ni sumergirme en sus praderas verdes
cubiertas de margaritas y amapolas.
Esta yerba silvestre de un caótico jardín,
sin embargo, ordena bosques
de eucaliptos, chopos, olivos,
un manto de patchwork
con sembrados campos
de trigo, remolacha, algodón.

Mi vivir es mirar tras un cristal
y ver palpitar el mundo,
fluir en sinergia con los otros,
mientras yo, estática columna ,
permanezco clavada a un sitio.
Verdes de todos los tonos
visten el prado,
tierras rojas de arcilla,
grises y blanquecinas de cal,
marrones tierras mimetizadas
a un variado verde,
formando todo un océano
de múltiples sabores y aromas
que no traspasan mi urna;
ríos que atraviesan
como heridas el terreno,
en los que se reflejan sus riberas
y un cielo cambiante
recrea en su espejo
imágenes de un cuadro impresionista.
Hay, a lo lejos, montañas,
lagunas llenas de aves,
casas silenciosas
con sus ventanas abiertas
y ropas tendidas
en azoteas y balcones;
caseríos en suaves colinas,
lugares abandonados,
esqueletos de viviendas,
donde se resisten al olvido,
tejados, puertas desvencijadas,
ventanas sin cristales,
la ruina presente de un pasado.
Pastan algunos rebaños de cabras
y ovejas, mulos y caballos,
vacas y toros entregados a la firme tarea
de procurar su alimento,
que ellos sí saborean
bajo un sol generoso.

Avanzo y miles de escenas
pasan ante mis ojos:
un mismo cielo se ha cubierto
de espesas nubes
que taladran finos rayos.
Una masa negruzca,
oscurece por un instante
la tierra,
apaga sus colores,
delimitan los contornos
sus profusas sombras.
Mi vivir es ver cómo todo
es efímero,
igual que el aire que respiro
me colma y me abandona,
apenas se hace mío por un instante,
rápido se me hace ajeno,
impalpable, huidizo
como este mundo que se difumina
en la distancia y aleja las cosas
que, durante un momento, duraron.

Permanece en un pequeño rincón
de mi memoria,
poco espacio más
que el retenido en mi retina.
Coches y grandes camiones
se cruzan,
trasladan cuerpos como el mío.
a una aldea, una ciudad,
un vacío repleto de vida.
Ahí está la peña impertérrita
al paso del tiempo,
despeñando cabras y amaneceres,
mientras ella resiste
nuestros ocasos.
En cierto modo, soy semejante
en su quietud ante el movimiento.
Mas llegará el día
en que se convierta en guijarros
o arenisca, hasta que otros vientos
la eleven de nuevo.

Debe de pasar un tren
por ese puente elevado
sobre esta hermosa tierra,
pero nunca se ha dejado ver
o quizá pasó tan rápido
que mis ojos no lo advirtieron.
Sobre la gris y dura roca,
entre arbustos, hay un pino alto,
solitario,
dibujado sobre el azul del cielo.
Una canción suena,
aquella de un pasado ya extraño.
¿Quién era aquella que hoy mira
desde esta esquina?
Me pregunto quién será mañana,
qué, cuando ya no sea.
Dejará un hilo delgado y frágil
trazado en el mapa de la nada,
hoy sirve para unir
los pedazos que rompió el olvido
y construir un absurdo paisaje.

Navego cada noche

Navego cada noche
en una realidad paralela.
¿Qué rostro es el mío
entre tantas diversas máscaras?
Fui niño, hombre, mujer,
madre, hijo, uno en otro,
un extraño que divaga
entre simbólicas escenas.
Avanzo sin andar,
hablo sin palabras,
la distancia y el tiempo
no existen,
las formas se trastocan
y los colores, a veces,
desaparecen,
confunden en gris y sepia
día y noche.
El agua no moja
y mantiene su líquida estructura,
no quema el fuego
ni hay horizonte
entre cielo y tierra.
Viajo por un espacio
infinito y atemporal,
impreciso aunque perfila
con puñal afilado
las emociones intensas.
Desgarra las entrañas
un dolor insoportable,
me inunda un mar
de placer,
creo perfectos símbolos.
Cuando la consciencia despierta
trae a mi cuerpo y mente
a sus ajustadas líneas
y todo aquello se descuadra.
Son visiones esperpénticas
que han dejado un poso.
Después de ser bebidas,
percibo aún su aroma.
De allí salen otros sueños,
de allí aquellas voces
se vuelven palabras.
De allí, la realidad ajusta
absurdo con absurdo,
para agarrar, sin quemarse,
la cordura,
esta desquiciada cordura,
esta locura que creemos cuerda.

