Mas la vida, sin ser la misma

 Mas la vida, sin ser la misma,
nunca guarda su esencia
y legiones de guerreros iracundos
instruirán a las nuevas generaciones
para conducirlas irremediablemente,
a la destrucción,
a la barbarie,
a la muerte.

El mundo ceñido de las palabras


Las palabras nos ciñen,
aprietan con su cinturón de sintaxis
nuestra garganta, sin apenas
dejarnos respirar.
Cada categoría debe ocupar su sitio,
casi siempre inalterado
más allá de alguna licencia
otorgada por el tribunal pertinente.
Son las letras mariposas
que danzan sobre estas particulares flores,
van y vienen libando su esencia,
bajo el látigo de su propia ley.
Su instinto sólo ante ciertos colores
se detiene,
y ante algunos olores se recrea.
Siempre presente el inefable temor
a la locura,
ante el desquicio de un aleatorio
poder demente
que se permita jugar como atolondrados
e insensatos niños.

Desean las palabras alcanzar el cielo,
no caminar un horizonte lineal,
sino volar sin fondo,
con alas de hadas libres,
bailar de puntillas sobre las nubes,
describir sinuosas curvas
en el paisaje, igual que hoja
ser llevada por el viento,
pluma dirigida por la brisa del mar
con murmullo de olas,
palpitar de tierra profunda,
lava que arda en nuestras venas,
trueno tras el resplandor de un sentir.
Ser voz de la materia inerte y viva,
querer nombrar entre este vocerío
aquello que al alma duele
y a la carne escuece.

La utopía de un nuevo mundo


Desterrado, el amor romántico
en su exilio rememora
las huestes abandonadas
en tierras extranjeras.

Inventemos otra realidad
con tan exóticos manjares
que esta isla de exilio nos ofrece.
Extraigamos el almíbar
que sale de este producto diferente
para dar de comer a bocas
que mueren de esa hambre.
Borremos los recuerdos,
siempre obsesionados
en repetir las mismas costumbres.

Entre añoranza y desencanto,
desembocar el dolor
a un mar de olvido.

Te recuerdo, Carmen

 Te recuerdo, Carmen,
herida de desengaño,
en el atardecer de un primerizo estío.
El olor a café, a verdor y a tierra,
a suelo de cemento fresco.
En aquella pequeña habitación
levantada en un terreno
para pasar los domingos
entre el rumor del campo.
Ayudabas a la familia
a limpiarla para el estreno
en aquella temprana tarde
de una luz transparente.

Carmen, herida de desengaño,
cantabas mientras mojabas
en una palangana el trapo
con agua y jabón,
lo retorcías entre tus manos
y lo pasabas por los cristales
de una ventana abierta.
Y cantabas, y tu voz sonaba
en aquel vacío con eco.
Cantabas como una adolescente
enamorada, con la melancolía
del corazón herido.
Era dulce tu tarareo,
Carmen, herida de desengaño.
Cantabas
“llueve, tras los cristales llueve”
y entró de golpe el aire cálido
de la ternura en el frescor de la estancia,
dejando mi mirada dolida por tu herida.

Aunque han pasado por encima
los días de tantos años,
quedó en mí huella profunda.
Llegó el invierno y su frío,
hizo leña de los troncos secos
y fue destruyendo aquel horizonte.
Vinieron lluvias y vientos,
empañaron sus cristales.

Ay, Carmen, herida por el amor,
por la vida, por la muerte,
esa que ya se agazapa
bajo el sillón de tu soledad.

En tu herida,
¡cuánto se habrá hecho olvido!

Se cubren las virginales nubes

Se cubren las virginales nubes
con un velo púrpura
al entrar en el templo del ocaso.
El firmamento se llena
de vahos y aromas a incienso.
Parpadean entre las sombras
las lamparillas de un místico sol
y el espíritu presiente
por los claros resquicios
la eternidad.

