Qué más da ser hoja

 Qué más da ser hoja
con la que la brisa juega,
que ser obstinada rama
buscando el sol
donde ya nada brilla.

A ciegas

En este caminar a ciegas
de este viajar sin itinerario,
uno quiere saber
en qué estación se encuentra,
a qué hora sale el tren siguiente
hacia ningún lado.

Norte, sur, derecha o izquierda,
adónde irá a parar este solitario pasajero,
ni siquiera el maquinista conoce
el trazado de los raíles.
Nunca sabrá el viajero
si llenó bien la maleta.
Con lo mucho o poco partió,
envejecidas las prendas,
se fueron abandonando
por la ventanilla.
Llevadas por el viento,
quedaron enganchadas
sobre las ramas de los árboles.

Señales equívocas para próximos viajeros,
engañoso laberinto
donde los sentidos se confunden
e inventan sobre la marcha
la fe para este sinsentido.

Casi tres metros de cielo

 Casi tres metros de cielo
son un mundo para los ojos.
Basta su pequeña holgura
para tener el tesoro de su regalo.
¡Es tan simple deleite mirar la vida!

Sobre un fondo pintado
varían los atrezos del escenario de los días.
Cielo oscuro cubierto de estrellas luminosas,
lunas mágicas, nubes prietas o de espuma,
soles de llama tibia o incendio desbocado.
Paisajes de luz y sombra,
turbio o claro cristal salpicado de sonidos
como gotas que marcan
una melodía acrónica
desde la fuente sensitiva.
Difíciles de plasmar el frío en las venas,
el fuego en la sangre.

Nuestro existir es corazón
que palpita sin tregua ni descanso.
Cómo retener al cuerpo
sin la ayuda del espíritu,
ese que se entrega a la quietud,
al goce presente.

Sobre un tiempo inmóvil

Sobre un tiempo inmóvil
navegan nuestros segundos
y vamos náufragos sobre esta barquilla,
admirados de un océano imprevisto,
un firmamento que los ojos
no alcanzan, el abismo donde
se ocultan sus invisibles peces.
Y en la deriva, echar el ancla.


Antes de morir,
morirse en este infinito instante.

Nos reconocemos por nuestras voces

 Nos reconocemos por nuestras voces,
pero somos mucho más que ellas.
Somos el silencio de un vacío,
el grito de la llama,
el susurro de la fuente.
Somos el verbo de la tierra
que recoge sonidos sueltos
del eco cósmico.

Anoche volvió la fuente a fluir

Anoche volvió la fuente a fluir
con su borboteo monótono.
Quedó muda un tiempo,
el agua hizo escarcha
los pasados días de mucho frío.
Retenidas quedaron en su pilón,
entre los cristales de hielo,
las hojas caídas de los naranjos.
Las cálidas luces de las farolas parecen
abrigar la noche que asoma
entre los perfiles de los vetustos edificios.
Las estrellas son perlados destellos
que han brotado como pétalos
en la amplia oscuridad.
Este aquilón del norte
ha dejado un cielo puro.
En el dulce silencio,
el alma agradece el regalo
del melodioso cantar
de esta fuente de piedra.
 

Sin reloj

Nunca llevo reloj,
mas siempre me preguntan la hora.

Miles de transeúntes avanzan
hacia ningún lugar
como autómatas ansiosos,
preocupados, mecánicos.
¿Por qué me preguntan a mí,
precisamente a quien ignora
su ritmo trepidante?

Detesto su reclamo,
el continuo control de sus hábitos
en el océano donde buscan sin cesar
el tictac de su particular clepsidra.
Y sin embargo, vienen a mí
una y otra vez preguntándome,
a la espera que les dé
la necesaria respuesta.
Yo miro entonces al cielo,
analizo la inclinación del sol,
observo la posición de la sombra,
y les indico más con buena voluntad
que acierto.

Y todo este desgaste
va minando mis fuerzas,
igual que ceden las ramas
bajo el peso de los frutos
que otras aves se comen.

