En el espejo
una señora busca
a aquella niña
tras el cristal opaco
de las ventanas
de sus ojos.
No distingue
las tenues huellas
que dejaron
sus ligeros pies
sobre la difusa y lejana
senda de los recuerdos.
En el espejo
Bañada en un mar de rutina
Bañada en un mar de rutina,
se arrugan los dedos
por el tiempo transcurrido.
La vida pierde tacto
y no puede ya atrapar
al resbaladizo pez.
Rezas a un dios sordo
Rezas a un dios sordo
o extranjero.
Háblale con el idioma
universal
de los gestos,
señala a tu corazón,
lanza un sollozo,
derrama lágrimas
por las laderas
de tus mejillas,
clava en sus ojos
la espada de tu miedo.
Si tiene compasión,
abrirá sus brazos
para darte cobijo
mientras hunde el puñal
que dé muerte al enemigo.
Mar convertido en río
Las lágrimas vertidas
por este profundo dolor
serán recogidas por una nube
que volcará sobre la tierra
agua dulce que dará frutos.
El pasado está ahí agazapado
El pasado está ahí agazapado
como un gato arisco
dispuesto a arañarte la piel.
Basta le llegue el olor,
que aliente su apetito
un ronroneo cercano,
el roce sutil de un visillo
o la mano tierna,
la visión de lo hostil.
Encorva su cuerpo,
eleva las orejas,
agudiza el ojo
y la nostalgia aparece.
Se debaten los recuerdos
entre la tristeza o la alegría.
La paciencia se desespera
buscando en los archivos,
mas cuando encuentra
el traje idóneo
con él se viste de nuevo.
y frente a su imagen,
añora el rastro que abandonó.
A medida que los días dan
A medida que los días dan
sus cortos pasos
y el tiempo recorre millas
entre el ramaje de un denso bosque,
la memoria cavila y se perdona.
Reconcilias enfrentados enemigos,
abandonas afectos y apegos no recomendables
y, lejos de fuertes apasionamientos,
te encariñas con la imagen opaca
que camina a tu lado.
A la simple luz de la vela
se distingue lo elemental y verdadero,
tenga la fuente cercana a tu boca
y brote su eco claro y transparente.
Añades olvidos y otros detalles
de un paisaje que se transforma
con elementos añadidos o restados.
Arrastrará su caudal más o menos profuso
guijarros y hasta pesadas piedras.
Ajenos al rencor o remordimiento,
dejémoslos depositados a los márgenes,
mas llevemos, en nuestro interior
el limo de la experiencia,
sin poner en el horizonte mayor esperanza
que el yugo del dolor, por compasión,
no nos apriete demasiado.
Fluya este río con sosiego,
brillen en sus aguas
los reflejos del sol
y sus rayos no jueguen con las sombras
a crear fantasmas entre los árboles,
si acaso, hadas de sueños.
En busca del mar voy
y de su abrazo.
Desde la ventana
A través de la ventana abierta,
cubierta por traslúcidos visillos,
escucho el silencio,
el acompasado piar de gorriones,
el gorjeo de alguna ave
que de vez en cuando
cruza con su fugaz vuelo
por este espacio breve.
En esta tarde noche,
la claridad grisácea
va transformando en ocaso al día
cada vez más longevo
en un tiempo que se acerca al estío.
Las tardes se alargan,
estiran la luz,
haciéndola lívida como finos tallos
en un trepar lento.
Sobre la cama tendida
dejo mis sentidos.
Llega a mí un rumor,
murmullos de voces,
el ronco rugir
de un esporádico tráfico,
ruidos de cacharros
de alguien en la cocina
que prepara la cena.
Poco a poco la habitación
se cubre de penumbra.
La noche aquí dentro
llega antes.
Quién me conoce
Mejor que yo mismo
me conoce mi farmacéutico.
La familia y amigos presuponen,
deducen y sentencian.
Mis vecinos sospechan e imaginan,
mis enemigos buscan
hasta en mis virtudes
defectos
y en mis defectos,
vicios.
Los organismos oficiales
documentan con datos,
números y fechas
mi identidad.
Mejor que los tuyos te conocen
la cajera del supermercado,
el que recoge tu basura,
el médico y farmacéutico.
De ti todos creen saber
lo que de humano tienes,
y pueden llegar a intuir
las dolencias de tu cuerpo.
Solo yo, a veces, creo,
a veces, dudo,
a veces, ignoro
este engrudo ser
que yo soy.
Revolotean mariposas grises
Revolotean mariposas grises
en mi jardín.
Posan sus alas grises
sobre flores grises
y liban el néctar amargo
de sus negras entrañas.
Entro en casa, cierro la puerta,
tras los cristales se anuncia
el inminente aguacero.
Densas nubes negras estrangulan
la tímida claridad que aún asoma.
