El ambiente está fogoso

 El ambiente está fogoso,
van los ánimos alegres,
engrudo de voces que no dicen palabras.
Hay una música festiva,
juegos para niños,
reuniones en las terrazas,
gente que comen y beben.
Alimenta cuerpos y almas
este domingo bendecido
por un sol radiante,
con aire calmo y pesado,
un cielo de azules aguas,
sin rastro de nubes.
Brillan las tejas como espejos
bajo los rayos del sol,
hacen opacos los cristales
de una buhardilla.
Los muros de un templo
parecen más claros,
es playa de arena dorada.
Sus sillares apretados y firmes
no se doblegan al calor
de la forja del herrero.
Mis ventanas están abiertas,
entra el rugir de un mundo amable,
el goce de los otros se contagia.
Aunque ellos estén fuera
y yo dentro de estas paredes,
participo de sus ecos.
En esta fina distancia,
qué líquida se siente la vida,
con qué ansias a los sueños se agarra
como si fuera columna de mármol
y no polvo que lleva el viento,
ni granos de arena que arrastrará
la marea al fondo del océano.

A veces, el silencio es la única opción

 A veces, el silencio es la única opción
y aguardar en su pétrea urna
a que el huracán calme su ímpetu,
su rabia y violencia.
Y retomemos el equilibrio,
la sagrada monotonía
a la espera de salir del refugio
no haya dejado demasiados destrozos,
apenas unos enseres tirados
que puedan ser sustituidos
o restaurados.

Yo soy


Yo soy este bulto deforme
dibujado en un espejo turbio
de viejo azogue
con trozos borrados
de una completa figura.
Espacios transparentes que no
atrapan la luz ni su reflejo,
queda el vacío cristal
sin su imagen.
Pero, yo soy también
un campo sembrado de olivos,
soy roca quebrada por vientos
y lluvias,
soy tierra dura y gris  
donde crecen semillas resistentes
nutridas de cal y de hierro.
Soy tierra roja y arcillosa,
blanda y moldeable,
acogedor nido de plantas de algodón
ciruelos y remolacha.
Soy campos de girasoles
y campos de trigo,
verdes y frescas espigas,
secas y amarillentas hojas,
dorada paja.
Soy tallo tierno y dócil  
y retorcidos sarmientos,
encina de ancho tronco
con corteza de engañosa apariencia,
pues parece ser coraza recia
este corcho que se rinde
manso a las cuchilladas.
Soy colina suave, abrupta
montaña, valle y llanura,
planicie y ondulado territorio.
Soy asfalto para mis células
por donde fluye caliente sangre.
También soy cielo con extrañas y bellas aves
con plumas de vistosos colores y gris acero.
Respiro el aire de millones
de imperceptibles parásitos
y duendes, benévolos volátiles,
entran por mis orificios
para hacerme más etérea.
Soy casitas repartidas
por los campos, solitarias,
embebidas en la densa vegetación,
refugios y escondrijos
de animales salvajes.
Soy vida, fugaz instante
por días y noches.
Soy esos altos y llamativos edificios
que el tiempo vuelve escombros,
cuadriculados compartimentos
donde se conjuran sueños y hechizos,
desgracias y milagros.
El bien y el mal fluyen
entre sus tabiques endebles.
Soy un luminoso y ardiente sol,
a veces con brillo apagado
y soy nubes blancas y negras,
piezas de un juego de estrategia y suerte,
tramas de un tejido con hebras de hilo
y cuerdas apretadas de metal.
Soy avenida y calle,
callejón sin salida
y esquina de una encrucijada.
Soy un centro vetusto y sabio,
reliquia de un tiempo pretérito,
reconciliador y amigo,
traidor y fabulador.
Soy cálida y fría anfitriona
de un no lugar,
soy habitante de un barrio de extrarradio
de sórdidos y oscuros antros
donde malviven las miserias del mundo
y soy barrio de plebeyos domesticados,
fieles perros que se lamen sus heridas.
¡Ay, soy una pradera verde
cubierta de silvestres flores!
El aire lleva sus dulces aromas
y melodías armónicas.
Soy lecho de amantes,
lenguas de fuego que se rozan,
guijarros de un arroyo.
Rápidas corren sus ansias
para dibujar la ribera
de una postrera melancolía.
Soy terreno árido, triste y abandonado
y soy campo santo donde reinan
silencio y muerte
y una eternidad adornada
con jarrones de ramos mustios
y marchitos pétalos de plástico.
Soy todo ese bullir sin lápidas,
de cipreses altos
y hambrientos gorriones alimentados
por insectos voraces
que muerden la carne y carcomen los huesos.
Yo soy todo y vacío,
soy río que corre, mar calmo y agitado,
lago de aguas estancadas,
tumba de cadáveres y lodo
que da de beber a bocas sedientas
y fuente clara para los labios ávidos.
Soy túnel y puente,
frondoso bosque y tundra raquítica.
Soy arcén vertedero de basura,
luna en un cielo de día
y lumbre de noches
enamoradas de estrellas fugaces,
de ulular de lechuzas,
de cantos de grillos,
del sordo crujir de una soledad
primigenia llena de lamentos
bajo el amparo de sus sombras.
Soy jardín caótico y descuidado,
laberinto de parterres y glorietas
de clandestinos amores,
hiedra trepadora de pérgolas
de un hermosa plaza.
En sus bancos sueñan los viejos
sus recuerdos
y olvida el dolor su inocencia.
Soy pozo y caño que brota de la roca,
muralla y canto sin puerta,
isla y continente.
Soy nada donde lloran
los espíritus desgraciados.
Mas no soy océano sino
gota sobre su fondo de arena
que las corrientes arrastran
hacia horizontes insospechados,
playas tranquilas y olvidadas
y acantiladas costas.
Soy errante que cree pisar
una tierra virgen,
sembrada de continuas huellas
borradas por el viento y las olas.
 
Yo soy, un mío, tuyo, suyo,
un ayer, un hoy y un mañana,
el gajo de un entero fruto,
misterio guardado en las entrañas.

Aquí en este templo

 Aquí en este templo
se respira solemnidad,
el murmullo de almas
buscando lo divino,
en los alientos que contienen
las piedras de los gruesos muros,
en los rezos enredados en las columnas
trepando hasta el ignoto cielo.
El orbe contenido en su bóveda
se sostiene sobre los ábsides
de una fe bondadosa
que nos deja ver su misterio.
En sus vidrieras están cristalizadas
las lágrimas liberadas en el perdón
de nuestros pecados,
dibujando haces de luz
sobre los espacios y el vacío.
Estos cristos y vírgenes,
estos santos y apóstoles
de rostro cetrino con brillo de cera
son alivio y miedo al castigo.
Entre sus brumas alumbradas
por las frágiles llamas de los cirios,
palpitan las promesas y gracias
que el fuego consumen.
Hay deseo agarrado a un paraíso
y miedo a la nada.
Aferrados a la tierra
que sangra y escupe bilis,
es mejor este infierno
que el eterno olvido.

