No se puede retener la primavera,
inevitable traerá el estío
y su calor los vientos otoñales,
el gélido aire del invierno.
No se puede retener
la semilla que germina,
mantener en el tallo
la flor que brota
en cerrado capullo.
Terminará por abrirse,
mostrar la belleza
de sus pétalos.
Mas pronto caerán mustios
bajo el peso de las horas.
No se pueden retener
las líquidas agujas,
cauce de un presente,
ríos que buscan
la inmensidad del mar.
No se puede retener
al bebé en el regazo
ni unido
a su cordón umbilical.
Abandonará el pecho
que le amamanta
y dará las primeras muestras
de un ser humano,
la consciencia, la memoria,
la palabra, el miedo.
No se puede retener el tiempo
en su copa de cristal
que a cada brindis de vida
se rompe
para verter su elixir
o veneno
en otra copa distinta.
No se pueden retener
las crías bajo las alas
protegidas del lobo,
los años apurarán
sus cuerpos
desde romper el alba
y al dar su primer canto,
el sol avanzará en su horizonte.
No se puede retener
la marea,
somos arrastrados guijarros
a esta orilla,
desnudos,
desamparados, solitarios.
Ante los otros
seremos pulidos o cubiertos
de musgo y arena.
No se pueden retener
sus primeros lienzos,
convertidos en harapos,
renovadas prendas,
añadidos parches,
descosiendo dobladillos,
abriendo sisas.
Describirán los días
sobre su tela
líneas y dobleces.
El organdí vestía sus pieles
delicadas,
era acogedor refugio
el suave algodón,
caricia la fina seda.
Nada se retiene,
todo convertido
en la falsa apariencia
del poliéster.
No se puede retener
el cobijo de la cuna,
veladora de los sueños.
Ciñeron entre sus barrotes
pesadillas.
A pesar del continuo fracaso,
persistimos en inventar cuentos
con finales felices.
No se pudieron retener las prendas,
ni calzar sus primeros zapatos.
No se pudo frenar la vida.
Tiene prisa por llegar
a la eternidad que le pertenece.
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