Qué extraña ilusión en este vacío,

 Qué extraña ilusión en este vacío,
recobrar de su fondo
los perfiles saturados
por las luces de tantos soles.
Parece que el tiempo siembra
y recolecta,
dejando los fantasmas
de aquellos cadáveres.
Que extraño volver y sentir
la ficción de ser aire.

Mi perro se ha hecho viejo

 Mi perro se ha hecho viejo,
camina como los viejos.
Está casi ciego y sordo,
como los viejos.
Lo mantiene aún alerta
al mundo, su olfato
para la comida y advertir
presencia amiga y enemiga.
Aunque, torpe, tropieza
contra un árbol, una esquina, una farola.
Mi perro tiene caprichosas manías,
como los viejos.
Le ha dado por comerse
las servilletas que se encuentra por el suelo.
Como los viejos, su salud flaquea
por el paso inevitable del tiempo.
Y como los viejos, duerme a todas horas,
se desvela desorientado
y se guía por la claridad del día
para sus horarios.
Solo quiere comer y dormir
y hacer sus pequeños paseos
para retomar su rincón,
enroscarse y soñar.
Mientras, como los viejos,
va muriéndose.
Le miro a los ojos y en su iris ya turbio
presiento la oscuridad
y en su ruina, la ruina de mi cuerpo.

Cuando no me veas

 Cuando no me veas,
búscame en la ventana
asomada al mundo.
No te acostumbres
a verme en el rincón
de mis horas,
a veces cierro su puerta
de cristal
y en el aire me disuelvo
para jugar con sus eternidades.
Esa que ves es mi sombra.
En la claridad de afuera
se me confunde
con los rayos de sol
al bañar de perfiles la nada.
Voy enganchada al ala
de una paloma
por este cielo impenetrable,
me poso abandonada a mi sueño
sobre las tejas de una iglesia
al amparo de la torre del campanario.
Me sumerjo entre los resquicios
de grueso muro de esta quimera.
No serás capaz de distinguirme,
etérea sin la carga de esta carne,
estaré en el cobijo de mi soledad
en años que son segundos.
Cuando no me veas,
sigue los pasos de mi silencio,
me hallarás con la mirada
sobre los objetos que tocaron mis manos.
Marcadas llevan sus huellas
mientras cavo en esta tierra dura,
ablandada con agua de mar,
una profundidad sin nunca encontrar
su fondo.

Siempre es corto

 Siempre es corto
el relato de la vida.
Aunque el índice
prometa muchos capítulos,
los ojos pasan distraídos  
por sus letras
sin saber cuándo encontrará
el punto final.
A esta altura de la historia,
uno sabe que lleva
más páginas leídas
que por leer
y aunque cuando empezó
sin entender la trama
fue descubriendo en los signos
el argumento de una traición.
Tras la comedia
siempre se agazapa el drama .

Naciste desnudo y cubriste

 Naciste desnudo y cubriste
tu cuerpo con las escamas
que dan los años.
Fue tu voz a tientas
de la mano de la ilusa ignorancia.
Se alzaba altiva la rebeldía
y acallaba los miedos
con hilos frágiles
que creíste gruesas cuerdas.

Llena la boca de vocablos aprendidos,
tuvo la fuerza de una recia voluntad.
Hoy los labios escupen decepciones,
miedos que estaban ocultos a los ojos.
Soberbios se manifiestan
y horrorizado evitas mirarlos.
Quizá pensabas que aún quedaban
los restos de un yo resistente.
Te sorprendes rodeado
de una niebla impenetrable
cada vez más densa y fría,
que hace invisible el horizonte.

Desprendida la piel por el camino,
huérfana de los sueños,
entre un griterío absurdo,
en tu templo reina
un silencio solemne.
Entre sus ruinas presientes la muerte.

Mueren mis palabras

Mueren mis palabras.
O simplemente duermen.
Espero esos días
donde los pájaros
dejan esparcidos en el aire
sus trinos, traducir
el lenguaje ignoto
de sus vuelos.
Hace horas, muchas horas
que mi voz se calla
o suelta murmullos,
brotes de sonidos inconexos.
Anda extraviada la palabra,
la voz en la boca no articula,
se abre y cierra como el pico
de un pajarillo agónico.
Hace días, muchos días
que olvido en un cajón
los diccionarios
y el baile descrito con pasos
ligeros, casi rítmicos,
de dulces soledades
que son estruendo de silencio.
Hace un tiempo, tal vez
algunos meses,
o quién sabe sino un aglutinamiento
de eternidades,
se han abalanzado al abismo
y dejan un pie en volandas.
El otro no sé,
el otro pie es frágil,
está herido,
es enfermo y pálido crío
entre sábanas de mortaja.

Cuánto daría la boca

 Cuánto daría la boca
por las alabanzas de un paisaje,
llenar los ojos de intenso brillo
y no esperar la barca
en un río sin corriente.

Llenas de hastío caminan

 Llenas de hastío caminan
las agujas del reloj
y a los calendarios
le pesan los días.
Aunque la vida se estrena
a cada instante,
el cuerpo se contagia
de engaños
y hace cargar al alma
con sus errores.

En esta noche que roza ya

 En esta noche que roza ya
el último día de agosto,
piso la arena fría de la playa,
entro al cálido útero
del océano.
Me acarician sus aguas
y la luz de una esplendorosa luna.

