Veinticinco cumpleaños

Cada año celebramos

aquel día en que nacimos, 

aquella fecha inscrita

en los oficiales documentos.

La magia de la vida,

el prodigio de un instante,

el reclamo del aire,

nada más llegar al mundo.

Un día en el que se asoma 

la cabeza a la luz 

y tan pronto huele a vida,

el cuerpo se lanza 

al vacío.

Ese océano de incertidumbres

que es la existencia.


La vida tiene mucho de azar,

de causalidad no concreta,

damos pasos inciertos,

con un caminar que pretender

ser seguro,

a sabiendas que siempre habrá

algo que nos sorprenda.


Corremos alegres con los pies

inocentes

y la senda poco a poco 

nos enseñará sus peligros,

sus remansos.

Sin dejar de buscar la tierra blanda

que mejor se acople

a nuestros zapatos.


Veinticinco años, tan pocos 

o muchos, sólo algunos,

según en qué pongamos la mirada.

Es hoy para ti, el todo,

tu bagaje en este recorrido,

la alforja que vas llenando

con recuerdos de tu paisaje.


Tiene este día de cada año,

algo de celebración y nostalgia,

porque si la vida da

siempre cobra su estipendio.


Lamentamos lo perdido,

¡mal hecho! 

¿por qué negar

lo que está por venir?

¿por qué creer escapado,

si siembra en nuestra esencia

sus huellas. 


El tiempo, de pararse,

nunca pondría ofrecer

los hermosos regalos venideros.


Tú, eres nuestro regalo

y tuvieron que pasar

muchas primaveras y otoños

más yo que papá,

para ser merecedores

de tan gran dicha.

La historia sigue haciendo recuentos

de datos,

ordena los recuerdos

intensifica los instantes

y nos advierte, que el milagro

continúa,

viéndote crecer, tan rápido,

es verdad, 

para el gusto de poder

saborear todos los momentos,

eternizándolos.


Hoy, eres una mujer,

una maravillosa persona,

la evidencia del presente

que retiene aún, 

aquellos profundos ojos,

intensos como un resplandor

que nada más nacer,

hacía escrutinio por los pasillos 

de un hospital.

Imprevisible este existir

que hoy se manifiesta

y te lleva a pisar idéntico escenario,

ya no como un recién nacido,

sino como una debutante doctora.


Con apenas una hora de vida,

curiosa interrogabas mi rostro,

el de papá, 

las caras que a tu nido,

se acercaban.

Desde ese instante sentí,

y es tan cierto como lo digo,

el germen de tu sabiduría.

Acogía en mis brazos,

a un ser maravilloso

que todo lo analizaba. 


La vida se va llenando de días,

de semanas, de meses, de años,

y esa es su grandeza,

la oportunidad de construirla,

de aceptar y ceder,

de exigir y lograr,

dejarnos llevar como hoja caída

al río, que a veces, 

se sube a una piedra y se recrea 

otras, entra en un pequeño torbellino,

danza entre las gotas de una cascada,

brilla con el sol

y avanza, avanza su destino,

hasta llegar al mar.


No debemos contar los años,

deberíamos contar los segundos

de la gracia que nos concede,

con cada momento distinto, peculiar,

pero siempre perfecto,

porque vamos haciendo un camino,

venciendo el miedo de vivir, 

más que a la muerte.