Las manos juntas tratando
no rozarla para que no huya
en la desesperación,
la esperanza.

Somos sombras que caminan

 Somos sombras que caminan
por el día,
pequeñas al nacer,
sujetas al suelo apenas ocupamos un palmo.
Toman forma con las horas
de la vigilia al crepúsculo.
Al avance del sol crecen
hasta hacerse más grandes y alargadas
y confundirse con la noche.
Volverán en un nuevo amanecer
sobre la tierna recién plantada
semilla brotando su germen.
Alimentadas por el sol
sus tallos irán tomando altura.
Se abrirán sus pétalos
y, al llegar el ocaso,
se fundirán sus contornos
con la oscuridad total.
De nuevo la aurora
con sus primeros rayos
dará vida a nuevas sombras
que nacen para morir en la noche.

Si le pedimos a la vida

 Si le pedimos a la vida
mejor trato
es como esperar
que el agua no se seque
en tus manos por su fuego.

Por qué reír se hace tan breve

 Por qué reír se hace tan breve
y el llanto tan largo.
Por qué los días dulces saben a poco
y dejan por mucho tiempo
el amargor en los labios.

Por suerte son mayores los instantes
con la sonrisa a medias,
la lágrima fugaz,
la tristeza agazapada,
y la apariencia de un benévolo sueño.

Ay, Dios, no gastaré ni una sílaba

 Ay, Dios, no gastaré ni una sílaba
para decirte qué siento.
Antes de llegar a mí sus sonidos,
antes de forjar la palabra adecuada,
ya tú entendiste mi plegaria
incluso sabes más de mis necesidades
que yo misma
pues no soy capaz de expresar
este nudo apretado en mi pecho.
Y la garganta regurgita
un gemido indescifrable,
de un querer y no saber
qué quiero,
de un hambre y no llevarme
nada a la boca.

Como todas las cosas por el uso

 Como todas las cosas por el uso
se van estropeando,
ajados sus tejidos pierden color y firmeza,
se apagan como un fuego
y dejan las ascuas, aún ardientes,
que al tocarlas quema la mano,
                                                 y se perderá la piel para nacer otra.

Fotografía


Se ha roto en pedazo este instante,
la imagen de una realidad tranquila
y se recomponen sus trozos
en el esperpento que unen el caos
a los afilados bordes de los miedos.
 

Creatura creativa


Las hojas secas no saben
que son melodías para el alma
pasos etéreos que bailan
una hermosa coreografía.

Desde el sosiego de esta habitación

 Desde el sosiego de esta habitación
admiro un cielo pintado de azul
con pinceladas de nubes blancas,
velos de novia ondulantes,
espuma de bordes plateados
sobre olas de un mar etéreo
bañado por los rayos del sol.
Cruzan el horizonte oblicuos tejados
donde reposan y se distraen acicalándose
las hermosas palomas
y los oscuros mirlos regalan
sus armónicos trinos,
caricias en el silencio de la tarde.
Frágiles aves que otean el infinito
apoyadas sobre los brazos
de una cruz de piedra que corona
el chapitel escalonado de una iglesia.
Son olvidos mecidos en el aire,
alzan sus alas abiertas
sobre la breve eternidad que abraza,
un tiempo sin horas,
solo claridad y sombras
son sus elementos de guía.
Pájaros que rondan nuestras jaulas
que no saben de nuestros tormentos
ni entienden la estupidez
de nuestros calendarios.
Por sus hojas vencidas aletean
las palomas vestidas de plumas,
barquillos que ondean en el diáfano océano
sembrado de sueños desvanecidos.
Respiramos el mismo aire
pero ellas van ligeras de peso
de nostalgia de un pasado,
de sueños de futuros.
Repiten los mismos actos
recorren esta cóncava esfera
sin forzar trayectorias,
trazando laberintos,
desvían muros y chimeneas apagadas
que humearan en los fríos inviernos.
En bandadas envuelven los campanarios,
lechos de sus noches
y nuestros ojos dormidos
toman prestadas sus alas.

En esta cara inocente

 En esta cara inocente
hay una mácula,
en esta mentira
siempre una verdad,
sobre la carne escrita
y el perdón de la lágrima.

Esperar lo esperado

 Esperar lo esperado,
esperar lo posible,
esperar sin promesas
su llegada.
Desesperar en el banco
de la paciencia,
agitar el pañuelo del olvido.

Baste el engaño
del silbido de un tren,
confundido por el deseo,
para un corazón que anhela
partir de viaje

...y morir todos los días
para que reine la total noche
y aun así,
esperar el alba.

Brilla la luz en los cristales

 Brilla la luz en los cristales
mientras ventanas opacas
se abren a un interior oscuro.
El mundo camina
con su paso acostumbrado,
el monótono ritmo de relojes
marcan con sus afilados tacones
el desfile de fantasmas de los sueños.
Y la vida, aún vestida
con trajes de colores,
ha dejado la figura
perfilada de su sombra.

Al amparo de los muros

 Al amparo de los muros
buscaba refugio
como toro herido.
Escondido por rincones,
ayudado por las sombras,
desaparecer bajo mantas
como pesadas piedras.
Huir siempre sin saber de qué
y buscar el vacío de calles,
desprenderse del ruido
para hallarse en la calma
del silencio
tras la muralla con puerta
de la soledad.

Entre las calles solitarias

 Entre las calles solitarias
llega un bullicio festivo,
se han apagado los focos
que alumbraban el tiempo
y deja apenas perfiladas en bordes
sus contornos.
En un cielo oscuro
brilla en su fondo una luna creciente,
luminosa como una perla,
luna de espejo plateado,
duerme su otra cara en su azogue.

Aquellos que se traicionaban

 Aquellos que se traicionaban
caían en los infiernos de la carne.
Aquellos hermanados eran dioses
en sus paraísos.
Aquellos otros amantes puros
se convierten en eternos.

Eternos no somos
ni dioses existen,
solo la carne sometida
a este infierno.

