Pisó suelo el nacido

Pisó suelo el nacido,
recorrió caminos de tierra,
arena y barro.
Cruzó puentes y subió colinas.
Atravesó valles,
rodeó altas montañas.
Siguió viejas sendas
sobre antiguos pasos.
Rompió retamas
para abrir desvíos.
Caminó por amplias avenidas
y sinuosos senderos,
apenas bastaba una franja clara
por donde entrar sus zapatos.

Hasta que un día
llegó al borde
de un inmenso precipicio
y ante su vista,
aún mayores,
un grandioso océano
y el cielo.
Paró sus pies y admiró
la abismal belleza
A partir de ahora
para avanzar necesitaría alas,
pero no era un pájaro,
podría zambullirse
en las aguas profundas
de un verde mar,
pero no era pez,
o descender por una encrespada
pendiente de rocas,
pero no era una culebra.

Miró de nuevo la maravilla
que ante sus ojos
sin forma definida se expresaba.
Acostumbrando su cuerpo a ella,
dejó su mente sin ataduras,
rotas las cadenas.
Abrió los barrotes de esa cárcel,
capaz de superar barreras y muros,
huir de peligros,
escapar a la muerte
pero, fue sólo en sueños.

¿Sería esto parte también
de una ilusión?
Agitó sus brazos,
débiles por los esfuerzos.
Estiró su espalda
arqueada por el peso
de su cargada mochila.
La dejó en el suelo.
Guardaba en ella tantas reliquias
de un tiempo vivido.
Debió dejar el pan
que las estaciones pudrieron
y abrazó el etéreo bagaje
de sus recuerdos
que no serían
lastre para emprender
este viaje.

El aire podía alimentar
su aliento
y a bocanadas llenar su estómago.
Ante sus ojos
¡qué mayor riqueza que la vida!
Y la fe de ser mortal
era suficiente esperanza
para alzar su vuelo.
Saber que un día podría
desprenderse de los límites
de los sentidos,
así que rompería
aquella cerrada nube,
primero en lluvia
en vapor después
ante el sol de la verdad.
Toda la luz
que recibieron sus ojos,
le ofrecieron placer
sea por ello agradecido.
El salado sabor,
la dulce palabra
que disfrutó su boca
sea por ello agradecido.
La caricia de los perfumes,
sea por ello agradecido.
Tocar la existencia
y gozar de su inmensidad,
sea por ello agradecido.

Volar entonces
con el ligero volumen del alma,
tan fácil, tan simple
como extender los brazos
y abarcar el mundo.
Saber que trascendida
su frontera,
el tiempo sin cronómetro,
ya sería uno y eterno
ya sería suyo y de todos.
Un amorfo,
estático,
invariable,
puro...,
infinito.

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