Carta a una mujer y a un hombre

In memoriam

(I)

Creyeron estar siempre y, sin embargo,
se fueron diciendo adiós en cada beso
con cada caricia,
en los silencios y murmullos.
Desajustaron las palabras,
y estallaban rotas y heridas
entre nubes grises de desencanto.

Creyeron forjar una unidad y, sin embargo,
la vida fue deshaciendo la frágil madeja
de sueños y proyectos.
Un adiós no es soltarse de las manos
y al viento agitarlas sino,
dedo a dedo, deslizar sus palmas
hasta perder el roce.

Pensaron volar libres y, sin embargo,
aún están asidos a un hilo invisible.
No es decir adiós y uno coge el tren
y el otro lo pierde de vista desde la estación,
van sobre la misma vía en distinto asiento.

Una mujer y un hombre dicen adiós
a una gran parte de su construido edificio
y caminan a paso lento llevados
por la fuerza de una órbita infinita.
Dicen adiós y no miran atrás
porque llevan sus ayeres en las maletas
que desharán en otros armarios.
Siempre en este adiós repetido
una mujer y un hombre fueron,
creyeron ser, son y serán
en unos ojos espejos
donde se miran de hito en hito.


(II)

Un adiós se hace eterno
en las tinieblas del ocaso,
esas que ya se insinúan y, sin embargo,
trascienden más allá del horizonte
unidos en la eternidad.

El traje ajustado al reloj de las horas,
la rutina desgastando sus colores.
El continuo uso de los días
apaga el brillo de su estreno.
Harapos quedaron sus prendas,
hechas jirones de pesares,
único abrigo en este anochecer.


(III)

La niebla pertinaz trajo este frío
de madrugada.
Ya se presentía en la estancia,
el relente cubrió el cristal de la ventana
desde donde juntos miraron un mismo paisaje,
ahora turbio, con grietas donde anida el moho.

Sus ecos se perdían por el pasillo
la espalda, sin otra espalda,
caía al lado vacío de la cama.
La enorme distancia de centímetros
los separaba y a veces, como el aroma
que se desprende de la tierra
en las noches de verano,
un recuerdo los reconcilia.
Suena en el aire al unísono
una melodía entrañable.


(IV)

Con otra mirada recorren un jardín diferente
quizá, más perdidos que entonces.
La sabiduría de los años es saberse frágiles
y sin la fortaleza de una certeza
que el tiempo rompió en mil pedazos.
Apenas sin aliento no subir más montañas
sino bajar la ladera a pasos cortos.
Ahora, sin mapa trazar el viaje en minutos
y a tientas, caminar los espacios sembrado de dobleces,
laberinto de una tela arrugada.

(V)

Irán como trémulas gotas de rocío
buscando el tibio fuego de un sol de poniente.
que irremediablemente se llenará de sombras,
cenizas de un hogar que les dio calor
para este invierno.

Mas no deben rodar lágrimas como piedras
por estas viejas colinas,
sino arena suave que se deslice
como la vida, como el adiós,
que hace de un monte playa
donde dos náufragos se refugian.


(VI)

Mujer y hombre, fuisteis y sois y seréis
barco en el océano que llega a esta orilla.
Hay una estrella en el cielo,
siempre brillante, lucero del alba y la noche
para el alma que anhela y sueña
en un día que es siempre.
Allí, en otro territorio que no reconoce
vuestras voces,
entre contornos no hechos
a vuestros hábitos,
harán huellas vuestros suelas.

El amor es una palabra tierna
que suena grandilocuente
en el desengaño de sus promesas.
Sus letras se desdibujan con el tiempo
pero quedará el mundo que habéis creado.

Aquella flor desplegó sus pétalos,
hoy secos guardaréis entre las páginas
del libro que habéis escrito
con el rodar de los años.


(VII)

Solo una mujer y un hombre sabrán
cómo y cuánto se han querido.
Entre ellos conservan este secreto
en un juramento tácito.
Ellos sabrán cuántas batallas libradas,
cuántos fracasos y éxitos
y siempre una tregua para lograr la paz.
Mas llega la paz y trae calma y olvido.

Ardían en el fragor del combate sus corazones,
ahora en sus intersticios se entrelazan
razones y sentidos.
La comunión de dos seres
que coincidieron en el oscuro azar
perfilaron sus deseos y hallaron
en un mismo lecho su abrigo.

Esta mujer y este hombre, cuando salgan
de esas paredes que guardan
entre los objetos todo su infierno y paraíso,
irán ligeros de maletas.
Cargarán con el peso de sus cuerpos,
cerrarán la puerta con llave,
las ventanas con postigo,
sin mirar atrás para no convertirse
en estatuas de sal,
llevándose en las entrañas
las valiosas pertenencias
de una intimidad profunda y única.

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