Estamos demasiado acostumbrados

 Estamos demasiado acostumbrados
a que el reloj siga fiel el rodar
por su esfera,
cuando es demasiado fácil
quebrar su urna.
Confiados en tan frágil coraza,
vamos sobre sus piernas cortas
convirtiendo horas en días.
Creemos con ilusa certeza
que su curso fluye
sin que nada le ponga freno,
ni pensar en la sombra
que dibuja en la pared
sus afiladas agujas.
Amenaza la pendiente
el inoportuno guijarro,
nos salva el puente
sitiados por una muralla.

Estamos demasiados ciegos
con sueños y trazos claros
de una perfecta vida,
negando esta otra realidad
vestida de ilusión y caos
en la que el pie tropieza
resbala o cae por precipicios.
Se interponen en nuestro camino el muro,
la mano que se cierra,
la ventana abierta a un paisaje
que se nubla,
la sinfonía fracturada
al dar la errada nota.
La calma del mar azul
se convierte en revuelto oleaje,
la suave brisa levanta la arena
por sorpresa,
araña el iris de tus ojos
y enturbia la transparencia
de la mirada.
El trino alegre de los pájaros
se vuelve ronco graznido,
triste lamento de aves de oscuras alas.
El río sigue su tranquilo cauce
hasta chocar con una piedra
y romper su unidad en mil fragmentos.
La vida no es una senda
recta de delimitados contornos,
es un ecosistema en movimiento,
un trayecto andado sin mapa.
¿Por qué sigue engañada la consciencia
de un tiempo que juega con nosotros
con apariencia de fijo horario
y controlada agenda?

Este tic tac marca un ritmo acompasado
y de pronto salta la alarma,
abre su pérfida boca,
suelta una amplia carcajada
al rostro de nuestras previsiones,
rompe nuestras torpes reglas
de fracasada prepotencia.
Un alma fresca y libre
al corazón previene
para no quedar en vilo
ni vencer su vuelo.
Solo el alma esclava
de un paraíso falso
sucumbe al derrumbe.

Somos espigas de un campo de trigo,
sujetas a la tierra por un fino tallo
quebrado por el infortunio
de una postrera cosecha.
Y somos también montaña que no cede
a una cumbre de hielo,
sino que espera al calor que lo derrita.
Aceptemos los caprichos del destino,
engendrados en el útero del cosmos,
vinimos a este mundo inocentes
como árbol crecemos guiados por un sol
a expensas de la tierra que lo alimenta
y a los vientos que modela su tronco.
Seamos como la rama
que, al encontrar el obstáculo,
se desvía buscando siempre la luz .

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