Con el fuego
encerró su alma
y con hebras de olvido
tejió entre sombras
un traje de seda y perlas
para soltar en sueños
su alado fruto.
Carta a una mujer y a un hombre
In memoriam
(I)
Creyeron estar siempre y, sin embargo,
se fueron diciendo adiós en cada beso
con cada caricia,
en los silencios y murmullos.
Desajustaron las palabras,
y estallaban rotas y heridas
entre nubes grises de desencanto.
Creyeron forjar una unidad y, sin embargo,
la vida fue deshaciendo la frágil madeja
de sueños y proyectos.
Un adiós no es soltarse de las manos
y al viento agitarlas sino,
dedo a dedo, deslizar sus palmas
hasta perder el roce.
Pensaron volar libres y, sin embargo,
aún están asidos a un hilo invisible.
No es decir adiós y uno coge el tren
y el otro lo pierde de vista desde la estación,
van sobre la misma vía en distinto asiento.
Una mujer y un hombre dicen adiós
a una gran parte de su construido edificio
y caminan a paso lento llevados
por la fuerza de una órbita infinita.
Dicen adiós y no miran atrás
porque llevan sus ayeres en las maletas
que desharán en otros armarios.
Siempre en este adiós repetido
una mujer y un hombre fueron,
creyeron ser, son y serán
en unos ojos espejos
donde se miran de hito en hito.
(II)
Un adiós se hace eterno
en las tinieblas del ocaso,
esas que ya se insinúan y, sin embargo,
trascienden más allá del horizonte
unidos en la eternidad.
El traje ajustado al reloj de las horas,
la rutina desgastando sus colores.
El continuo uso de los días
apaga el brillo de su estreno.
Harapos quedaron sus prendas,
hechas jirones de pesares,
único abrigo en este anochecer.
(III)
La niebla pertinaz trajo este frío
de madrugada.
Ya se presentía en la estancia,
el relente cubrió el cristal de la ventana
desde donde juntos miraron un mismo paisaje,
ahora turbio, con grietas donde anida el moho.
Sus ecos se perdían por el pasillo
la espalda, sin otra espalda,
caía al lado vacío de la cama.
La enorme distancia de centímetros
los separaba y a veces, como el aroma
que se desprende de la tierra
en las noches de verano,
un recuerdo los reconcilia.
Suena en el aire al unísono
una melodía entrañable.
(IV)
Con otra mirada recorren un jardín diferente
quizá, más perdidos que entonces.
La sabiduría de los años es saberse frágiles
y sin la fortaleza de una certeza
que el tiempo rompió en mil pedazos.
Apenas sin aliento no subir más montañas
sino bajar la ladera a pasos cortos.
Ahora, sin mapa trazar el viaje en minutos
y a tientas, caminar los espacios sembrado de dobleces,
laberinto de una tela arrugada.
(V)
Irán como trémulas gotas de rocío
buscando el tibio fuego de un sol de poniente.
que irremediablemente se llenará de sombras,
cenizas de un hogar que les dio calor
para este invierno.
Mas no deben rodar lágrimas como piedras
por estas viejas colinas,
sino arena suave que se deslice
como la vida, como el adiós,
que hace de un monte playa
donde dos náufragos se refugian.
(VI)
Mujer y hombre, fuisteis y sois y seréis
barco en el océano que llega a esta orilla.
Hay una estrella en el cielo,
siempre brillante, lucero del alba y la noche
para el alma que anhela y sueña
en un día que es siempre.
Allí, en otro territorio que no reconoce
vuestras voces,
entre contornos no hechos
a vuestros hábitos,
harán huellas vuestros suelas.
El amor es una palabra tierna
que suena grandilocuente
en el desengaño de sus promesas.
Sus letras se desdibujan con el tiempo
pero quedará el mundo que habéis creado.
Aquella flor desplegó sus pétalos,
hoy secos guardaréis entre las páginas
del libro que habéis escrito
con el rodar de los años.
(VII)
Solo una mujer y un hombre sabrán
cómo y cuánto se han querido.
Entre ellos conservan este secreto
en un juramento tácito.
Ellos sabrán cuántas batallas libradas,
cuántos fracasos y éxitos
y siempre una tregua para lograr la paz.
Mas llega la paz y trae calma y olvido.
Ardían en el fragor del combate sus corazones,
ahora en sus intersticios se entrelazan
razones y sentidos.
