Yo soy,
¡ay de mí!,
un ser anónimo
que dibuja ideas
con palabras
y sueña con ser
habitante de un país
de calendario.
Yo soy
Lázaro
Aunque moribundo,
¿tienes aún ojos para ver?
¿Tienes manos para acariciar?
¿Tienes boca para besar?
Pues besa y reza a ningún dios y a todos,
esos mentirosos que con sus promesas traicionan.
No queda otra salida digna,
besa y reza por simple inercia y necesidad.
Cambia ansias por silencio,
rabia por rendición, y sácale la lengua a la esperanza.
No la simple queja, no el rezo sumiso,
sino el bramido del fragor de guerra.
Besa, reza y vuela,
para tu cabeza no hay alas rotas.
Aunque tu cuerpo esté malherido,
sin coraza ni armas que ya te defiendan y amparen,
lucha con uñas y dientes, araña y muerde la piedra,
destrózala y de su dureza haz arenisca.
Lucha, no se trata de ser ningún héroe,
pero si te dieron la vida ¡que gane ella!
Arrastrándote por la tierra en ascuas
y brasas del combate,
bañado en barro de tus sudores,
mientras te quede un aliento
entre los dientes apretados,
suéltalo en el retiro clandestino
como rugido de bestia salvaje en la noche.
No te rindas, agárrate a lo que puedas
y avanza.
Cuando vuelva la efímera tregua, cosecha fuerzas,
porque no se firmará más paz que con la muerte.
Y esa, que espere todavía a recoger tus desechos.
Ahora, limpia tus heridas, seca las babas de tu sollozo,
lávate la cara, resucita a tu Lázaro,
¡levántate y anda!
Suela de zapato
¿Qué dices tú de lo visto,
qué de lo andado y pisado?
¿Qué me dices del cansancio
de un camino hecho?
Vamos, no protestes,
todos nos arrastramos por el suelo
cuando se necesita llegar al otro lado.
Has marcado el asfalto con tu huella,
ese tan transitado por extraños caminantes.
Tienen ojos andar seguro
y, a pesar de todo, tropiezas.
Llevas sobre tu piel gastada
los desechos de otros,
la podredumbre de la tierra
y el peso de tantos cuerpos
que hundieron su memoria
humo que fue ceniza,
de un fuego ya olvidado.
Piedras
Piedras, pequeños trozos
de roca dura
desprendidas de su cordón umbilical,
despedazados cuerpos,
de filo puñal, de roma arista.
Piedras, alma de la tierra,
en vosotras la fuerza bruta,
olor a entrañas,
calor de útero.
En vuestra sustancia densa
palpita la vida.
Tarde de lluvia
Se ha cerrado el cielo
con su negro candado de nubes
y desploma sobre la tierra
su liquida artillería.
Moja las calles y sobre las hojas
cuelgan bolitas brillantes,
temblorosas como tiritados cuerpos.
Péndulos de gotas transparentes
envuelven de belleza y ternura
los objetos y las plantas,
un mundo mágico de lucecitas.
Llueve, mientras el día cae
entre su húmeda claridad,
avanza la tarde sin sol,
eterna
y sin embargo efímera.
Entre gama de grises
acabará, en noche oscura.
Tarde de inquieta calma.
Tras los cristales,
merodea la fiera lluvia.
¿Qué hacer?
¿Qué hacer? ¿Rendirse,
acabar con todo antes de tiempo,
descansar de este demonio
que devora la alegría y el ánimo,
sucumbir a su degüello?
Cómo decirte que te entiendo,
cómo hacerte comprender
que esos caminos los reconozco,
los recorro día y noche.
Cómo decirte que hay que sacar del armario
ese traje alegre del autoengaño,
cubrirte con la capa del consuelo,
pensar que frío tenemos todos.
Busca el abrigo para tus miedos.
Soy tu hermano que contigo comparte
la inquietud que la vida deposita en nuestras manos,
sin plano ni señales que nos guíen,
perdidos en una encrucijada,
Así, hermano, para acabar te diré
que cuanto antes mires a los ojos de tu enemigo,
más pronto sabrás cómo defenderte de él.
Agradece el pan que llevas en la alforja,
aunque rancio, te quita el hambre.
Suplico a un dios en el que no creo
Suplico a un dios en el que no creo.
No espero clemencia,
perdí la fe de un milagro
en el calvario de esta cruz.
Es tanto el dolor que me hiere,
la gran desesperación que aprisiono
entre mis labios sellados,
por esta dolencia sin cura.
Los cauces secos de mis ojos,
se consumen como fanal sin aceite.
Se inundan de salitre mis arterias.
Braceo sin brazos, grito sin garganta,
sin heridas abiertas me desgarro
y me agito en la más férrea inmovilidad,
mientras esa punzada se hunde en mi carne
como clavo en la madera.
No tiene ojos ni oídos este lamento
más que los propios que en su fuego arden
por padecer en soledad este suplicio.
Que ni un pelo de mi cabeza se mueva,
ni nadie sepa qué mal me corroe,
cuando la compasión es mayor sufrimiento.
No puedo pedir ayuda porque no hay
remedio alguno y este martirio continuo
me mata con muerte lenta.
Lo que mis piernas no andan
corre mi cabeza, esa que paciente sufre
y se sostiene con la llama de la rabia.
Se permite a veces el ungüento de la tristeza
que no asesina del todo la voluntad.
Persevera en el arduo trabajo que le toca.
A veces se vence, es verdad que flaquea.
Nada más debo exigirle,
hace lo que puede y me salva,
en cada naufragio y tempestad.
Me lanza un madero en el agitado oleaje.
Nada más el simple roce
Nada más el simple roce
de la llama de una vela
con el pábilo de la otra
para que prenda el fuego.
Nos reconocemos
Me dices que un intruso ocupa tu casa,
que la maquinaria de tu mente,
antes ágil y fuerte, ha hecho click,
algo en su interior se ha roto.
Que has entrado en un bosque tenebroso,
sin posibilidad de escapatoria.
Te bates con las únicas armas de tus brazos,
zafándote de los profusos ramajes.
Buscas desesperado encontrar alguna claridad
hacia dónde dirigirte,
pero está todo lleno de bruma
que te impide ver más allá del paso siguiente.
Me dices que acoges la noche
agradecido y entregado al sopor
del regazo químico.
Apenas unas horas dura el breve descanso
y el desvelo se sienta al filo de tu cama.
Cuánto duele la madrugada,
todo en ella es helada herida,
coagula la sangre en tu cerebro
y el corazón se agita como indómito caballo,
arrastrándote hacia el abismo.
Exiliado del sueño hasta que la mañana se presente,
no vienen agradables invitados
a esta cena antes del alba,
sino la tirana angustia que extrae su veneno
de sus profundos pozos
y riega tu cuerpo con ríos salados
que se colapsan en la garganta
en un sollozo frenado por los labios.
Me dices que te desespera
la vulnerabilidad que sientes
ante tan fiero ataque,
como un niño asustado pides ayuda
a un dios que pasa de largo.
Tal vez sólo sea un impío voyer
que se recrea con tu tormento.
Deseas que llegue el día y te sostenga
con sus alas hechas de rayos de soles,
que ilumine ese cuarto oscuro,
la habitación desordenada de tu cabeza.
Pero pocas esperanzas te promete la mañana,
retomada con paso pesado y lento.
¿Dónde está la varita mágica que transforme
estos harapos de tu cuerpo
en brillante uniforme de gallardo príncipe?
Para afrontar con aplomo la vida,
llenar el saco de tu ego con el máximo
de ingredientes que te alivien este infierno.
No vino el hada en esta noche,
faltó ayer y no vendrá tampoco mañana.
¿A quién clamar ayuda entre tanto consejo benevolente
que este sufrimiento no alivia?
Parches que no curan más allá del simple consuelo.
Tropiezan mis anhelos en esta oscuridad
Tropiezan mis anhelos en esta oscuridad
y vuelo ciego en este aire
pesado como un ancla
que ata mi pie a este puerto.
Vencer la pereza
Estirar brazos y piernas y contar de uno hasta diez,
pedir al tiempo un nuevo recuento,
alargar los últimos números
separando entre ellos los espacios,
convertir los cinco minutos en cuartos de hora,
llenar la boca de espera
y la intención frenada
antes de sucumbir sin remedio
a la llamada insistente del reloj
¡Qué cuesta salir cada día
del cálido cobijo de entre las mantas!
Como un viejo mueble cubierto de polvo
Como un viejo mueble cubierto de polvo,
sin brillo, ocultando bajo el velo
su verdadera y auténtica belleza
en el que, decepcionado, rebuscas por cajones
aquellas reliquias de un pasado,
como la pequeña caja de música,
objeto delicado y único de singular belleza
guarda las notas de una hermosa melodía.
Se han empañado los cristales
Se han empañado los cristales
con el vaho de mi aliento
en esta ventana con rejas
que no deja ver más que muro.
A falta de luz mi piel se hizo
membranosa y transparente
como alas de un insecto.
Sé que te sientes papel mojado por la lluvia
Sé que te sientes papel mojado por la lluvia,
sucio y arrastrado por el viento, a la deriva.
No seas tú quién cierre esta puerta
antes que venga el juez a precintarla.
Persiste en esta lucha desigual,
sé difícil contrincante,
no pierdas el aliento
hasta el último respiro.
Qué lucha contra corriente
Qué lucha contra corriente
sin que los labios se nos resequen
con tan corrosiva sal,
se nos cuartee la piel,
se queme por rayos ardientes
para hundirnos al final en el mar del desengaño.
El único madero que nos podría salvar
en este oleaje indómito
es el armazón del ataúd que nos cobije.
Desasosiego
Qué es este cansancio que habita
bajo el vestido de cada mañana.
El ropaje oculta lo callado
y muestra la sonrisa amplia
como brisa fresca y ligera
tras las lágrimas de rocío
sobre los pétalos de tu almohada.
A dónde quedaron aquellos cantos gloriosos
y ecos lejanos que venían a la luz
que rodeaba mi sombra
bajo el árbol de aromas delicados
arrancados de la profundidad de mi seno.
Brotaban raíces tiernas con esencia de vida,
tierra que esculpían mis manos
como sueños en la noche,
levantando moles de mística energía.
Ahora las encadenan cuerdas de oro.
Por qué mi cuerpo no responde a estímulos
cuando antes raudos mis pies
llegaba más lejos que mi voz.
Si hay un dios que escuche mi plegaria
Si hay un dios que escuche mi plegaria
a él le hablo,
con él me desahogo,
de él espero en este desesperar continúo.
Larga memoria retengo,
lo que haya que añadir
a mi destino por venir, vendrá.