Aprendieron mis ojos

 Aprendieron mis ojos
a distinguir en los colores del mar,
su ánimo benévolo y su rebeldía,
en sus olas y espuma ver aproximarse
el melancólico septiembre.
Se llenaron mis ojos
de tantos azules y turquesas,
de ardiente brillo dorado,
bullicio y rumor de olas,
rumiar cansado,
violento bramar.
Peregrina, busco en este otoño
los infinitos verdes de un valle
de aquel horizonte llano,
sentir el abrazo de lejanas cimas
y al cobijo de árboles,
hacer la cabaña donde el cuerpo guarecerse
de los vientos áridos
que levantan las muchedumbres
y en soledad acompañarme
de sosegados deleites
arrullada por las voces de mi vida.

En unos minutos serán las diez de la noche

 

En unos minutos serán las diez de la noche, el aire ha estado pesado todo el día. Una calima empañaba el paisaje y el cielo es el reflejo turbio de un espejo de azogue viejo. Aún no ha salido la menguante luna, decepcionante rostro de aquella hermosa y seductora luna llena con embriagadoras curvas que hacían girar todas las miradas con admiración y deseo.

El estío esparce al anochecer su brisa marina, bajan las brasas de su fuego. No hay claridad de estrellas sino un azul oscuro y espeso. Son los árboles sombras, nudo de ramas, silencio de pájaros dormidos. En la tórrida tarde, los enjambres de chicharra se entregaban a su frenético parloteo, convertían la solitaria calle en un bullicioso ajetreo de muchedumbre invisible, mientras, en la playa, se apiñada la gente bajo las coloridas sombrillas, dejando en el pesado aire su murmullo incomprensible, ahogando el rumor de las olas.

Qué fugaces son el verano y sus urgencias, qué pronto se acaba ese infierno disfrazado de paraíso. Y sueña el tranquilo paseante los acogedores vacíos del otoño, el dulce sosiego tras esa tormenta de sueños de inmortalidad.

Viene la oscuridad cada día unos minutos antes. Sin darnos cuenta, la luz que nos rodeaba en horario tan tardío, nos irá restando el reloj reclamando su tiempo y, sorprendidos, veremos una tarde aún temprano y ya sea tan oscuro.

Cuántas horas giraron en el reloj

 Cuántas horas giraron en el reloj
mientras los pensamientos
labraban la tierra de un horizonte,
donde los segundos y minutos
marcaron el rostro árido
de un inmenso desierto.

Volviste a la eternidad

 Volviste a la eternidad
de donde viniste
y estos cuerpos que te añoran
envejecen sobre la tierra.
Nuestras retinas guardan
perfiles de tu rostro
y la memoria juega a capricho
entregando a retazos
difusos detalles.
Tus huesos se hacen polvo
en una tumba
que unas manos limpian
y llevan flores.

Este sueño es un relato
de cadáveres que velan fantasmas.
Somos pétalos marchitos
que el viento con su rumor
nos lleva con engaños
a yacer en el lecho de la nada.
Es la vida
y esta un efímera pausa.

Cómo engañar al dolor

Cómo engañar al dolor,
cómo reírnos del sufrimiento,
cómo enajenar la materia del espíritu,
dejar al alma intacta,
pura que nada la manche.
Cómo no sentir el puñal clavado,
el corazón sangrante,
la angustia y el terror
de un cruel destino.
Cómo nacer sin morir
muchas veces,
antes de caer muertos.

Trémulas parecen las hojas

 Trémulas parecen las hojas
del álamo,
su envés blanco son espejitos
donde hace destellos la luz.
Trémulas de frío invierno,
trémulas de miedo al anochecer,
trémulas perlas de rocío
agonizando bajo los rayos
hirientes del sol.
Trémulas alas de mariposa
abrazadas a las ramas del árbol.

En aquellos tiempos, cuando la distancia

 En aquellos tiempos, cuando la distancia
no era mayor que la puerta de frente,
la calle de al lado,
el piso de arriba,
los familiares y amigos
estaban próximos.
Bastaba llamar a gritos por la ventana,
encontrarse en la plaza o en el mercado,
subir o bajar unas escaleras,
desplazarse apenas algunos kilómetros
y poder informar de cualquier noticia,
conversar con alguien,
ponerse al tanto de la familia
de algún asunto más o menos importante.

En aquellos días, cuando la distancia
era tan larga que ni el eco
llegaba a ser oído,
cuando alcanzar la otra orilla
no se podía de un salto
y en la playa el naúfrago
quedaba a la suerte del azar,
guardaba la esperanza,  
la carta dentro de una botella.
La estructura del mensaje
se exponía de forma clara y definida,
el protocolo con sus mismas palabras
y repetidas perífrasis,
un Dios presente
y adecuado lenguaje según nivel de confianza
entre el remitente y el destinatario.
Partes de historias de vidas quedaban impresas,
sujetas por la tinta al papel
a lo largo de los años.
Patentes los encuentros y desencuentros,
los amores públicos y clandestinos,
las necesidades, las rogatorias,
hasta en aquellas con un formulismo oficial
decían tanto del solicitante
como del que concedía o denegaba
tal requerimiento.
Entre los renglones, en las tachaduras,
en los saludos y despedidas,
incluso a los márgenes
se mostraba la verdad,
hasta en lo callado.
Sutil omisión, repetición e insistencia,
anhelos y logros,
enemistades y pleitos,
palpitaban amor y odio de los corazones
en aquel pliego doblado,
manchado a veces con pintalabios,
perfumado, un retrato escondido,
un pétalo de flor, una palabra enigmática,
un encuentro apasionado sin piel,
un descarado vocablo,
ternura, ira, celos, engaños,
venganzas, confesión,
guardados como oro en paño
dentro de la frágil coraza
de idéntica sustancia al protegido.