La comunión de dos seres
que coincidieron en el oscuro azar
perfilaron sus deseos y hallaron
en un mismo lecho su abrigo.
Esta mujer y este hombre, cuando salgan
de esas paredes que guardan
entre los objetos todo su infierno y paraíso,
irán ligeros de maletas.
Cargarán con el peso de sus cuerpos,
cerrarán la puerta con llave,
las ventanas con postigo,
sin mirar atrás para no convertirse
en estatuas de sal,
llevándose en las entrañas
las valiosas pertenencias
de una intimidad profunda y única.
A Pessoa en una fotografía
Es en blanco y negro tu rostro,
el cuerpo cubierto por un largo abrigo,
tu cabeza por un sombrero.
Caminas por una calle con un nombre
que el tiempo tal vez, haya borrado.
¿Será la misma acera
que pisan hoy otros zapatos?
Ha retenido el instante
tu largo paso, vas ligero y se abren
las solapas de tu guardapolvo.
Todo es gris,
papel cenizo,
ayer callado
y tu voz muerta en esos versos,
viva, fresca, con cierto sabor áspero
venido de un lugar remoto.
Tras esas tinieblas te miro
de una foto deteriorada,
ese hombre que iba llegó
donde llegaremos todos.
Ese hombre ya no existe,
dejó desmenuzada su piel
sobre folios desgastados.
¿Qué son entonces las sombras?
¿Qué son entonces las sombras?
Son etéreos cuerpos las sombras,
podemos adentrarnos en sus entrañas.
A veces son ellas las que nos poseen
y quedamos atrapados
en sus paredes sin puertas.
Nos persiguen, nos adelantan
o caminan a nuestro lado.
No oímos sus voces
pero nos hablan de su secreto,
nos cuentan la verdad
que subsiste en la materia,
la esencia múltiple
que tienen las cosas.
Demonios que huyen espantados
Demonios que huyen espantados
de la luz, sus brillantes reflejos
son afiladas lanzas
que decapitan la oscuridad
y vierten su sangre
sobre un campo de amapolas.
Vislumbré en tu mirada la cegadora luz
Vislumbré en tu mirada la cegadora luz
que tú veías y sabía que al entrar
en tus ojos irremediablemente
sucumbirías a su reclamo,
pues no hay hombre ni mujer
que la resista.
Caído en su abismo se abandona
esta humana cáscara
y vuela las alas de un espíritu.
Vi aquellos iris inundados de luz
y apartarse por su fulgor,
la frágil llama de la vida
dando paso a la muerte.
Nunca se olvida esa mirada,
penetrada por una intensidad
desmedida, inefable,
entregada carne al éxtasis,
se abandona en su lecho
y alcanza la paz eterna.
Esa mirada tan distinta a cualquier otra
abriendo velos, descubriendo su misterio,
mientras calmado y sin lucha
cerrabas tus ventanas y echabas las cortinas
de tus párpados,
dejando tu casa deshabitada
Tus manos asidas a otras manos
como fuerte raíces agarradas a la amada tierra,
se hicieron finos hilos de una madeja cortada.
Fueron tus ojos por un rayo atravesados,
un haz de luz que se perdía en lo más profundo
entrando en la noche más larga
y la más negra oscuridad
llenaba una estancia, ya vacía.
Hoy llueve
Hoy llueve y es una lluvia suave perpendicular al suelo, como una cortina de visillos transparentes. Llueve y veo en lo alto del tejado a un cernícalo como una esfinge de bronce oscurecido por el tiempo, dejándose mojar por esa agua fresca, benévola, dulce, rítmica y melodiosa. Es un impermeable perfecto su plumaje plomizo. Ahí está, frente a mis ojos, impertérrito, nada le turba. Pienso si lo miro, te reconozco, te hago presente, rompo tu anonimato, la nada que eras.
En esta soledad del hogar, bajo cobijo, escucho la lluvia con la ventana abierta. No soy ese pájaro libre que goza mojándose de nubes. Mis prendas y los muros me protegen y, sin embargo, aunque no somos idénticos, yo te reconozco en mí, querido ser que también habitas en este ahora, porque ambos somos parte de este instante que palpita, como estas gotas vertidas al aire se hacen sonoras al rozar este mundo.
Si a las hojas verdes de este árbo
Si a las hojas verdes de este árbol
el otoño las secó.
Si el humo del tiempo consumía
el odre y perdió sabor el vino.
