Escucho los trinos de los pájaros
contándome su monotonía.
Me habla la brisa sobre las hojas.
Confiesa su secreto
el tronco moribundo de un árbol.
Y yo soy agua que resbala
por la ventana en esta tormenta.
Escucho los trinos de los pájaros
Veo la meta cerca,
la línea con trazo recto,
clara la cinta de llegada.
Serán cantos de pajarillos
mis animadores,
estos que me acompañan
en el sol de esta tarde.
Ganas tiene mi ánimo
de que llegue pronto esa hora,
antes de hacer noche,
llegar al umbral deseado.
Seca llevo la boca,
las piernas desfallecen
y saco fuerzas de la fe
del triunfo que me espera.
Ruego a todos los dioses
me protejan y amparen,
aunque sé que, cruzada la línea,
dado el paso que me sitúe
en la tierra prometida,
aún no acabará mi singladura,
abriré espacio por otra senda,
el incierto paseo
por el borde de otro río.
Salpicado por alegres cascadas,
cruzaré puentes de piedras y troncos,
descansaré en el trayecto
al amparo de los árboles
de un hermoso bosque
de hojas perennes y caducas.
En nuestra mente existe un universo
con millones de galaxias.
Es nuestro ser un sistema solar,
en el centro nuestro yo
y la consistencia de una identidad creada
por su consciencia particular
y la ajena.
Fuego abrasador y luz
que nos calienta e ilumina,
tormento de nuestra razón,
pues si nos acercamos,
nos quema.
Comparte su devenir
con miles de planetas y satélites,
la muchedumbre opaca
de un polvo cósmico.
¿Qué materia o energía
impulsa este universo?
Si los sentidos advierten,
¿cuánta verdad dejarán afuera?
La oscuridad,
el ignoto infinito de nuestro ser
abocado al dominio de la inconsciencia,
navega por un océano sin rumbo,
ni mapas
ni norte.
Sus remos son rémora
de un pensar equivocado,
de un sentir para no ahogarse
en estas aguas turbias,
que a un golpe de ola
nos vuelca
como un frágil barco de papel.
Soy emperatriz de un territorio
árido y abandonado,
reina de un castillo
con almenas y un alto torreón
desde el que vigilo
a los posibles invasores.
Nada se ve desde aquí,
comarca baldía y estéril,
más que un cielo azul
con un sol luminoso
que da vida a su interior
donde crece un fecundo jardín.
Brotan cada primavera
hermosas flores,
abren sus pétalos
e inundan el aire
con sus aromas.
Al llegar la tarde del tiempo,
se cierran y ajan.
Sin resistir,
van entregadas a la tierra.
El reloj en su movimiento cíclico,
traerá otros renaceres.
Es un suspiro la vida,
la eternidad las contiene todas.
Reina de mi castillo,
señora sin lacayos,
de piedra hicieron sus muros,
con el abrazo de las horas
en arena se convierten.
La belleza de este mundo
es tan cercana a las ansias
de nuestra boca
como la voz a la palabra.
No fue la lluvia
la que hizo río,
sino la gota filtrada
en el suelo sediento
y vertida por la roca.
Cuando escribo olvido
que hay relojes en la casa
y no veo que el cielo se oscurezca.
Cuando escribo no soy cuerpo,
ni alma, ni espíritu,
soy un ente sin nombre,
un personaje indefinido,
el cajón de trastos
donde están perdidos los trozos
deformes de algún objeto.
Este batiburrillo inservible
está por si acaso,
y con ello unos dedos torpes
crean una deformada escultura.
¿A qué precisa taxonomía
corresponderá,
en qué reino o clase incluirlo?
Este cajón es olvido del mundo
y, a su vez, el cosmos.
La vida se agarra a las frágiles
agujas del tiempo
y al final, el cuerpo reclama
su parcela y sus horarios.
Sacar de los huesos
la médula,
limpiar las vísceras,
nutrir la sangre,
abrir el corazón
y, en sus ventrículos,
inyectar las emociones.
Desollar la piel vieja
y muerta,
cubrirse de seda y ternura.
Desechar la podredumbre,
supurar la pus
de la herida,
sudar los miedos.
Alcanzar la torre
donde la máquina
de pensar y sentir
transforme
este Frankenstein asustado
y, entre dudas,
inventar un simulacro de certeza,
crear de un monstruo
algo bello.
Viene este mayo con flores.
Sé que dirás,
ya lo sabía.