Un sobre cerrado con las señas y sello
prometía guardar el secreto
hasta llegar a la mano de su dueña.
Esa paloma mensajera se sabía el recorrido
aunque, algunas veces se despistaba,
se perdía o en el intento desaparecía.
Seguía su rumbo por tierra, mar
y en altos vuelos ceñidas a las patas,
surcaban estas aves sin alas los grandes espacios
con la certeza de alcanzar su objetivo.

Qué letras hablarán de nosotros,
qué voces constreñidas
en códigos ininteligibles
para la humanidad del futuro
sobre un duro material
que fácil se quiebra
al roce leve de un dedo.
Sujeta su fortaleza
al caos de sus componentes,
resiste huracanes y aguaceros,
sin embargo, más delicada víctima,
sucumbe con inocencia
y cae presa de sus traidores.



(postdata)

Los pobres no tienen abrecartas,
rasgan con urgencia el papel,
buscan su veneno o tesoro.
Mientras el rico no tiene premura,
no teme ni ansía,
aquel que lo tiene todo
nada puede perder o ganar
por manchurrones de tinta.
Al enemigo reta a la cara,
el perdón lo compra
o lo niega,
la pasión con un reclamo
de susurro y caída de párpados.
La distancia no le supone engorro,
mas, cuidado,el material que ahora manejan,
arma de doble filo,
abre las puertas del maléfico genio.

Estos ojos ven cumbres

 Estos ojos ven cumbres
que otros no vieron.
En este cielo azul diluido
bajo la luz de un atardecer,
viene en alto vuelo
una paloma.
Unos ojos la miran
sin saber que la paloma
los mira quizá también.
Le rodean al observador
cielo, aire, vida,
materia inerte
de muros y tejados,
ecos suspendidos
surcando los espacios como aves
vacíos para unos ojos
y sin embargo, tan llenos.
Cree el que mira ser especial
porque mira y ve,
porque diferencia
unas cosas de otras.
Cuán ciego está el que no entiende
que es parte del gran espectáculo
la magia que hace uno dentro de uno,
y este uno dentro de otro.
Así, un todo único
en un infinito universo
que no puede ser visto
en este mundo de ilusiones.

Entra la memoria en este brumoso cielo

 Entra la memoria en este brumoso cielo
saturado de ardiente sol.
Van los ojos sin curiosidad,
el cuerpo se agita,
se tambalea la carga
de los acostumbrados espacios.
Teme la puerta abierta,
las ventanas cerradas,
la balanza sin equilibrio
por el peso de sus contornos.
Entra el alma asustada,
irritada la piel se cubre
de sarpullidos y costra,
de un hastío irremediable.
Clama el deseo de huida,
saldados todos los débitos,
abandonar el lugar oscuro
de un mundo foráneo.

No hay espinas en esta rosa
que lleva el aroma dulce
y la tez de terciopelo,
espera solo el reposo,
escapar al manoseo de manos
de narices metidas
entre sus pistilos y estambres.
Si te olvidan, qué importa,
no buscas aduladores.
Cada flor a su jardín
y esta rosa no necesita jardinero.
Le basta el aire que respira,
la lluvia de la nube generosa,
el beso del viento amable,
recibir la claridad y la sombra
de un protegido prado.

Con la paciencia del que nada espera,
dejar desprender sus pétalos
y en el útero de la tierra volver
a ser preñados en otro sueño.

Viene esta mañana envuelta

 Viene esta mañana envuelta
con lazo azul,
la sorpresa de su regalo
alegra este triste otoño.
Ha florecido un hermoso jardín
de azucenas blancas,
ramillete de restablecida pureza.
En el aire denso ha entrado
su fragancia dulce,
el horizonte se viste
con brillo de estrellas
sobre el tejado de un templo,
donde ha reverdecido un mar
de manso oleaje.

Allí la mirada un día se nubló,
los rayos de un sol se fundieron
con la oscuridad de una tormenta.
Por la misma ventana que entraron,
los pájaros de alas negras emigran
hoy lejos, muy lejos,
y llevan sus temores
a otros nidos.
Vibra la campana de mi corazón
con la úvula de una lágrima petrificada,
celebra la vida,
la brisa está en calma,
deja en el firmamento nubes bondadosas,
nos abraza un sol cálido.
Los mustios pétalos recobran el color,
el paisaje queda sin brumas,
vuelve el orden sobre las cosas.

*  * *

Sin miedo, con paso más seguro,
subimos los peldaños del desván
a buscar entre los tiestos
la caja donde guardamos la esperanza.

Te recuerdo, padre

 Añoro aquellos recuerdos
del todavía niño que buscaba
el descanso a la vigilancia paterna.
Abandonabas el hacho en la linde
y, bajo la sombra de un árbol,
cargado de crujir de alas de chicharras,
de piar incansable de crías de gorriones
reclamando el alimento en sus nidos,
en la frescura de aquella isla,
oasis de un desierto ardiente,
te tendías con el sombrero de paja
sobre el rostro aniñado
para echar una larga siesta.
Ni hormigas con sus cosquillas impertinentes,
ni moscas con su pesado zumbido
molestaban tu profundo sueño,
ya se posaran en tu boca
o subieran por tus delgados brazos,
tú te rendías entregado a Morfeo
como un bebé en el regazo materno.
Solo con la voz del padre llamándote
te despertabas y veloz volvías a la faena,
aunque en alguna ocasión,
vencido por el cansancio ,
fuiste sorprendido y castigado por tu crimen.