Combatir el aburrimiento

Combatir el aburrimiento,
observar el mundo,
sus infinitos detalles.
El ojo distraído retiene
pocos elementos si acaso,
encuadra la vida
con algunos datos y hechos.
Detener el paso automático,
frenar el carro con la carga
de la costumbre
para mirar la hoja,
el tronco escarpado
por el que sube lenta
una hormiga solitaria.
En la tierra agita
sus púberes alas un gorrión,
picotea semillas ocultas.
Entrar en el tiempo infinito
de los efímeros instantes.

La cana

Desde la raíz a la punta,
una cana,
el fragmento de un declive,
tallo que ha perdido su clorofila,
flor decadente de aquel
frondoso jardín.
Ya puedes regarla
con ambrosías de colores
que, insumisa, brotará poderosa,
crecerá con nuevo aliento.
Persiste su reclamo,
grita al espejo la verdad.
Infiltrado ejército en un bosque
oscuro,
avanza entre el denso follaje,
prepara la emboscada,
rodea al enemigo
y asalta por sorpresa.
Levanta su bandera
y exige su trono.
Acepta, calavera, su traje,
no huyas, pues contigo
va, imperturbable, el tiempo,
dirige sin remedio tu senda
hacia el ocaso.
Deja su bello horizonte
de nubes blancas
antes que quede el cielo
de tu cráneo raso.

Puede parecer que todo

Puede parecer que todo
lo que hacemos
es el fracaso de un sueño.
Uno piensa en actuar
y el acto siempre es decepcionante.
A veces, la magia sucede
y la acción supera
la recreada idea.
Ignorando aún el curso
de las palabras,
ellas se eligieron unas a otras,
configuraban la figura intuida,
redondeaban las aristas
e imperfecciones,
los límites abruptos
de su acantilados
formados por rocas toscas.
Se han creado dunas doradas
y suaves,
se desliza la brisa
marcando el ritmo de sus ondas.
A la orilla de la playa
el sentimiento confuso,
perdido, sin el norte de un horizonte,
descansa ahora sobre el regazo
de su océano.
Naufrago feliz
de encontrar su isla
tras hundirse la nave
entre turbulentas aguas.
Las olas, ya mansas,
lo llevaron al vergel
nunca esperado.

Asesinar la poesía

Dicen de la poesía
que es la expresión
de las emociones,
volcar los sentimientos
de manera elegante y bella.

Pregunto, ¿y si la emoción
es perversa,
hay odio en los versos
y están llenas las estrofas
con auténtica maldad,
llamaríamos a eso poesía?

Mientras la razón frena y aviva
el impulso
dejó la boca abierta del corazón
vertió su lodo a ese río:

¿Sabes que haré con tu melena
de noche oscura?
Enredar entre los dedos
sortijas de espinas.
Ceñiré a tu hermoso cuello
la cadena de oro de mis manos..
clavaré en tus ojos mi furia,
morderán tus labios
el veneno de mi serpiente.
Te gritaré asquerosa puta
mientras clavo profundo
el puñal de mi odio.
Ahora, sumisa, esclava,
de rodillas ante mí,
dejarás tu roja sangre correr,
y, en tu último aliento,
¡escupiré sobre tu cadáver!

