Retrasar lo inevitable



Sólo unos minutos más,
reservar mi cuerpo de la vida,
unos segundos abandonada
a este sueño inconsciente.
Ahí afuera la vida continúa
y yo con ella, mecida
en este espejismo de protegido abrazo,
bajo esta segura burbuja.
Aún me protejo ingenua,
como si pudiera apartar de mí este cáliz.
No quiero, me resisto,
protestan mis huesos y músculos,
juegan a retrasar el inevitable arranque
de esta maquinaria cansada.
Va cediendo mi resistencia
ante los bombos y platillos,
el estridente vocerío de la rutina.
La vida se impacienta,
me convence, murmura a mi oído.
¿Vas a dejarte morir antes que la muerte llegue?
Ya tendrás tiempo
para un eterno dormir.
Piedra que cubre la ola
sin lamer su sal,
¿procuras que nada te afecte,
nada te entristezca ni dañe?

Me visto sin espejo,
cojo simplemente del armario
el traje del día.
Y ella me dice:
alimento esperanzas
que despedazo sin compasión,
promesas que incumplo a capricho.
Sentencio imperturbable,
despreciando lamentos y súplicas
a dioses a los que adorar o blasfemar.
Tiendo a tus pies una alfombra
tejida por frágiles y densas hebras,
unas se rompen bajo el leve peso
y otras sostienen elevadas cargas.
Muestro siempre mi rostro,
en mis manos pongo lo que hay
y lo que tengo así entrego.

Pero tengo miedo de cómo
venga la vida vestida hoy.
Por eso, como un niño inocente,
me escondo inútilmente bajo las sábanas.


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