Añoro aquella sensación que decías
del tacto con la tierra seca
en tus pies descalzos.
Añoro el paladar de aquellos
tomates arrancados de sus matas
y a bocados ansiosos
dejaban su pulpa rojiza
por la comisura de tus labios.
Añoro el dulzor de las brevas
al alcance de tu mano y tu hambre.
Hasta añoro el recuerdo
de tu visceral miedo a los camaleones.
Ningún bicho te infundía tanto terror
como ellos, siempre camuflados,
que aparecían de improviso
en los finos tallos de las plantas,
en las cañas y ramas de los árboles frutales.
Salías huyendo despavorido,
temblando, con el asco y horror
clavados en todo el cuerpo.
Era tan grande y ancestral tu pánico,
que hasta en sueños te martirizaban.

Añoro aquellas historias
contadas los días de fuertes lluvia y viento,
cuando se iba la luz y
la claridad tenue de la velas
dibujaban sombras tétricas,
dejando el corazón en vilo
y los ojos abiertos de par en par.
Cuántos relatos y biografías rememorabas,
con paseos por el campo,
entre pinares o sentados uno frente a otro,
con partes de verdad o inventos de la memoria,
hechas leyendas a retazos,
con olvido que añade o descose.
El día que el amigo se ahogó en el pozo
ante la mirada de los demás niños.
No valieron sus gritos para salvarle la vida
y salió su pequeño cuerpo flojo
como muñeco de trapo.
Qué horrible recuerdo,
qué dolor de aquellos padres,
la atroz muerte mostraba su rostro
a ojos aún puros para entender su calavera.
El tiempo, al final, todo lo alisa,
igual que la tierra removida
se aplana con la azada.

Añoro todo malo o bueno,
porque antes de ser yo
y mis recuerdos entré en los tuyos
y los hice tan míos
que en ellos me reconozco.
Añoro la ingenuidad de ver misterio
donde la ciencia tenía explicación.
Añoro el descubrir dramático
que la curiosidad
a veces destruye y nos desengaña.
Nada tenía adentro aquel caballito
de cartón,
te quedaste con el cruel desengaño,
despedazado entre tus piernas.
Añoro tu imagen de niño,
de piel ennegrecida por el sol,
de tu pantalón amarrado con cuerda
y tu camisa blanca remangada hasta el codo.
Con ese aíre de niño viejo,
esa pose imitando a los mayores.
Añoro tu despertar, tus atrevimientos,
tus recelos y mentiras,
tu inseguridad marcada por la autoridad
de un padre,
la hermana mayor más madre
que la propia madre que te parió,
más calor en los pechos
de la comadre vecina.
Cuántos secretos ocultaste
entre el trigo seco, llantos y gozos.

Añoro todo esto y mucho más,
que vienen a visitar mis recuerdos
como aromas que atrapan
por sorpresa y se marchan tal como vinieron,
llevados por el aire.
¿Sabes por qué los añoro?
Porque así están frescos
y recién cortados hoy.
Como los frutos mordidos en aquel presente,
deseo trascenderlos más allá de los míos
y de las brumas que te ocultan
aunque seas una etérea partícula
que los ojos ignoren.
Eres semilla que, ajena a las miradas,
surcas aún este cielo.

Ya este fuego disfruta de sus cenizas

 Ya este fuego disfruta de sus cenizas,
recibe su cálido abrazo.
Es la voluntad del tiempo
apagar su hoguera.
Pero la vela antes de extinguirse,
su llama centellea con mayor intensidad.
Reclama a su blanda cera derretirse
en su ardiente brasa,
volver a beber de su manantial de luz.
De un ayer perecedero
extraer de su pábilo,
la leña que un día
prendió su lumbre.
Más breve que un suspiro
se apagará
y sentirá en su rostro
el frío aire que se acerca.

Aquella niña pisaba las hojas

 Aquella niña pisaba las hojas
secas de eucaliptos,
adoraba sentir el crujido bajo sus pies,
paseaba entre los troncos
entre sueños y cálido tarareo
de alguna canción.
Como un juego buscaba
las madrigueras de las hormigas,
eran pequeños montoncitos de tierra
formando caracolillos que ella, inocente,
alisaba con el dedo
creyendo cerrarles el paso.
Aquella niña se escondía en el bosque,
conocía ya el dolor y buscaba la soledad
en su cobijo.
Aquella niña se perdió en aquel bosque
desapareció como sus raíces, sus troncos
y ramas,
sus aves, hormigas y toda su invisible fauna  
cuando vinieron las máquinas
y lo talaron todo.
De aquella niña de ojos negros enormes
y triste abandono
queda un fantasma rodando
aquellos espacios,
es una vieja bruja que aúlla
aún sus miedos
y cuando huye en su escoba
regresa la niña con su sonrisa amplia,
hada de transparente velo.
Va silenciosa entretenida en su pensar,
acunada por el arrullo del crujir de hojas
del suelo
y el mecer de las hojas verdes
que aún penden en sus altas copas.
Un benévolo viento
llena de aroma los espacios
a mentol y a madera,
a entrañas de una tierra fértil.
Tan torpes y delicadas
son las piernas que la sostienen.
Al amparo de su abrazo
caminan y caminan sin miedo.

