Viajero

Mi vivir es viajar en coche
y observar el paisaje circundante
sin poderlo disfrutar.
No entrar en los caminos aledaños,
las laberínticas sendas sobre la extensa tierra,
ni sumergirme en sus praderas verdes
cubiertas de margaritas y amapolas.
Esta yerba silvestre de un caótico jardín,
sin embargo, ordena bosques
de eucaliptos, chopos, olivos,
un manto de patchwork
con sembrados campos
de trigo, remolacha, algodón.

Mi vivir es mirar tras un cristal
y ver palpitar el mundo,
fluir en sinergia con los otros,
mientras yo, estática columna ,
permanezco clavada a un sitio.
Verdes de todos los tonos
visten el prado,
tierras rojas de arcilla,
grises y blanquecinas de cal,
marrones tierras mimetizadas
a un variado verde,
formando todo un océano
de múltiples sabores y aromas
que no traspasan mi urna;
ríos que atraviesan
como heridas el terreno,
en los que se reflejan sus riberas
y un cielo cambiante
recrea en su espejo
imágenes de un cuadro impresionista.
Hay, a lo lejos, montañas,
lagunas llenas de aves,
casas silenciosas
con sus ventanas abiertas
y ropas tendidas
en azoteas y balcones;
caseríos en suaves colinas,
lugares abandonados,
esqueletos de viviendas,
donde se resisten al olvido,
tejados, puertas desvencijadas,
ventanas sin cristales,
la ruina presente de un pasado.
Pastan algunos rebaños de cabras
y ovejas, mulos y caballos,
vacas y toros entregados a la firme tarea
de procurar su alimento,
que ellos sí saborean
bajo un sol generoso.

Avanzo y miles de escenas
pasan ante mis ojos:
un mismo cielo se ha cubierto
de espesas nubes
que taladran finos rayos.
Una masa negruzca,
oscurece por un instante
la tierra,
apaga sus colores,
delimitan los contornos
sus profusas sombras.
Mi vivir es ver cómo todo
es efímero,
igual que el aire que respiro
me colma y me abandona,
apenas se hace mío por un instante,
rápido se me hace ajeno,
impalpable, huidizo
como este mundo que se difumina
en la distancia y aleja las cosas
que, durante un momento, duraron.

Permanece en un pequeño rincón
de mi memoria,
poco espacio más
que el retenido en mi retina.
Coches y grandes camiones
se cruzan,
trasladan cuerpos como el mío.
a una aldea, una ciudad,
un vacío repleto de vida.
Ahí está la peña impertérrita
al paso del tiempo,
despeñando cabras y amaneceres,
mientras ella resiste
nuestros ocasos.
En cierto modo, soy semejante
en su quietud ante el movimiento.
Mas llegará el día
en que se convierta en guijarros
o arenisca, hasta que otros vientos
la eleven de nuevo.

Debe de pasar un tren
por ese puente elevado
sobre esta hermosa tierra,
pero nunca se ha dejado ver
o quizá pasó tan rápido
que mis ojos no lo advirtieron.
Sobre la gris y dura roca,
entre arbustos, hay un pino alto,
solitario,
dibujado sobre el azul del cielo.
Una canción suena,
aquella de un pasado ya extraño.
¿Quién era aquella que hoy mira
desde esta esquina?
Me pregunto quién será mañana,
qué, cuando ya no sea.
Dejará un hilo delgado y frágil
trazado en el mapa de la nada,
hoy sirve para unir
los pedazos que rompió el olvido
y construir un absurdo paisaje.

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