Esta carne fría y amoratada

 Esta carne fría y amoratada
abre herida que vierte
sangre púrpura.
Quisiera gritar la boca
y se hace ascuas ardientes
la voz en la garganta
convertida en cenizas de silencio.
Se ha descolorido la imagen,
ha parcheado el rostro.
Borró un párpado
el borde de unos labios
y ha convertido su sonrisa
en una mueca de sufrimiento.
Un chorreón de tinta
se desliza por el lagrimal del ojo,
es una sombra gris
ese cuerpo olvidado.

El cielo está de un claro azul brumoso

 El cielo está de un claro azul brumoso,
lleno de luz de un sol vespertino.
Pisan lentos los minutos,
casi adormecidos, dan cabezadas
y se desperezan en su abandono.
Callan las voces callejeras,
guardan silencio solemne
los campanarios.
Mientras descansan los cuerpos,
el alma vaga sus soledades.

Hay un escape continuo de agua

 Hay un escape continuo de agua,
no se distingue humedad
por las paredes,
ni se advierte el rítmico
golpear de sus gotas,
pero van llenando un pozo
que un día desbordará su brocal,
romperá como una fuente,
arrollará con todo a su alrededor.
Los días y el sol irán secando
los charcos formados,
que dejarán la huella seca de su barrizal.
Pisarán los pies y ablandarán la tierra,
hasta que en un nuevo estallido
vomite su oscura boca
el lodo que lo asfixia.

Y al final, se aceptará no saber
que herida está abierta.

Los muertos no tienen sombra

 Los muertos no tienen sombra.
Solo los ahorcados
dejan su oscuro semblante
a contraluz,
sin la mueca grotesca
en su opaca figura colgada.
No hacen sombra en el agua
los ahogados.
Hundidos y cubiertos de sal,
son alimento de peces,
olvidados en la oscuridad
de un profundo océano.
Algunos, abandonados en la orilla,
rechazados por el mar,
llegan a la playa arrastrados
por mareas y olas,
envueltos en arena y algas,
ciegos sus ojos,
cadáveres con la boca abierta
sedienta de aire y sol.

No, los muertos quedan sin sombra.
En su horizontalidad
la nada se instala.
Tal vez sea nuestro cuerpo
todo sombra buscando el ángulo recto
mientras pasan las horas
de los días.

Quizá seamos sombra
que la llama de un alma
da contraste y volumen
y, en su abandono,
nos convierte en vacío,
lleno de penumbra,
mancha desparramada
sobre el suelo del tiempo.

Navegamos mejor el océano

 Navegamos mejor el océano
de la inconsciencia.
La consciencia es barco
que se ciñe a coordenadas.
El marinero debe tenerlas
en cuenta si no quiere
perderse y ser náufrago
a la deriva.

La mente le habla y escribe
con amplia lengua,
más allá de la lectura
de su libro de bitácora.
Sus notas, en parte, son
el ancla que lleva a cuestas.
El marinero toma una porción
del ancho abismo
cuando podría navegar
si no fuera por el temor
a perderse bajo un sol ardiente
y morir de sed entre tanta agua,
entre tanta luz.

La barca lleva remos
que alcanzan lo que las manos
no pueden tocar.
Si el corazón del marinero
fuera libre,
se adentraría en las oscuras
tinieblas del horizonte
y traspasaría su miedo a cruzar
esa barrera.
Llegaría a maravillosos
y recónditos lugares,
si se prestara a la libertad
como se entrega en los sueños.

La mente, indómita viajera,
es el rincón que alberga la infinitud,
solo la inconsciencia la deja expresarse
y la entiende.
La consciencia frágil y mediocre
impone sus flacas certezas y códigos.
por pura supervivencia.

Soy una más en esta claridad del día

 Soy una más en esta claridad del día,
luz que con brío irrumpe por la ventana
anunciando la dulce primavera
con las notas de una canción.
Hay en un cielo azul
tímidas pinceladas de benévolas nubes de espuma.

Entre mis brazos, ellas,
ligeras y pequeñitas, se balancean en el aire,
mientras mis pies hacen círculos
sobre el sostén del suelo.
Se abrazan inmersos en el gran infinito,
luz, cielo, horizonte de muros.
Y en su vacío melodioso,
danzamos suspendidas, las moscas y yo.