Con menos color del recordado,
con más dolor y cansancio,
asomará la realidad.
Borrará parte de mi historia,
agigantará enanos
y menguará el pasado dolor.
Como niño en un siempre
comenzar a andar,
tendrá tropiezos y olvidos.
En la soledad profunda,
sombra perpetúa de nuestros pasos,
esa esencia sin rostro ni nombre
que habita lo eterno,
será madero en nuestra agonía
de náufrago,
nos salva a veces de la locura
del amargo trago que es el vivir.
Mentira piadosa o verdad absoluta,
terminamos buscando, no el dios mundano,
sino el del hombre que contiene
todo el infinito.
En su breve materia,
en su efímero trayecto
el ser, resultado de todo
lo recorrido y por andar
va de la mano de este gran desconocido,
para no caer.
¡Qué linda tarde fluye en este cálido aire!
¡Qué linda tarde fluye en este cálido aire!
Sus sombras plateadas y aleteos de pájaros
embellecen un mundo líquido
bajo un cielo que es mar en calma.
El sol derrite las nubes y deja su brillo
sobre sus suaves olas.
Besa esta playa su orilla dulce
y acaricia esta blanda arena
brillantes cristalitos de eternidad.
Sequía
Ha llegado la sequía a esta tierra,
la que un día fue mojada por lluvias.
De nada le beneficia un pequeño arroyo
que vierte apenas un hilillo de agua.
Tal como la bebe,
el sol la seca.
Qué estación más árida
que del jugoso fruto hace simiente
para su podredumbre.
Qué mal ha entrado en sus entrañas
que dejó este lodo en sus surcos.
El lastre acumulado del tiempo impío
retiene sólo tristeza
y pierde la seda de su tacto.
La piel que hoy se ha convertido
en áspero y rugoso cartón
fue plateada estela de luna
sobre el lozano manto de un océano.
El lustre deslucido de aquel reflejo
del que huye la luz.
Reconozco tu rostro
Reconozco el paso del tiempo.
Identifico los detalles de tu rostro.
No me confunden tus malas mañas
que intentan enmascarar con maquillajes,
modernos peinados y vestidos estrambóticos,
buscando dar una buena apariencia.
Reconozco tus andares y tu ritmo pausado.
Ya no pareces el mismo,
dejas caer hacia los lados el cuerpo
con un pequeño vaivén de caderas que te distingue.
Te camuflas entre la gente y eres partidario del bullicio,
porque te viene bien ese caos para confundirme,
y te pierda entre la muchedumbre.
Ah, pero yo te reconozco.
Podrás ponerte hermosos y cálidos tejidos,
desenvolverte con jovial aspecto,
pero tengo buena vista y aptitudes fisonómicas.
Me quedo pronto con un rostro,
así te pongas encima lo que te pongas.
Yo te reconozco entre miles de transeúntes.
Además tienes detalles inconfundibles,
no hace falta reloj para saber tu hora.
Así distingo por las sombras tu declive en el horizonte.
Son ridículas las excusas que pones para engañarme.
Te engañas a ti mismo.
Vale ya de paripés y retorcidas estrategias
de detective mediocre, no me confunden.
Piensas que no te veo bajo esa maltrecha indumentaria,
ese estrafalario sombrero viejo y pasado de moda,
que tiene más arrugas, dobleces y marcas
que ondas deja el viento en las dunas de un desierto.
Vale ya de disimulo, que se te ven las intenciones
ocultándote tras esos disfraces.
Así te pongas bigote, tiñas el pelo o te cortes la barba.
Y qué decir de ese modo de hablar pretencioso,
juvenil, alegre desenfadado y dicharachero.
Tienes, inevitable, un deje añejo inconfundible,
una cadencia en el tono, que intenta cubrir
un incipiente cansancio.
Venga, hombre, que nos conocemos,
que tú y yo llevamos mucho tiempo juntos.
No es ya lo mismo y tú lo sabes.
Te niegas a reconocerlo pero algo comienza
a marchar mal en tu vida,
pequeñas cosas que antes no estaban
ahora se acumulan a tu espalda,
achaques que comienzan inofensivos
y acaban machacándote,
destruyendo aquel añorado ímpetu
de nuestros años mozos.
Te van minando poco a poco con sutiles advenimientos.
En principio son simples asuntos,
cuestiones superficiales, nimias,
como un lunar rojo, fácil de ocultar con un tatuaje,
una molestia en el costado, una querencia ácida,
unos kilos que no bajan y una piel que desciende,
que cubres con un apropiado diseño
que haga sobresalir las virtudes y oculte los defectos.
Y de las mañanas, ¿qué me dices?,
pues aún peores son las noches.
¿Me vas a contar que para ti es lo mismo?
A otro con ese cuento.
Es lobo que aúlla a la luna con malas intenciones
y sus colmillos van directos al cuello.
El otro día descubrí en tu botiquín del cuarto de baño
ciertos medicamentos sospechosos.
Aquello que vi no eran simples aspirinas,
también había todo tipos de tubos
y clases de cremas que no eran precisamente dentífricas.
Pastillas para fortalecer huesos y partes blandas,
vitaminas y complementos, de todo.
¿Sabes que te digo? Que te enfrentes de una vez a tu mentira.
Por todos lados te está mostrando la verdad de sus razones.
No me digas que ante el espejo
con cuatro detalles te rejuveneces,
cuando en el carnet pone claro la fecha de tu nacimiento.
Te reconozco, tiempo implacable, sé de ti
como si te hubiese parido.
¿No ves que vamos siendo iguales?
Lo que pasa es que yo lo acepto, me miro cara a cara,
y en el reflejo veo cada día marcando su paso
como forma en el barro que el calor de soles endurece
dejando su huella sin retorno.
Tú mucho dártelas de enteradillo,
que si la experiencia es importante,
que da paz y conocimiento de uno mismo.
No voy a decirte que ojalá no te hubiera conocido,
porque además de estar feo, me perjudica.
Pero, oye, por favor, no me cameles,
que tus modales son grotescos
y tienes conmigo gestos duros.
Incluso tu cierta pedantería es ofensiva
para mi amor propio
Más pronto que tarde castigas
con tu mala leche y a capricho me dejas un día tirado.
Pues sí, amigo, yo te reconozco, tunante.
Y lo peor de todo, que no hay remedio.
No te irás, así te mate.
Seguiré con tu cadáver a cuestas
y tu fantasma persiguiéndome por todos lados.
Acéptalo, me digo, hazte colega suyo.
Después de todo, no es un chico malote.
Eres buena gente, tampoco tienes culpa
de ser un pesado y tener un carácter inaguantable.
Llevas tanto tiempo comportándote del mismo modo,
es imposible que ya cambies.
Te reconozco, paso del tiempo,
y si paso por tu lado no puedo pasar sin saludarte.
Prefiero soportar tu compañía, conversar contigo.
Al menos espero que el encuentro no sea desafortunado,
el paseo no sea demasiado desagradable,
no me lleves por lugares inadecuados.
Que tienes la costumbre, en ocasiones, de jugar malas pasadas,
liarte por callejuelas, desorientándote.
Mientras que vaya tranquilamente con el paso cogido,
me dejaré llevar, disfrutaré de este trayecto,
Aunque lo veo complicado conociéndote.
Tendré que aceptar los hechos innegables
hasta que nos despidamos en un punto concreto
del recorrido,
donde continúes tu camino enganchado a otros incautos
y yo haya llegado a mi meta.
Tranquila, alma mía
Tranquila, alma mía,
sigue caminando en la oscuridad
de esta cueva,
hasta divisar la claridad
que anuncia el alba
de un nuevo día.
Caen estos frágiles pétalos
Caen estos frágiles pétalos,
segundos del reloj del día.
Hoy el cielo se ha vuelto gris,
sin embargo, sus nubes no regarán
con fresca lluvia la tierra.
No huyen los pájaros
hacia sus refugios,
dejan en el aire el agitar de sus alas
para posarse sobre los tejados
y sembrar de gorjeos
la pausa de la siesta.
Hay calma y silencio
y las notas sueltas
de alumnos que ensayan
en un conservatorio.
La tarde,
ajena a un firmamento sombrío,
es cálida y apenas se mueve
una ligera brisa
que acaricia el rostro y hace sentir
un escalofrío por todo el cuerpo.
Olvida el dolor del espíritu
mientras la carne se alimenta
de estos pequeños deleites.
Quizá todo sea tan simple
Quizá todo sea tan simple
como dejar caer agua
sobre nuestras cabezas,
el bautismo que borre
el pecado original,
los falsos miedos,
el código pervertido
de la razón,
su pulcro cuerpo sin costras.
Demasiado carga es esta mente,
repleta de lastre,
cuero cubierto de heridas,
cicatrices que nunca cierran
sembrando sombras sobre la piel.
Ah, agua que nos bendices,
límpianos de residuos,
muéstrese al desnudo la inocencia.
Habitemos entonces el paraíso.
Última llamada
Caen languidecidos
los golpes finales de campana
en este claro atardecer.
Cuando el reloj marcaba las siete y media,
fue noche oscura en invierno.
Se prolonga el tiempo ante la mirada
mas es paralizada eternidad
en el pequeño espacio
de nuestra tumba.
Las nubes no dejan pasar
la forma del sol,
pero viste de luz los rincones
sin sombras.
Entre el ruido, pían pájaros.
Empiezan a reunirse
en el interior de las densas copas
de cipreses los gorriones.
Rondan la plaza bandadas
de estorninos,
vuelan sobre los tejados
algunas palomas despidiéndose del día.
Rugen motores y llegan sonidos
que parecen palabras.
Vierte el cuenco de la existencia
estos contenidos
a los que pusimos nombres
y sentimientos.
Desnudos
son simples detalles
deformes y huecos.
La identidad que nos viste
La identidad que nos viste
no es otra cosa que el traje
desgastado de una eternidad
con retales de tiempos.
El polvo vertido
El polvo vertido
hizo fango con el llanto,
un grito primigenio,
patético eco del desastre.
La rabia,
penúltimo peldaño de la fe,
mostró sus dientes
y con fuerza
lanzaba el gruñido del dolor.
En la fragua ardiente
forjó su escudo
como tala el hacha
el tronco herido
y con exquisita precisión
rasga las entrañas podridas.
Hoy es canto, mañana silencio
Hoy escuchas la alegre palabra de un niño,
mañana la rota voz de la lengua torpe.
Hoy la suave mano toca la flor tibia,
el tacto ardiente de la carne,
el firme tallo y la verde rama.
Mañana, la planta mustia, la seca hoja,
el derrumbado eje sobre la tierra.
