Ha salido el cadáver de su ataúd
convertido en crisálida.
Se posó sobre las flores frescas
de una sepultura reciente.
Dejó sus larvas y murió la mariposa,
blandas cayeron sus alas
como los pétalos de su oasis.
Sobre la tierra serán semillas
germinadas en otra primavera.
Sus retoños crecieron
y tuvieron destinos diferentes.
Algunos, breves como un suspiro,
quedaron aplastados bajo la suelas
de zapatos de un cortejo fúnebre.
Otros buscaron lejanos territorios
y nunca más se supo de ellos.
Uno, tímido y temeroso,
decidió cobijarse
entre las cortezas de un árbol
del campo santo.
Vino un gorrión y acabaron sus días
en la cárcel de su pico.
El gorrión, al llegar la noche,
se echó un sueño
con tan mala suerte
que entre las ramas
estaba una lechuza
y no hubo para él otro amanecer.
Llegó la primavera
con su exuberancia
y la naturaleza en su máximo esplendor
entregaba sus delicias.
Sintió la lechuza
el impulso maternal,
voló a una torre
desde allí divisó en la oscuridad
unas hermosas alas.
Seducida por sus encantos,
olvidó el peligro que siempre acecha
y, sin cautela ni medir los riesgos
de su lance,
llevada por la ardiente pasión,
fue a su encuentro
cruzando la noche oscura.
En el cielo ya se insinuaba la tragedia,
bruñida en su capa sombría,
la sutil línea plateada de la luna
se perfilaba como el filo de una navaja.
Larga era la distancia,
mayor su urgencia.
Echada la red cae
esta Julieta loca de amor
en las garras de un falso Romeo.
La rapaz con su conquista
voló a un risco alto
donde la esperaban en un mullido nido
unos polluelos con apetito voraz.
Y la vida es muerte
y la muerte vida.
Ha salido el cadáver de su ataúd
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