Somos compañeros de horas transitadas,
de idas y venidas por espacios obligados,
con rutinas de un cuerpo
para mantener la vida.
Somos compañeros al abrigo de la noche,
a las tardes moribundas
en un cielo de acero
que al fuego se hizo bronce
y al enfriarse, oscuro óxido.
Somos compañeros de quejas y lamentos,
de ecos que la boca repite
con risas de monotonía
y voces que no se escuchan
enfrentadas al grito o al silencio.
Somos ramilletes de una planta silvestre
que echó raíz en la grieta
de la piedra de los días.
Somos compañeros de horas transitadas
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