Hoy ruge el fiero motor sobre el asfalto,
mañana el giro de la llave
apenas arrancará un ronco gruñido
de cansancio.
Hoy en el aire circundan aromas
de mar que cubren de sal la piel,
sobre los campos la lluvia esparce
infinitas fragancias
y dibuja intensos colores.
Mañana, la aridez de un desierto
dejará el surco vacío del torrente salvaje,
el triste paisaje del abandono.
Hoy un cielo limpio de nubes negras
donde la calma descansa
tras días de enérgico aguacero
donde el deseo arrancó la tormenta
y depositó el agua dulce
en el cuenco ansioso,
la clara frente ante el rebelde
bucle del viento.
Hoy son lánguidas mechas canas
las que recorren como tren de juguete
el ancho horizonte hacia su ocaso.
Hoy las piernas caminan
sobre suelo recto,
mañana la pendiente hará rodar
al cuerpo frágil
o cabalgará a lomos de otro.
Hoy la boca bebe el agua cristalina
de los sueños que brotan
de la generosa fuente,
mañana será la hora decisiva
de un presente que ya no espera nada.
Hoy, un vivo yo,
mañana, un yo muerto.
Está y no ves, nos habla y no escuchamos
Él no escucha tus palabras,
no atiende tus ruegos.
Él fue dios antes que hombre.
Donde ve mejillas secas
niega aguas subterráneas,
olvida que un día
era mágica pócima
lo que ahora es veneno.
¿Qué lenguaje entiende?
¿El hielo, la piedra, la rama,
la ráfaga de viento
que le sorprendió
sin escuchar la tormenta?
Desde la estancia cerrada
no pudo ver el cielo nublado.
La vida siempre
La vida es siempre
ese país
al que deseas viajar
y nunca llegas.
No daré ninguna queja.
Guardaré para mí
este dolor,
de nada sirve
soltar al viento.
Estos pétalos marchitos
los ocultaré
entre las páginas amarillentas
de un libro.
Serán reflejo del lamento
de un corazón derrotado,
residuos de un vivir.
En el espejo
En el espejo
una señora busca
a aquella niña
tras el cristal opaco
de las ventanas
de sus ojos.
No distingue
las tenues huellas
que dejaron
sus ligeros pies
sobre la difusa y lejana
senda de los recuerdos.
Bañada en un mar de rutina
Bañada en un mar de rutina,
se arrugan los dedos
por el tiempo transcurrido.
La vida pierde tacto
y no puede ya atrapar
al resbaladizo pez.
Rezas a un dios sordo
Rezas a un dios sordo
o extranjero.
Háblale con el idioma
universal
de los gestos,
señala a tu corazón,
lanza un sollozo,
derrama lágrimas
por las laderas
de tus mejillas,
clava en sus ojos
la espada de tu miedo.
Si tiene compasión,
abrirá sus brazos
para darte cobijo
mientras hunde el puñal
que dé muerte al enemigo.
Mar convertido en río
Las lágrimas vertidas
por este profundo dolor
serán recogidas por una nube
que volcará sobre la tierra
agua dulce que dará frutos.
El pasado está ahí agazapado
El pasado está ahí agazapado
como un gato arisco
dispuesto a arañarte la piel.
Basta le llegue el olor,
que aliente su apetito
un ronroneo cercano,
el roce sutil de un visillo
o la mano tierna,
la visión de lo hostil.
Encorva su cuerpo,
eleva las orejas,
agudiza el ojo
y la nostalgia aparece.
Se debaten los recuerdos
entre la tristeza o la alegría.
La paciencia se desespera
buscando en los archivos,
mas cuando encuentra
el traje idóneo
con él se viste de nuevo.
y frente a su imagen,
añora el rastro que abandonó.
A medida que los días dan
A medida que los días dan
sus cortos pasos
y el tiempo recorre millas
entre el ramaje de un denso bosque,
la memoria cavila y se perdona.
Reconcilias enfrentados enemigos,
abandonas afectos y apegos no recomendables
y, lejos de fuertes apasionamientos,
te encariñas con la imagen opaca
que camina a tu lado.
A la simple luz de la vela
se distingue lo elemental y verdadero,
tenga la fuente cercana a tu boca
y brote su eco claro y transparente.
Añades olvidos y otros detalles
de un paisaje que se transforma
con elementos añadidos o restados.
Arrastrará su caudal más o menos profuso
guijarros y hasta pesadas piedras.
Ajenos al rencor o remordimiento,
dejémoslos depositados a los márgenes,
mas llevemos, en nuestro interior
el limo de la experiencia,
sin poner en el horizonte mayor esperanza
que el yugo del dolor, por compasión,
no nos apriete demasiado.
Fluya este río con sosiego,
brillen en sus aguas
los reflejos del sol
y sus rayos no jueguen con las sombras
a crear fantasmas entre los árboles,
si acaso, hadas de sueños.
En busca del mar voy
y de su abrazo.
Desde la ventana
A través de la ventana abierta,
cubierta por traslúcidos visillos,
escucho el silencio,
el acompasado piar de gorriones,
el gorjeo de alguna ave
que de vez en cuando
cruza con su fugaz vuelo
por este espacio breve.
En esta tarde noche,
la claridad grisácea
va transformando en ocaso al día
cada vez más longevo
en un tiempo que se acerca al estío.
Las tardes se alargan,
estiran la luz,
haciéndola lívida como finos tallos
en un trepar lento.
Sobre la cama tendida
dejo mis sentidos.
Llega a mí un rumor,
murmullos de voces,
el ronco rugir
de un esporádico tráfico,
ruidos de cacharros
de alguien en la cocina
que prepara la cena.
Poco a poco la habitación
se cubre de penumbra.
La noche aquí dentro
llega antes.
Quién me conoce
Mejor que yo mismo
me conoce mi farmacéutico.
La familia y amigos presuponen,
deducen y sentencian.
Mis vecinos sospechan e imaginan,
mis enemigos buscan
hasta en mis virtudes
defectos
y en mis defectos,
vicios.
Los organismos oficiales
documentan con datos,
números y fechas
mi identidad.
Mejor que los tuyos te conocen
la cajera del supermercado,
el que recoge tu basura,
el médico y farmacéutico.
De ti todos creen saber
lo que de humano tienes,
y pueden llegar a intuir
las dolencias de tu cuerpo.
Solo yo, a veces, creo,
a veces, dudo,
a veces, ignoro
este engrudo ser
que yo soy.
Revolotean mariposas grises
Revolotean mariposas grises
en mi jardín.
Posan sus alas grises
sobre flores grises
y liban el néctar amargo
de sus negras entrañas.
Entro en casa, cierro la puerta,
tras los cristales se anuncia
el inminente aguacero.
Densas nubes negras estrangulan
la tímida claridad que aún asoma.
Sombra pequeña
con su negra boca
tragó la poca luz
que aún quedaba,
manos ciegas que a tientas andan
hasta que rompen el silencio
las finas agujas de agua golpeando
con fuerza el iris de mi mirada.
Lo necesario
¿Cómo vas a ofenderte
si la vida te dio
lo necesario para vivir?
Órganos que sienten,
ojos con corazón,
piel para el dolor
que también se estremece
ante el frío y la caricia.
Pasión que en el hígado
destila la hiel de la ira,
boca que arde en deseo
y olfatea el placer
del sexo y la fruta.
Dos brazos,
dos piernas,
un cuerpo que existe
porque una cabeza
lo delimita.
¿Cómo vas a ofenderte y exigir
cuando la vida,
inesperada, tuerce a capricho
la balanza donde equilibra
positivo y negativo, suma y resta,
como arden hielo y fuego
en perfecta armonía?
Así administra la vida
los movimientos
cotidianos y los fortuitos
y arriesga a la aventura
hacia el pronóstico idóneo.
Con tener lo preciso
date por satisfecho.
Eres un privilegiado
si despiertas cada día
con el principal rudimento,
la conciencia del sí.
Descorre la cortina
que echó la noche
en tu estancia y lánzate al mundo
a cumplir con tu destino.
Al sur del universo (Canción)
Llévame al sur del universo,
allí donde las estrellas brillan más,
donde la densa nada
se llena de meteoritos
amenizando las noches
con sus fuegos incandescentes
y los días reverberan con una luz
de infinitos soles.
Posa en mis labios
la ingravidez de los sueños.
Sobre esta arena de vacío
bajo un cálido fuego,
enciéndeme.
Cuando aún el horrible nombre
Cuando aún el horrible nombre
no existía,
lloraba el hombre
en el silencio de la siesta,
ayes que penetraban
en las casas vecinas
sin llamar a sus puertas,
ayes de sufrimiento
a través de las ventanas
compartidos.
Cuando el nombre
aún no existía
le llamaron depresión
y todo el mundo
se enfadaba
por su actitud,
por no levantar
el ánimo
y llorar
como un niño.
Nadie lo entendió.
Cuando aún no existía
el fatídico nombre,
la demencia a hurtadillas,
camaleónica y usurpadora,
roía su cerebro.
Ay, este continuar
Ay, este continuar
sin esperanzas.
En este amplio océano
quedaron las alegrías
de un remoto mundo.
Ahora es una satisfacción
acostumbrada,
todos los días
en el mismo paisaje,
las mismas acciones,
la misma rutina.
Todos los días esta calma
agradecida
y este punto negro y vacío.
Parece que todo
ha quedado atrás,
aquella intuitiva vida ,
en los actos del pasado,
en las ilusiones del pasado,
en los sueños del pasado.
Ahora es un nadar en la nada.
Tantas puertas cerradas
y esta ventana tan chica.
Continuar aquí, aquí, aquí,
a la espera,
a la espera de nada
porque nada va a cambiar.
Y lo que cambie será aún,
más agrio,
más triste,
más doliente,
más abandono,
más muerte.
No puedo pedirle más
a la vida,
sería injusta
con la vida.
Me ha dado todo a cambio,
de quitarme esa ilusión,
el lugar donde hallar la paz
y la comunión con la tierra.
Igual que todos los días
Igual que todos los días,
decía ella,
pero ninguno es el mismo
que el anterior
aunque se parezcan.
Los días son fracciones
de la vida,
segundos de la hora,
errores de percepción
de un todo.
El aire está suspendido
El aire está suspendido
sobre las nubes.
Hay silencio y quietud
en este jardín de flores
frágiles y pálidas.
Impávidos permanecen
sus finos tallos,
ni un pétalo se mueve,
es un instante eterno.
No son las calles
hermosos campos
de ordenado cultivo,
adecentadas sus lindes y surcos.
Se posan en tierra
sin rodar ni alzar su vuelo,
papeles y bolsas de plástico.