Ha querido el día

Ha querido el día, el sueño
o la casualidad
dejar el ánimo calmado,
sensible a los gratos estímulos.
Recibió el abrazo cálido
de un sol ya otoñal,
la languidez de una tarde
salpicada de rastros
de vidas ajenas,
ecos tenues de paz.
Esporádica, viene una
voz anónima, el lejano
transitar de algún vehículo,
los arrullos de palomas
que son la mejor metáfora
de la tranquilidad y la suave caricia.
Hoy las horas transcurren
sin reloj
y el recuerdo es un amigo
generoso y dulce.
Tiene el día su descanso,
dejó rutinas de horarios
y otros compromisos,
vuela sobre la decadencia
del ocaso
con el sabor alegre
de una perpetua mañana.

No detectó los síntomas

No detectó los síntomas
a tiempo.
Tendría que haber sido
un experto especialista
para distinguir
lo normal de lo defectuoso.
No vio venir los tímidos avances
de un musgo que se adhería
a los resquicios de una muralla.
Ignoró cuándo su oído
prefirió el silencio
a la música
y en qué momento comenzó a renegar
de la compañía
por el placer de estar solo.
Es cierto que le advirtió
el cristal del espejo:
la llegada de una tenue niebla,
después, las gotas de una fina lluvia,
hasta que las nubes
hicieron oscuridad
y, entonces,
se desató la tormenta en su jardín.
Vio hacerse los surcos de escarcha
cada vez más profundos,
pisaba sobre un resbaladizo suelo.
Calaba por los espacios
la corrosiva humedad.
No intuyó la mueca triste
que, camuflada,
se disimuló tras el rostro sonriente,
porque cada principio
tenía su justificada excusa,
el matiz preciso de un convincente
argumento.
La causa era el viento, la helada,
la sequía, el inofensivo rugir de truenos
hasta ver la luz del relámpago
sobre sus hombros.

No recuerda cuando sustituyó la sorpresa
por el espanto,
la inquietud por la angustia.
No supo hacer un diagnóstico
temprano
y ahora sucumbe al deterioro
imparable de su enfermedad.
Agarrada a cada célula de su cuerpo
le amanece la consciencia
cada vez más confusa,
el descanso más agotador,
el insomnio más pertinaz.
Empezó a preferir la rutina
al acontecimiento novedoso
y los sentidos, antes despiertos,
cayeron en una dormida apatía.
Enmudeció de cansancio la boca,
dejó de apreciar los sabores,
el corazón ya no reaccionaba
a las caricias de la vida,
los pensamientos abandonaron
la lógica de un plano
y perdió el gusto por los deseos.
Vestida antes la voluntad
con etéreos tules,
tejidos floridos
y suaves terciopelos,
se hacía ajada prenda
de aspecto abandonado.
Aquella membrana firme
compacta y sin fisura
que le protegió siempre
dejaba al servicio
del enemigo sus órganos.

Fue trazando caminos
por aquel territorio fértil,
igual que la raíz del frágil
tallo
se adentra por la entrañas
de la tierra
haciendo apretada malla,
capaz de levantar
piedras y muros,
deshacer con sus tentáculos
la dura roca.
Aparecieron grietas profundas
en las paredes
dibujando el recorrido de la ruina.
Se abrieron gruesas ranuras
entre un puzle de tejas,
dejando paso sin remedio
a los terribles aguaceros.
Inundadas las estancias,
la fortaleza se derrumbó
como castillo de arena
alcanzado por la lengua de la orilla.

Así nos penetra la muerte,
sigilosa encabalga una ola con otra,
encarcela en su continuo movimiento
la energía de su vital impulso
para romperse en mansedumbre
sobre la playa.
Tan pronto se borda el horizonte
con hilos de plateada luz
que teje el ocaso la madeja de la noche.