Entre las hojas de un libro viejo

 Entre las hojas de un libro viejo
descubres la tinta de un ayer.
Una infantil mano fijó las palabras
sobre una página ahora amarillenta.
El vértigo de un tiempo frágil
se siente en esas huellas anónimas
un alma sin cuerpo.

Estamos demasiado acostumbrados

 Estamos demasiado acostumbrados
a que el reloj siga fiel el rodar
por su esfera,
cuando es demasiado fácil
quebrar su urna.
Confiados en tan frágil coraza,
vamos sobre sus piernas cortas
convirtiendo horas en días.
Creemos con ilusa certeza
que su curso fluye
sin que nada le ponga freno,
ni pensar en la sombra
que dibuja en la pared
sus afiladas agujas.
Amenaza la pendiente
el inoportuno guijarro,
nos salva el puente
sitiados por una muralla.

Estamos demasiados ciegos
con sueños y trazos claros
de una perfecta vida,
negando esta otra realidad
vestida de ilusión y caos
en la que el pie tropieza
resbala o cae por precipicios.
Se interponen en nuestro camino el muro,
la mano que se cierra,
la ventana abierta a un paisaje
que se nubla,
la sinfonía fracturada
al dar la errada nota.
La calma del mar azul
se convierte en revuelto oleaje,
la suave brisa levanta la arena
por sorpresa,
araña el iris de tus ojos
y enturbia la transparencia
de la mirada.
El trino alegre de los pájaros
se vuelve ronco graznido,
triste lamento de aves de oscuras alas.
El río sigue su tranquilo cauce
hasta chocar con una piedra
y romper su unidad en mil fragmentos.
La vida no es una senda
recta de delimitados contornos,
es un ecosistema en movimiento,
un trayecto andado sin mapa.
¿Por qué sigue engañada la consciencia
de un tiempo que juega con nosotros
con apariencia de fijo horario
y controlada agenda?

Este tic tac marca un ritmo acompasado
y de pronto salta la alarma,
abre su pérfida boca,
suelta una amplia carcajada
al rostro de nuestras previsiones,
rompe nuestras torpes reglas
de fracasada prepotencia.
Un alma fresca y libre
al corazón previene
para no quedar en vilo
ni vencer su vuelo.
Solo el alma esclava
de un paraíso falso
sucumbe al derrumbe.

Somos espigas de un campo de trigo,
sujetas a la tierra por un fino tallo
quebrado por el infortunio
de una postrera cosecha.
Y somos también montaña que no cede
a una cumbre de hielo,
sino que espera al calor que lo derrita.
Aceptemos los caprichos del destino,
engendrados en el útero del cosmos,
vinimos a este mundo inocentes
como árbol crecemos guiados por un sol
a expensas de la tierra que lo alimenta
y a los vientos que modela su tronco.
Seamos como la rama
que, al encontrar el obstáculo,
se desvía buscando siempre la luz .

Quién no tiene un desván lleno de tiestos

 ¿Quién no tiene un desván lleno de tiestos
en lo más profundo de su casa?
Olvidamos que estaban allí
y un día, bajamos con prudencia
con miedo y con asombro descubrimos
el inútil intento de guardarlos.
Ahí, llenos de tiempo,
se ríen sus telarañas en nuestra cara,
el óxido cubrió sus brillos,
raídos trapos mordidos por insectos.
Solo ellos
sacaron provecho de nuestro afán
por agarrar la nada.

Ha salido el cadáver de su ataúd

 Ha salido el cadáver de su ataúd
convertido en crisálida.
Se posó sobre las flores frescas
de una sepultura reciente.
Dejó sus larvas y murió la mariposa,
blandas cayeron sus alas
como los pétalos de su oasis.
Sobre la tierra serán semillas
germinadas en otra primavera.
Sus retoños crecieron
y tuvieron destinos diferentes.
Algunos, breves como un suspiro,
quedaron aplastados bajo la suelas
de zapatos de un cortejo fúnebre.
Otros buscaron lejanos territorios
y nunca más se supo de ellos.
Uno, tímido y temeroso,
decidió cobijarse
entre las cortezas de un árbol
del campo santo.
Vino un gorrión y acabaron sus días
en la cárcel de su pico.
El gorrión, al llegar la noche,
se echó un sueño
con tan mala suerte
que entre las ramas
estaba una lechuza
y no hubo para él otro amanecer.

Llegó la primavera
con su exuberancia
y la naturaleza en su máximo esplendor
entregaba sus delicias.
Sintió la lechuza
el impulso maternal,
voló a una torre
desde allí divisó en la oscuridad
unas hermosas alas.
Seducida por sus encantos,
olvidó el peligro que siempre acecha
y, sin cautela ni medir los riesgos
de su lance,
llevada por la ardiente pasión,
fue a su encuentro
cruzando la noche oscura.
En el cielo ya se insinuaba la tragedia,
bruñida en su capa sombría,
la sutil línea plateada de la luna
se perfilaba como el filo de una navaja.
Larga era la distancia,
mayor su urgencia.
Echada la red cae
esta Julieta loca de amor
en las garras de un falso Romeo.
La rapaz con su conquista
voló a un risco alto
donde la esperaban en un mullido nido
unos polluelos con apetito voraz.

Y la vida es muerte
y la muerte vida.

Lejos está el refugio de unos pies cansados

 Lejos está el refugio de unos pies cansados.
Se hizo un paréntesis al silencio
y en un rumor de estío
este río discurre sosegado.
Los pies buscan el fiel de la balanza,
sobre un fino cordel
y sin red va el funambulista
de lo confuso a lo oscuro.

La noche es paraíso sin riesgos
donde no hay lucha a muerte,
sino contra los fantasmas
de un país mágico.

Teme el corazón las ausencias
en las tinieblas ,
pero es la carne a la claridad del día
que desnuda se presta al martirio.
Juegan oscuros pájaros
a esconderse tras las nubes blancas
y sobre el horizonte la luz se pierde
llevada por el solano
hacia el inhóspito desierto.

Cuando la palabra tiñe la pureza

 Cuando la palabra tiñe la pureza,
discurre su tinta el pensamiento,
la líquida emoción
deja parte de la verdad
y se interpreta.
Cuando el otro recibe
su eco, respira su humo
y, ajeno al fuego original,
prende mechas de un nuevo discurso.
La verdad se diluye, es gas
que se condensa
en la frialdad de sus nubes
y salpican a la tierra
sus gotas diminutas,
esparcidas, menguada agua virginal
que solo unidas las fuentes,
manantiales, pozos, ríos, océanos
y aire nos mostraría
un entera transparencia.