Aparcados por los rincones,
sobre adoquines,
ceñidos a un árbol o farola,
quedan nuestros desperdicios.
El paisaje pétreo, recibirá
mañana la suave brisa.
El agitado viento
removerá su lodo,
lo cambiará de sitio.
Hombre gris
Hay un hombre gris sentado en un banco.
Sobre su pierna izquierda se apoya un niño.
Al ritmo del trote del caballo la mueve.
El niño ríe.
Hay un hombre sentado en un banco
con semblante serio, frente amplia,
entradas profundas que hacen meandros
en su cráneo y pequeñas lagunas púrpuras
en sus sienes.
Hay un hombre gris, con traje gris,
sobre fondo gris y blanco mate,
miscelánea marea de un pretérito en desuso.
El niño ya no ríe, abre sus grandes ojos
a un profundo infinito que intenta coger
con una mano inexistente.
Hay un hombre gris, en un paisaje gris,
ya lejano y extranjero, forastero, ajeno,
sentado en un banco, como el que descansa
sobre una piedra.
De piedra gris es el banco.
Protagonistas de un instante breve,
figuras serias, sin rastro de tristeza,
solo sereno semblante,
mueca de un tiempo, fugaz suspiro del tren,
que agita el mundo con su paso rápido.
Pronto recobrará la calma.
Ese hombre, ese niño,
es la memoria gris
y yo espectador de mi propia muerte.
Gota
Cayó la gota, no la que colma el vaso,
sino la pequeña burbuja no vertida
en la boca del sediento.
Fría, punzante cual puñal indoloro,
dejó su huella resbalar sobre la pendiente
del blanco pecho, manantial de un deseo.
Gota que dejó secos unos labios,
dio de beber a ojos intrusos.
Calle el silencio
Calle el silencio
y su incesante parloteo
en la noche oscura.
Palabras de frío metal
cortarán el aliento.
Tras la larga agonía,
son murmullo de ángeles
las perladas gotas de rocío
que temblorosas reciben
con pálido semblante al alba.
Bajo sus ojos cristalinos,
el nuevo amanecer dibuja
profundas ojeras
en su mirar de insomne.
Estuvo el alba adornada de música
Estuvo el alba adornada de música,
flotaban en el aire las notas,
dulces de clarinetes,
el sordo soplo de trombones
y las llamadas de trompetas
en marcha ceremonial.
Ponían peculiar banda sonora
a mis sueños.
Entre las calles,
un murmullo denso, una orgía de voces.
En el alambique de sus gargantas
se estrangulaban los bastos elementos
que pervertían la alquimia
del verbo puro.
Confusas palabras
como cuerpos enredados,
sin distinción de brazos y piernas,
lenguas en ávidas bocas
perdían la armonía de su compás
y se convertían en el rumor
de las aguas violentas de un río,
el agitado oleaje de un mar de fondo.
La mancha grotesca de cabezas sin rostros,
de un orbe aún sin forma ni signos,
solo los gruñidos de una primitiva
animalidad.
Disuelto cualquier sentido,
se mostraba la entropía de lo cotidiano.
En el fragor de la multitud
brotaban las florecillas frescas
de las voces inocentes de los críos,
acompañadas con el golpeteo
sobre la tensa piel de plástico
de sus tambores de juguetes.
De vez en cuando lanzaban
inofensivos petardos
dejando sonar su crujido puntiagudo
al chocar contra el suelo de adoquines.
Estaban en ellos los inicios del habla humana,
claros y simples sus sonidos atimbrados,
los sones vibrantes de sus tiernas campanillas.
Marcharon los roncos ecos
llevados por los pasos de la brisa,
mientras la mañana,
llena de una intensa luz,
inundaba las solitarias calles
con el ligero roce cálido y amable
de la caricia primaveral.
En un cielo claro sin nubes
la navaja de acero de un avión
hacía un limpio tajo en tan jugosa fruta.
El silencio se entregaba
en virginal comunión a los instantes.
Un gato se posaba sobre la cornisa
de una ventana abierta,
era su ropaje de color tierra anaranjada
con estampados blancos
como flor de algodón.
Observaba la calle, interrogaba
la vida con su felina mirada,
igual que yo con el iris oscuro
de mis ojos.
Nos asomábamos a la calma,
almas hechas una en este universo,
sin distancia, sin diferencias,
vida con vida en este trazo de infinito.
Hombre, eres con tus deberes
Hombre, eres con tus deberes
más cercano a la tierra
que al inalcanzable cielo.
Dibujas la llamativa rúbrica
sobre tu nombre,
dándole honores y gracia
a lo que son reflejos del sol
sobre el charco enfangado
que ha dejado la lluvia.
Un día más comienza
Un día más comienza
y el reloj anuncia
la rutina que nos aguarda.
Un ir y venir de transeúntes.
Todos deambulan en orden
impreciso, asimétrico,
como una danza de cadáveres
que aún no cumplen sentencia,
haciendo crujir sus huesos
como una tétrica melodía.
Apenas un susurro
Apenas un susurro,
esos guijarros arrastrados
por las olas hasta la orilla,
suave caricia, un beso
dejado sobre los húmedos labios
de la arena.
Construyamos la casa
Construyamos la casa,
rebuscando en la arena
restos de aquel naufragio
que la marea trajo
hasta esta orilla.
El madero ya no es proa,
ni popa, ni casco, ni mástil de vela,
que fue partes
de la orgullosa nave que surcó
el océano embravecido
y acabó tragada por las olas.
Descuartizó la tempestad
su recio cuerpo,
dejó abandonado sus miembros
en la desierta playa.
Hagamos pues con ellos,
el pilar de una nueva estructura
y forjemos con sólida base
la nueva estancia
donde encontremos refugio.
Mas la vida, sin ser la misma
Mas la vida, sin ser la misma,
nunca guarda su esencia
y legiones de guerreros iracundos
instruirán a las nuevas generaciones
para conducirlas irremediablemente,
a la destrucción,
a la barbarie,
a la muerte.
El mundo ceñido de las palabras
Las palabras nos ciñen,
aprietan con su cinturón de sintaxis
nuestra garganta, sin apenas
dejarnos respirar.
Cada categoría debe ocupar su sitio,
casi siempre inalterado
más allá de alguna licencia
otorgada por el tribunal pertinente.
Son las letras mariposas
que danzan sobre estas particulares flores,
van y vienen libando su esencia,
bajo el látigo de su propia ley.
Su instinto sólo ante ciertos colores
se detiene,
y ante algunos olores se recrea.
Siempre presente el inefable temor
a la locura,
ante el desquicio de un aleatorio
poder demente
que se permita jugar como atolondrados
e insensatos niños.
Desean las palabras alcanzar el cielo,
no caminar un horizonte lineal,
sino volar sin fondo,
con alas de hadas libres,
bailar de puntillas sobre las nubes,
describir sinuosas curvas
en el paisaje, igual que hoja
ser llevada por el viento,
pluma dirigida por la brisa del mar
con murmullo de olas,
palpitar de tierra profunda,
lava que arda en nuestras venas,
trueno tras el resplandor de un sentir.
Ser voz de la materia inerte y viva,
querer nombrar entre este vocerío
aquello que al alma duele
y a la carne escuece.
La utopía de un nuevo mundo
Desterrado, el amor romántico
en su exilio rememora
las huestes abandonadas
en tierras extranjeras.
Inventemos otra realidad
con tan exóticos manjares
que esta isla de exilio nos ofrece.
Extraigamos el almíbar
que sale de este producto diferente
para dar de comer a bocas
que mueren de esa hambre.
Borremos los recuerdos,
siempre obsesionados
en repetir las mismas costumbres.
Entre añoranza y desencanto,
desembocar el dolor
a un mar de olvido.
Te recuerdo, Carmen
Te recuerdo, Carmen,
herida de desengaño,
en el atardecer de un primerizo estío.
El olor a café, a verdor y a tierra,
a suelo de cemento fresco.
En aquella pequeña habitación
levantada en un terreno
para pasar los domingos
entre el rumor del campo.
Ayudabas a la familia
a limpiarla para el estreno
en aquella temprana tarde
de una luz transparente.
Carmen, herida de desengaño,
cantabas mientras mojabas
en una palangana el trapo
con agua y jabón,
lo retorcías entre tus manos
y lo pasabas por los cristales
de una ventana abierta.
Y cantabas, y tu voz sonaba
en aquel vacío con eco.
Cantabas como una adolescente
enamorada, con la melancolía
del corazón herido.
Era dulce tu tarareo,
Carmen, herida de desengaño.
Cantabas
“llueve, tras los cristales llueve”
y entró de golpe el aire cálido
de la ternura en el frescor de la estancia,
dejando mi mirada dolida por tu herida.
Aunque han pasado por encima
los días de tantos años,
quedó en mí huella profunda.
Llegó el invierno y su frío,
hizo leña de los troncos secos
y fue destruyendo aquel horizonte.
Vinieron lluvias y vientos,
empañaron sus cristales.
Ay, Carmen, herida por el amor,
por la vida, por la muerte,
esa que ya se agazapa
bajo el sillón de tu soledad.
En tu herida,
¡cuánto se habrá hecho olvido!
Se cubren las virginales nubes
Se cubren las virginales nubes
con un velo púrpura
al entrar en el templo del ocaso.
El firmamento se llena
de vahos y aromas a incienso.
Parpadean entre las sombras
las lamparillas de un místico sol
y el espíritu presiente
por los claros resquicios
la eternidad.
Esta carne fría y amoratada
Esta carne fría y amoratada
abre herida que vierte
sangre púrpura.
Quisiera gritar la boca
y se hace ascuas ardientes
la voz en la garganta
convertida en cenizas de silencio.
Se ha descolorido la imagen,
ha parcheado el rostro.
Borró un párpado
el borde de unos labios
y ha convertido su sonrisa
en una mueca de sufrimiento.
Un chorreón de tinta
se desliza por el lagrimal del ojo,
es una sombra gris
ese cuerpo olvidado.
El cielo está de un claro azul brumoso
El cielo está de un claro azul brumoso,
lleno de luz de un sol vespertino.
Pisan lentos los minutos,
casi adormecidos, dan cabezadas
y se desperezan en su abandono.
Callan las voces callejeras,
guardan silencio solemne
los campanarios.
Mientras descansan los cuerpos,
el alma vaga sus soledades.
Hay un escape continuo de agua
Hay un escape continuo de agua,
no se distingue humedad
por las paredes,
ni se advierte el rítmico
golpear de sus gotas,
pero van llenando un pozo
que un día desbordará su brocal,
romperá como una fuente,
arrollará con todo a su alrededor.