Soy

Soy rey sin súbditos,
reina sin damas de cámara.
Soy habitante de un país
de exiliados.
Soy moribundo en
un continente en guerra
mientras los demás sobreviven
sobre un calmado océano.
Soy imperio caído y abandonado
después de un gran expolio
por el que aúlla el viento
y en el que penetra el frío
sus solitarios paisajes.
Soy calles desiertas
que recorren
los desperdicios de un mundo.
Soy hoja seca, polvo y lodo
que se acumulan
por todos los rincones.
Soy tiempo que devora a su paso
los pilares que sostenían este edificio,
demoliendo su estructura,
descoloridos carteles y nombres.
Soy soledad y tristeza que cubren
aquellos deseos y sueños
que ahora llevan a sus espaldas
el doloroso desamparo.
Soy decrépita bandera
de un combatiente vencido,
hecha jirones de muerte.
Tendidos sobre vallas y farolas
quedaron sus restos.
Soy pared con marcas de la lucha,
donde han quedado borradas
las consignas rebeldes.
Soy huellas de un sendero
que se llenó de malezas.
Soy olvido de la palabra esperanza
y del grito de desahogo.
Soy vasija llena de grietas
que el sol secó con rabia,
aquella decorada con flores
que un día saciaron mi apetito.
Soy ese charco escuálido
de agua estancada
con el que humedezco mis labios
haciendo un lazo frágil
con mis dedos.
Soy cuerpo hueco,
agujereada forma
con detalles desdibujados.
Soy aquel horizonte donde
se distrajo mi mirada
y hoy se descompone
en materia líquida.
Soy cada vez menos carne
y el alma adherida a mi piel
se desprende
igual que lámina de plástico
de un objeto barato.
Soy peso y cansancio,
que cae hacia un profundo precipicio.
Mi memoria olvida qué soy,
mis ojos confunden
la figura contenida
en un fondo indefinido,
blando como espuma,
que atrapa los guijarros
de lo que fue quizá una roca
No sé quién soy.
Sustancia orgánica o inerte.

Soy, si es que soy algo,
futura nada,
diluido átomo.

En esta espera

Esta espera de la palabra,
el tormento, los miedos,
la angustia.
Encontrar la voz tenue,
armónica, justa y oficial,
la definición de un diccionario
de la vida.
Ser la luz frágil de la llama,
que, sin embargo,
alumbre la noche oscura.
Vienen las almas confusas
a beber del estanque
nutrido por un tímido arroyo.
Serán las tardes menos tristes,
si hay para ellas un sol de ocaso.

Vuelve un espejismo

Vuelve un espejismo,
el diseño nuevo con trapos viejos,
en los rincones la misma soledad
que nunca te abandona.
Vuelve un día tras otro
a recordarte las horas que pasan
en el cristal quebrado de la mirada.
Se rompen las piezas de un puzle
de aquel paisaje ilusorio
y, aunque la realidad persiste
con añoranzas y caprichosos recuerdos,
nos devuelve a los espacios
de una olvidada consciencia
de este desamparo
con sueños de semejanzas.
Siente quizá ternura del mundo
algún dios,
que, a ratos nos vuelve locos,
a ratos ingenuos.

Sabe este vacío a añoranzas

Sabe este vacío a añoranzas
de otro presente,
encuentra seco el sarmiento
que hoy lo habita.
Han enredado los rizomas,
polvo, desaliento y olvido,
abandono de una urgente esperanza
que bebía con ansias la vida.

Soledad

 
Oasis de soledad,
bienaventurada calma
donde el cuerpo y espíritu
se unen en única esencia.

Infierno de soledad,
castigo del olvido y el abandono,
espacio para el vagar vacío,
aburrido transcurrir de las horas.

Oh, hermosa soledad,
artífice del gozo,
mullida nube para el descanso,
jardín donde florecen
las más bellas flores
que esparcen sus aromas
en el aire pausado
de los lánguidos minutos.

Ay, cruel soledad,
que llegaste sin previo aviso,
llamaste a la puerta
donde no fuiste invitada,
viento que borras las voces
queridas
y dejas al intruso silencio.

Soledad, eres par o una,
dios o demonio,
libertad o cárcel,
vida o muerte.
Quizá, en tu cerrado círculo
habiten dos caras distintas.

Soledad, eres siempre
nuestra más fiel compañía.