Caminamos por una oscuridad

 Caminamos por una oscuridad
sobre un incierto páramo
guiados por una llama,
halo de nuestro reflejo.

Es su mínima claridad
rodeada de sombras
foco de luz que adelanta
un paso a nuestros pies.

Benditos aquellos que gozan

 Benditos aquellos que gozan
de la vida
y olvidan entre la charanga
de fondo
la muerte que a su lado se cobija.
Benditas sus voces callejeras,
sus risas amplias, el abrazo cálido
del rumor alegre que les acompaña.
Benditos sean por siempre
sus corazones que al compás
de los días palpitan
y no ven la oscuridad
entre tantos colores.

Ay, de estos que, una vez
caen las sombras sobre sus espaldas,
esperan el ocaso que se acerca.

En este cielo turbio

 En este cielo turbio
se transparenta la claridad del sol.
El día nos cobija
en su calidez vespertina
y los pájaros revolotean
aún sobre los tejados.
Suena una entrañable melodía,
cae el peso de los minutos
sobre este incierto devenir
que a cada paso se presenta
con su particular rostro.
Dejémosle ahora su amable sonrisa,
ya veremos qué nos entrega
antes del ocaso
y entren las tinieblas de la noche.
Como valientes guerreros,
miremos de frente
sin miedo al espectáculo
que se desarrolla en el campo de batalla,
pero no olvidemos que somos
atentos espectadores,
además de marionetas
sobre ese escenario.

Amiga impaciente

 Amiga impaciente,
deja pasar los días,
¿no ves que tienen sus horas
y acelerar el paso
no hará llegar antes
a ningún destino?

Amiga impaciente,
ya sé que adviertes
una senda trazada por la costumbre,
mi torpeza para desviarla,
la pereza de mi impulso.

Ay, amiga impaciente,
me metes prisa y a la vez me frenas.
Demasiado me conoces,
no abuses de la confianza
y ten paciencia.
El tiempo hablará y quizá
acabe dándote la razón
o tú callando la boca.

Amiga impaciente,
¿no aprendes con los años?
Será el hábito de andar conmigo
y las fallas de mi mapa.
Caigo en ellas más de lo deseado,
tropiezo con los adoquines
que sobresalen del camino recto.

Amiga impaciente,
¿qué decirte después de todo?
Acepto este presente continuo,
la urgencia que me impones
y mi lucha contra tus miedos.

Son nuestros labios

Son nuestros labios
hojas de una ventana abierta
por la que salen,
desenfrenadas algunas,
otras en sinuoso vuelo,
bandadas de palabras,
trinos, chillidos y clamores,
revoloteo de alas que llenan
de luces y sombras el paisaje.

Las creemos de nuestra propiedad,
pero fueron préstamos del tiempo.

Así es la vida

Así es la vida,
difícil marea que nos lleva
como perdido naufrago
a cualquier orilla.
Los años te ofrecen una balsa
en la que relajar los pesados brazos.
 

Cuando el hombre muere

Cuando el hombre muere,
todas las palabras que acumuló
en su maleta,
oídas, pronunciadas, calladas,
y las olvidadas incluso,
construyeron su alma,
vistieron su espíritu con cuerpo humano.
Su alada materia vibra en el aire
y sus partículas son ondas que garabatean
el cielo, ocultándose tras las nubes
a la espera de que la lluvia
riegue nuestros pensamientos.
 

Querer atrapar ese instante

 Querer atrapar ese instante
es como cortar una flor
y pretender que permanezca
fresca para siempre.
Querer que el instante perdure
es ignorar que éste vino
a través de muchos otros instantes,
y por quedarte con esa flor,
pierdas las que vendrán
con nuevas primaveras.