Los días y el sol irán secando
los charcos formados,
que dejarán la huella seca de su barrizal.
Pisarán los pies y ablandarán la tierra,
hasta que en un nuevo estallido
vomite su oscura boca
el lodo que lo asfixia.
Y al final, se aceptará no saber
que herida está abierta.
Los muertos no tienen sombra
Los muertos no tienen sombra.
Solo los ahorcados
dejan su oscuro semblante
a contraluz,
sin la mueca grotesca
en su opaca figura colgada.
No hacen sombra en el agua
los ahogados.
Hundidos y cubiertos de sal,
son alimento de peces,
olvidados en la oscuridad
de un profundo océano.
Algunos, abandonados en la orilla,
rechazados por el mar,
llegan a la playa arrastrados
por mareas y olas,
envueltos en arena y algas,
ciegos sus ojos,
cadáveres con la boca abierta
sedienta de aire y sol.
No, los muertos quedan sin sombra.
En su horizontalidad
la nada se instala.
Tal vez sea nuestro cuerpo
todo sombra buscando el ángulo recto
mientras pasan las horas
de los días.
Quizá seamos sombra
que la llama de un alma
da contraste y volumen
y, en su abandono,
nos convierte en vacío,
lleno de penumbra,
mancha desparramada
sobre el suelo del tiempo.
Navegamos mejor el océano
Navegamos mejor el océano
de la inconsciencia.
La consciencia es barco
que se ciñe a coordenadas.
El marinero debe tenerlas
en cuenta si no quiere
perderse y ser náufrago
a la deriva.
La mente le habla y escribe
con amplia lengua,
más allá de la lectura
de su libro de bitácora.
Sus notas, en parte, son
el ancla que lleva a cuestas.
El marinero toma una porción
del ancho abismo
cuando podría navegar
si no fuera por el temor
a perderse bajo un sol ardiente
y morir de sed entre tanta agua,
entre tanta luz.
La barca lleva remos
que alcanzan lo que las manos
no pueden tocar.
Si el corazón del marinero
fuera libre,
se adentraría en las oscuras
tinieblas del horizonte
y traspasaría su miedo a cruzar
esa barrera.
Llegaría a maravillosos
y recónditos lugares,
si se prestara a la libertad
como se entrega en los sueños.
La mente, indómita viajera,
es el rincón que alberga la infinitud,
solo la inconsciencia la deja expresarse
y la entiende.
La consciencia frágil y mediocre
impone sus flacas certezas y códigos.
por pura supervivencia.
Soy una más en esta claridad del día
Soy una más en esta claridad del día,
luz que con brío irrumpe por la ventana
anunciando la dulce primavera
con las notas de una canción.
Hay en un cielo azul
tímidas pinceladas de benévolas nubes de espuma.
Entre mis brazos, ellas,
ligeras y pequeñitas, se balancean en el aire,
mientras mis pies hacen círculos
sobre el sostén del suelo.
Se abrazan inmersos en el gran infinito,
luz, cielo, horizonte de muros.
Y en su vacío melodioso,
danzamos suspendidas, las moscas y yo.
Caminamos por una oscuridad
Caminamos por una oscuridad
sobre un incierto páramo
guiados por una llama,
halo de nuestro reflejo.
Es su mínima claridad
rodeada de sombras
foco de luz que adelanta
un paso a nuestros pies.
Borran las olas los nombres
Borran las olas los nombres
de los enamorados
aunque el mar guarde
la sal de sus lágrimas.
Benditos aquellos que gozan
Benditos aquellos que gozan
de la vida
y olvidan entre la charanga
de fondo
la muerte que a su lado se cobija.
Benditas sus voces callejeras,
sus risas amplias, el abrazo cálido
del rumor alegre que les acompaña.
Benditos sean por siempre
sus corazones que al compás
de los días palpitan
y no ven la oscuridad
entre tantos colores.
Ay, de estos que, una vez
caen las sombras sobre sus espaldas,
esperan el ocaso que se acerca.
En este cielo turbio
En este cielo turbio
se transparenta la claridad del sol.
El día nos cobija
en su calidez vespertina
y los pájaros revolotean
aún sobre los tejados.
Suena una entrañable melodía,
cae el peso de los minutos
sobre este incierto devenir
que a cada paso se presenta
con su particular rostro.
Dejémosle ahora su amable sonrisa,
ya veremos qué nos entrega
antes del ocaso
y entren las tinieblas de la noche.
Como valientes guerreros,
miremos de frente
sin miedo al espectáculo
que se desarrolla en el campo de batalla,
pero no olvidemos que somos
atentos espectadores,
además de marionetas
sobre ese escenario.
Amiga impaciente
Amiga impaciente,
deja pasar los días,
¿no ves que tienen sus horas
y acelerar el paso
no hará llegar antes
a ningún destino?
Amiga impaciente,
ya sé que adviertes
una senda trazada por la costumbre,
mi torpeza para desviarla,
la pereza de mi impulso.
Ay, amiga impaciente,
me metes prisa y a la vez me frenas.
Demasiado me conoces,
no abuses de la confianza
y ten paciencia.
El tiempo hablará y quizá
acabe dándote la razón
o tú callando la boca.
Amiga impaciente,
¿no aprendes con los años?
Será el hábito de andar conmigo
y las fallas de mi mapa.
Caigo en ellas más de lo deseado,
tropiezo con los adoquines
que sobresalen del camino recto.
Amiga impaciente,
¿qué decirte después de todo?
Acepto este presente continuo,
la urgencia que me impones
y mi lucha contra tus miedos.
Son nuestros labios
Son nuestros labios
hojas de una ventana abierta
por la que salen,
desenfrenadas algunas,
otras en sinuoso vuelo,
bandadas de palabras,
trinos, chillidos y clamores,
revoloteo de alas que llenan
de luces y sombras el paisaje.
Las creemos de nuestra propiedad,
pero fueron préstamos del tiempo.
Así es la vida
Así es la vida,
difícil marea que nos lleva
como perdido naufrago
a cualquier orilla.
Los años te ofrecen una balsa
en la que relajar los pesados brazos.
Cuando el hombre muere
Cuando el hombre muere,
todas las palabras que acumuló
en su maleta,
oídas, pronunciadas, calladas,
y las olvidadas incluso,
construyeron su alma,
vistieron su espíritu con cuerpo humano.
Su alada materia vibra en el aire
y sus partículas son ondas que garabatean
el cielo, ocultándose tras las nubes
a la espera de que la lluvia
riegue nuestros pensamientos.
No hay nada más tierno
No hay nada más tierno que un corazón de piedra
ni nada más romántico si es de mar.
Querer atrapar ese instante
Querer atrapar ese instante
es como cortar una flor
y pretender que permanezca
fresca para siempre.
Querer que el instante perdure
es ignorar que éste vino
a través de muchos otros instantes,
y por quedarte con esa flor,
pierdas las que vendrán
con nuevas primaveras.
Manos que crearon caricias
Manos que crearon caricias
de mi memoria,
objetos insignificantes,
graciosos y bellos.
Ante mi mirada se dibujan
un paisaje de flores silvestres,
perdido entre montañas
con ecos de sueños.
Solo el cielo y sus habitantes,
las nubes y soles son sus testigos.
Vierte el rocío sus lágrimas
que esparce aromas en el aire.
La helada nieve lo cubre
en el desolado invierno
y derrite su tristeza
la blancura de su manto.
Existir que el mundo ignora
y deja su alegría presa
en las tinieblas de su valle.
Como permanecen las cosas
que la noche oculta,
así las palabras siguen vivas
en este silencio de sordos.
Retrasar lo inevitable
Sólo unos minutos más,
reservar mi cuerpo de la vida,
unos segundos abandonada
a este sueño inconsciente.
Ahí afuera la vida continúa
y yo con ella, mecida
en este espejismo de protegido abrazo,
bajo esta segura burbuja.
Aún me protejo ingenua,
como si pudiera apartar de mí este cáliz.
No quiero, me resisto,
protestan mis huesos y músculos,
juegan a retrasar el inevitable arranque
de esta maquinaria cansada.
Va cediendo mi resistencia
ante los bombos y platillos,
el estridente vocerío de la rutina.
La vida se impacienta,
me convence, murmura a mi oído.
¿Vas a dejarte morir antes que la muerte llegue?
Ya tendrás tiempo
para un eterno dormir.
Piedra que cubre la ola
sin lamer su sal,
¿procuras que nada te afecte,
nada te entristezca ni dañe?
Me visto sin espejo,
cojo simplemente del armario
el traje del día.
Y ella me dice:
alimento esperanzas
que despedazo sin compasión,
promesas que incumplo a capricho.
Sentencio imperturbable,
despreciando lamentos y súplicas
a dioses a los que adorar o blasfemar.
Tiendo a tus pies una alfombra
tejida por frágiles y densas hebras,
unas se rompen bajo el leve peso
y otras sostienen elevadas cargas.
Muestro siempre mi rostro,
en mis manos pongo lo que hay
y lo que tengo así entrego.
Pero tengo miedo de cómo
venga la vida vestida hoy.
Por eso, como un niño inocente,
me escondo inútilmente bajo las sábanas.
El tiempo juega con la memoria
El tiempo juega con la memoria
al escondite.
Los recuerdos surgen de la nebulosa
de los pasos hoy ausentes
que siembran un camino de huellas.
Unas las borró la leve brisa,
otras hicieron profundos surcos
sobre la arena de la playa
como sombra que nos sigue
con su alargada silueta
girada hacia el horizonte.
A algunos les cogemos tanto cariño,
que nos visitan de vez en cuando
como parientes que vuelven a la casa familiar.
Nuestros días avanzan
y daba comienzo el viaje
con una pequeña maleta
que, después de pasar
por muchas estaciones,
acabará desordenada y vieja.
Nuestros días avanzan
bañados en algo tan íntimo
como el aire que nos envuelve
y penetra.
Aquel que llenó nuestra boca
ya no es, pero exhala el aliento
de su evocación.
Mientras tanto asumimos
el guion que representamos,
bajo la máscara hay un rostro
que cuesta reconocer
por el maquillaje que nos disfraza.
La vida se escribe a ciegas
sobre espacios en blanco,
con signos que no obedecen
a líneas ni cuadrículas.
Harían falta muchas vidas
Harían falta muchas vidas
para entender la vida.
No podremos establecer nunca
conclusiones completas
si vamos siempre vestidos
con prendas de andar por casa.
¿Qué traje llevará en la tierra
el hombre último,
aquel que, trazado su relato,
extraiga la verdadera sabiduría?
