No escucho mi latido

No escucho mi latido
y lo llevo dentro.
Si acaso puedo palpar
su pulso
en el cuello,
en la muñeca,
en el pecho si pongo mi mano.
No veo la velocidad
de mi sangre,
ni los atascos y accidentes
que ocurren en sus autovías.
¿Qué olor contienen
mis vísceras,
el sabor de mis huesos
y su tuétano,
los colores de sus células
en frenesí sin descanso?

Veo ante el espejo un ser
que palpita, piensa y hace,
unos ojos que miran,
unos labios
que se abren y vierten
sonidos rítmicos y acompasados
formando en el aire
unas ondas
que unos oídos recogen.
Ese conjunto se llama
con un nombre,
lleva en su mochila un tiempo
y muchas vidas y muchas
                                         muertes.
Cree tener una esencia
con particular y único aroma
––al igual que todos sus congéneres––,
y algunas características
con ellos semejantes.
Una voluntad y unos pasos
esclavizados
y tal vez,
ese fragmento de decisión
no sea ni siquiera libre
sino parte de un camino ya arado.
Quizá sea una nube de ilusión
donde una cabeza racional se sumerge
y cree que a veces sueña,
otras sueña cuando duerme
y otras vive una verdad
como si mentira no fuera también.

En lo visible lleva lo invisible,
en lo caduco conserva
la eternidad.
Es producto de un amor confuso,
creado a imagen y semejanza
de otros seres,
agua y tierra efímeras.

No teme el mirlo

No teme el mirlo
a la diáfana lluvia
de esta tarde de invierno.
Limpia los muros de los hogares,
recogidos los cuerpos al abrigo.
Se va encharcando la tierra
que, saciada su sed,
vomita el agua
que le sobra.
Arrastrado el polvo,
brillan más las hojas
de los árboles
parecen llevar puesto
un traje limpio.
Alegres las plantas,
algunas han abierto
sus flores.
Parecían mustias y muertas,
erguidas y llenas de lozanía
han resucitado.
Las gotas salpican
el barro de los charcos
y manchan las paredes
y las losas,
hunden semillas,
brotan lombrices
desde el profundo lodo,
caracoles abandonan
sus casas
y recorren a paso lento
los cristales y macetas.
La vida celebra la lluvia,
una bandada de gorriones
picotea el suelo
en ardorosa algarabía.
Dulce es la melodía que recorre el aire.
Ofrece al alma la paz
que anhela
y el ritmo del goteo
sincroniza con el palpitar
del corazón.

Lágrimas de amor

Lágrimas de amor
en el gozo infinito
por la perdida senda
que tomó el corazón
ajeno al mapa
del espíritu.

Lágrimas de amor
en el gozo infinito,
senda arada por ciegos,
guardada por locos,
sembrada por mancos,
vigilada por mudos.

Lágrimas de amor
en el gozo infinito
de una equivocada razón
guiada sin rumbo
por el ciego espíritu.

Pues solo a la luz del espíritu
¡ver, al fin!

Cómo querer tanto la vida

Cómo querer tanto la vida,
sujetarse a sus aristas y lianas
por obtener un breve descanso.
De vuelta, huir del peligro,
caer en el profundo foso,
en lodo quedar hundidos los pies
y medio cuerpo.
Mas, si somos capaces
de sacar la cabeza al aire,
con ansias buscaremos la piedra,
la rama, las garras de una bestia
si fuera necesario.
Amar tanto ese sol luminoso,
gozarnos de un cielo que llora
y, a pesar del sufrimiento,
echar raíces y besar la tierra,
madre que nos amamanta
y amortaja.

Hace remolinos de hojas secas

Hace remolinos de hojas secas
este viento cálido,
distraída, me embeleso
en su danza mística.
Una ráfaga dispersa
rompe la hermosa
coreografía,
lejos se aventura
una hoja solitaria.
Rueda por la calle,
la frena un tronco grueso,
se agita queriendo deshacer
esos hilos invisibles
que la aprisionan.
Viene otra ráfaga
y la eleva hacia el cielo,
da volteretas en el aire,
planea y cede a su masa,
cae sobre la firme tierra.
Un paseante,
ajeno a su devenir,
la pisa y queda pegada
a la suela de su zapato.