Manos que crearon caricias

 Manos que crearon caricias
de mi memoria,
objetos insignificantes,
graciosos y bellos.
Ante mi mirada se dibujan
un paisaje de flores silvestres,
perdido entre montañas
con ecos de sueños.
Solo el cielo y sus habitantes,
las nubes y soles son sus testigos.
Vierte el rocío sus lágrimas
que esparce aromas en el aire.
La helada nieve lo cubre
en el desolado invierno
y derrite su tristeza
la blancura de su manto.
Existir que el mundo ignora
y deja su alegría presa
en las tinieblas de su valle.
Como permanecen las cosas
que la noche oculta,
así las palabras siguen vivas
en este silencio de sordos.

Retrasar lo inevitable



Sólo unos minutos más,
reservar mi cuerpo de la vida,
unos segundos abandonada
a este sueño inconsciente.
Ahí afuera la vida continúa
y yo con ella, mecida
en este espejismo de protegido abrazo,
bajo esta segura burbuja.
Aún me protejo ingenua,
como si pudiera apartar de mí este cáliz.
No quiero, me resisto,
protestan mis huesos y músculos,
juegan a retrasar el inevitable arranque
de esta maquinaria cansada.
Va cediendo mi resistencia
ante los bombos y platillos,
el estridente vocerío de la rutina.
La vida se impacienta,
me convence, murmura a mi oído.
¿Vas a dejarte morir antes que la muerte llegue?
Ya tendrás tiempo
para un eterno dormir.
Piedra que cubre la ola
sin lamer su sal,
¿procuras que nada te afecte,
nada te entristezca ni dañe?

Me visto sin espejo,
cojo simplemente del armario
el traje del día.
Y ella me dice:
alimento esperanzas
que despedazo sin compasión,
promesas que incumplo a capricho.
Sentencio imperturbable,
despreciando lamentos y súplicas
a dioses a los que adorar o blasfemar.
Tiendo a tus pies una alfombra
tejida por frágiles y densas hebras,
unas se rompen bajo el leve peso
y otras sostienen elevadas cargas.
Muestro siempre mi rostro,
en mis manos pongo lo que hay
y lo que tengo así entrego.

Pero tengo miedo de cómo
venga la vida vestida hoy.
Por eso, como un niño inocente,
me escondo inútilmente bajo las sábanas.


El tiempo juega con la memoria

 El tiempo juega con la memoria
al escondite.
Los recuerdos surgen de la nebulosa
de los pasos hoy ausentes
que siembran un camino de huellas.
Unas las borró la leve brisa,
otras hicieron profundos surcos
sobre la arena de la playa
como sombra que nos sigue
con su alargada silueta
girada hacia el horizonte.
A algunos les cogemos tanto cariño,
que nos visitan de vez en cuando
como parientes que vuelven a la casa familiar.

Nuestros días avanzan
y daba comienzo el viaje
con una pequeña maleta
que, después de pasar
por muchas estaciones,
acabará desordenada y vieja.
Nuestros días avanzan
bañados en algo tan íntimo
como el aire que nos envuelve
y penetra.
Aquel que llenó nuestra boca
ya no es, pero exhala el aliento
de su evocación.
Mientras tanto asumimos  
el guion que representamos,
bajo la máscara hay un rostro
que cuesta reconocer
por el maquillaje que nos disfraza.
La vida se escribe a ciegas
sobre espacios en blanco,
con signos que no obedecen
a líneas ni cuadrículas.

Harían falta muchas vidas

 Harían falta muchas vidas
para entender la vida.
No podremos establecer nunca
conclusiones completas
si vamos siempre vestidos
con prendas de andar por casa.
¿Qué traje llevará en la tierra
el hombre último,
aquel que, trazado su relato,
extraiga la verdadera sabiduría?

Dejar de desear

 Dejar de desear,
ser cometa sin hilo
llevada por el cielo,
enredada en una nube
que se haga dulce lluvia;
hormiga solitaria que camina
por un ancho tronco
donde está todo su paraíso.

Me gusta mirar

Me gusta mirar
y no ser vista,
oír sin ser oída,
tocar y no sentir
la incómoda mano
sobre mi hombro.
Saborear los distintos aromas,
alejarme de la podredumbre.
Me gusta sentir
tu mirada
cuando mis ojos
están cerrados.