Anhelo el tiempo que estira
las horas y los minutos,
de sus esferas herméticas,
cóncavas y transparentes.
Acaban encerrándome
entre sus barrotes
de dudas y hastíos,
de fracasos y frustraciones.

Esperan impacientes mi guía,
la exactitud de un horario.
Sin importarles,
manchan con las pisadas
de sus segundos,
el mármol blanco de mi tiempo.
 

¡Qué bonito es este cielo azul!

¡Qué bonito es este cielo azul
que se enciende hoy!
Entre las nubes juegan gaviotas
a esconderse.
No hay sombras en el paisaje,
solo los árboles pintan
figuras virginales
que profanará la negra noche
¿Será también todo este espectáculo
el falso recreo del juego de los dioses?
 

Volver al paisaje original

 Volver al paisaje original,
deshacer el camino andado,
regresar al país de origen.

Antes del verbo en la boca,
llegó a la garganta
y mucho antes
de atravesar la carne,
estaban los sonidos en el alma.

Sin levantar un dedo

Sin levantar un dedo,
la mano se desplaza,
los pies caminan,
el cuerpo sin remedio
al movimiento se somete.
Soltar la cuerda,
hacer un corte del cordón
que une nuestro ombligo
al útero del mundo.

Tomar distancia desde la montaña
para ver con perspectiva
el valle que nos contiene.

Sobre la acera mis pasos transitan

 Sobre la acera mis pasos transitan
un día y otro más.
No hay huellas sobre la losa
y mi caminar desconoce
el recorrido continúo.
Paso cansado por la distancia
y el tiempo,
de un mismo paisaje
que es mi testigo.
Nada recuerda este trayecto
de mi presencia,
no reconocen pies
la senda que anduvo
pero vuelve a pisar
en las monótonas horas
la misma tierra
sin fe, sin horizonte,
sin sentido.

Millares de miradas la niegan

 Millares de miradas la niegan,
iris claros la acarician y olvidan
y tiernas pupilas la abandonan.
¡Qué solos quedan los ojos
con sus lágrimas!

Un susurro advierte de su llegada

 Un susurro advierte de su llegada,
entró la melodía
llenando los espacios
y se borra el presente
entre esas aguas del pasado
devorando todos los ahora.
Enamorado que se entrega
al gozo de aquel amante,
recuerdo envuelto
en una extraña realidad.
Se han abierto las densas cortinas
de otro tiempo ya lejano,
espacios que son reconocidos
y añorados, traídos de la oscuridad
a la luz.

Las simples notas
de esa canción hacen vibrar,
recorren con agitado impulso
todos los territorios.
El cuerpo se estremece,
la piel se eriza,
y una nube invisible nos rodea.
Sientes el mismo escalofrío,
la mirada de entonces,
el brillo de los sucesos estrenados.
Como un dios
adquirimos el don de ubicuidad.

Tal vez, todo sean reflejos

Tal vez, todo sean reflejos
de otros reflejos
sobre un espejo infinito
donde una única imagen
se mire.
 

Encerrada en una habitación,

 Encerrada en una habitación,
buscar la vida en los libros.
Sin calle ni gente,
con la mirada abierta
a un cielo cambiante,
al irreal bosque de estas hojas.
¿Llegará a secarse este charco?
Extraída toda agua del pozo,
se vacíen los recuerdos,
se agoten las palabras,
y quede el silencio
sin el goteo de su lluvia.

¿Quedará la boca sin voz
o una nube abrirá mil espejos
de mundos posibles?

Aún lejos del alcance
de unos pies,
el espíritu embeba el rocío
que deja sobre los cristales
las frías mañanas.

