¿Quién no tiene un desván lleno de tiestos
en lo más profundo de su casa?
Olvidamos que estaban allí
y un día, bajamos con prudencia
con miedo y con asombro descubrimos
el inútil intento de guardarlos.
Ahí, llenos de tiempo,
se ríen sus telarañas en nuestra cara,
el óxido cubrió sus brillos,
raídos trapos mordidos por insectos.
Solo ellos
sacaron provecho de nuestro afán
por agarrar la nada.
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