El mundo de las ideas,
el sentimiento que conmueve
y agita materia y espíritu
son relatos deformados,
atribuciones siempre imperfectas.
Sujeta queda la cometa,
anclada por nuestros engaños.
En un mar de incertidumbre,
echamos las redes,
recogemos algunos peces
del cardumen de la verdad.
Conforma su alimento frugal,
la boca se nutre con su reflejo.

Esta llama resiste

 Esta llama resiste
el soplo con firmeza
y el aire aviva vehemente.
Llama que la corriente impulsa
a prender con mayor viveza
alza sus lenguas de fuego,
reta al oponente
y, al ganar en la lucha,
desprecia su brío de vela
para seguir preso pábilo inocente
en el corazón de su cera dura.

Si Romeo y Julieta no hubiesen

 Si Romeo y Julieta no hubiesen
muerto por amor,
ellos hubieran matado al amor
con el tiempo.

Qué urgencia tiene la pasión
y qué corto recorrido.
Más le valiera ir despacio
y guardar más tiempo sus fuerzas.

Ah, el amor, cuánto de invento
y qué poco de amor.

El amor es fruta comida
de la que tiramos su hueso,
ignorantes que esa es su semilla.

El amor se viste de elegancia
y exquisitos adornos
y olvida que en la desnudez
está su verdad.
Todo lo demás es comercio.

Hasta que la muerte os separe,
dijo el cura,
pero no especificó
de qué muerte física.

Pudo ser la pereza, quizá.

 Pudo ser la pereza, quizá.
El dolor disimulado
con la analgesia de la rutina.
Alguien dirá, fue el miedo,
y otros, que el secreto
imposible de callar.
Pudieron ser tantas inclemencias del tiempo,
mas no del que dibuja paisajes
en el horizonte, en la tierra,
sino sobre un camino en el aire
entre infinitos.
Cansa hacer cálculos
y que no salgan las cuentas,
hacer razones con el universo
de un loco.
Pudo ser cobardía, impotencia, destino
y el mar dejó de ser la luz de un cielo.
El mundo fue esto,
un espacio reducido
con una ventana pequeña
abierta a un lugar descartado
por las agencias de viajes.
Un reloj sin agujas,
el calendario de un día
y huir, huir de nada y todo.
Huir por una misma línea trazada
con el dedo invisible,
de un pentagrama sin notas.

A destiempo escriben las palabras

 A destiempo escriben las palabras.
Llegó a la boca el impulso
después de recorrer la conciencia
de un deseo.
Urgente vino la voz a romper el silencio,
dar explicación al gruñido,
al gemido y sus ecos.
El aliento brota modulado,
la risa viste con colores,
el fuego estalla en suspiros,
la tierra siembra sus semillas
y el agua corre por los senderos
dejando en el aire su rumor.
Murmullos y desenfreno
los calla el roce suave de unos labios
y labios con labios, el beso.

Qué extraña ilusión en este vacío,

 Qué extraña ilusión en este vacío,
recobrar de su fondo
los perfiles saturados
por las luces de tantos soles.
Parece que el tiempo siembra
y recolecta,
dejando los fantasmas
de aquellos cadáveres.
Que extraño volver y sentir
la ficción de ser aire.

Mi perro se ha hecho viejo

 Mi perro se ha hecho viejo,
camina como los viejos.
Está casi ciego y sordo,
como los viejos.
Lo mantiene aún alerta
al mundo, su olfato
para la comida y advertir
presencia amiga y enemiga.
Aunque, torpe, tropieza
contra un árbol, una esquina, una farola.
Mi perro tiene caprichosas manías,
como los viejos.
Le ha dado por comerse
las servilletas que se encuentra por el suelo.
Como los viejos, su salud flaquea
por el paso inevitable del tiempo.
Y como los viejos, duerme a todas horas,
se desvela desorientado
y se guía por la claridad del día
para sus horarios.
Solo quiere comer y dormir
y hacer sus pequeños paseos
para retomar su rincón,
enroscarse y soñar.
Mientras, como los viejos,
va muriéndose.
Le miro a los ojos y en su iris ya turbio
presiento la oscuridad
y en su ruina, la ruina de mi cuerpo.

Cuando no me veas

 Cuando no me veas,
búscame en la ventana
asomada al mundo.
No te acostumbres
a verme en el rincón
de mis horas,
a veces cierro su puerta
de cristal
y en el aire me disuelvo
para jugar con sus eternidades.
Esa que ves es mi sombra.
En la claridad de afuera
se me confunde
con los rayos de sol
al bañar de perfiles la nada.
Voy enganchada al ala
de una paloma
por este cielo impenetrable,
me poso abandonada a mi sueño
sobre las tejas de una iglesia
al amparo de la torre del campanario.
Me sumerjo entre los resquicios
de grueso muro de esta quimera.
No serás capaz de distinguirme,
etérea sin la carga de esta carne,
estaré en el cobijo de mi soledad
en años que son segundos.
Cuando no me veas,
sigue los pasos de mi silencio,
me hallarás con la mirada
sobre los objetos que tocaron mis manos.
Marcadas llevan sus huellas
mientras cavo en esta tierra dura,
ablandada con agua de mar,
una profundidad sin nunca encontrar
su fondo.

Siempre es corto

 Siempre es corto
el relato de la vida.
Aunque el índice
prometa muchos capítulos,
los ojos pasan distraídos  
por sus letras
sin saber cuándo encontrará
el punto final.
A esta altura de la historia,
uno sabe que lleva
más páginas leídas
que por leer
y aunque cuando empezó
sin entender la trama
fue descubriendo en los signos
el argumento de una traición.
Tras la comedia
siempre se agazapa el drama .

Naciste desnudo y cubriste

 Naciste desnudo y cubriste
tu cuerpo con las escamas
que dan los años.
Fue tu voz a tientas
de la mano de la ilusa ignorancia.
Se alzaba altiva la rebeldía
y acallaba los miedos
con hilos frágiles
que creíste gruesas cuerdas.

Llena la boca de vocablos aprendidos,
tuvo la fuerza de una recia voluntad.
Hoy los labios escupen decepciones,
miedos que estaban ocultos a los ojos.
Soberbios se manifiestan
y horrorizado evitas mirarlos.
Quizá pensabas que aún quedaban
los restos de un yo resistente.
Te sorprendes rodeado
de una niebla impenetrable
cada vez más densa y fría,
que hace invisible el horizonte.

Desprendida la piel por el camino,
huérfana de los sueños,
entre un griterío absurdo,
en tu templo reina
un silencio solemne.
Entre sus ruinas presientes la muerte.