Calma


Dónde está esta compañera huidiza,
aventurera de inquieto espíritu
que no reposa nunca,
más que un rato a nuestro lado
y toma asiento ligero.
Marcha rápido a otro destino,
nada detiene esta alma pura,
cándida pluma que cae sin peso.
Fue mi deseo de niña
dejar llevarme por su mano,
fundirme en su abrazo cálido,
hallar su preciado sosiego
en los efímeros días,
no esta ausencia suya
que a perpetua angustia,
me condena.   

Antes que vieran mis ojos

 Antes que vieran mis ojos
ya veía mi cuerpo
el entorno que habitaba
sus objetos y voces.
Sus palabras modulaban
en mi boca su lenguaje,
tragadas, las asimilaba mi esencia
hollaban los surcos de mi mente
la consciencia del mundo
y su difusa realidad.
Antes de ver mis ojos,
mi boca probó el alimento
de la vida
y la sal de su océano,
sintió el calor de una caricia.
El frío de las madrugadas
depositaban escarchas por los rincones,
mi alma refugiada entres soledades
levantaba las paredes de su cobijo
con saliva, sudor y tierra,
nido abierto al cielo.
Por eso, antes de abrir mis ojos
al espacio que me acogía,
aprendía ya a vivir,
ajustaba mis líneas con las otras
describiendo mi propio paisaje
por el que transitar descalza y desnuda.
Antes de desplegarse estos pétalos
y se llenaran de luz, de color y de ilusión,
ya morían para despertar
al universo.

Tan afuera me quieren

 Tan afuera me quieren
que cierran ventanas y contraventanas,
echan cerrojos y llaves
a las puertas.
Apenas un resquicio abren
por donde asomo la mirada
y veo un deformado paisaje.
Imagino con los detalles el todo,
trato de intuir el interior que contiene.
Qué hacer sino esperar
a que se expresen sus corazones,
que inviten a mis ecos a entrar con el aire
y fluyan con los suyos.
A sus llamadas yo acudo rápido,
sin sospechas ni incertidumbres,
con el respeto con el que uno pisa
un jardín cubierto de hermosas flores.

Al río no se le pide oro

 Al río no se le pide oro
que solo a los crédulos
engañe por su brillo.
Al río se le pide
que lleve agua fresca y pura
que sacie la sed y dé vida.

Hoy mi piel coge frío

 Hoy mi piel coge frío
con este tiempo lluvioso,
mis ojos se distraen
por el paisaje.
Pide pan y agua mi boca
siente los sabores mi ser,
caminan mis piernas,
mis manos palpan,
mi corazón se conmueve.
Ayer viví, en mi voz estoy
y un mañana incógnito,
un día, una hora, un instante,
seré partícula en el cosmos,
una gota de nube,
el germen de vida sobre la tierra.

No todas las mañanas

No todas las mañanas
dibujan un sol en su horizonte.
Ni todos los días
tienen un cielo.
Cuántos infiernos bullen
entre ascuas
y convierten en cenizas
sueños y promesas.
No todos los amaneceres
abandonan la oscuridad de la noche
por la claridad de un fuego.
No todas las vidas palpitan,
sin embargo, en todas,
la muerte late.
 

No es una fuente de luz

 No es una fuente de luz
ni un sol brillante,
es el fulgor de un manantial
que brota en tu pecho.
Pensó la cabeza sin prestar
oído al corazón,
se dejó llevar por su laberinto
de dolor y miedos,
silenciado su latir.
Y las palabras obstinadas
en ser fieles a la verdad
se ajustaban mal a ese cuerpo.
Buscó engañado la llama,
el destello, la claridad,
el calor de una hoguera
la lámpara encendida
en la noche.
Caminó a tientas
con los párpados cerrados,
esperaba el ojo ver
el fondo del túnel,
abandonar las sombras
alcanzar el alba del nuevo día.
Mas no encontró un sol luminoso ,
sino lava de volcán
arrasando la pendiente
abandonando cenizas a su paso.
Fue un rumor de agua,
la clara transparencia
de sus reflejos plateados
la cierta guía para estos ciegos.
Creyó despertar
deslumbrado de fantasía  ,
engaño descubierto
bajo su espejo diáfano.
Es caricia de céfiro
cascadas sus centellas,
resplandor manado
de la piedra viva.
que vierte a la boca
la lucidez de sus ecos.

Ellos me veían, mas no me miraban

 Ellos me veían, mas no me miraban,
me vieron entrelíneas.
Ellos me veían y trataron
de sumar de aquí y restar de allá.
Ellos me vieron como se ve la muchedumbre
y el paisaje anodino.
Ellos no vieron ni mi sombra,
ignoraron mis pasos,
creyeron oír algún rumor
y se dijeron, no es nadie.
Ellos me vieron fugaz
cuando los ojos por el instante pasan,
que apenas retienen
algo que se agita
y no se sigue su trayectoria.
Ellos me vieron sin jamás percibirme.
Yo los miro y no dejo verme,
interrogo al reflejo,
paso mi mano sobre su frío cristal,
con mis dedos lo acaricio,
con las uñas lo araño,
con el puño lo quiebro,
deformo su imagen creada,
dividida en diminutos trozos
llenos de aristas ,
rompo su redondez imperfecta.
Y aunque sangren mis dedos
al retirar uno a uno
hasta que solo quede
el fondo opaco,
vacío de reconocimiento alguno.

Como bola de paja seca

Como bola de paja seca,
ruedas por la vida
con la mirada a la espera
de su regalo
y la sorpresa triste
de su monotonía.
 