Si las horas fueron breves,
llenaron tantos calendarios.
Ella tiene tanto miedo a morirse
Ella tiene tanto miedo a morirse
que muere
en cada suspiro de desasosiego,
en los exabruptos de decepción
y desengaño.
Se enfada y se frustra con su propio cuerpo,
añora y sueña con ser aquella joven
con toda la vida por delante.
Reniega de su historia,
recrea su memoria y se imagina
poseedora de una fortaleza que no tiene,
su bravura es ladrido de un perrillo asustado.
Ella se viste con los mejores atributos,
es una niña soñadora,
una adolescente coqueta y procaz
que se mira vanidosa al espejo
y, al ver su reflejo frío,
descubre asustada,
con desesperación y rabia ,
las arrugas que sumaron los calendarios.
Ella desprecia su presente
porque cada día es el mismo.
Se equivoca cuando dice eso
y no lo sabe. Se miente
y no quiere reconocer su mentira.
Ella sufre y alimenta angustia,
protesta y se revela ante la fuerza
indomable del tiempo.
Ella ha vivido mal y bien,
también a medias, como casi todo el mundo.
Ella es buena, dócil, casi sumisa,
nada rencorosa, inocente hasta rayar
la actitud crédula.
Mas, ella hace daño sin proponérselo,
provocó lágrimas en otros ojos
con su ignorancia.
Ella tiene miedo a morir
y ha vivido muchas eternidades.
Ella morirá como todos morimos,
mientras se olvida de que
ya divisa la sombra de la parca
más clara y nítida.
Ella no vive cada uno de sus minutos
por el escueto margen.
Sospecha su fin con la misma torpeza
que los jóvenes lo ignoran
y la mayoría se engaña.
Hogueras de San Antón
Arde el fuego,
lanzas candentes brillan en la noche.
Hermosa luz anaranjada
como un ramillete de farolas encendidas.
Cae una lluvia suave,
son estrellitas sus gotas
en el firmamento de los charcos.
Hay poca gente que se acerca.
Con paraguas abiertos,
quedan petrificadas estatuas
al hechizo de sus llamas altas.
Una azada invisible les corta las puntas,
quedan sueltas siluetas durante unos segundos
como si fueran a perderse hacia el cielo.
De nuevo se abrazan apasionadas,
parecen amantes de una orgía mística.
Danzan como sinuosas serpientes,
suben finos y alargados,
bajan cortos y gruesos,
vencidos a tierra.
Mi rostro arde de luz y calor,
se suaviza la humedad del ambiente
y estos hombres se abrasan
en la hoguera de sus trajes.
Atentos dirigen el fuego,
arrojan más madera,
lo doman,
procuran no se desboque
este caballo salvaje.
No lleva bridas,
responde a golpe de leña lanzada.
No hay viento esta noche,
es una noche dulce con dulce lluvia,
calmada noche se san Antón.
Entre las maderas caídas,
se ha hecho un vacío de aire
y se ha formado un remolino de llamaradas.
No me despido de ti,
dios fuego,
te dejo encendido,
no hay lluvia que te apague.
Atravesarán los días de un año
nueva primavera, un verano y otoño,
volverá vestido de invierno
otro invierno y traerá esta noche
con traje viejo.
Mi corazón marcha
con el vértigo de un mañana.
Mi sombra se asoma al pie de un árbol
Mi sombra se asoma al pie de un árbol.
Escondida en una esquina,
me delata la pared de enfrente.
Agazapada bajo un banco de piedra
en el parque donde duermen vagabundos
y los tristes gorriones esperan sus migajas.
Se besan al amparo de mi abrazo los enamorados
y me esquivan los fríos huesos de los viejos.
Me escabullo ligera entre los ramajes
soy frescura vespertina
o clandestina noche.
No me voy a quitar la máscara
No me voy a quitar la máscara,
no dejaré que escudriñes
los detalles de mi rostro,
ni me quitaré el abrigo
para que veas mi vestido transparente
lleva incrustadas lágrimas de perlas.
Te diré mi nombre,
una fecha, un número una calle,
mostraré entre mis manos
las alas de una paloma.
No miento, soy simple estratega,
me camuflo en este ramaje de palabras.
Llevo protegido
bajo mi gorro de lana una figura
de cristal rota,
podrás ver sus pedazos brillantes
sus afiladas aristas
mientras guardaré para mi
su imagen intacta.
