Los muertos no tienen sombra.
Solo los ahorcados
dejan su oscuro semblante
a contraluz,
sin la mueca grotesca
en su opaca figura colgada.
No hacen sombra en el agua
los ahogados.
Hundidos y cubiertos de sal,
son alimento de peces,
olvidados en la oscuridad
de un profundo océano.
Algunos, abandonados en la orilla,
rechazados por el mar,
llegan a la playa arrastrados
por mareas y olas,
envueltos en arena y algas,
ciegos sus ojos,
cadáveres con la boca abierta
sedienta de aire y sol.
No, los muertos quedan sin sombra.
En su horizontalidad
la nada se instala.
Tal vez sea nuestro cuerpo
todo sombra buscando el ángulo recto
mientras pasan las horas
de los días.
Quizá seamos sombra
que la llama de un alma
da contraste y volumen
y, en su abandono,
nos convierte en vacío,
lleno de penumbra,
mancha desparramada
sobre el suelo del tiempo.
Los muertos no tienen sombra
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