¿Quién sabe
si va herida
o muerta?

Qué capacidad tiene el barril del dolor

¿Qué capacidad tiene el barril del dolor?
¿Cuántas toneladas pesa su carga?
Esa uva maceró durante años,
convirtió la sangre en vino,
uno de buena reserva.
Tiene un punto ácido y afrutado,
deja en el paladar
un amargo regusto.
Rezuma la madera noble de su cuba
la aspereza de sus taninos.
¿A qué precio se vende
este elixir de solera
reposado con tiempo
en bodega húmeda,
oculto y alejado de la luz?
Su elevado coste merece
una celebración,
ser ofrenda de dioses,
y nunca profanar
el templo sagrado
bajo condena por sacrílego.
Recibieron estas vides
el sol de los días,
el rocío del amanecer,
el relente de las noches,
la soberbia o dulzura
de los vientos,
la caricia de una lluvia dócil,
los golpes del granizo.
Tierra grisácea de caliza
que dará buena cosecha,
intenso sabor tendrá
su exquisito jugo.
Los retorcidos sarmientos
son muestra de la lucha
de un sufrir callado.
Embriagado el cuerpo
de sus aromas,
dejará el daño de su vicio,
vidriosos los ojos,
la boca seca de resaca
sobre un colchón sudado,
encerrado en la celda
de su sacrificio.
Sobre el blanco lienzo
dejará la mancha de su herida,
la cicatriz de su lanza en la carne,
los arañazos del suplicio
en la piel.
Rotas las fuerzas,
con la fe vencida,
se entrega el alma
a la desolación
de ser también su víctima.

Saber beber el fruto
del pecado de estar vivo,
padecer su dolor
con dignidad y silencio.

Qué barruntan los inquilinos

¿Qué barruntan los inquilinos
de este edificio?
Gritan y protestan incordiando
mi calma.
Tranquilos, vivid a vuestro acomodo
y dejad que la cordialidad fluya.
Basta de hacer ruidos innecesarios,
dejemos la sonoridad cotidiana:
los oídos se acostumbran
a esos ecos,
no soportan la música tan alta.
No son suficientes las paredes
que dividen una casa con otra,
se adentran sus conflictos
en el cálido hogar,
infectan su descanso.
Hasta el más sutil pisoteo
sobre el piso,
el timbre insistente
sonando,
el corretear de niños,
el trasiego por las escaleras
son un suplicio insoportable.

¿Qué barruntan estos inquilinos
de esta casa que envejece
y tiene ya grietas en sus muros,
humedades en los rincones
y techos?
Los pilares se tambalean
y sus vecinos sufren y temen
el derrumbe que se presiente
en esta comunidad arrendada
por unos años.

En esos días de lluvia

En esos días de lluvia,
cuando el sol se oculta
tras el telón opaco
de las nubes
y las olas bravas
rugen fieras al unísono
en acordes atroces
con los truenos,
la playa es un corazón desierto,
habitado sólo por atrevidas
gaviotas que luchan
sobre la espuma del oleaje
por el necesario alimento.
La arena,
reflejo de ese espejo oscuro,
abandona sus destellos dorados.

Unos ojos tristes
tras los cristales
advierten sobre el horizonte
algún rayo de sol
o fue quizá un relámpago fugaz.
Qué hermoso espectáculo
cuando el gran astro,
héroe en este combate,
vence con sus brazos de fuego
el denso muro de oscuridad.
Sangre malva y roja
vierten las llagas abiertas
de las ultrajadas nubes
que el viento arrastra
deshonradas al exilio
a llorar sus penas.

La gloriosa luz se impone,
es belleza cruel la vida,
bien y mal compiten,
mas la luz del amor
se perfila siempre
entre las sombras.

Estos años de azúcar y sal

 

Estos años de azúcar y sal

se disolverán en el océano

de la nada.

El secreto

La verdad no se dice
ni proclama,
la verdad se hace
y se deshace por momentos.
La verdad es fuego que quema.
La verdad es luz que ciega.
La verdad duda y niega.
La verdad es en nuestra boca
sólo una palabra.

La duda nunca es cierta.
La duda nunca es ajena
si no se acepta.
Intenta salir de ti, pero siempre
se queda en casa.