La nieve

 Es boca tímida que susurra
y caricia su silencio.
Son sus copos pisadas de bailarina
cuando danza.
Siembra con su mansa blancura
la mezcolanza de un paisaje.

Es un suspiro su voz,
son besos tiernos
sobre los labios de la tierra.
Cae como lánguida mano de dama
tendida al noble caballero
que recoge su pañuelo y extiende
la capa a sus pies.
Esta novia se cubre
con un delicado velo,
lienzo blanco de su pureza.

Son alas de ángeles sus carámbanos,
suspendidas de tejados y ramas,
cinturones ceñidos contra ventanas y puertas.
Cubre de los troncos un lado
mientras deja al descubierto el otro
mostrando su corteza desnuda,
como caras de una moneda
como el ying y el yang de la vida.

Es la nieve belleza sin mácula.
Dura tan breve tiempo su inocencia,
pronto el pecado la seduce
y su ingenua alma se pervierte
por los deseos de lascivos amantes
y corrompen su pureza
por el placer de ser dueño de ese territorio.

Adónde se fueron las nubes

 ¿Adónde se fueron las nubes
que tan fieras dominaban este cielo?
¿Adónde huyeron que ha dejado
esta casa vacía de oscuridad
y la ha llenado de un azul claro
de vuelos de pájaros y arrullos de paloma
en los tejados?
El sol anida por los rincones, las esquinas
y los altos muros
y son sus sombras blancas vestiduras
de las calles.
La luz venció
a los oscuros pensamientos.

Hasta que no llegue la primavera

 Hasta que no llegue la primavera
a mi corazón otoñal,
no busques color en mis ojos.
Opacos están sus cristales,
cubiertos de hojas ocres, secas, caducas,
y olvido.

Vana es la siembra de los pescadores

 Vana es la siembra de los pescadores
y la cosecha en el océano de nuestros miedos.
Vano el gritar a sordos
y guardar silencio la palabra.
Vana la causalidad del capricho
y la soledad del soñador.
Vanos los lujos de muertos
y la lucha de los depredadores.
Vana la quietud del peregrino
y correr a ciegas en un laberinto.
Vanas la fe y la esperanza
y las razones de los días,
pues vano es este vivir
si en su banalidad creemos.

Desmenuzar el nudo de los días

 Desmenuzar el nudo de los días,
un sol que trae la noche
y una noche convertida en alba.
Desenredar los hilos confusos
de las cotidianas manías.
Entre los mapas desdibujados
se deshacen las razones
y queda despuntada la triste monotonía.
Descorrer la oscuridad
a la claridad de la nada.

La palabra necesaria

 La palabra necesaria
se ha convertido en parloteo estéril,
la palabra, fuente de la angustia vital
que busca con agónico fin
el sentido a esta existencia.
En este bosque, selva, sabana
o desierto, océano sin horizonte,
tratamos identificar
los elementos y sus significados
para construir un mundo
particular que sea a la vez
el mismo universo de todos.

Hablar es poner sonidos
unos tras otros ordenados,
dejando con hartura la boca
y hambriento el conocimiento.
Siempre imperfecta la palabra
el nombre para la entidad
escrita por nuestro pensar.
Queda amorfa sustancia
con líneas entrecortadas
vacío que llenan las voces
el reflejo que se difumina
entre sombras.
Atrapa la lengua la idea,
hila aliento con aliento,
hacen lazo al cuello escurridizo
de lo inefable.
Los errores de nuestros ojos
son tijeras que rompen un traje
dejando desperdigados por el suelo
los pedazos amontonados en la entropía,
haciendo discursos locos, infames,
imposible poner la palabra justa
que cierre el todo.

Giran empujadas por el viento

 Giran empujadas por el viento
las hojas secas, horas y días caídos
del árbol de esta existencia caduca.
Se amontonan por los rincones de la vida
arrastrando inocencia y juventud,
convertidas en corrompida sustancia.
Monótono ritual sin intención,
a pesar de nuestros argumentos,
no encontramos razones rígidas.
Nuestra incapacidad de ver
aquello que brilla,
asustados al entrever
entre sus tinieblas
la inevitable destrucción.
Continuo romper de olas
lanzadas a la orilla
y devueltas al abismo,
inmenso océano
que las vomita eternamente.

Vaga perdida la vulnerable
figura de nuestro ser
entre sombras.
Acostumbrados los ojos
a su oscuridad,
conseguimos dibujar los contornos
de nuestras certezas.

Dejo la mirada perdida

Dejo la mirada perdida
en este atardecer
que llena de sombras mi estancia.
Frente a mis ojos revolotean
moscas y, algo más a lo lejos,
cruzan el cielo aún azul
alas negras de pájaros.

En mi templo

 A este templo levantado por frágiles piedras
el tiempo enfermó sus muros,
a duras pena sostiene su sagrada estancia.
Llena su áurea mística un silencio preso
y en su penumbra una promesa aún habita,
el haz de luz que desde  la cúpula atraviesa las vidrieras.
Guarda el altar la custodia que fue carne y sangre
en ardiente copa, fe de una creencia y liturgia del cuerpo.
Tomó el cáliz el pecador, vació su fuente de vida,
gozó el fruto prohibido en breves horas,
muerto ahora está en su cruz,
y se desangra en callado dolor.
Este sacrificado implora al cielo un remedio milagroso,
la resurrección de eternidad, y que su halo penetre
en este cerrado sagrario.

