Mira que caen edificios
y se retiran sus escombros,
pues aún abandonado el cementerio
por los muertos,
guardarán entre sus muros
anónimos huesos sepultados.
Campo santo,
jardín de todos los silencios,
donde las flores son también
cadáveres,
el sol al cuerpo ya no calienta
y sus sombras son eterno descanso.
Tienen una tristeza honda
sus caminos,
bordeados de parterres geométricos
con césped y plantas siempreverde.
Pasea la mirada y escucha
todos los llantos callados.
Nos abraza su aura de eternidades,
nos sumerge en un diálogo
con otro mundo,
ese al que un día llegaremos
para hacerles compañía.
Buscamos las puertas
entre las brumas del misterio,
agarrados al pecho nuestros temores,
la palabra sin voz,
la imagen desoladora
de su paisaje,
de nichos, panteones y cruces,
de tumbas huecas
a la espera del próximo fenecido.
Huimos sin correr
entre efluvios de fuegos fatuos.
Al salir, retenido el aliento,
recibe de golpe la vida
su ruidoso y tranquilizador
bullicio,
su sonrisa hipócrita
que nos hace soñar
en esta locura de creernos inmortales,
entre susurros de seductores
cantos de sirena.
Ah, no te engañes,
serán por breve tiempo
gozo y lucha,
infinito olvido.
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