Vuelven a ser amables

Vuelven a ser amables
los rayos del sol,
ha barrido el suelo del cielo de nubes,
ni siquiera aquella remolona
de aspecto benévolo
se ha quedado
para ser admirada por su excepción.
Los días estiran sus brazos,
retienen durante más tiempo
la muchedumbre de sombras.
El ocaso de la tarde
asomaba pronto el horizonte.
Hoy calienta aún su fuego,
en estas horas
donde la penumbra hace apenas
unos días
se instalaba en las calles
bajo los pies de la gente
y veloz se imponía
su apariencia de fantasma.
La claridad entre los espacios
buscaba la oscuridad
en sus perfiles,
como el amado y la amada,
clandestinos cuerpos noctámbulos
creaban figuras sinuosas
de texturas opacas.
Es este ahora,
siempre impaciente por el después,
¡qué dulce la melodía
en este apacible contorno luminoso!
Hasta su noche será preciosa,
más llena de estrellas su firmamento
y una luna llena, de nuevo,
vestida de novia con blanco encaje,
retará en belleza a sus damas de honor.

Es real este sueño,
aunque asoma por un resquicio
su fondo oscuro,
el ojo mira tras su cerradura
y advierte el brumoso paisaje.
Sin embargo, aquí,
en este particular presente,
¡qué bello está el mundo!
 

Poco tardó la calma

Poco tardó la calma,
fino cortaba el viento
empuñando en la mano el frío.
Laminaba la piel del rostro,
clavaba su hoja
rajando las prendas hasta llegar
a las entrañas del alma.
Hay soledades deambulando
las calles oscuras,
titilan las luces de las farolas.
Desde las ventanas y balcones,
detrás de las cortinas,
se insinúa la calidez de hogar.
Murmullan los pasos solitarios,
algún perro ladra a otro perro,
un gato reposa sobre la piedra
con pose de esfinge.
Fija su mirada felina
en la negrura de unos ojos
enternecidos por la sospecha
de su vagabundeo en esta noche gélida.
Silencio roto por campanas.
Los brazos aprietan el abrigo
mientras los pies regresan
al amparo de la costumbre.
 

Somos esqueletos de moluscos

Somos esqueletos de moluscos
entre los granos infinitos
de la arena de una playa,
mezclados con algas secas,
despojos de peces y aves,
cristales que parecen diamantes
y nácares como espejos de plata.
 

Ya no puedo decirte

Ya no puedo decirte
que no existen los monstruos,
que ese bulto entre las sombras
era una silla,
que el hombre oscuro,
la prenda colgada de una percha.

Ya no puedo decirte
que el Nemo de la pecera
fue a buscar a su hijo al mar
para nadar entre anémonas y corales.
Ni que el jilguero, que feliz
cantaba el día de ayer,
escapó de la jaula
para surcar con sus amigos
el inmenso cielo.

Ya no puedo decirte
que el viejecito que encontrábamos
en el banco del parque,
marchó tras las nubes blancas
a un país maravilloso
de valles y prados verdes y floridos.

Ya no puedo decirte
que el ratón no pudo traerte
aquel regalo que preferías
porque le pesaba mucho.  
Que los camellos no deben llevar
demasiada carga
porque es malo para su joroba
y los trineos necesitan
ir ligeros de equipaje
para repartir los juguetes  
en una sola noche.

Ya no puedo decirte
que todo tiene arreglo,
que el osito que te encantaba
se enamoró de otro osito
y de su amor nació este
que es muy parecido.

Ya no puedo decirte
curita nana, curita nana,
si no se cura hoy
¡se curará ya!, mejor que mañana.

Ya no puedo decirte
que todo lo arregla un beso,
el corte en ese dedito,
el chichón de la frente,
la tristeza del corazón.

Ya no puedo decirte
que el mundo es el bello
jardín de flores preciosas
y el hogar, el cobijo contra el lobo,
ni el cuento acaba siempre
con vivieron felices.

Ya no puedo decirte
más mentiras de príncipes y princesas,
que si te esfuerzas en la vida
consigues tus logros,
que los sueños se harán realidad
algún día,
que los malos siempre pierden
y la bondad tendrá su recompensa.