Es la una y veinte


Es la una y veinte de un sábado,
deambulo en el refugio de mi microcosmos,
recreo los personajes de mi historia,
el bueno, el malo, el desesperado.
Soy la boca que ríe, el puño en la mandíbula,
el miedo pisándome los talones.
Soy el solitario en el salón de casa,
la música sin baile, el olor cotidiano
que se cuece en la olla,
los goces eróticos de un sueño
que espera no le despierte un beso.   
El cuerpo desnudo en la bañera
desgarrado por el puñal de tu recuerdo.
Son la una y veinticinco,
el agua arrastra mi dolor por el desagüe.

Tabula rasa


Le ha crecido a la ola su barba blanca.
Pierde pie su pesado cuerpo,
tropieza y cae sobre la arena,
toma la orilla su beso de muerte.
Algarabía de niños que juegan
a llenar y vaciar cubos de agua
sobre un pozo ya cubierto.
Bebe este vaso de arena
que arrastra por tu garganta
y rompen sus cristales un grito.
Gaviotas que toman el vuelo
al salir de la cueva de tu boca
Calla, mar, escucha el dolor del cielo
el que en su éter insípido
se rinde cada día a tus brazos morenos
de pirata.
 

El vacío del blanco


La pantalla se ha quedado en blanco,
por su rectángulo no transitan imágenes.
Impacta su llena nada en la sala vacía,
oscura como una noche de luna llena,
de aullidos de lobo y ulular de viento.
En el silencio las partículas sordas se agitan
como lamentos de alma hambrienta,
de ligero cuerpo con pesada carga.
En su blanco se ausenta la vida,
su agujero todo lo traga,
allí donde el miedo se instala con soltura
y nos ciega más que el negro.
Cerraré los ojos para buscar los destellos
que se ocultan tras los párpados.
 

Llanto bajo el mar


Lloro en la espesura azul del océano.
Mis ojos son peces nadando en sal,
su encaje de espuma cubre mi mal,
más glacial en el negro ardor de ébano.

Busqué amparo en los brazos de las olas
y mis lágrimas fueron acogidas
salumbre para curar las heridas
bajo la danza de grises gaviotas.

Sobre manto de bruma plateada
ondean lunas en cielo salado.
Un grito ahogado de graznido de ave
 
se fundió con mi alma desesperada.
Yace mi dolor oculto en su arcano
surca el mar mi alarido como nave.

Y eso


Te quiero, porque me acompañas
en mis noches y días,
en mis pasos discordes,
las palabras entredichas.
Te quiero subiendo escalones
que nos llevan al ático
y bajando los dolorosos peldaños
hacia el oscuro y desordenado sótano.
Te quiero con el sí que nos dimos,
el no que gritamos, desolados, cubiertos
de forraje y escombros.
Llega la mañana barriendo las calles.
Estrenado el paisaje con las perlas del rocío,
el sol sube con ardiente abrazo,
quema en su hoguera lo indeseable
mientras el humo eleva a un cielo límpido y azul
nuestros anhelos.
Te quiero.

Impecable destino


A ti me entrego, impecable destino,
débiles son mis fuerzas,
no soy ningún héroe
para poder enfrentarme.
Haz conmigo lo que quieras.
Cuando intenté dar mis propios pasos
piedras y barreras pusiste en mi camino
Desconozco tus intenciones,
cuando fui para un lado me cerraste la puerta
y si entraba en una estancia abierta me echabas la llave.
Salté pequeños muros que a empujones derribé,
ahora estoy perdido frente a tu dominio imponente
sin saber que hacer, ni oponer resistencia,
aquí me tienes, soy tu fácil presa,
Saturno, devora a tu hijo.

Aquella niña


Siento ternura de aquella niña
que paseaba triste y solitaria,
víctima de una guerra pequeña.
Su mirada ilusionada,
entretenida en sus juegos imaginarios.

Siento ternura de su vulnerable alma,
de sus piernitas débiles,
de su dolor tan temprano.

Siento ternura de su fuerza grande
en tan pequeño cuerpo
y sus alas soñadoras.

Siento ternura de cuán limitada agua
necesitan algunas plantas
y cómo les basta a sus raíces
tan poca tierra, a veces simple muro.

Siento ternura de aquella niña
que caminaba entre edificios derruidos
y admiro hoy a la mujer
que aún lucha apenas sin fuerzas.
 

Ser piedra que palpita


Quiso ser piedra por aquello de no sentir
y rodar como pequeño grano de arena
transportado por el viento,
bucear por los fondos marinos.
Se asoció a una concha,
llegó a ser tragada por un pez,
caminó junto a estrellas de mar,
pernoctó entre corales.
Un día, llevada por las mareas,
volvió a la playa hecha ya todo un pedrusco.
Sobre una roca fue abandonada.
El tiempo acumuló sobre su corteza
arena, polvo y lodos,
pequeños cristales que brillaban con el sol.
A veces la bañaban las olas
que arrastraban contra ella
y dejaban a su cobijo pequeños crustáceos
y otros diminutos seres vivos.
Era difícil distinguir qué era materia inerte y qué vida.

Hoy, esa coraza pétrea, siente.
No os confunda su apariencia dura,
porque esa piedra palpita.