Sombra pequeña
con su negra boca
tragó la poca luz
que aún quedaba,
manos ciegas que a tientas andan
hasta que rompen el silencio
las finas agujas de agua golpeando
con fuerza el iris de mi mirada.
Lo necesario
¿Cómo vas a ofenderte
si la vida te dio
lo necesario para vivir?
Órganos que sienten,
ojos con corazón,
piel para el dolor
que también se estremece
ante el frío y la caricia.
Pasión que en el hígado
destila la hiel de la ira,
boca que arde en deseo
y olfatea el placer
del sexo y la fruta.
Dos brazos,
dos piernas,
un cuerpo que existe
porque una cabeza
lo delimita.
¿Cómo vas a ofenderte y exigir
cuando la vida,
inesperada, tuerce a capricho
la balanza donde equilibra
positivo y negativo, suma y resta,
como arden hielo y fuego
en perfecta armonía?
Así administra la vida
los movimientos
cotidianos y los fortuitos
y arriesga a la aventura
hacia el pronóstico idóneo.
Con tener lo preciso
date por satisfecho.
Eres un privilegiado
si despiertas cada día
con el principal rudimento,
la conciencia del sí.
Descorre la cortina
que echó la noche
en tu estancia y lánzate al mundo
a cumplir con tu destino.
Al sur del universo (Canción)
Llévame al sur del universo,
allí donde las estrellas brillan más,
donde la densa nada
se llena de meteoritos
amenizando las noches
con sus fuegos incandescentes
y los días reverberan con una luz
de infinitos soles.
Posa en mis labios
la ingravidez de los sueños.
Sobre esta arena de vacío
bajo un cálido fuego,
enciéndeme.
Cuando aún el horrible nombre
Cuando aún el horrible nombre
no existía,
lloraba el hombre
en el silencio de la siesta,
ayes que penetraban
en las casas vecinas
sin llamar a sus puertas,
ayes de sufrimiento
a través de las ventanas
compartidos.
Cuando el nombre
aún no existía
le llamaron depresión
y todo el mundo
se enfadaba
por su actitud,
por no levantar
el ánimo
y llorar
como un niño.
Nadie lo entendió.
Cuando aún no existía
el fatídico nombre,
la demencia a hurtadillas,
camaleónica y usurpadora,
roía su cerebro.
Ay, este continuar
Ay, este continuar
sin esperanzas.
En este amplio océano
quedaron las alegrías
de un remoto mundo.
Ahora es una satisfacción
acostumbrada,
todos los días
en el mismo paisaje,
las mismas acciones,
la misma rutina.
Todos los días esta calma
agradecida
y este punto negro y vacío.
Parece que todo
ha quedado atrás,
aquella intuitiva vida ,
en los actos del pasado,
en las ilusiones del pasado,
en los sueños del pasado.
Ahora es un nadar en la nada.
Tantas puertas cerradas
y esta ventana tan chica.
Continuar aquí, aquí, aquí,
a la espera,
a la espera de nada
porque nada va a cambiar.
Y lo que cambie será aún,
más agrio,
más triste,
más doliente,
más abandono,
más muerte.
No puedo pedirle más
a la vida,
sería injusta
con la vida.
Me ha dado todo a cambio,
de quitarme esa ilusión,
el lugar donde hallar la paz
y la comunión con la tierra.
Igual que todos los días
Igual que todos los días,
decía ella,
pero ninguno es el mismo
que el anterior
aunque se parezcan.
Los días son fracciones
de la vida,
segundos de la hora,
errores de percepción
de un todo.
El aire está suspendido
El aire está suspendido
sobre las nubes.
Hay silencio y quietud
en este jardín de flores
frágiles y pálidas.
Impávidos permanecen
sus finos tallos,
ni un pétalo se mueve,
es un instante eterno.
No son las calles
hermosos campos
de ordenado cultivo,
adecentadas sus lindes y surcos.
Se posan en tierra
sin rodar ni alzar su vuelo,
papeles y bolsas de plástico.
Aparcados por los rincones,
sobre adoquines,
ceñidos a un árbol o farola,
quedan nuestros desperdicios.
El paisaje pétreo, recibirá
mañana la suave brisa.
El agitado viento
removerá su lodo,
lo cambiará de sitio.
Hombre gris
Hay un hombre gris sentado en un banco.
Sobre su pierna izquierda se apoya un niño.
Al ritmo del trote del caballo la mueve.
El niño ríe.
Hay un hombre sentado en un banco
con semblante serio, frente amplia,
entradas profundas que hacen meandros
en su cráneo y pequeñas lagunas púrpuras
en sus sienes.
Hay un hombre gris, con traje gris,
sobre fondo gris y blanco mate,
miscelánea marea de un pretérito en desuso.
El niño ya no ríe, abre sus grandes ojos
a un profundo infinito que intenta coger
con una mano inexistente.