Mueren mis palabras

Mueren mis palabras.
O simplemente duermen.
Espero esos días
donde los pájaros
dejan esparcidos en el aire
sus trinos, traducir
el lenguaje ignoto
de sus vuelos.
Hace horas, muchas horas
que mi voz se calla
o suelta murmullos,
brotes de sonidos inconexos.
Anda extraviada la palabra,
la voz en la boca no articula,
se abre y cierra como el pico
de un pajarillo agónico.
Hace días, muchos días
que olvido en un cajón
los diccionarios
y el baile descrito con pasos
ligeros, casi rítmicos,
de dulces soledades
que son estruendo de silencio.
Hace un tiempo, tal vez
algunos meses,
o quién sabe sino un aglutinamiento
de eternidades,
se han abalanzado al abismo
y dejan un pie en volandas.
El otro no sé,
el otro pie es frágil,
está herido,
es enfermo y pálido crío
entre sábanas de mortaja.

Cuánto daría la boca

 Cuánto daría la boca
por las alabanzas de un paisaje,
llenar los ojos de intenso brillo
y no esperar la barca
en un río sin corriente.

Llenas de hastío caminan

 Llenas de hastío caminan
las agujas del reloj
y a los calendarios
le pesan los días.
Aunque la vida se estrena
a cada instante,
el cuerpo se contagia
de engaños
y hace cargar al alma
con sus errores.

En esta noche que roza ya

 En esta noche que roza ya
el último día de agosto,
piso la arena fría de la playa,
entro al cálido útero
del océano.
Me acarician sus aguas
y la luz de una esplendorosa luna.

Aprendieron mis ojos

 Aprendieron mis ojos
a distinguir en los colores del mar,
su ánimo benévolo y su rebeldía,
en sus olas y espuma ver aproximarse
el melancólico septiembre.
Se llenaron mis ojos
de tantos azules y turquesas,
de ardiente brillo dorado,
bullicio y rumor de olas,
rumiar cansado,
violento bramar.
Peregrina, busco en este otoño
los infinitos verdes de un valle
de aquel horizonte llano,
sentir el abrazo de lejanas cimas
y al cobijo de árboles,
hacer la cabaña donde el cuerpo guarecerse
de los vientos áridos
que levantan las muchedumbres
y en soledad acompañarme
de sosegados deleites
arrullada por las voces de mi vida.

En unos minutos serán las diez de la noche

 

En unos minutos serán las diez de la noche, el aire ha estado pesado todo el día. Una calima empañaba el paisaje y el cielo es el reflejo turbio de un espejo de azogue viejo. Aún no ha salido la menguante luna, decepcionante rostro de aquella hermosa y seductora luna llena con embriagadoras curvas que hacían girar todas las miradas con admiración y deseo.

El estío esparce al anochecer su brisa marina, bajan las brasas de su fuego. No hay claridad de estrellas sino un azul oscuro y espeso. Son los árboles sombras, nudo de ramas, silencio de pájaros dormidos. En la tórrida tarde, los enjambres de chicharra se entregaban a su frenético parloteo, convertían la solitaria calle en un bullicioso ajetreo de muchedumbre invisible, mientras, en la playa, se apiñada la gente bajo las coloridas sombrillas, dejando en el pesado aire su murmullo incomprensible, ahogando el rumor de las olas.

Qué fugaces son el verano y sus urgencias, qué pronto se acaba ese infierno disfrazado de paraíso. Y sueña el tranquilo paseante los acogedores vacíos del otoño, el dulce sosiego tras esa tormenta de sueños de inmortalidad.

Viene la oscuridad cada día unos minutos antes. Sin darnos cuenta, la luz que nos rodeaba en horario tan tardío, nos irá restando el reloj reclamando su tiempo y, sorprendidos, veremos una tarde aún temprano y ya sea tan oscuro.

Cuántas horas giraron en el reloj

 Cuántas horas giraron en el reloj
mientras los pensamientos
labraban la tierra de un horizonte,
donde los segundos y minutos
marcaron el rostro árido
de un inmenso desierto.

Volviste a la eternidad

 Volviste a la eternidad
de donde viniste
y estos cuerpos que te añoran
envejecen sobre la tierra.
Nuestras retinas guardan
perfiles de tu rostro
y la memoria juega a capricho
entregando a retazos
difusos detalles.
Tus huesos se hacen polvo
en una tumba
que unas manos limpian
y llevan flores.

Este sueño es un relato
de cadáveres que velan fantasmas.
Somos pétalos marchitos
que el viento con su rumor
nos lleva con engaños
a yacer en el lecho de la nada.
Es la vida
y esta un efímera pausa.

Cómo engañar al dolor

Cómo engañar al dolor,
cómo reírnos del sufrimiento,
cómo enajenar la materia del espíritu,
dejar al alma intacta,
pura que nada la manche.
Cómo no sentir el puñal clavado,
el corazón sangrante,
la angustia y el terror
de un cruel destino.
Cómo nacer sin morir
muchas veces,
antes de caer muertos.

Trémulas parecen las hojas

 Trémulas parecen las hojas
del álamo,
su envés blanco son espejitos
donde hace destellos la luz.
Trémulas de frío invierno,
trémulas de miedo al anochecer,
trémulas perlas de rocío
agonizando bajo los rayos
hirientes del sol.
Trémulas alas de mariposa
abrazadas a las ramas del árbol.

En aquellos tiempos, cuando la distancia

 En aquellos tiempos, cuando la distancia
no era mayor que la puerta de frente,
la calle de al lado,
el piso de arriba,
los familiares y amigos
estaban próximos.
Bastaba llamar a gritos por la ventana,
encontrarse en la plaza o en el mercado,
subir o bajar unas escaleras,
desplazarse apenas algunos kilómetros
y poder informar de cualquier noticia,
conversar con alguien,
ponerse al tanto de la familia
de algún asunto más o menos importante.