Si de mi tronco

Si de mi tronco
no hubieran surgido ramas,
dejaría que el sol
secase su corteza
y, rendidas mis raíces,
cayera en la red
que le atan.

Hizo ovillo el pasado

Hizo ovillo grueso el ciclo del pasado,
entre las luces y fragor de los sueños,
dejó esta habitación luminosa
en penumbra
y este amargo fruto parido
de aquella lozana flor.
Aquella nube de algodón,
adherida a los dedos con avaricia,
llenó la boca de silencios.
Su aroma dulzón y carnosa piel
perdió su rubor y frescura,
la firmeza de sus líneas.
Apretada al palo,
columna vertebral que la erguía,
rosada espuma entre bullicio
y resplandor,
quedaban rendidas las estrellas
a un manto de guirnaldas
bermellones, verdes,
azules y amarillas.
Sembró líquidos rastros,
entre sombras y de aquel brillo
de una juventud perecedera,
este cruel aniquilamiento
por el compás de las horas.


Ha rozado el aire

Ha rozado el aire
los espacios
y las mañanas traen
el sabor de una brisa salada.
Se aparean los gorriones
entre las ramas de un árbol
en una explosión de algarabía.
Dos palomas en el tejado
arrullan de gozo
entregadas a tiernas caricias.
Levantan el vuelo
una tras la otra,
buscan la intimidad
que mi mirada les priva.

Veloces bólidos son los años

Veloces bólidos son los años,
monótonas pasan las líneas
de la carretera.
Transcurren las señales
con la misma apariencia,
un día es igual a otro.
No es que nieguen los ojos
los cambios,
ni que se acumulen en los altillos
de los roperos
las prendas que fueron quedándoles
pequeñas,
los juguetes viejos,
las marcas sobre las paredes
de una infancia
que se alejará silenciosa
ante la sorpresa de la adolescencia.

* * *

Sin embargo,
vamos tan entretenidos
detrás de las cosas,
pegadas las narices al cristal,
embobados por las maravillas
de tan bello escaparate.
Creyó la ingenua consciencia
del tiempo que sus meses
encogieron sus vestidos
y no que fueran sus miembros
que crecían desgarrando el capullo,
abandonando las vestimentas
de un sueño inocente.
Acostumbrados más a lo novedoso,
ignorábamos el valor
de la grandeza que perdíamos.

Transformó el apretado nudo
en hilos que se fueron deshaciendo,
soltándose y llevados por el aire
a otros territorios.
La espesura de sus ramas
fue perdiendo hojas,
comenzaron a volar libres
otros cielos.
Quedó, agarrada, una
que aún hacía compañía
al árbol.
Alegraba la mirada
su dulce danza con la brisa,
le daba sentido a las horas.
Y, en un suspiro,
también alzó el vuelo.
Ha quedado el jardín
sin el color que daba al cuadro
en esta, ahora, triste floresta.
Ocupados íbamos al ritmo
del trajín diario,
vivíamos sin pensar
que son efímeros los momentos.

No acaba la primavera
con este otoño,
vendrá de nuevo un sol más cálido,
la arboleda florecerá,
germinará la semilla
en otras cosechas,
pero, será ya todo tan distinto.
Volverá el primor de las flores
a llenar con alegría
nuestro corazón.

Traerá la rutina otra vez
la misma mentira,
no ver lo que el viento arrastra
hasta dejar los campos desolados.
Porque vivir reconociendo
su declive se hace insoportable,
querer atrapar los segundos
es estar sujetos a la locura.
Es un caminar sin reposo
pero sin olvido
del tesoro que un día
tuvimos a nuestro cuidado.

* * *

Se llevaron las huellas
de las pisadas de sus pequeños pies,
abandonaron baberos
para comer sin triturar la vida.
Menguó este hogar,
aunque no su fuego,
y se visten ahora
aquellos amados retoños del tallo,
con las prendas del mundo.