Hay un hombre gris, en un paisaje gris,
ya lejano y extranjero, forastero, ajeno,
sentado en un banco, como el que descansa
sobre una piedra.
De piedra gris es el banco.
Protagonistas de un instante breve,
figuras serias, sin rastro de tristeza,
solo sereno semblante,
mueca de un tiempo, fugaz suspiro del tren,
que agita el mundo con su paso rápido.
Pronto recobrará la calma.
Ese hombre, ese niño,
es la memoria gris
y yo espectador de mi propia muerte.
Gota
Cayó la gota, no la que colma el vaso,
sino la pequeña burbuja no vertida
en la boca del sediento.
Fría, punzante cual puñal indoloro,
dejó su huella resbalar sobre la pendiente
del blanco pecho, manantial de un deseo.
Gota que dejó secos unos labios,
dio de beber a ojos intrusos.
Calle el silencio
Calle el silencio
y su incesante parloteo
en la noche oscura.
Palabras de frío metal
cortarán el aliento.
Tras la larga agonía,
son murmullo de ángeles
las perladas gotas de rocío
que temblorosas reciben
con pálido semblante al alba.
Bajo sus ojos cristalinos,
el nuevo amanecer dibuja
profundas ojeras
en su mirar de insomne.
Estuvo el alba adornada de música
Estuvo el alba adornada de música,
flotaban en el aire las notas,
dulces de clarinetes,
el sordo soplo de trombones
y las llamadas de trompetas
en marcha ceremonial.
Ponían peculiar banda sonora
a mis sueños.
Entre las calles,
un murmullo denso, una orgía de voces.
En el alambique de sus gargantas
se estrangulaban los bastos elementos
que pervertían la alquimia
del verbo puro.
Confusas palabras
como cuerpos enredados,
sin distinción de brazos y piernas,
lenguas en ávidas bocas
perdían la armonía de su compás
y se convertían en el rumor
de las aguas violentas de un río,
el agitado oleaje de un mar de fondo.
La mancha grotesca de cabezas sin rostros,
de un orbe aún sin forma ni signos,
solo los gruñidos de una primitiva
animalidad.
Disuelto cualquier sentido,
se mostraba la entropía de lo cotidiano.
En el fragor de la multitud
brotaban las florecillas frescas
de las voces inocentes de los críos,
acompañadas con el golpeteo
sobre la tensa piel de plástico
de sus tambores de juguetes.
De vez en cuando lanzaban
inofensivos petardos
dejando sonar su crujido puntiagudo
al chocar contra el suelo de adoquines.
Estaban en ellos los inicios del habla humana,
claros y simples sus sonidos atimbrados,
los sones vibrantes de sus tiernas campanillas.
Marcharon los roncos ecos
llevados por los pasos de la brisa,
mientras la mañana,
llena de una intensa luz,
inundaba las solitarias calles
con el ligero roce cálido y amable
de la caricia primaveral.
En un cielo claro sin nubes
la navaja de acero de un avión
hacía un limpio tajo en tan jugosa fruta.
El silencio se entregaba
en virginal comunión a los instantes.
Un gato se posaba sobre la cornisa
de una ventana abierta,
era su ropaje de color tierra anaranjada
con estampados blancos
como flor de algodón.
Observaba la calle, interrogaba
la vida con su felina mirada,
igual que yo con el iris oscuro
de mis ojos.
Nos asomábamos a la calma,
almas hechas una en este universo,
sin distancia, sin diferencias,
vida con vida en este trazo de infinito.
Hombre, eres con tus deberes
Hombre, eres con tus deberes
más cercano a la tierra
que al inalcanzable cielo.
Dibujas la llamativa rúbrica
sobre tu nombre,
dándole honores y gracia
a lo que son reflejos del sol
sobre el charco enfangado
que ha dejado la lluvia.
Un día más comienza
Un día más comienza
y el reloj anuncia
la rutina que nos aguarda.
Un ir y venir de transeúntes.
Todos deambulan en orden
impreciso, asimétrico,
como una danza de cadáveres
que aún no cumplen sentencia,
haciendo crujir sus huesos
como una tétrica melodía.
Apenas un susurro
Apenas un susurro,
esos guijarros arrastrados
por las olas hasta la orilla,
suave caricia, un beso
dejado sobre los húmedos labios
de la arena.
Construyamos la casa
Construyamos la casa,
rebuscando en la arena
restos de aquel naufragio
que la marea trajo
hasta esta orilla.
El madero ya no es proa,
ni popa, ni casco, ni mástil de vela,
que fue partes
de la orgullosa nave que surcó
el océano embravecido
y acabó tragada por las olas.
Descuartizó la tempestad
su recio cuerpo,
dejó abandonado sus miembros
en la desierta playa.
Hagamos pues con ellos,
el pilar de una nueva estructura
y forjemos con sólida base
la nueva estancia
donde encontremos refugio.