Es


Camina una mujer calle abajo,
derrama sobre su cuerpo tibio
la luz del sol de la mañana.
No es ella ese espectro que avanza
paso a paso hacia el destino de su tormento,
ni la materia fluida, deshecha en partículas,
delimitada por unos contornos
que define una claridad engañosa.
Sobre el asfalto,
atada a sus pies,
va su sombra.
No os confunda, que no es ella
esa que lleva un bonito vestido
con estampado de rosas
y esparce aroma de espliego al andar.
Ha pintado sus ojos color canela
y cubre su mueca agria
con lápiz de labios rojo.
Es un reflejo iluminado eso que veis,
porque ella es la mancha oscura
que se arrastra por el suelo.

Eco


Ha pasado el tiempo del escalofrío,
el roce cálido del sol de primavera
y se ha instalado sin darnos cuenta
este pausado y acogedor otoño.
Se fue este invitado sin despedirse,
escabullido entre el resto de asistentes,
sin hacer ruido.
Nadie se percató de su marcha
hasta quedar vacío el amplio salón
con la claridad de su ausencia.

Ven a mí


Ven a mí, tierno corazón,
seré fresca y fina lluvia,
huracán que te agite y suelte
en un desolado territorio.
Encenderé en ti un volcán
y te recorrerán ríos de lava ardiente.
Seré fuego arrollador
que calcine un bosque
o el frío y blanco mármol de tu tumba,
abrigo cálido, paz de un mar en calma.
Te abandonaré al desasosiego,
a la tristeza de una prisión
sin horizonte,
serás alegre risa de niña,
la herida que te desangre lentamente,
el puñal que te desgarre en un instante.
la explosión de colores de fuegos artificiales,
el silencio oscuro del mundo
Seré tu hada buena,
tu bruja mala,
tu suerte.

Toco el aire de esta nueva calle

Toco el aire de esta nueva calle
en una ciudad perdida.
Saboreo su esencia, mezcla metálica,
con el aroma de ácida sangre
del tamarindo en flor.
Mancha la acera su malva pulpa
pisada por caminantes ajenos al crimen cometido.
Bebo la brisa vespertina
que anuncia la densa insolación.
Hay sabores de azahar en el parque
y siembran las risas de niños
sus rincones frondosos.
Calma la sed la venturosa alegría
que palpita como un corazón
entre las paredes de los edificios.
Suena un melódico cantar
con el pulso del motor
y claxon de los vehículos.
Resuenan en mi cabeza
las voces sin palabras
hechas de vital murmullo
con la mirada añorada de un recuerdo.
 

No encuentro la palabra definida

 No encuentro la palabra definida,
el lugar donde esconder mi único tesoro,
mas logré entre tus manos
sembrar una caricia
y de tu boca extraigo el aire
que riega mis pulmones.

Divagas


Divagas a lo largo de la mañana,
estiras los movimientos por las horas
como un chicle estrenado.
Te entretienes, te recreas con los sueños
hasta que la hora punta explota
tu esfera de satisfecha soledad
y pone a la vista tu desorden.
De demasiado lento a demasiado aprisa,
deja en evidencia tu abandono,
ese anárquico deambular matutino
con fresco sabor a menta que al llegar la tarde
se endurece como pegamento
y cuesta hincar el diente al resto de día.
Te cuesta masticar los deberes,
tienes la mandíbula desacostumbrada
y deja en tu boca toda la apatía,
perdido ya el sabor y la textura agradable.
Cada día haces acuerdos
con esa voluntad indómita
y cada día fracasas en el intento
porque hace tiempo que necesitas
masticar un nuevo sabor.

Dios / Demonio

 Dios

Dios, llévame de la mano sobre la nube de los sueños.
que navegue como barco velero sobre su espuma,
y sienta el sosiego y la ternura en su abandono,
el suave migrar sobre el piélago del cielo
ser gaviota llevada por la brisa del cálido estío.


Demonio

Suelta el filo de mi falda,
que no sea alas para tus maldades
Repudio tu astuto anzuelo,
no comas de mis errores.
Apóstata de tu dogma, dejas
al pecador con la miel en la boca.
Perjuro de tus mañas,
juegas con mis deseos.
Volatinero de la vida sin red,
te diviertes con mi suerte,
me sueltas y agarras.
Castigado con sueños inasibles,
soy paja en tu infierno.
Astuto y paciente, esperas mis temores
ya babeas con el placer de devorarme.

Ayer ocurrió la desgracia

 Ayer ocurrió la desgracia,
una más de tantas,
hoy hay trinos de aves,
silbidos melódicos de mirlos,
graznidos de gaviotas,
arrullos de palomas en la fuente.
Danzan insectos sobre bellas flores
que esparcen intensos aromas,
gorjeos de gorriones hambrientos,
gusanos repugnantes reptan y comen
excrementos de ratas.

Ayer la muerte mostró su rostro,
frío témpano, hueco como la sombra
del vuelo siniestro de halcón
tras estas montañas de vísceras rasgadas.
La muerte, perfecta anfitriona,
celebra con júbilo el encuentro:
bienvenido a la fiesta de la eternidad
el recién llegado.
Ayer, uno menos en este valle de lágrimas.

No somos los que quedamos
más privilegiados que aquellos que se fueron.
Tal vez ondeemos un tiempo el espacio,
como pequeñas pompa de jabón
que dispersa el suave aleteo de mariposa,
frágil semilla ligera que surca
el océano de campos sembrados,
mota de polvo, marioneta de comparsa
movida por hilos invisibles
de aire, de silencio, de ausencias.

Ayer se despedazaron cuerpos
en este campo de batalla,
hoy entre cantos de pájaros
estallan sobre un cielo azul
el cráter de un grandioso sol
que rebosa su lava de fuego
como puñales clavados
en la piel quemada.