En aquellos días, cuando la distancia
era tan larga que ni el eco
llegaba a ser oído,
cuando alcanzar la otra orilla
no se podía de un salto
y en la playa el naúfrago
quedaba a la suerte del azar,
guardaba la esperanza,  
la carta dentro de una botella.
La estructura del mensaje
se exponía de forma clara y definida,
el protocolo con sus mismas palabras
y repetidas perífrasis,
un Dios presente
y adecuado lenguaje según nivel de confianza
entre el remitente y el destinatario.
Partes de historias de vidas quedaban impresas,
sujetas por la tinta al papel
a lo largo de los años.
Patentes los encuentros y desencuentros,
los amores públicos y clandestinos,
las necesidades, las rogatorias,
hasta en aquellas con un formulismo oficial
decían tanto del solicitante
como del que concedía o denegaba
tal requerimiento.
Entre los renglones, en las tachaduras,
en los saludos y despedidas,
incluso a los márgenes
se mostraba la verdad,
hasta en lo callado.
Sutil omisión, repetición e insistencia,
anhelos y logros,
enemistades y pleitos,
palpitaban amor y odio de los corazones
en aquel pliego doblado,
manchado a veces con pintalabios,
perfumado, un retrato escondido,
un pétalo de flor, una palabra enigmática,
un encuentro apasionado sin piel,
un descarado vocablo,
ternura, ira, celos, engaños,
venganzas, confesión,
guardados como oro en paño
dentro de la frágil coraza
de idéntica sustancia al protegido.

Un sobre cerrado con las señas y sello
prometía guardar el secreto
hasta llegar a la mano de su dueña.
Esa paloma mensajera se sabía el recorrido
aunque, algunas veces se despistaba,
se perdía o en el intento desaparecía.
Seguía su rumbo por tierra, mar
y en altos vuelos ceñidas a las patas,
surcaban estas aves sin alas los grandes espacios
con la certeza de alcanzar su objetivo.

Qué letras hablarán de nosotros,
qué voces constreñidas
en códigos ininteligibles
para la humanidad del futuro
sobre un duro material
que fácil se quiebra
al roce leve de un dedo.
Sujeta su fortaleza
al caos de sus componentes,
resiste huracanes y aguaceros,
sin embargo, más delicada víctima,
sucumbe con inocencia
y cae presa de sus traidores.



(postdata)

Los pobres no tienen abrecartas,
rasgan con urgencia el papel,
buscan su veneno o tesoro.
Mientras el rico no tiene premura,
no teme ni ansía,
aquel que lo tiene todo
nada puede perder o ganar
por manchurrones de tinta.
Al enemigo reta a la cara,
el perdón lo compra
o lo niega,
la pasión con un reclamo
de susurro y caída de párpados.
La distancia no le supone engorro,
mas, cuidado,el material que ahora manejan,
arma de doble filo,
abre las puertas del maléfico genio.

Estos ojos ven cumbres

 Estos ojos ven cumbres
que otros no vieron.
En este cielo azul diluido
bajo la luz de un atardecer,
viene en alto vuelo
una paloma.
Unos ojos la miran
sin saber que la paloma
los mira quizá también.
Le rodean al observador
cielo, aire, vida,
materia inerte
de muros y tejados,
ecos suspendidos
surcando los espacios como aves
vacíos para unos ojos
y sin embargo, tan llenos.
Cree el que mira ser especial
porque mira y ve,
porque diferencia
unas cosas de otras.
Cuán ciego está el que no entiende
que es parte del gran espectáculo
la magia que hace uno dentro de uno,
y este uno dentro de otro.
Así, un todo único
en un infinito universo
que no puede ser visto
en este mundo de ilusiones.

Entra la memoria en este brumoso cielo

 Entra la memoria en este brumoso cielo
saturado de ardiente sol.
Van los ojos sin curiosidad,
el cuerpo se agita,
se tambalea la carga
de los acostumbrados espacios.
Teme la puerta abierta,
las ventanas cerradas,
la balanza sin equilibrio
por el peso de sus contornos.
Entra el alma asustada,
irritada la piel se cubre
de sarpullidos y costra,
de un hastío irremediable.
Clama el deseo de huida,
saldados todos los débitos,
abandonar el lugar oscuro
de un mundo foráneo.

No hay espinas en esta rosa
que lleva el aroma dulce
y la tez de terciopelo,
espera solo el reposo,
escapar al manoseo de manos
de narices metidas
entre sus pistilos y estambres.
Si te olvidan, qué importa,
no buscas aduladores.
Cada flor a su jardín
y esta rosa no necesita jardinero.
Le basta el aire que respira,
la lluvia de la nube generosa,
el beso del viento amable,
recibir la claridad y la sombra
de un protegido prado.

Con la paciencia del que nada espera,
dejar desprender sus pétalos
y en el útero de la tierra volver
a ser preñados en otro sueño.

Viene esta mañana envuelta

 Viene esta mañana envuelta
con lazo azul,
la sorpresa de su regalo
alegra este triste otoño.
Ha florecido un hermoso jardín
de azucenas blancas,
ramillete de restablecida pureza.
En el aire denso ha entrado
su fragancia dulce,
el horizonte se viste
con brillo de estrellas
sobre el tejado de un templo,
donde ha reverdecido un mar
de manso oleaje.

Allí la mirada un día se nubló,
los rayos de un sol se fundieron
con la oscuridad de una tormenta.
Por la misma ventana que entraron,
los pájaros de alas negras emigran
hoy lejos, muy lejos,
y llevan sus temores
a otros nidos.
Vibra la campana de mi corazón
con la úvula de una lágrima petrificada,
celebra la vida,
la brisa está en calma,
deja en el firmamento nubes bondadosas,
nos abraza un sol cálido.
Los mustios pétalos recobran el color,
el paisaje queda sin brumas,
vuelve el orden sobre las cosas.

*  * *

Sin miedo, con paso más seguro,
subimos los peldaños del desván
a buscar entre los tiestos
la caja donde guardamos la esperanza.

Te recuerdo, padre

 Añoro aquellos recuerdos
del todavía niño que buscaba
el descanso a la vigilancia paterna.
Abandonabas el hacho en la linde
y, bajo la sombra de un árbol,
cargado de crujir de alas de chicharras,
de piar incansable de crías de gorriones
reclamando el alimento en sus nidos,
en la frescura de aquella isla,
oasis de un desierto ardiente,
te tendías con el sombrero de paja
sobre el rostro aniñado
para echar una larga siesta.
Ni hormigas con sus cosquillas impertinentes,
ni moscas con su pesado zumbido
molestaban tu profundo sueño,
ya se posaran en tu boca
o subieran por tus delgados brazos,
tú te rendías entregado a Morfeo
como un bebé en el regazo materno.
Solo con la voz del padre llamándote
te despertabas y veloz volvías a la faena,
aunque en alguna ocasión,
vencido por el cansancio ,
fuiste sorprendido y castigado por tu crimen.

