Porque un día te hizo llorar,
porque un día la desesperación
en tu carne abrió llagas
y la rabia echó espuma por la boca.
Porque trajo por ventura la tarde
aires de desaliento y tristeza,
dijiste no hay Dios
ni ser omnipotente más allá
de las estrellas.
Pero hay estrellas y en cada una
se agota un fuego.
Y dijiste, soy tan ignorante
que no pretendo alcanzar la razón
que todo lo mueve.
Acepto con conformidad.
Porque el milagro no ocurría,
porque la magia era un fugaz truco,
porque del corazón creíste brotar emociones,
y mientras tanto, un absurdo pálpito
se obstinaba en soplar el vaho de una intuición.
Porque la conciencia tiene
más preguntas que respuestas,
dijiste no existe Dios.
Porque viste cuántos cuerpos
el tiempo dio vida y muerte,
dijiste no puede existir un Dios.
Construir un ídolo, un ente único,
el uno indivisible,
sea quizá un sueño humano.
Dijiste cómo va a existir un Dios
y dijiste también, sí, Dios existe,
aunque no lo entienda mi torpe razón
ni lo vea mi conciencia.
Porque en el sufrimiento,
dijiste no hay Dios que escuche,
ni sea socorro en nuestras desgracias.
Olvidabas los días prestados de vida,
amaneceres con dulce trino de pájaros,
de cielo claro y azul,
y lo dabas por hecho,
concedido premio por nada.
Cuando las horas transcurrían
con tranquilo ritmo, sin sobresaltos,
en confiada cotidianidad
con todo controlado y el orden
en los cajones.
Porque no viste la bondad de sus presentes
llevado por la avaricia
y el deseo de tener en tus manos
el regalo más grande.
Porque tu soberbia te hizo creer ser Dios,
pusiste en tus labios la palabra,
el torpe simulacro del Verbo
hecho carne en la voz imperfecta.
Porque un día te hizo llorar
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