Soy emperatriz de un territorio
árido y abandonado,
reina de un castillo
con almenas y un alto torreón
desde el que vigilo
a los posibles invasores.
Nada se ve desde aquí,
comarca baldía y estéril,
más que un cielo azul
con un sol luminoso
que da vida a su interior
donde crece un fecundo jardín.
Brotan cada primavera
hermosas flores,
abren sus pétalos
e inundan el aire
con sus aromas.
Al llegar la tarde del tiempo,
se cierran y ajan.
Sin resistir,
van entregadas a la tierra.
El reloj en su movimiento cíclico,
traerá otros renaceres.
Es un suspiro la vida,
la eternidad las contiene todas.
Reina de mi castillo,
señora sin lacayos,
de piedra hicieron sus muros,
con el abrazo de las horas
en arena se convierten.
La belleza de este mundo
es tan cercana a las ansias
de nuestra boca
como la voz a la palabra.
No fue la lluvia
la que hizo río,
sino la gota filtrada
en el suelo sediento
y vertida por la roca.
Soy emperatriz de un territorio
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