Añoro aquella sensación que decías
del tacto con la tierra seca
en tus pies descalzos.
Añoro el paladar de aquellos
tomates arrancados de sus matas
y a bocados ansiosos
dejaban su pulpa rojiza
por la comisura de tus labios.
Añoro el dulzor de las brevas
al alcance de tu mano y tu hambre.
Hasta añoro el recuerdo
de tu visceral miedo a los camaleones.
Ningún bicho te infundía tanto terror
como ellos, siempre camuflados,
que aparecían de improviso
en los finos tallos de las plantas,
en las cañas y ramas de los árboles frutales.
Salías huyendo despavorido,
temblando, con el asco y horror
clavados en todo el cuerpo.
Era tan grande y ancestral tu pánico,
que hasta en sueños te martirizaban.

Añoro aquellas historias
contadas los días de fuertes lluvia y viento,
cuando se iba la luz y
la claridad tenue de la velas
dibujaban sombras tétricas,
dejando el corazón en vilo
y los ojos abiertos de par en par.
Cuántos relatos y biografías rememorabas,
con paseos por el campo,
entre pinares o sentados uno frente a otro,
con partes de verdad o inventos de la memoria,
hechas leyendas a retazos,
con olvido que añade o descose.
El día que el amigo se ahogó en el pozo
ante la mirada de los demás niños.
No valieron sus gritos para salvarle la vida
y salió su pequeño cuerpo flojo
como muñeco de trapo.
Qué horrible recuerdo,
qué dolor de aquellos padres,
la atroz muerte mostraba su rostro
a ojos aún puros para entender su calavera.
El tiempo, al final, todo lo alisa,
igual que la tierra removida
se aplana con la azada.

Añoro todo malo o bueno,
porque antes de ser yo
y mis recuerdos entré en los tuyos
y los hice tan míos
que en ellos me reconozco.
Añoro la ingenuidad de ver misterio
donde la ciencia tenía explicación.
Añoro el descubrir dramático
que la curiosidad
a veces destruye y nos desengaña.
Nada tenía adentro aquel caballito
de cartón,
te quedaste con el cruel desengaño,
despedazado entre tus piernas.
Añoro tu imagen de niño,
de piel ennegrecida por el sol,
de tu pantalón amarrado con cuerda
y tu camisa blanca remangada hasta el codo.
Con ese aíre de niño viejo,
esa pose imitando a los mayores.
Añoro tu despertar, tus atrevimientos,
tus recelos y mentiras,
tu inseguridad marcada por la autoridad
de un padre,
la hermana mayor más madre
que la propia madre que te parió,
más calor en los pechos
de la comadre vecina.
Cuántos secretos ocultaste
entre el trigo seco, llantos y gozos.

Añoro todo esto y mucho más,
que vienen a visitar mis recuerdos
como aromas que atrapan
por sorpresa y se marchan tal como vinieron,
llevados por el aire.
¿Sabes por qué los añoro?
Porque así están frescos
y recién cortados hoy.
Como los frutos mordidos en aquel presente,
deseo trascenderlos más allá de los míos
y de las brumas que te ocultan
aunque seas una etérea partícula
que los ojos ignoren.
Eres semilla que, ajena a las miradas,
surcas aún este cielo.

Ya este fuego disfruta de sus cenizas

 Ya este fuego disfruta de sus cenizas,
recibe su cálido abrazo.
Es la voluntad del tiempo
apagar su hoguera.
Pero la vela antes de extinguirse,
su llama centellea con mayor intensidad.
Reclama a su blanda cera derretirse
en su ardiente brasa,
volver a beber de su manantial de luz.
De un ayer perecedero
extraer de su pábilo,
la leña que un día
prendió su lumbre.
Más breve que un suspiro
se apagará
y sentirá en su rostro
el frío aire que se acerca.

Aquella niña pisaba las hojas

 Aquella niña pisaba las hojas
secas de eucaliptos,
adoraba sentir el crujido bajo sus pies,
paseaba entre los troncos
entre sueños y cálido tarareo
de alguna canción.
Como un juego buscaba
las madrigueras de las hormigas,
eran pequeños montoncitos de tierra
formando caracolillos que ella, inocente,
alisaba con el dedo
creyendo cerrarles el paso.
Aquella niña se escondía en el bosque,
conocía ya el dolor y buscaba la soledad
en su cobijo.
Aquella niña se perdió en aquel bosque
desapareció como sus raíces, sus troncos
y ramas,
sus aves, hormigas y toda su invisible fauna  
cuando vinieron las máquinas
y lo talaron todo.
De aquella niña de ojos negros enormes
y triste abandono
queda un fantasma rodando
aquellos espacios,
es una vieja bruja que aúlla
aún sus miedos
y cuando huye en su escoba
regresa la niña con su sonrisa amplia,
hada de transparente velo.
Va silenciosa entretenida en su pensar,
acunada por el arrullo del crujir de hojas
del suelo
y el mecer de las hojas verdes
que aún penden en sus altas copas.
Un benévolo viento
llena de aroma los espacios
a mentol y a madera,
a entrañas de una tierra fértil.
Tan torpes y delicadas
son las piernas que la sostienen.
Al amparo de su abrazo
caminan y caminan sin miedo.

Calma


Dónde está esta compañera huidiza,
aventurera de inquieto espíritu
que no reposa nunca,
más que un rato a nuestro lado
y toma asiento ligero.
Marcha rápido a otro destino,
nada detiene esta alma pura,
cándida pluma que cae sin peso.
Fue mi deseo de niña
dejar llevarme por su mano,
fundirme en su abrazo cálido,
hallar su preciado sosiego
en los efímeros días,
no esta ausencia suya
que a perpetua angustia,
me condena.   

Antes que vieran mis ojos

 Antes que vieran mis ojos
ya veía mi cuerpo
el entorno que habitaba
sus objetos y voces.
Sus palabras modulaban
en mi boca su lenguaje,
tragadas, las asimilaba mi esencia
hollaban los surcos de mi mente
la consciencia del mundo
y su difusa realidad.
Antes de ver mis ojos,
mi boca probó el alimento
de la vida
y la sal de su océano,
sintió el calor de una caricia.
El frío de las madrugadas
depositaban escarchas por los rincones,
mi alma refugiada entres soledades
levantaba las paredes de su cobijo
con saliva, sudor y tierra,
nido abierto al cielo.
Por eso, antes de abrir mis ojos
al espacio que me acogía,
aprendía ya a vivir,
ajustaba mis líneas con las otras
describiendo mi propio paisaje
por el que transitar descalza y desnuda.
Antes de desplegarse estos pétalos
y se llenaran de luz, de color y de ilusión,
ya morían para despertar
al universo.

