Soy un ser vivo, 
cumplo las funciones vitales, 
nací, crecí y me reproduje. 
Sólo me queda morir. 
  
Soy un ser vivo, 
soy persona, domino el mundo. 
Con la palabra hice memoria, 
he levantado catedrales, 
conseguí grandes proezas, 
inventé, como un dios, 
de la nada un cosmos. 
Descubrí nuevos mundos 
y persigo la aventura 
estratosférica. 
  
Soy un ser vivo, 
superior a una hormiga. 
Eso sí, creamos monumentos 
gracias a millones de esclavos. 
Nos gusta la aventura 
por amor al poder y la riqueza. 
Creamos un mundo mejor, 
más desarrollado y perfecto, 
aunque tan sólo sea 
en una pequeñísima parte 
y la mayoría viva, 
como siempre, 
en lo básico, 
rudimentario ser 
que sobrevive como un animal. 
  
Cuánto orgullo nos llena 
tener consciencia, 
aunque sea de uno mismo 
–pues del otro la presupongo 
por semejanza–. 
Al resto de seres, 
como mucho, 
les concedo sensibilidad e inteligencia, 
fieles amaestrados 
a nuestras costumbres, 
igual que nosotros, 
humanos prepotentes. 
  
Señores, no confundamos, 
somos diferentes y mejores, 
superiores a todas las especies, 
auténticos líderes de la creación. 
Tenemos hasta dioses 
que nos premian o castigan 
y por si acaso, supersticiones. 
Mejor guardarse las espaldas 
ante la mala suerte. 
  
Somos humanos, 
nosotros no sólo comemos 
y nos reproducimos, 
nosotros aprendemos, 
hacemos libros, 
creamos belleza. 
Lástima que entre tantos dones 
volquemos tanto lodo, 
destrucción y muerte. 
  
Soy un ser vivo, 
nací, crecí, me reproduje. 
Sólo me queda morir 
para seguir siendo un ser vivo, 
célula perdida en el universo.
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