La tristeza siempre llega al cuello.
La lágrima se suicida,
salta por la ventana,
humedece la almohada
se funde con la lluvia.
La lágrima se seca
cuando el sol sale
pero deja sobre la piel
su rastro de sal.

A nuestra querida gata

(A nuestra querida gata,

lloramos tu ausencia.

Te vimos nacer,

estar alerta a nuestros pasos,

hablarnos con tus maullidos.

Envidiábamos tu plácido dormir.

Hoy ya te cubre la tierra,

sé feliz en tu cielo.)


Llamaste a mi puerta, muerte,
y no tuve fuerzas para cerrarte.
Mi mano empujaba
pero era blanda arena.

Augurios de ausencia
anunció la mañana.
Mala cara tiene la muerte
que oscurece el día soleado,
triste es su espectáculo,
fea su rigidez,
ya fuera en el esparcido plumaje
de aquel pequeño gorrión,
juguete y presa de tu avidez felina,
como esta pétrea máscara
de gélido aliento
en tu perfil dormido.

Unas garras de caucho,
también cruel depredador,
te alcanzaron.
Ahora eres tú la ofrenda en sacrificio.
Firme fue su zarpazo mortal
que arrebató de un golpe tu vida
y dejó tu inerte cuerpo
sobre el asfalto abandonado.
Charco de tu sangre caliente
donde se reflejó su rostro
sin ojos.
Te cortó de cuajo
los siete hilos
que unían cielo y tierra,
de tu paso por este mundo.

Pequeña compañera de descanso,
volvías siempre de tu recreo
al amparo del refugio.
Fiel a tu esencia,
te llevó la suerte
a esta final aventura.

Nena, ha llegado la hora
de volver de tus paseos.
Hoy, aún cálida,
ha llegado tu carne
que ya se enfría bajo tierra.
Regresaste, sí,
a reposar eternamente
en el patio de casa.

A veces, este pensar

A veces, este pensar,
bullir constante
en nuestras cabezas,
se escapa igual que el hilo
que pretendimos sujetar
entre los dedos.
Sufre la razón por retener
su discurso
y se pierden en la lejanía
sus palabras,
ocultas tras una nube
de malos augurios y tormento.
Impotentes,
vemos nublarse ese cielo,
nos rendimos al ejército
de la inconsciencia,
a su fuerza y dominio,
de estrategias incógnitas.
Perdida la batalla,
entregamos las armas
de una voz sin ecos,
sin luz, sin forma,
todo vacío.

Quisiera obtener de este manantial

Quisiera obtener de este manantial
agua clara y fresca,
beber del aire
los aromas de un tiempo en calma
y mirar el amplio horizonte
de estelas de nubes
que acarician el cielo
de un valle frondoso.
Oír la melodía de la tierra,
dejar atrás gritos,
el frenesí sin orden,
la cordura esquizofrénica.
Tomar sin norma los días
ahora que llega el otoño,
cargado de añoranzas
de hojas secas.
Reposar en una mecedora
los sueños,
salir al campo,
acariciar con renovadas alas
las flores,
libar la miel de la vida.

Con las palabras sellamos

Con las palabras sellamos
la memoria
de un yo y del prójimo.
Entre las voces se dibuja
el sentir de uno
sintiendo al otro.

Diluida en la brisa del mar

Diluida en la brisa del mar
se perdió la belleza
de esta mentira,
alimento de hambrientas gaviotas,
flores secas de un desvelado sueño.
Se doró la arena bajo soles
que el tiempo indolente
no quemó.
La solitaria playa
acariciaba un presente
de olvidadas olas,
orilla de un hoy, pisado,
No mece la clara espuma
el recuerdo de una marea dócil
sino un rugido bestial
del salvaje oleaje de los miedos.

Se borraron las tiernas huellas
de pies frágiles,
vinieron lenguas de monstruos marinos
lamiendo el inocente refugio.

Este mar bebió de todas las lágrimas,
la sal de los gritos desesperados
vertidos bajo sus aguas.
Quedaron silenciados por los motores
de las lanchas de recreo,
fueron arrastrados al fondo
anclados al olvido.
Son cuentos de sirenas
que asustan a corales, algas y peces.
Ensombrece su cielo
y cae, preso en las redes de los días,
el sabor del sufrimiento del mundo.