Tan afuera me quieren

 Tan afuera me quieren
que cierran ventanas y contraventanas,
echan cerrojos y llaves
a las puertas.
Apenas un resquicio abren
por donde asomo la mirada
y veo un deformado paisaje.
Imagino con los detalles el todo,
trato de intuir el interior que contiene.
Qué hacer sino esperar
a que se expresen sus corazones,
que inviten a mis ecos a entrar con el aire
y fluyan con los suyos.
A sus llamadas yo acudo rápido,
sin sospechas ni incertidumbres,
con el respeto con el que uno pisa
un jardín cubierto de hermosas flores.

Al río no se le pide oro

 Al río no se le pide oro
que solo a los crédulos
engañe por su brillo.
Al río se le pide
que lleve agua fresca y pura
que sacie la sed y dé vida.

Hoy mi piel coge frío

 Hoy mi piel coge frío
con este tiempo lluvioso,
mis ojos se distraen
por el paisaje.
Pide pan y agua mi boca
siente los sabores mi ser,
caminan mis piernas,
mis manos palpan,
mi corazón se conmueve.
Ayer viví, en mi voz estoy
y un mañana incógnito,
un día, una hora, un instante,
seré partícula en el cosmos,
una gota de nube,
el germen de vida sobre la tierra.

No todas las mañanas

No todas las mañanas
dibujan un sol en su horizonte.
Ni todos los días
tienen un cielo.
Cuántos infiernos bullen
entre ascuas
y convierten en cenizas
sueños y promesas.
No todos los amaneceres
abandonan la oscuridad de la noche
por la claridad de un fuego.
No todas las vidas palpitan,
sin embargo, en todas,
la muerte late.
 

No es una fuente de luz

 No es una fuente de luz
ni un sol brillante,
es el fulgor de un manantial
que brota en tu pecho.
Pensó la cabeza sin prestar
oído al corazón,
se dejó llevar por su laberinto
de dolor y miedos,
silenciado su latir.
Y las palabras obstinadas
en ser fieles a la verdad
se ajustaban mal a ese cuerpo.
Buscó engañado la llama,
el destello, la claridad,
el calor de una hoguera
la lámpara encendida
en la noche.
Caminó a tientas
con los párpados cerrados,
esperaba el ojo ver
el fondo del túnel,
abandonar las sombras
alcanzar el alba del nuevo día.
Mas no encontró un sol luminoso ,
sino lava de volcán
arrasando la pendiente
abandonando cenizas a su paso.
Fue un rumor de agua,
la clara transparencia
de sus reflejos plateados
la cierta guía para estos ciegos.
Creyó despertar
deslumbrado de fantasía  ,
engaño descubierto
bajo su espejo diáfano.
Es caricia de céfiro
cascadas sus centellas,
resplandor manado
de la piedra viva.
que vierte a la boca
la lucidez de sus ecos.

Ellos me veían, mas no me miraban

 Ellos me veían, mas no me miraban,
me vieron entrelíneas.
Ellos me veían y trataron
de sumar de aquí y restar de allá.
Ellos me vieron como se ve la muchedumbre
y el paisaje anodino.
Ellos no vieron ni mi sombra,
ignoraron mis pasos,
creyeron oír algún rumor
y se dijeron, no es nadie.
Ellos me vieron fugaz
cuando los ojos por el instante pasan,
que apenas retienen
algo que se agita
y no se sigue su trayectoria.
Ellos me vieron sin jamás percibirme.
Yo los miro y no dejo verme,
interrogo al reflejo,
paso mi mano sobre su frío cristal,
con mis dedos lo acaricio,
con las uñas lo araño,
con el puño lo quiebro,
deformo su imagen creada,
dividida en diminutos trozos
llenos de aristas ,
rompo su redondez imperfecta.
Y aunque sangren mis dedos
al retirar uno a uno
hasta que solo quede
el fondo opaco,
vacío de reconocimiento alguno.

Como bola de paja seca

Como bola de paja seca,
ruedas por la vida
con la mirada a la espera
de su regalo
y la sorpresa triste
de su monotonía.
 

La nieve

 Es boca tímida que susurra
y caricia su silencio.
Son sus copos pisadas de bailarina
cuando danza.
Siembra con su mansa blancura
la mezcolanza de un paisaje.

Es un suspiro su voz,
son besos tiernos
sobre los labios de la tierra.
Cae como lánguida mano de dama
tendida al noble caballero
que recoge su pañuelo y extiende
la capa a sus pies.
Esta novia se cubre
con un delicado velo,
lienzo blanco de su pureza.

Son alas de ángeles sus carámbanos,
suspendidas de tejados y ramas,
cinturones ceñidos contra ventanas y puertas.
Cubre de los troncos un lado
mientras deja al descubierto el otro
mostrando su corteza desnuda,
como caras de una moneda
como el ying y el yang de la vida.

Es la nieve belleza sin mácula.
Dura tan breve tiempo su inocencia,
pronto el pecado la seduce
y su ingenua alma se pervierte
por los deseos de lascivos amantes
y corrompen su pureza
por el placer de ser dueño de ese territorio.

Adónde se fueron las nubes

 ¿Adónde se fueron las nubes
que tan fieras dominaban este cielo?
¿Adónde huyeron que ha dejado
esta casa vacía de oscuridad
y la ha llenado de un azul claro
de vuelos de pájaros y arrullos de paloma
en los tejados?
El sol anida por los rincones, las esquinas
y los altos muros
y son sus sombras blancas vestiduras
de las calles.
La luz venció
a los oscuros pensamientos.

Hasta que no llegue la primavera

 Hasta que no llegue la primavera
a mi corazón otoñal,
no busques color en mis ojos.
Opacos están sus cristales,
cubiertos de hojas ocres, secas, caducas,
y olvido.

Vana es la siembra de los pescadores

 Vana es la siembra de los pescadores
y la cosecha en el océano de nuestros miedos.
Vano el gritar a sordos
y guardar silencio la palabra.
Vana la causalidad del capricho
y la soledad del soñador.
Vanos los lujos de muertos
y la lucha de los depredadores.
Vana la quietud del peregrino
y correr a ciegas en un laberinto.
Vanas la fe y la esperanza
y las razones de los días,
pues vano es este vivir
si en su banalidad creemos.

Desmenuzar el nudo de los días

 Desmenuzar el nudo de los días,
un sol que trae la noche
y una noche convertida en alba.
Desenredar los hilos confusos
de las cotidianas manías.
Entre los mapas desdibujados
se deshacen las razones
y queda despuntada la triste monotonía.
Descorrer la oscuridad
a la claridad de la nada.