* * *

Qué vacías han quedado las estancias.
En el silencio gritan
sus ausencias.
Aprender a construir
esta soledad
sin sus reclamos,
Esperar sus llamadas,
los reencuentros
y los continuos adioses.
No se pudo atrapar
la vida,
su fluir constante
no tiene freno.
No basta con entender
la corriente,
su cauce sólo nos dejó
sus sedimentos.
Fuimos afortunados
con beber de su agua,
arrancarle pequeños sorbos.
Duele en lo más profundo
del ser
su fugaz frescura,
imposible retenerla entre las manos.
No calmará la sed
de lo que perdimos.

* * * 

Nos paraliza el despertar
en esta soledad envuelta
en paisajes más fríos.
El alma admite su derrota,
sucumbió al despiste,
le queda el dolor de la nostalgia.
Tal vez no sea error de nuestra
materia, un acierto tampoco.
Es la crudeza de la realidad
la propiedad mortal que tienen
los hechos.

Eros

Eros, dios de los placeres,
agitado frenesí en primavera,
ardiente fuego encendido
de un sol de verano,
sosegado otoño vendrá
y llegará el olvido en invierno.
Quizá traiga el aire, a veces,
reminiscencia del aroma
de una lejana primavera.
Sólo soñar de un ayer,
desvarío senil,
el ocaso de una juventud
que traerán las tinieblas
tras ese horizonte.

Vive, Eros, en el corazón que late,
en la carne que se corrompe,
en el espíritu que vuela
sobre un bello prado verde.
Pero el alma calla
su ausencia, no añora
el fértil alimento
ni reclama el néctar de unos labios,
sólo olvida y, acaso, sueña.

Básicamente

Básicamente diversión,
acción lúdica,
estrategia ante el aburrimiento
y la espera…
La espera de un tiempo
inútil,
pasivo, sumiso,
entregado débito
a la rutina,
al obligado quehacer
que reta la impaciencia.
Y en la espera,
la desesperanza
por la condición del ser.

El egoísta nos habita,
el vanidoso Narciso,
enarbolado sol de la galaxia
y el mundo girando a su alrededor.
Anónimo planeta enano
sin luz propia,
frente a titánicas estrellas,
abrumada constelación,
matrona orgullosa
de sus voluptuosos senos,
amamantadora de orgullo y
desconsideración.

En esta estación


No fue viajero de paisajes,
sino el aburrido y solitario
jefe de estación
en un abandonado páramo.
El horizonte de un andén
desde cristales gastados
por el tiempo
cubiertos de negro hollín.
Pasan trenes con aire nostálgico
en un continuo adiós.
Tras las ventanillas,
rostros anónimos
de vidas invisibles.
No bajan ni suben pasajeros,
no hay tristes despedidas
ni encuentros felices.
En el almacén, esperan,
entre telarañas,
maletas de un pasado,
que alguien olvidó
y ni siquiera volvió para recoger.

Inmóvil, en su soledad,
los días pasan como estos trenes:
nada traen, nada esperan,
siguen su destino
dejando su silencio y vacío,
la imagen fugaz de una ilusión.
Nadie repara en él.
¿Qué le importa
a esta máquina sin corazón
la tristeza que acumulan sus ojos?

Muchos de aquellos

Muchos de aquellos que un día cruzaron
por mi vida,
muchos de los que no recuerdo
sus nombres,
habrán seguido los senderos
distantes de un cercano territorio,
porque millas o metros
no importan
si no hay ojos que miren,
ni voz que encuentre oído.

Algunos, quién sabe
si pagaron ya su cuenta
y rondan los espacios
invisibles
en brazos de la original mónada.

Yo también soy silencio y muerte
para aquellos que danzan
en este absurdo ritual,
ignorados unos de los otros.

A veces, como un leve suspiro,
cruza nuestra mente un recuerdo
y muerde la inconsciencia.
Existen fugaces luces
para volver a la oscuridad del olvido.

Yo, quién soy en ellos,
chispa, ceniza,
llama que aún arde,
helada caída sobre mi existencia.