Dejar de desear
Dejar de desear,
ser cometa sin hilo
llevada por el cielo,
enredada en una nube
que se haga dulce lluvia;
hormiga solitaria que camina
por un ancho tronco
donde está todo su paraíso.
Me gusta mirar
Me gusta mirar
y no ser vista,
oír sin ser oída,
tocar y no sentir
la incómoda mano
sobre mi hombro.
Saborear los distintos aromas,
alejarme de la podredumbre.
Me gusta sentir
tu mirada
cuando mis ojos
están cerrados.
Qué más da ser hoja
Qué más da ser hoja
con la que la brisa juega,
que ser obstinada rama
buscando el sol
donde ya nada brilla.
A ciegas
En este caminar a ciegas
de este viajar sin itinerario,
uno quiere saber
en qué estación se encuentra,
a qué hora sale el tren siguiente
hacia ningún lado.
Norte, sur, derecha o izquierda,
adónde irá a parar este solitario pasajero,
ni siquiera el maquinista conoce
el trazado de los raíles.
Nunca sabrá el viajero
si llenó bien la maleta.
Con lo mucho o poco partió,
envejecidas las prendas,
se fueron abandonando
por la ventanilla.
Llevadas por el viento,
quedaron enganchadas
sobre las ramas de los árboles.
Señales equívocas para próximos viajeros,
engañoso laberinto
donde los sentidos se confunden
e inventan sobre la marcha
la fe para este sinsentido.
Casi tres metros de cielo
Casi tres metros de cielo
son un mundo para los ojos.
Basta su pequeña holgura
para tener el tesoro de su regalo.
¡Es tan simple deleite mirar la vida!
Sobre un fondo pintado
varían los atrezos del escenario de los días.
Cielo oscuro cubierto de estrellas luminosas,
lunas mágicas, nubes prietas o de espuma,
soles de llama tibia o incendio desbocado.
Paisajes de luz y sombra,
turbio o claro cristal salpicado de sonidos
como gotas que marcan
una melodía acrónica
desde la fuente sensitiva.
Difíciles de plasmar el frío en las venas,
el fuego en la sangre.
Nuestro existir es corazón
que palpita sin tregua ni descanso.
Cómo retener al cuerpo
sin la ayuda del espíritu,
ese que se entrega a la quietud,
al goce presente.
Sobre un tiempo inmóvil
Sobre un tiempo inmóvil
navegan nuestros segundos
y vamos náufragos sobre esta barquilla,
admirados de un océano imprevisto,
un firmamento que los ojos
no alcanzan, el abismo donde
se ocultan sus invisibles peces.
Y en la deriva, echar el ancla.
Antes de morir,
morirse en este infinito instante.
Nos reconocemos por nuestras voces
Nos reconocemos por nuestras voces,
pero somos mucho más que ellas.
Somos el silencio de un vacío,
el grito de la llama,
el susurro de la fuente.
Somos el verbo de la tierra
que recoge sonidos sueltos
del eco cósmico.
Anoche volvió la fuente a fluir
Anoche volvió la fuente a fluir
con su borboteo monótono.
Quedó muda un tiempo,
el agua hizo escarcha
los pasados días de mucho frío.
Retenidas quedaron en su pilón,
entre los cristales de hielo,
las hojas caídas de los naranjos.
Las cálidas luces de las farolas parecen
abrigar la noche que asoma
entre los perfiles de los vetustos edificios.
Las estrellas son perlados destellos
que han brotado como pétalos
en la amplia oscuridad.
Este aquilón del norte
ha dejado un cielo puro.
En el dulce silencio,
el alma agradece el regalo
del melodioso cantar
de esta fuente de piedra.
Sin reloj
Nunca llevo reloj,
mas siempre me preguntan la hora.
Miles de transeúntes avanzan
hacia ningún lugar
como autómatas ansiosos,
preocupados, mecánicos.
¿Por qué me preguntan a mí,
precisamente a quien ignora
su ritmo trepidante?
Detesto su reclamo,
el continuo control de sus hábitos
en el océano donde buscan sin cesar
el tictac de su particular clepsidra.
Y sin embargo, vienen a mí
una y otra vez preguntándome,
a la espera que les dé
la necesaria respuesta.
Yo miro entonces al cielo,
analizo la inclinación del sol,
observo la posición de la sombra,
y les indico más con buena voluntad
que acierto.
Y todo este desgaste
va minando mis fuerzas,
igual que ceden las ramas
bajo el peso de los frutos
que otras aves se comen.
Anhelo el tiempo que estira
las horas y los minutos,
de sus esferas herméticas,
cóncavas y transparentes.
Acaban encerrándome
entre sus barrotes
de dudas y hastíos,
de fracasos y frustraciones.
Esperan impacientes mi guía,
la exactitud de un horario.
Sin importarles,
manchan con las pisadas
de sus segundos,
el mármol blanco de mi tiempo.
¡Qué bonito es este cielo azul!
¡Qué bonito es este cielo azul
que se enciende hoy!
Entre las nubes juegan gaviotas
a esconderse.
No hay sombras en el paisaje,
solo los árboles pintan
figuras virginales
que profanará la negra noche
¿Será también todo este espectáculo
el falso recreo del juego de los dioses?
Volver al paisaje original
Volver al paisaje original,
deshacer el camino andado,
regresar al país de origen.
Antes del verbo en la boca,
llegó a la garganta
y mucho antes
de atravesar la carne,
estaban los sonidos en el alma.
Sin levantar un dedo
Sin levantar un dedo,
la mano se desplaza,
los pies caminan,
el cuerpo sin remedio
al movimiento se somete.
Soltar la cuerda,
hacer un corte del cordón
que une nuestro ombligo
al útero del mundo.
Tomar distancia desde la montaña
para ver con perspectiva
el valle que nos contiene.
Sobre la acera mis pasos transitan
Sobre la acera mis pasos transitan
un día y otro más.
No hay huellas sobre la losa
y mi caminar desconoce
el recorrido continúo.
Paso cansado por la distancia
y el tiempo,
de un mismo paisaje
que es mi testigo.
Nada recuerda este trayecto
de mi presencia,
no reconocen pies
la senda que anduvo
pero vuelve a pisar
en las monótonas horas
la misma tierra
sin fe, sin horizonte,
sin sentido.
Millares de miradas la niegan
Millares de miradas la niegan,
iris claros la acarician y olvidan
y tiernas pupilas la abandonan.
¡Qué solos quedan los ojos
con sus lágrimas!
Un susurro advierte de su llegada
Un susurro advierte de su llegada,
entró la melodía
llenando los espacios
y se borra el presente
entre esas aguas del pasado
devorando todos los ahora.
Enamorado que se entrega
al gozo de aquel amante,
recuerdo envuelto
en una extraña realidad.
Se han abierto las densas cortinas
de otro tiempo ya lejano,
espacios que son reconocidos
y añorados, traídos de la oscuridad
a la luz.
Las simples notas
de esa canción hacen vibrar,
recorren con agitado impulso
todos los territorios.
El cuerpo se estremece,
la piel se eriza,
y una nube invisible nos rodea.
Sientes el mismo escalofrío,
la mirada de entonces,
el brillo de los sucesos estrenados.
Como un dios
adquirimos el don de ubicuidad.
Tal vez, todo sean reflejos
Tal vez, todo sean reflejos
de otros reflejos
sobre un espejo infinito
donde una única imagen
se mire.
Encerrada en una habitación,
Encerrada en una habitación,
buscar la vida en los libros.
Sin calle ni gente,
con la mirada abierta
a un cielo cambiante,
al irreal bosque de estas hojas.
¿Llegará a secarse este charco?
Extraída toda agua del pozo,
se vacíen los recuerdos,
se agoten las palabras,
y quede el silencio
sin el goteo de su lluvia.
¿Quedará la boca sin voz
o una nube abrirá mil espejos
de mundos posibles?
Aún lejos del alcance
de unos pies,
el espíritu embeba el rocío
que deja sobre los cristales
las frías mañanas.
Vuelven a ser amables
Vuelven a ser amables
los rayos del sol,
ha barrido el suelo del cielo de nubes,
ni siquiera aquella remolona
de aspecto benévolo
se ha quedado
para ser admirada por su excepción.
Los días estiran sus brazos,
retienen durante más tiempo
la muchedumbre de sombras.
El ocaso de la tarde
asomaba pronto el horizonte.
Hoy calienta aún su fuego,
en estas horas
donde la penumbra hace apenas
unos días
se instalaba en las calles
bajo los pies de la gente
y veloz se imponía
su apariencia de fantasma.
La claridad entre los espacios
buscaba la oscuridad
en sus perfiles,
como el amado y la amada,
clandestinos cuerpos noctámbulos
creaban figuras sinuosas
de texturas opacas.
Es este ahora,
siempre impaciente por el después,
¡qué dulce la melodía
en este apacible contorno luminoso!
Hasta su noche será preciosa,
más llena de estrellas su firmamento
y una luna llena, de nuevo,
vestida de novia con blanco encaje,
retará en belleza a sus damas de honor.
Es real este sueño,
aunque asoma por un resquicio
su fondo oscuro,
el ojo mira tras su cerradura
y advierte el brumoso paisaje.
Sin embargo, aquí,
en este particular presente,
¡qué bello está el mundo!
Poco tardó la calma
Poco tardó la calma,
fino cortaba el viento
empuñando en la mano el frío.
Laminaba la piel del rostro,
clavaba su hoja
rajando las prendas hasta llegar
a las entrañas del alma.
Hay soledades deambulando
las calles oscuras,
titilan las luces de las farolas.
Desde las ventanas y balcones,
detrás de las cortinas,
se insinúa la calidez de hogar.
Murmullan los pasos solitarios,
algún perro ladra a otro perro,
un gato reposa sobre la piedra
con pose de esfinge.
Fija su mirada felina
en la negrura de unos ojos
enternecidos por la sospecha
de su vagabundeo en esta noche gélida.
Silencio roto por campanas.
Los brazos aprietan el abrigo
mientras los pies regresan
al amparo de la costumbre.
Somos esqueletos de moluscos
Somos esqueletos de moluscos
entre los granos infinitos
de la arena de una playa,
mezclados con algas secas,
despojos de peces y aves,
cristales que parecen diamantes
y nácares como espejos de plata.
Ya no puedo decirte
Ya no puedo decirte
que no existen los monstruos,
que ese bulto entre las sombras
era una silla,
que el hombre oscuro,
la prenda colgada de una percha.
Ya no puedo decirte
que el Nemo de la pecera
fue a buscar a su hijo al mar
para nadar entre anémonas y corales.
Ni que el jilguero, que feliz
cantaba el día de ayer,
escapó de la jaula
para surcar con sus amigos
el inmenso cielo.