Yo cantaré a los pájaros del parque
Yo cantaré a los pájaros del parque,
a los niños que juegan solitarios,
a los perdidos en su soledad.
Yo cantaré y mientras canto,
en los silencios de las voces,
mis palabras extrañas
harán dulces melodías.
Mi canto sale por la ventana abierta,
entra en la calle,
vuela sobre los tejados
dan saltos de alegría mis ecos.
¿quién prestará oído
a unas sencillas canciones?
Qué solo está Dios
Qué solo está Dios en su eternidad.
Va perdiendo a todos sus hijos.
Qué solo estaría Dios,
si cuando marchan
no se unieran con él
en el infinito.
Como las piedras
Como las piedras son arrastradas en la orilla del mar, puliendo sus aristas, doblegándose los finos bordes como pétalos por la suavidad de manos de agua, así los días pasan y mientras avanzan y retroceden con el vaivén de las olas, ahora dentro, ahora afuera, la sal los envuelve.
La vida es el mar donde limamos asperezas y sobre la arena giramos envueltos de espuma.
Poeta, no te afanes por encontrar las respuestas, solo déjate hipnotizar por su belleza.
Inperfesta
Soy dios mediocre
de mis cosas imperfectas,
en su sustancia modelo
una imagen diferente.
Anulo el soy por un será,
larva de un no ser,
materia innoble de su múltiple potencia.
Porque un día te hizo llorar
Porque un día te hizo llorar,
porque un día la desesperación
en tu carne abrió llagas
y la rabia echó espuma por la boca.
Porque trajo por ventura la tarde
aires de desaliento y tristeza,
dijiste no hay Dios
ni ser omnipotente más allá
de las estrellas.
Pero hay estrellas y en cada una
se agota un fuego.
Y dijiste, soy tan ignorante
que no pretendo alcanzar la razón
que todo lo mueve.
Acepto con conformidad.
Porque el milagro no ocurría,
porque la magia era un fugaz truco,
porque del corazón creíste brotar emociones,
y mientras tanto, un absurdo pálpito
se obstinaba en soplar el vaho de una intuición.
Porque la conciencia tiene
más preguntas que respuestas,
dijiste no existe Dios.
Porque viste cuántos cuerpos
el tiempo dio vida y muerte,
dijiste no puede existir un Dios.
Construir un ídolo, un ente único,
el uno indivisible,
sea quizá un sueño humano.
Dijiste cómo va a existir un Dios
y dijiste también, sí, Dios existe,
aunque no lo entienda mi torpe razón
ni lo vea mi conciencia.
Porque en el sufrimiento,
dijiste no hay Dios que escuche,
ni sea socorro en nuestras desgracias.
Olvidabas los días prestados de vida,
amaneceres con dulce trino de pájaros,
de cielo claro y azul,
y lo dabas por hecho,
concedido premio por nada.
Cuando las horas transcurrían
con tranquilo ritmo, sin sobresaltos,
en confiada cotidianidad
con todo controlado y el orden
en los cajones.
Porque no viste la bondad de sus presentes
llevado por la avaricia
y el deseo de tener en tus manos
el regalo más grande.
Porque tu soberbia te hizo creer ser Dios,
pusiste en tus labios la palabra,
el torpe simulacro del Verbo
hecho carne en la voz imperfecta.
Era un tipo vuelto hacia adentro
Era un tipo vuelto hacia adentro, como si él mismo se hubiese tragado. Taciturno, dicen los románticos, antisocial los postmodernos.
Cuando la casa se le hace grande y muchedumbre quienes la habitan, cuando la tristeza convierte a los muebles en enemigos que amenazan con sitiarle y las voces que le rodean no le hablan, sintiendo un mundo que lo hace ajeno, y su soledad es aún más grande cuando se vuelve incomprensión, atravesaba la puerta como el que escapa de una jaula y se lanzaba, libre de miradas y de encuentros, en un caminar por calles solitarias.
Eran momentos en los que necesitaba hablar con sus pensamientos, como dos colegas que se conocen bien aunque se enfaden a veces. Desdoblarse y sacar al otro calcetín del bulto deforme que, en pareja, se guarda en el cajón.
Un recorrido vacío de otros rostros, escogiendo la acera protegida por los coches aparcados y entonces toma a grandes bocanadas el aire y se siente elevarse como un globo de helio, ligeros sus pasos de peso; pausados de ánimo.