Ya no puedo decirte
que el deseo rogado
a esa estrella fugaz
te será concedido.

Ya no puedo decirte
que estaremos toda la vida juntos.
Pero puedo decir
que si el tiempo es eterno,
mi amor será infinito.

Ya no puedo decirte
que no habrá más mentiras
para proteger tu pureza,
imposible mantener tu mirada ingenua,
ocultarte el horror del mundo.

Ya no puedo decirte
que tú no descubras,
pues se abrió esa puerta
y las llaves cayeron al fondo del océano,
la cruel realidad muestra
su rostro de mil caras
y las tinieblas que intuyes
no son falsas sombras
de objetos cotidianos e inofensivos,
sino el semblante de la calavera.

Aunque puedo decirte
que tras las ventanas
divisarás a veces paisajes hermosos,
que dulces aromas rodearán
tu cuerpo impregnándolo de ternura.
Provocará la ilusión incendios,
algunos apagados por la lluvia,
mientras otros,
a pesar de días nublados,
seguirán luciendo fuertes.
Tendrás sueños que se cumplan
y deseos que no alcanzarás nunca.

Ya puedo decirte
que los miedos se alimentan de miedos
y atenazan voluntad y alegría.
Que el mal obtiene beneficios
y pronto se olvida el bien.
No permitas nunca
que la avaricia te posea,
que quererte no se convierta en soberbia,
ni te roben con engaños la dignidad.
Sé siempre libre en tu pensar íntimo
y tu voz alta y clara para la injusticia.
Busca y da belleza.

Ya puedo decirte
que la vida es arbitraria,
caprichosa, despótica
y el mundo imperfecto,
deforme, irregular.
Ese cielo que rogamos,
ese poder llamado Dios,
puedo decirte que es
la gran mentira de los adultos,
el mediocre resultado
de una necesidad,
la exégesis de un texto incomprendido.

Ya puedo decirte
que todas las historias
tienen el mismo fin,
y si hay un beso,
no habrá despertar.

Ya puedo decirte
que tarde o temprano
el fuego se sofoca,
la luz se extingue,
y te cubre la sábana de la nada.

Ya puedo decirte
que la muerte no tiene respeto
a nada ni a nadie,
sin miramientos da un zarpazo
araña, muerde, devora,
te tritura.

Ya no puedo decirte
ni siquiera la verdad,
porque ni yo misma la conozco.

Ya puedo decirte, amor mío,
mientras tenga brazos,
mis brazos te abrazaran,
mientras mi ser todavía respire,
todo mi aliento volcaré
para avivar el fuego y calmar tu frío,
hasta que seamos semillas,
volátiles partículas por el aire,
llevadas de la mano de la eternidad.
Entonces, quizá, conozcamos
nuestro verdadero rumbo.
 

Somos opacos grupos

Somos opacos grupos,
sombras dispersas
de humo grisáceo.
Somos nubes de púrpura  y oro,
joviales y bulliciosas,
mar ardiente de fulgurantes rayos.

Somos luna oculta
o reflejo de plata.
Somos murmullos planos,
grandes silencios,
trinos, silbidos
o lastimero piar
en un cielo vuelto bocabajo.

Somos brumas tenebrosas
que los pájaros confunden
con bandadas de murciélagos.
 

Entra la luz sin mayor razón

 Entra la luz sin mayor razón
que la de ser día despejado.
El sol irradia su magia,
y, por un conjurado impulso,
abre sus hojas
mostrando con orgullo
su cóncavo seno.
Sin miedo ni vanidad,
entrega su germen
a los ajenos ojos.
Quiere ver y verse y reconocerse,
sin reproches, sin castigo,
ser flor sin remordimientos.

Somos compañeros de horas transitadas

Somos compañeros de horas transitadas,
de idas y venidas por espacios obligados,
con rutinas de un cuerpo
para mantener la vida.