Ya no puedo decirte
que el viejecito que encontrábamos
en el banco del parque,
marchó tras las nubes blancas
a un país maravilloso
de valles y prados verdes y floridos.
Ya no puedo decirte
que el ratón no pudo traerte
aquel regalo que preferías
porque le pesaba mucho.
Que los camellos no deben llevar
demasiada carga
porque es malo para su joroba
y los trineos necesitan
ir ligeros de equipaje
para repartir los juguetes
en una sola noche.
Ya no puedo decirte
que todo tiene arreglo,
que el osito que te encantaba
se enamoró de otro osito
y de su amor nació este
que es muy parecido.
Ya no puedo decirte
curita nana, curita nana,
si no se cura hoy
¡se curará ya!, mejor que mañana.
Ya no puedo decirte
que todo lo arregla un beso,
el corte en ese dedito,
el chichón de la frente,
la tristeza del corazón.
Ya no puedo decirte
que el mundo es el bello
jardín de flores preciosas
y el hogar, el cobijo contra el lobo,
ni el cuento acaba siempre
con vivieron felices.
Ya no puedo decirte
más mentiras de príncipes y princesas,
que si te esfuerzas en la vida
consigues tus logros,
que los sueños se harán realidad
algún día,
que los malos siempre pierden
y la bondad tendrá su recompensa.
Ya no puedo decirte
que el deseo rogado
a esa estrella fugaz
te será concedido.
Ya no puedo decirte
que estaremos toda la vida juntos.
Pero puedo decir
que si el tiempo es eterno,
mi amor será infinito.
Ya no puedo decirte
que no habrá más mentiras
para proteger tu pureza,
imposible mantener tu mirada ingenua,
ocultarte el horror del mundo.
Ya no puedo decirte
que tú no descubras,
pues se abrió esa puerta
y las llaves cayeron al fondo del océano,
la cruel realidad muestra
su rostro de mil caras
y las tinieblas que intuyes
no son falsas sombras
de objetos cotidianos e inofensivos,
sino el semblante de la calavera.
Aunque puedo decirte
que tras las ventanas
divisarás a veces paisajes hermosos,
que dulces aromas rodearán
tu cuerpo impregnándolo de ternura.
Provocará la ilusión incendios,
algunos apagados por la lluvia,
mientras otros,
a pesar de días nublados,
seguirán luciendo fuertes.
Tendrás sueños que se cumplan
y deseos que no alcanzarás nunca.
Ya puedo decirte
que los miedos se alimentan de miedos
y atenazan voluntad y alegría.
Que el mal obtiene beneficios
y pronto se olvida el bien.
No permitas nunca
que la avaricia te posea,
que quererte no se convierta en soberbia,
ni te roben con engaños la dignidad.
Sé siempre libre en tu pensar íntimo
y tu voz alta y clara para la injusticia.
Busca y da belleza.
Ya puedo decirte
que la vida es arbitraria,
caprichosa, despótica
y el mundo imperfecto,
deforme, irregular.
Ese cielo que rogamos,
ese poder llamado Dios,
puedo decirte que es
la gran mentira de los adultos,
el mediocre resultado
de una necesidad,
la exégesis de un texto incomprendido.
Ya puedo decirte
que todas las historias
tienen el mismo fin,
y si hay un beso,
no habrá despertar.
Ya puedo decirte
que tarde o temprano
el fuego se sofoca,
la luz se extingue,
y te cubre la sábana de la nada.
Ya puedo decirte
que la muerte no tiene respeto
a nada ni a nadie,
sin miramientos da un zarpazo
araña, muerde, devora,
te tritura.
Ya no puedo decirte
ni siquiera la verdad,
porque ni yo misma la conozco.
Ya puedo decirte, amor mío,
mientras tenga brazos,
mis brazos te abrazaran,
mientras mi ser todavía respire,
todo mi aliento volcaré
para avivar el fuego y calmar tu frío,
hasta que seamos semillas,
volátiles partículas por el aire,
llevadas de la mano de la eternidad.
Entonces, quizá, conozcamos
nuestro verdadero rumbo.
Somos opacos grupos
Somos opacos grupos,
sombras dispersas
de humo grisáceo.
Somos nubes de púrpura y oro,
joviales y bulliciosas,
mar ardiente de fulgurantes rayos.
Somos luna oculta
o reflejo de plata.
Somos murmullos planos,
grandes silencios,
trinos, silbidos
o lastimero piar
en un cielo vuelto bocabajo.
Somos brumas tenebrosas
que los pájaros confunden
con bandadas de murciélagos.
Entra la luz sin mayor razón
Entra la luz sin mayor razón
que la de ser día despejado.
El sol irradia su magia,
y, por un conjurado impulso,
abre sus hojas
mostrando con orgullo
su cóncavo seno.
Sin miedo ni vanidad,
entrega su germen
a los ajenos ojos.
Quiere ver y verse y reconocerse,
sin reproches, sin castigo,
ser flor sin remordimientos.
Somos compañeros de horas transitadas
Somos compañeros de horas transitadas,
de idas y venidas por espacios obligados,
con rutinas de un cuerpo
para mantener la vida.
Somos compañeros al abrigo de la noche,
a las tardes moribundas
en un cielo de acero
que al fuego se hizo bronce
y al enfriarse, oscuro óxido.
Somos compañeros de quejas y lamentos,
de ecos que la boca repite
con risas de monotonía
y voces que no se escuchan
enfrentadas al grito o al silencio.
Somos ramilletes de una planta silvestre
que echó raíz en la grieta
de la piedra de los días.
Ha entrado un pájaro
Ha entrado un pájaro
de negro plumaje
en una habitación a oscuras.
Se escucha su aleteo
chocar contra las paredes,
buscar desesperado la salida.
Ave que creyó ir a un valle,
torpe se ha perdido
en la penumbra de este bosque.
Cuando descubres que no son
Cuando descubres que no son
tus piernas ni tus brazos
los que caminan
ni se sujetan al mundo.
Cuando no sin sorpresa
sientes que a pesar
de seguir en el intento,
alimentas la carne y el espíritu
para continuar la inercia
del ritual de los días.
Cuando evitas sucumbir
a la tumba
con los ojos aún abiertos,
y tienes que aceptar
la indolencia de la vida,
esa falta de respeto
que intercepta nuestra
alegría rudimentaria,
que no es la solemne felicidad
que tanto sugieren
pensadores dogmáticos.
Cuando los días se deslizan
sobre meses efímeros,
los años pasan invisibles
sobre nuestros cuerpos
que despiertan al amanecer
y se encuentran bajo el pijama
la brumosa imagen de su calavera.
Cuando miras en el horizonte
la silueta naif de nubes esponjosas,
de una luminosa mañana,
de un ocaso sublime,
de un cielo tierno
o iracundo,
todo, todo, todo
son mentiras que conspiran.
Tal vez, la verdad sea más simple,
cercana y maravillosa.
Pero,
¿qué hacer si estas piernas y manos
tomaron tierra y sembraron
la consciencia del dolor?
Está la iglesia alimentada por un aljibe
Está la iglesia alimentada por un aljibe que brota agua a una gran fuente donde mujeres oscuras llenan sus cántaros, lavan las ropas, beben las bestias, se bañan y remojan al calor del verano. La fuente de piedra tiene cuatro caños, es centro de encuentros entre los vecinos. Sirvió de hermoso atrezo para plasmar la vida de un tiempo pasado.
La iglesia tiene sus cruces, una a lo alto, otra de hierro, sin cristo, sobre la fuente. Juega el observador de la fotografía a hacer con la imaginación cábalas, tal vez fuera antes templo musulmán que cristiano y la fuente sirviera para hacer sus abluciones. Marchó el árabe y su culto al agua, vino la noche y el fuego donde las llamas del alma sufrían por sus pecados. Era una época oscura, oculta la carne y sus deseos bajo un lascivo gozo por el dolor y martirio. El vergel de un oasis solo promesa tras la muerte, para la tierra el árido sufrir y tormento. Si acaso permitirles a estos desgraciados el regalo simple de su manantial fresco y transparente.
Hoy nada de aquello existe, el tiempo la cercenó de cuajo. Seco estará su aljibe bajo las losas del templo cristiano. Un par de grifos, eso sí, de antiguo cobre, vierten un chorro fuerte que ni las manos pueden atrapar, cae a sus cuadradas y pequeñas pilas de piedra. Ya nadie juega a mojarse, las bestias son sustituidas por perros que beben en el agua recogida en su cuenco. Ya no es escenario de vida cotidiana, ni retablo de fondo para que alguien quiera fijar el instante y dejarlo para la posteridad. Son dos reliquias mediocres, pobres e ignoradas insignias de su ayer esplendoroso, triste testigo de un digno recuerdo.
Romper a trozos tan pequeños
Romper a trozos tan pequeños
el mal que sea en el aire
partículas de polvo,
y el bien ocupe el espacio.
Dejad el dolor
disuelto como sal en el agua
de un océano.
Romper la piedra
para levantar la montaña.
En esta noche
En esta noche
miles de ojos me miran,
en esta noche
de soledad
un cosmos ignoto
me acompaña.
Quizá sea ignorada sustancia,
quizá me vigila
milimétricamente
y no escape
ni un mínimo resquicio
de mi ser
a su mirada.
En esta noche
llena de estrellas
mis ojos las contemplan
y por ellas soy contemplada.
A veces el sentido de las cosas
A veces el sentido de las cosas
no es inmediato.
Una ola se formó
en el piélago profundo
y desató su bravura
en espuma mansa sobre la orilla...
Se cansan las agujas del reloj
Se cansan las agujas del reloj
de dar los mismos pasos.
Segundo a segundo,
horas tras horas,
de días hacia el mañana.
Cansan las pautas
de un pentagrama con notas repetidas,
soportando pausas y silencios
por una melodía que sube
y baja de intensidad
hasta el final estallido
de platillos y bombo,
con un tachán rotundo.
Se cansan los pies
de hacer el mismo camino,
de ir a salto de mata,
siempre con la sombra
pegada a sus talones.
Tanto cansancio merece
el eterno descanso.
No hay laberintos en el cielo
No hay laberintos en el cielo,
incluso la gruesa nube
delata el brillo de un escondido sol.
No hay barreras en las calles,
son caminos que se abren
entre levantados muros.
No hay en los océanos desiertos,
sino islas que esperan a sus náufragos.
No hay olas tan orgullosas
que no acaben dóciles
en la orilla de una playa.
Quise retener un instante
Quise retener un instante
de gran belleza.
En un cielo de gruesas nubes,
fondo gris y blanco,
se abrió entre su espesura
la imagen azulada
de un ave con las alas abiertas.