Conversa con ese amigo, personaje un poco loco, en ocasiones sensato y casi siempre esquizofrénico, de sus pensamientos que, con entidad propia, le dirigía y hasta a veces le manipulaba. No perder el equilibrio, la homeostasis imperfecta, le tranquilizaba, consolándole en ciertos asuntos emocionales. Exigente e incorruptible en sus argumentos que creía incuestionables. Con el brazo echado sobre su hombro le hacía confesiones a veces inaceptables pero, como dijo aquel, nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
En ese devenir que tienen los diálogos, acaban enredados en premisas racionales, en hipótesis verificables por experiencias no muy fidedignas y enredan en los debes y haberes. En noches muy tristes, avergonzados lloran por los errores, pero quedan lavados y planchados como ropa limpia para volver de nuevo a los muros de su particular palacio.
Un día le llegó su princesa al rescate, le llamó con el dedo índice, con ese gesto pícaro solícito e inequívoco y él bajó de su torreón.
Ahora son cuatro, ella y él y sus respectivos colegas, los pensamientos.
Leo
Leo las emociones de una vida imaginada o tal vez vivida. El escritor ha sabido transmitir esas sensaciones cotidianas con maestría. Me conmueven, son verdaderas, conectan con el corazón porque transmiten autenticidad. Y ahora el escritor está muerto, ese ser que vivió para saber comunicar la vida de modo tan hermoso ya no está aquí para seguir contándonos su percepción de las cosas, de las vivencias, de lo cotidiano y no por eso menos importante.
Me entristece ver cómo la vida es y termina, y otros vendrán haciendo lo mismo. Siempre existirán ese tipo de personas, capaces de tener una mirada sensible e inteligente para recoger esos aspectos que nos rodean cada día, rutinarios, sencillos, simples en su estructura, sin complicación más allá de la complicación propia de la vida.
Lloro por lo que me habla en sus escritos y lloro por él porque ya se fue, porque sus ojos secos mirarán, quién sabe otros mundos. Recuerdo otro escritor también ya muerto, se quedó la fuente de su creatividad convertida en piedra.
Sentimos, vivimos, seguimos hasta que un día se para nuestro tren y debemos bajar. El camino lo seguirán otros, este tren que se dirige a todas las estaciones y nunca llega a ningún lugar. La compañía de la red ferroviaria solo marca los puntos importantes, miles de pasajeros todos los días llegan a sus anónimos destinos, miles de pasajeros aterrizan en hermosas y grandes estaciones muy importantes marcadas en rojo en el mapa de redes ferroviarias, pero quedan igual que aquellos perdidos, aún mareados por el traqueteo rítmico y repetitivo del tren al que estaban acostumbrados y andan con cierto desequilibrio al pisar tierra firme en una ciudad aún desconocida.
Buscaba rosas y encontré espinas
Buscaba rosas y encontré espinas,
mar y solo hallé desierto.
Buscando el aire no encontré oxígeno.
Encontré sin embargo piedras
cuando mis pies querían pisar
arena tibia. Solo llantos en el sonido
cuando buscaba risa.
Encontrando olvido cuando buscaba
entre los recuerdos
y soledad cuando buscaba compañía.
Si busqué lo que nunca hallaba
y a cambio encontraba aquello
otro que no quería,
si equivocando siempre el camino
no me quedó remedio que dudar
de este mapa.
Rompí entonces todos los itinerarios
y sin buscar hallé el mar, la tierra,
el cielo saciando al fin mi ansia infinita.
Bienaventurados los que nada buscan
porque ellos heredarán el universo,
Al menos eso debería decir la Biblia.
Yo soy esto que deforme
Yo soy esto que deforme
se dibuja en un espejo turbio
de azogue viejo.
En sus espacios transparentes
no queda atrapada la luz,
no hay reflejo
la forma lo traspasa y entra en su vacío.
Pero, yo también soy campo
sembrado de olivos,
soy roca quebrada por lluvias y vientos,
soy tierra gris y dura donde germinan
semillas de escuálidas plantas
y tierra de roja arcilla,
blanda y moldeable
donde crece el suave algodón
y la púrpura remolacha.
Soy campo de girasoles
y campos de trigo amarillos y verdes,
seca paja y tiernos tallos,
bosque de encinas con apariencia engañosa,
su corteza dura cede frágil al hacha.
Soy valles y llanuras,
colinas suaves
abruptas montañas.
