Entra la luz sin mayor razón
que la de ser día despejado.
El sol irradia su magia,
y, por un conjurado impulso,
abre sus hojas
mostrando con orgullo
su cóncavo seno.
Sin miedo ni vanidad,
entrega su germen
a los ajenos ojos.
Quiere ver y verse y reconocerse,
sin reproches, sin castigo,
ser flor sin remordimientos.
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