Mas fue tan fugaz su vuelo
que, antes de hacerla eterna,
quedó difuminada su memoria.
La líquida sustancia
se escurrió
entre los dedos del tiempo.
Brotes de un jueves
Observar, mirar atento,
ensimismado, una hoja,
un insecto, una nube de pájaros,
un anónimo transeúnte
es intimar con el profundo secreto
del universo.
El fugaz encuentro sensual
traspasa los propios sentidos,
para introducirte en el útero del orbe
flotando en su líquido amniótico.
A punto de rozar tu simple entendimiento,
los rasgos del rostro de la vida,
ocultos tras una postiza máscara,
se esconden.
Un fragor, el esplendor
de un instante mágico,
y el bullir de una realidad domesticada
te expulsan con bruscas sacudidas
del embrujo de aquel silencio,
donde a punto estabas de rozar la verdad.
Es como estar dentro
de las entrañas del ser puro
y nacer con parto doloroso,
retoño desvalido,
faltos de algo,
faltos del maternal amor,
de la protectora eternidad.
Va en el viento tu silbido
Va en el viento tu silbido,
ese que proclamas cada día
y el aire lo balancea,
entrando su ternura
por mi ventana.
No hay brazos ni piernas
No hay brazos ni piernas
que se muevan
si la voluntad no quiere,
ni la voz esparcirá sus palabras
al viento,
si de su garganta no salen.
Todo el ánimo caerá de golpe
como si alma a los pies cayera
y convirtiera al cuerpo
en lánguido despojo.
Qué sentir tendría nuestra existencia,
si la voluntad de hacer
no fuese el impulso
que engendre
el fuego que ardiera
para dar luz al conocimiento
y a la ignorancia,
cenizas y muerte.
No se moverá el mundo,
si los párpados de la voluntad
se cierran.
En los espacios silentes
En los espacios silentes
hace falta el crujido,
a ratos olvidar el mundo,
acallar los rumores del viento,
deslizarse sin barreras,
desligarse de formas,
abarcar el infinito,
paraíso breve,
sostenido aliento.
Al principio del tiempo
Al principio del tiempo
este primate imitó a sus semejantes.
Después, declarado en rebeldía,
marcó su territorio.
Se mezclaba con la tribu
y, llegado un día, descubrió,
sin abandonar la aventura
por descubrir nuevas tierras,
que en reducida isla tenía
todo lo necesario,
un universo infinito.
Recreado, inventando paisajes,
galopaba libre por la extensa
pradera de los centímetros
entre sus neuronas y el espacio
donde las palabras y el entendimiento
se pierden el sentir
que ninguna mano atrapa
y promete un paraíso.
Deambula mi mirada
Deambula mi mirada
y encuentra estática,
vieja, olvidada, fría,
la tetera de lata roja.
En sus bordes mordieron
los dientes del óxido,
dejando negras huellas,
sus magulladuras de deterioro,
donde brillan aún más intensos
los recuerdos del pasado.
De regreso viene el corazón ligero
De regreso viene el corazón ligero,
abraza la tierna llama
del fuego creado.
Y araña la piel el tejido áspero
de la ausencia,
no la sustancia, sino el velo tenue
que la cubre,
pero guarda la esencia de su sabor
y la imprime en la memoria.
De regreso, habita el cuerpo
el alma liviana,
busca la carne retornar
al tiempo único,
entregado a dulces soledades
donde sentir la luz de los mañanas.
De regreso,
venido siempre de un ayer,
el hoy espera y busca encontrarse
en la plenitud eterna.
Aquello que fue roca
Aquello que fue roca
es insignificante grano de arena
en la urna de un reloj parado
¡Qué soledad más grande
esta vacía playa!
Está el sol acostado
Está el sol acostado
en el lecho blando de este cielo
cambiante.
Tan pronto se echa la manta,
haciendo penumbra,
que asoma su blanca desnudez
al retirar el pesado abrigo.
Y ciegos van los ojos.
Abre el día su luz intensa,
obliga a entrecerrar los párpados,
traspasa la piel la llama ardiente
como dulce beso maternal.
Y ciegos van los ojos.
Al instante una nube negra,
pasajera, cubre por entero
su bello semblante.
Y ciegos van los ojos
Entre la roca oscura,
brillan vetas de oro puro,
su luz deja un mar celeste
entre ese continente de tinieblas.
Y ciegos van los ojos.
Como un rayo fugaz
cruza el claro espacio un avión,
dejando el rastro de una línea recta.
Parece flecha que lanzó un arquero
dirigida hacia la diana
de un destino incierto.
Y ciegos van los ojos.
La tarde voluble deja en el interior
del ser sintiente
la belleza de su magia
que se vierte en el cuenco
de su horizonte
ocultando su secreto.
Y ciegos van los ojos
Hierve el corazón con inquietudes,
dudas y miedos laten
igual que burbujas de agua
en el cazo puesto al fuego.
Y ciegos van los ojos.
El alma intuye más allá
de una simple sospecha
el misterio que trasciende,
mas apenas saborea su fruto,
su gusto se le escapa.
Y ciegos van los ojos
La realidad de los sentidos
viene y va entre las brumas
de aquello que se palpa y huye.
Líquida verdad
que nunca será de nadie esclava.
Porque ciegos van los ojos.
Poner toda la certeza en la imagen
y subrayar con el índice
lo único posible,
enmarcar el espacio del sueño
y lo real.
Lejos de esta miope mirada,
¡tantos universos existen!
Lejos de la pequeñez
que la corta vista humana impone,
hay un infinito que solo a tientas
recorremos.
Ya sea en total oscuridad
como a plena luz
ciegos irán los ojos.
Entre los perfiles de claroscuros
un cielo revela otros mundos.
Su velo se desliza,
abandona por un instante
la sensitiva servidumbre,
entonces, tal vez, la consciencia
entre en un lugar sin forma
ni nombre reconocible.
Pero, nada verá.
Sí, ciegos van los ojos
del espíritu.
Y dejarán las manos
Y dejarán las manos
los días correr
y en las palabras,
entre sus sílabas,
ocultarán secretos,
y el corazón desencantado,
recogido en su clausura,
se entregará a la contemplación.
Ante mis ojos un mar de tejas
Ante mis ojos un mar de tejas
se visten de musgo.
El relente del alba
ha dejado el brillo de cristal
sobre su techumbre.
Bajan desde la cima
por su columna vertebral
ríos de caudal verde.
¡Qué bella espalda me mira
de frente y me embelesa
con sus encantos!
Arriba en el cielo,
potentes rayos de un sol
me deslumbran y ciegan.
El aire desdibuja nubes,
intangible, se escapa de los dedos
como humo de chimenea
con aroma de incienso.
Qué tristes palabras han aparecido
in memoriam
Qué tristes palabras han aparecido
sobre la pantalla.
En realidad, son dóciles fonemas
sin estallidos ni golpes
pero cortan la carne,
atraviesan las vísceras.
Sus afilados cuchillos
se hunden y rasgan las entrañas.
Su mazo de acero duro
rompe el esqueleto,
el cuerpo se deshace
y caen desparramadas sus tripas a tierra.
Quedan lejos de este corazón
sus sonidos.
Hieren a otro aunque es dolor de uno,
pues somos todos único órgano.
La muerte muestra su frío rostro,
nos tragan sus negras cuencas,
nos abre en canal
y escupe sal en la úlcera.
¡Ay, vivir duele tanto!
Y, en fin,
para nada.
Quiero pensar que la luz
Quiero pensar que la luz
sigue encendida
y que guardas
en el segundo cajón
los calcetines desparejados
junto a las primeras
cartas de amor.
La forjada idea se desmorona
La forjada idea se desmorona
como argamasa molida
entre los dedos.
Igual que se desvanece el reflejo
sobre la planicie del agua
al tirar la piedra
y desplegarse en ondas.
Dejo que el aire me envuelva
y lleguen a mis oídos
ecos que gritan las ramas
y también los murmullos
de la muchedumbre de hojas.
Acompaña el alba
Acompaña el alba
a las voces del día,
a la protesta ronca
de los motores,
un baile de notas
desafinadas.
Mucho antes que raye
la luz la noche
y comience la algarabía de aves,
el mundano despertar
da su primeros pasos.
Ya no deja oír
nuestro griterío constante
el sonido del cosmos,
cuando el bullicio
de las palabras dormían
y surgía en el silencio
de las calles,
el conversar denso
de la eternidad.
Ser un cuenco vacío
Ser un cuenco vacío,
un cristal transparente,
una casa llena de ventanas y puertas.
Que entre agua, aire, luz y vida.
No siempre cumplir años
No siempre cumplir años
tiene la triste recompensa
de cargar con el peso
de lo vivido.
Incluso, a su pesar,
puede ser un apreciable tesoro
tener la memoria de un mundo
ya irreconocible,
que son, en el presente,
imágenes borradas de fotografías
en blanco y negro.
Queda entre las brumas del olvido,
la vida caminada.
Entra sigilosa, espesa, viscosa
Entra sigilosa, espesa, viscosa
esta incómoda sustancia
que aprovechó los huecos abiertos
para colarse de incógnito,
fijarse por rincones y vericuetos
de la débil voluntad.
La pereza echó raíces en las entrañas,
rechazaba el cuerpo el movimiento.
Las alas se niegan a volar.
¡El cielo queda tan alto!
Reconocerán los sentidos
¿Reconocerán los sentidos
el entorno abandonado?
¿Sentirá el corazón un vuelco,
la tibieza o el desdén,
el olvido?
¿Verán los ojos volar
sobre los tejados
palomas, gaviotas?
¿Oirán los oídos
el piar de gorriones,
el gorjeo melodioso
de los canarios
del patio vecino?
¿Serán la misma pareja
o sus crías
los mirlos que buscarán hoy
el hogar entre las ramas
de un árbol seco?
¿Percibirán las papilas
la sal que sazona el aire?
¿Tocarán las manos
con añoranza los objetos
de la solitaria casa,
la arena y las piedras
de una playa reconocida?
¿Estará latiendo en el ambiente
el olor a algas de un mar
de fondo?
¿Levantará polvo y hojas
el viento de levante?
¿Será el recuerdo de voces,
calles, ruidos, los habituales?
¿Pasarán bajo la ventana
rostros conocidos
que conversarán el alma con el recuerdo?
¿Le hará el breve espacio justicia,
marcará el fiel de la balanza
el deseado desequilibrio
a favor de lo soñado,
o verterá sobre el plato
de la líquida realidad
la decepción constante?
¿Sentirán frío desapego
por el usado vestido?
Pronto tendrán respuesta,
a la espera andan los sentidos.