Vuelve

Vuelve un sol luminoso,
hiriente.
Vuelve la noche ruidosa,
el trajín de coches
que van en distintas direcciones
a un lugar reconocido.
Vuelven los jóvenes borrachos
a invadir el parque en la madrugada
y convertir el descanso
de las aves
en noche insomne.
Vuelve una excitante vida
a germinar sobre un mismo cadáver,
son las idénticas paredes
de un distinto edificio,
el confuso nudo de voces
en repetido eco.
La tierra agrietada escupe
sus secas raíces,
pastos para los insectos.
Vuelve, siempre vuelve,
la misma nada
con disfraz distinto.

Ser tus ojos en aquel instante último

Ser tus ojos en aquel instante
último
y comprender que luz cegadora
te atrapaba.
¿Qué buscaban entre tinieblas?
Agarrada a tu mano,
apretabas la mía.
Aferrado al único eslabón
que aún unía a la cadena.
Aquella mirada perdida
en un lejano horizonte,
¿era de éxtasis
o de angustia?
Perdido en el gozo o en el miedo
de unas brumas,
errabas por un camino
que nunca habías pisado.
El río que conduce a la muerte
dejó encallado en su ribera
este barco,
y sus aguas te arrastraban
a la nada,
disolviéndote en partículas eternas.

Quise entrar en tu mirada
para acompañarte
en esa soledad infinita,
despedirte mientras avanzabas,
inundado de fulgor,
hacia un país desconocido,
sin equipaje y sin regreso.
Esperabas en esa antesala,
aguardando la crucial partida,
imposible seguir tus pasos
en ese tránsito hacia el infinito.
Traspasaste el embarque
y ni siquiera tras un cristal
pude ver partir tu vuelo.
Fue aquella mirada apagándose,
llenada esa oscuridad
de apretado ocaso,
iba tras otro sol más inmenso.
Se cerraron los humanos límites,
dejando en sus espacios tu vacío.
Cedió la fuerza que apretaba
tu mano,
languidecieron todos los nervios,
dejó de palpitar el corazón,
quedó sobre aquel lecho
la cáscara desprendida
llevándose su fruto.

¿Qué querías decir
que tus palabras ya callaban?,
¿qué imagen intuías tras aquel velo?,
¿qué sonido reclamaba
tu presencia,
tal vez, la voz ancestral de nuestro ser?
¿Qué rechazo hacia el cuerpo
hueco que se abandona?
Sabemos que escapaste
cuando ella vino.
Aceptamos que cuando ella llegó
ya tú no eras.

Pelos


He visto marañas de pelos
vagabundear por las calles oscuras,
un cabello solitario precipitarse
por la ladera de un brazo
y caer muerto sobre la tierra.
He visto pelos encrespados
devorarse entre ellos.
He visto pelos enamorados,
engarzados en un fuerte nudo,
juntos resistirse,
a golpes de púas del cepillo.
Aferrados cuerpo a cuerpo,
locos de pasión,
ceñidos en un indisoluble abrazo,
prefirieron la muerte.

He visto pelos empeñados
en romper sus raíces
y volar libres con el viento
pero vi su vuelo frustrado,
levantar un palmo apenas
y caer al suelo rendidos.
Pelos con sueños rotos,
creían en su fortaleza
y fracasaron.
Algunos, tal vez, en su huida,
encontraron un lugar mejor
el oasis en otro desierto.
Abandonaron la casa,
sujetos a su corteza,
desheredados de su patria,
vagaban desnudos sin raíz
por el mundo.
Aquellos que aceptaban
su destino y permanecían,
miraban con envidia
a los desertores,
quedaban con la mirada
perdida hacia aquel prometedor horizonte.
Cuántos de los que marcharon,
perecieron en el camino,
cuántos vivieron en soledad de los otros
aunque por breve tiempo.