Mas, no te fíes,
¿cuántas primaveras vistieron
el campo de multiplicidad de colores
convertidos hoy en desierto?
Hasta este presente
adornó jardines y valles.
¿Qué piedra será arena?
¿Qué nube será granizo?
Dios de todos los universos,
Con ilusión la vida está iluminada,
Tomar el día con ganas,
con óptimo y esperanzado ánimo,
aprovechar los dones de la vida
porque vendrán días oscuros,
minutos desesperados,
horas infinitas
y la fe se quemará
en la hoguera del tiempo.
Levantan las manos,
los agitadores de la vida
hacen señales en el aire,
ecos de júbilo,
nunca caen en el desaliento,
huyen de la rutina apaciguadora.
Letreros fluorescentes
anuncian el festival de la vida,
el ahora, el instante único,
¡no lo desperdicies!,
vive, goza
mientras haya sobre la mesa
buenas viandas y rico postre.
Que nos embriague la experiencia,
sin perder ni un segundo.
No malgastes la suerte,
la buena, que la mala llegará,
prometido.
¡Qué estúpida urgencia,
qué ansias inútiles de felicidad,
disfrutar a toda costa!
Deja que fluya el presente
sin imposiciones de falsa alegría.
Goza de la simpleza del momento,
de sentir el aire que te inunda
como una ola la orilla de tu playa
y se retira lenta para volver
a deslizarse suave,
haciendo cosquillas,
por tu dorada arena
de conchas, algas, guijarros y nácar.
Que todo acaba mal,
que la tristeza espera siempre,
que el dolor será inevitable.
No por ello buscaré,
desesperada,
la vivencia con atracones
que empachan y luego
vomitas en la misma nada.
Saber que este aquí y ahora
será efímero,
también mañana,
para terminar al fin por descansar
de tantos temores y angustias
de este existir incierto.
¡Basta, vive!
Sin prestarle demasiada atención
ni hacerles grandes pleitesías
a la vida,
que ella haga todo el trabajo.
Tú recibes los golpes
o sus caricias.
Duelen y se curan.
A veces, el dolor es insufrible
y acaba contigo.
Que nos deje la vida
ser fácil obstáculo.
No atronen los oídos
el vocerío de charlatanes.
¡Qué cansancio tener que vivir
con esas prisas!
¿Para huir de la muerte
que nos acompaña?
Dejadme vivir tranquila
como un pajarillo insignificante.
Estoy porque vine a esta vida,
canto tras la tormenta,
bebo el agua de su lluvia,
quedo posada en una rama,
escapo del zarpazo de un gato.
Quién sabe qué sorpresa
guardará el destino.
Tal vez esté a la espera
de nuestras ansias de experiencia
para devorarnos.
Quieta, tranquila, respira,
piensa, sueña,
que ríes, que lloras, que sufres,
que amas, que vives, que mueres,
que serás eterna.
(I)
Cuántas cosas se pueden vivir
desde este borde,
sin volver atrás
abarcar el horizonte.
(II)
Como la ligera semilla
que navega el vacío espacio,
sin lucha es llevada por la brisa
al lugar de su desvarío.
(III)
¡¿Cuándo dejarás de adoptar
la forma del recipiente?!
¡¿Cuándo comenzarás a ser agua?!
Volaban por el mismo cielo azul
de entonces,
los demonios.
Aquellos frescos perfumes
de las flores
eran ahora rancios.
Los colores perdieron su brillo,
piel mate su apariencia.
La caricia de la brisa recorría
la sangre
como un escalofrío
de duda y desconfianza.
Quién cambió el decorado,
qué velo cubre nuestro rostro,
qué luz ilumina el escenario,
qué foco mortecino
deja una nube de polvo
sobre las cosas.
Se perdió la voz.
Entre las espinas
de un cactus clavado
quedó el ay.
La soledad entre las sombras
de otros cuerpos,
las miradas de otros rostros,
la vergüenza y el dolor.
Recordó el corto camino
a casa conteniendo
las lágrimas.
Era su suerte
la trampa de la vida.
Qué frágil víctima,
cuánto abandono
en tan pequeño cuerpo.
Sin eco, ni voz que fluya,
sin vómito tras el exceso,
de palabras
me abandono
en esta resaca de hastío.
Letras huidizas
escapan entre las sombras,
se pierden por las calles
de una ciudad indómita.
En una esquina,
sobre un adoquín de cemento
cabizbaja, suspira
esta ese de mi silencio.
Dejo pasar los días