Somos compañeros al abrigo de la noche,
a las tardes moribundas
en un cielo de acero
que al fuego se hizo bronce
y al enfriarse, oscuro óxido.

Somos compañeros de quejas y lamentos,
de ecos que la boca repite
con risas de monotonía
y voces que no se escuchan
enfrentadas al grito o al silencio.

Somos ramilletes de una planta silvestre
que echó raíz en la grieta
de la piedra de los días.
 

Ha entrado un pájaro

 Ha entrado un pájaro
de negro plumaje
en una habitación a oscuras.
Se escucha su aleteo
chocar contra las paredes,
buscar desesperado la salida.
Ave que creyó ir a un valle,
torpe se ha perdido
en la penumbra de este bosque.

Cuando descubres que no son

Cuando descubres que no son
tus piernas ni tus brazos
los que caminan
ni se sujetan al mundo.

Cuando no sin sorpresa
sientes que a pesar
de seguir en el intento,
alimentas la carne y el espíritu
para continuar la inercia
del ritual de los días.

Cuando evitas sucumbir
a la tumba
con los ojos aún abiertos,
y tienes que aceptar
la indolencia de la vida,
esa falta de respeto
que intercepta nuestra
alegría rudimentaria,
que no es la solemne felicidad
que tanto sugieren
pensadores dogmáticos.

Cuando los días se deslizan
sobre meses efímeros,
los años pasan invisibles
sobre nuestros cuerpos
que despiertan al amanecer
y se encuentran bajo el pijama
la brumosa imagen de su calavera.

Cuando miras en el horizonte
la silueta naif de nubes esponjosas,
de una luminosa mañana,
de un ocaso sublime,
de un cielo tierno
o iracundo,
todo, todo, todo
son mentiras que conspiran.

Tal vez, la verdad sea más simple,
cercana y maravillosa.
Pero,
¿qué hacer si estas piernas y manos
tomaron tierra y sembraron
la consciencia del dolor?

 

Está la iglesia alimentada por un aljibe

 Está la iglesia alimentada por un aljibe que brota agua a una gran fuente donde mujeres oscuras llenan sus cántaros, lavan las ropas, beben las bestias, se bañan y remojan al calor del verano. La fuente de piedra tiene cuatro caños, es centro de encuentros entre los vecinos. Sirvió de hermoso atrezo para plasmar la vida de un tiempo pasado.

La iglesia tiene sus cruces, una a lo alto, otra de hierro, sin cristo, sobre la fuente. Juega el observador de la fotografía a hacer con la imaginación cábalas, tal vez fuera antes templo musulmán que cristiano y la fuente sirviera para hacer sus abluciones. Marchó el árabe  y su culto al agua, vino la noche y el fuego donde las llamas del alma sufrían por sus pecados. Era una época oscura, oculta la carne y sus deseos bajo un lascivo gozo por el dolor y martirio. El vergel de un oasis solo promesa tras la muerte, para la tierra el árido sufrir y tormento. Si acaso permitirles a estos desgraciados el regalo simple de su manantial fresco y transparente.

Hoy nada de aquello existe, el tiempo la cercenó de cuajo. Seco estará su aljibe bajo las losas del templo cristiano. Un par de grifos, eso sí, de antiguo cobre, vierten un chorro fuerte que ni las manos pueden atrapar, cae a sus cuadradas y pequeñas pilas de piedra. Ya nadie juega a mojarse, las bestias son sustituidas por perros que beben en el agua recogida en su cuenco. Ya no es escenario de vida cotidiana, ni retablo de fondo para que alguien quiera fijar el instante y dejarlo para la posteridad. Son dos reliquias mediocres, pobres e ignoradas insignias de su ayer esplendoroso, triste testigo de un digno recuerdo.

Romper a trozos tan pequeños

Romper a trozos tan pequeños
el mal que sea en el aire
partículas de polvo,
y el bien ocupe el espacio.

Dejad el dolor
disuelto como sal en el agua
de un océano.
Romper la piedra
para levantar la montaña.