He visto grandes rebeliones de pelos,
agitadores subversivos, anárquicos.
Levantaban pancartas
pidiendo sus derechos:
“soltémonos de estas cadenas”,
“no tengo que sufrir
por apariencia”,
“no nací para ser abrigo
de ningún cráneo”,
“no somos tapaderas
de cabezas huecas”,
“no hay belleza en la esclavitud,
sólo sumisos esclavos”.
Arrasaron cabezas,
fueron cortados sus miembros
de cuajo,
y, desperdigados, dejaron rastros
por árboles,
Entre ramas hicieron nidos,
taponaron túneles, bajo puentes,
por sumideros sus cadáveres
volvían al mar, comidos por peces,
sumergidos entre corales,
entre olas regresaban a la arena de la playa.
En su huida arrasaron territorios,
llegaron hasta el espacio,
sembraron la alfombra
de los olvidos.
Muchos sucumbieron al lodo,
destrozados en el asfalto,
tirados por cunetas,
despreciados por el mundo,
ahogados en el barro,
cayeron en sus vertederos.
Sin hogar, solitarios,
sin amor de un espejo que reflejara
el color de su piel,
intrusos en otras almas
fugaces luces en un trayecto efímero.

Pelos mimados, cuidados por manos
expertas,
lucidas cabelleras de señoritas y galanes
de una estética de moda,
la gloria de un tiempo moderno
con reminiscencia de la pasada historia.
Con aromas de florales perfumes,
suaves cremas
para moldear y esculpir
sus talles, onduladas curvas
lacios plumajes.
Banal y mundano vivir,
dolidos por un superficial
problema:
“qué horror, qué pelos tengo hoy”,
“¡Oh, qué crimen ha hecho la humedad
conmigo!”
“Odio el sol que me quema
y de mi trigo verde y fresco
hace esparto áspero”.
“Mira ese, se peleó con el peine”,
“Qué envidia aquella melena”.

Ridículos y abundantes pelos
en seseras vacías.
Pelos superpuestos
como clavos en una madera.
Pelos absurdos, de colores absurdos
y existencialistas preocupaciones.
Pelos revolucionarios,
filosóficos, abandonados
a su soledad,
ascetas, sombríos,
hedonistas, vanidosos,
tántricos, disciplinados,
centrados en sí mismos.
Pelos que sueñan que están vivos
y nada más nacer, mueren.
Hoja seca que aguanta en el pedúnculo
que brotó del tallo,
nostálgica vida sin sentido ni razón,
hoja trágica suicida
al filo del abismo.

Hay días que ese universo

Hay días que ese universo
que soñamos en palabras,
reducido a nuestra corta vista,
generoso, nos ofrece un fluir
armonioso de sus horas
y el espíritu es más etéreo
que otros días.

Uno no entiende,
si nada cambió,
por qué el alma se siente
ligera como un pájaro,
tierna como una nube esponjosa,
más allá del horizonte ceñido,
ancha como un infinito cielo.

Uno se siente con fuerzas
para emprender ,
firmes los pasos.
todos los caminos,
Libre la alforja de miedos,
se llena de agua y pan
que son para la jornada
el alimento deseado.
El mundo no es ese territorio
hostil, lleno de peligros,
sino un campo inmenso
en estallido de fulgor
con amoroso abrazo.

Un fuego de colores sin artificio
y, al final, la paz que se hallaba
dentro de sus vanas ilusiones,
protegida en falso muro,
fue efímera llama,
tahúr que nos traiciona
aliándose con el enemigo.
Pronto, sin saber de dónde
nos viene el adversario
que creímos desarmado.
Ataca por sorpresa
y, aunque mantuvimos
la hoguera encendida
en la noche,
vuelve el caos a caer
sobre nuestras frágiles certezas.

Aquel espíritu vigoroso
que se erguía potente en la mañana,
es más frágil que el cuerpo
que ahora nos sostiene,
para que no se tambalee
el alma y persista.
Esperemos la tregua,
la retirada, el vuelco
de las urnas transparentes
de un reloj
que cambie su orden
y, en lugar de agónicos granos de arena,
deje caer polvo de oro.

En este anochecer

En este anochecer que ya anuncia
su retirada el verano
y escapan clandestinas centellas
de su ardiente fuego
que, sin remedio, enfriará
un cercano otoño,
hay aún calor en las casas
y el alivio de cierta frescura
en las calles.