Soy asfalto por donde corren bólidos
y ríos de sangre y fluidos.
También soy cielo con aves
de ligeras plumas y recio acero.
Soy invisibles parásitos y adorables
convecinos amables y solidarios.
Soy esa casita perdida en medio
de la soledad del campo
con blanca cal y tejados rojos.
Soy refugio y escondrijo
y también vivienda y rascacielos,
donde se conjuran tras sus finas paredes
milagros y hechicerías para el bien o el mal.
Soy un sol luminoso y ardiente,
a veces con brillo apagado
y soy nubes blancas y negras.
Soy calle, avenida y callejón,
esquina y centro de una ciudad amiga,
clandestina y traicionera.
Territorio cálido y frío,
transparente y sórdidos barrios.
Ay, soy una pradera verde
cubierta de gran variedad de flores
que llenan el aire con sus dulces aromas,
lecho de amantes y zarzas de espinas.
Y soy terreno árido, triste y abandonado,
soy camposanto donde reina silencio y muerte.
Soy río que corre, mar calmo y agitado,
lago de aguas estancadas,
tumba de cadáveres y lodo que da
de beber a bocas sedientas ,
fuente clara para ávidos labios.
Soy túnel y puente,
frondoso bosque
y tundra raquítica-
Soy arcén cubierto de basura,
luna en un cielo de día y lumbre
de noches enamoradas de las estrellas,
de ulular de lechuzas y cantos de grillos.
Soy jardín caótico y descuidado,
de bellos senderos y glorietas clandestinas,
de un hermoso parque y ordenado sembrado,
pozo y caño, muralla y campo abierto,
isla y continente.
Mas, no soy océano sino su fondo de arena
que sus corrientes y mareas
arrastran a horizontes insospechados
a playas tranquilas y olvidadas,
cubiertas de huellas que pronto
borran los vientos.
Cuántos años
Cuántos años con todos sus días, sus horas y segundos. Cuántos instantes llenos con los colores del arco iris. Cuántas palabras dichas, todo un alfabeto gastado de convivencia, desde aquellas estrenadas hace ya algunas lunas. Cuántos soles por venir, porque cada día amanece. Y es cierto que es el mismo sol y las mismas lluvias, que recorrieron torrentes y ríos, finalmente perdidas en los océanos de la existencia. Esencia de vida que flota una y otra vez en nuevas nubes, otras distintas que nos recuerdan, tal vez, las mismas imaginarias figuras
Vuelve a llover
Vuelve a llover,
es una lluvia dulce.
Acaricia suave los adoquines,
resbala por la piel de los muros,
hace charcos sobre las losas.
Hay un viento que la agita y la doblega.
Ella deja su pulso rítmico en el aire
y al chocar contra el suelo
oigo sus melodiosas notas
dando calma en esta noche
vestida con mantilla negra de cuaresma.
Quién, cuando sea vieja
Quién, cuando sea vieja, me quitará ese pelo duro que sale de mi lunar, ahora coqueto, que inspira tu romanticismo. Ese mismo que rehuyen los nietos, quienes, esquivando el beso, ante la insistencia de sus padres, protestan diciendo, es que la abuela pincha.
Quién se acercará a mi cama o sillón sin una mueca de desagrado por el olor a ropa vieja y humedad. Ese olor rancio y ácido de orines de un pañal no cambiado. Olor a piel añeja de sudores que no logran escapar por el desagüe de la ducha. Son las feromonas de la muerte en un cuerpo otrora con esencias florales, perfume fresco y natural que hacía apetecible el contacto.
Quién soportará las incomodidades de un colchón que antes cobijaba dos cuerpos ardientes y luego albergará los huesos doloridos e incómodos en posturas nunca apropiadas. Que se hunde con la pesada carga de lentos y costosos movimientos. Todo duele pasado el tiempo, el cuerpo y los recuerdos, los tristes, los felices, los perdidos. Los sueños interrumpidos por continuos despertares, los que uno se obstina en mantener durante la vigilia.
Quién, dime, estará ahí cuando esto ocurra, cuando a la vida le quede escasa perspectiva, cuando desengañada espere quizá ya sola, la soledad eterna. Cansada de esta rutina de vida, arrastrada en esta inconsciencia inevitable que nos oculta la implacable verdad. La trayectoria del misil hacía su programado objetivo. No defiendo un hermoso cadáver, pero detesto un decrépito destino.