No teme el mirlo
a la diáfana lluvia
de esta tarde de invierno.
Limpia los muros de los hogares,
recogidos los cuerpos al abrigo.
Se va encharcando la tierra
que, saciada su sed,
vomita el agua
que le sobra.
Arrastrado el polvo,
brillan más las hojas
de los árboles
parecen llevar puesto
un traje limpio.
Alegres las plantas,
algunas han abierto
sus flores.
Parecían mustias y muertas,
erguidas y llenas de lozanía
han resucitado.
Las gotas salpican
el barro de los charcos
y manchan las paredes
y las losas,
hunden semillas,
brotan lombrices
desde el profundo lodo,
caracoles abandonan
sus casas
y recorren a paso lento
los cristales y macetas.
La vida celebra la lluvia,
una bandada de gorriones
picotea el suelo
en ardorosa algarabía.
Dulce es la melodía que recorre el aire.
Ofrece al alma la paz
que anhela
y el ritmo del goteo
sincroniza con el palpitar
del corazón.
No teme el mirlo
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