Están floreando los campos
en una adelantada primavera.
Encanece al borde de los caminos
la verde retama.
Dejan sus florecillas un aroma
a esencia de tierra y mar,
a juegos infantiles, a olor
sobre la carne sudada
de la silvestre naturaleza.
La vida renaciendo en un bullir
se hace alimento, savia bruta,
recorre por nuestra venas caliente sangre.
Cubren de destellos la hierba
unos rayos de sol cálido,
es espejo el envés de las hojas
y revolotean oscuras aves
dibujando nubes negras
en un cielo de intenso azul.
Una explosión de colores
deja sobre nuestro ser
el manto líquido de la esperanza.
El corazón abrasa la pulsión
de vida y en ella se quema
dejando cenizas entre los dedos,
la añoranza de aquella fe perdida
donde el tiempo no existía
con su cronómetro,
sino la veleta que orientaba
a unos puntos cardinales,
tiempo de libertad y sueños
de goces y emociones
que creímos firmes
y hoy reímos su pueril consistencia.
Hay una primavera y verano
en los inviernos y otoños,
pero, ay, ya no serán
veranos como aquellos
ni esta, la misma primavera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario