Desde el sosiego de esta habitación

 Desde el sosiego de esta habitación
admiro un cielo pintado de azul
con pinceladas de nubes blancas,
velos de novia ondulantes,
espuma de bordes plateados
sobre olas de un mar etéreo
bañado por los rayos del sol.
Cruzan el horizonte oblicuos tejados
donde reposan y se distraen acicalándose
las hermosas palomas
y los oscuros mirlos regalan
sus armónicos trinos,
caricias en el silencio de la tarde.
Frágiles aves que otean el infinito
apoyadas sobre los brazos
de una cruz de piedra que corona
el chapitel escalonado de una iglesia.
Son olvidos mecidos en el aire,
alzan sus alas abiertas
sobre la breve eternidad que abraza,
un tiempo sin horas,
solo claridad y sombras
son sus elementos de guía.
Pájaros que rondan nuestras jaulas
que no saben de nuestros tormentos
ni entienden la estupidez
de nuestros calendarios.
Por sus hojas vencidas aletean
las palomas vestidas de plumas,
barquillos que ondean en el diáfano océano
sembrado de sueños desvanecidos.
Respiramos el mismo aire
pero ellas van ligeras de peso
de nostalgia de un pasado,
de sueños de futuros.
Repiten los mismos actos
recorren esta cóncava esfera
sin forzar trayectorias,
trazando laberintos,
desvían muros y chimeneas apagadas
que humearan en los fríos inviernos.
En bandadas envuelven los campanarios,
lechos de sus noches
y nuestros ojos dormidos
toman prestadas sus alas.

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