Agua clara mis palabras


Fuente clara mis palabras,
vuelo ligero de golondrina.
Mi voz, rumor de agua
sobre las piedras,
su sentido, dejar el nido
para el invierno.

La fragilidad del equilibrio

Si cada instante fuéramos conscientes
de caminar por un cable tenso,
y no ignorantes funambulistas
con ojos cerrados,
caeríamos por el propio miedo.
Sólo la confianza ciega nos da razones
para seguir paso a paso,
sostenidos en el aire
sobre un vacío que siempre
nos espera.

Cuánta lucha en este descanso

 Cuánta lucha en este descanso.
Cuánto hablar en este silencio.
Qué noche más corta
para tan larga agonía.

Yo soy

 Yo soy,
¡ay de mí!,
un ser anónimo
que dibuja ideas
con palabras
y sueña con ser
habitante de un país
de calendario.

Lázaro

 Aunque moribundo,
¿tienes aún ojos para ver?
¿Tienes manos para acariciar?
¿Tienes boca para besar?
Pues besa y reza a ningún dios y a todos,
esos mentirosos que con sus promesas traicionan.
No queda otra salida digna,
besa y reza por simple inercia y necesidad.
Cambia ansias por silencio,
rabia por rendición, y sácale la lengua a la esperanza.
No la simple queja, no el rezo sumiso,
sino el bramido del fragor de guerra.

Besa, reza y vuela,
para tu cabeza no hay alas rotas.
Aunque tu cuerpo esté malherido,
sin coraza ni armas que ya te defiendan y amparen,
lucha con uñas y dientes, araña y muerde la piedra,
destrózala y de su dureza haz arenisca.
Lucha, no se trata de ser ningún héroe,
pero si te dieron la vida ¡que gane ella!

Arrastrándote por la tierra en ascuas
y brasas del combate,
bañado en barro de tus sudores,
mientras te quede un aliento
entre los dientes apretados,
suéltalo en el retiro clandestino
como rugido de bestia salvaje en la noche.

No te rindas, agárrate a lo que puedas
y avanza.
Cuando vuelva la efímera tregua, cosecha fuerzas,
porque no se firmará más paz que con la muerte.
Y esa, que espere todavía a recoger tus desechos.

Ahora, limpia tus heridas, seca las babas de tu sollozo,
lávate la cara, resucita a tu Lázaro,
¡levántate y anda!

Suela de zapato


¿Qué dices tú de lo visto,
qué de lo andado y pisado?
¿Qué me dices del cansancio
de un camino hecho?
Vamos, no protestes,
todos nos arrastramos por el suelo
cuando se necesita llegar al otro lado.
Has marcado el asfalto con tu huella,
ese tan transitado por extraños caminantes.
Tienen ojos andar seguro
y, a pesar de todo, tropiezas.
Llevas sobre tu piel gastada
los desechos de otros,
la podredumbre de la tierra
y el peso de tantos cuerpos
que hundieron su memoria
humo que fue ceniza,
de un fuego ya olvidado.

Piedras


Piedras, pequeños trozos
de roca dura
desprendidas de su cordón umbilical,
despedazados cuerpos,
de filo puñal, de roma arista.
Piedras, alma de la tierra,
en vosotras la fuerza bruta,
olor a entrañas,
calor de útero.
En vuestra sustancia densa
palpita la vida.

Tarde de lluvia


Se ha cerrado el cielo
con su negro candado de nubes
y desploma sobre la tierra
su liquida artillería.
Moja las calles y sobre las hojas
cuelgan bolitas brillantes,
temblorosas como tiritados cuerpos.
Péndulos de gotas transparentes
envuelven de belleza y ternura
los objetos y las plantas,
un mundo mágico de lucecitas.
Llueve, mientras el día cae
entre su húmeda claridad,
avanza la tarde sin sol,
eterna
y sin embargo efímera.
Entre gama de grises
acabará, en noche oscura.
Tarde de inquieta calma.
Tras los cristales,
merodea la fiera lluvia.

¿Qué hacer?

 ¿Qué hacer? ¿Rendirse,
acabar con todo antes de tiempo,
descansar de este demonio
que devora la alegría y el ánimo,
sucumbir a su degüello?

Cómo decirte que te entiendo,
cómo hacerte comprender
que esos caminos los reconozco,
los recorro día y noche.
Cómo decirte que hay que sacar del armario
ese traje alegre del autoengaño,
cubrirte con la capa del consuelo,
pensar que frío tenemos todos.

Busca el abrigo para tus miedos.
Soy tu hermano que contigo comparte
la inquietud que la vida deposita en nuestras manos,
sin plano ni señales que nos guíen,
perdidos en una encrucijada,

Así, hermano, para acabar te diré
que cuanto antes mires a los ojos de tu enemigo,
más pronto sabrás cómo defenderte de él.
Agradece el pan que llevas en la alforja,
aunque rancio, te quita el hambre.

Suplico a un dios en el que no creo

 Suplico a un dios en el que no creo.
No espero clemencia,
perdí la fe de un milagro
en el calvario de esta cruz.
Es tanto el dolor que me hiere,
la gran desesperación que aprisiono
entre mis labios sellados,
por esta dolencia sin cura.

Los cauces secos de mis ojos,
se consumen como fanal sin aceite.
Se inundan de salitre mis arterias.
Braceo sin brazos, grito sin garganta,
sin heridas abiertas me desgarro
y me agito en la más férrea inmovilidad,
mientras esa punzada se hunde en mi carne
como clavo en la madera.

No tiene ojos ni oídos este lamento
más que los propios que en su fuego arden
por padecer en soledad este suplicio.
Que ni un pelo de mi cabeza se mueva,
ni nadie sepa qué mal me corroe,
cuando la compasión es mayor sufrimiento.

No puedo pedir ayuda porque no hay
remedio alguno y este martirio continuo
me mata con muerte lenta.

Lo que mis piernas no andan
corre mi cabeza, esa que paciente sufre
y se sostiene con la llama de la rabia.
Se permite a veces el ungüento de la tristeza
que no asesina del todo la voluntad.
Persevera en el arduo trabajo que le toca.
A veces se vence, es verdad que flaquea.
Nada más debo exigirle,           
hace lo que puede y me salva,
en cada naufragio y tempestad.
Me lanza un madero en el agitado oleaje.

Nos reconocemos


Me dices que un intruso ocupa tu casa,
que la maquinaria de tu mente,
antes ágil y fuerte, ha hecho click,
algo en su interior se ha roto.
Que has entrado en un bosque tenebroso,
sin posibilidad de escapatoria.
Te bates con las únicas armas de tus brazos,
zafándote de los profusos ramajes.
Buscas desesperado encontrar alguna claridad
hacia dónde dirigirte,
pero está todo lleno de bruma
que te impide ver más allá del paso siguiente.

Me dices que acoges la noche
agradecido y entregado al sopor
del regazo químico.
Apenas unas horas dura el breve descanso
y el desvelo se sienta al filo de tu cama.

Cuánto duele la madrugada,
todo en ella es helada herida,
coagula la sangre en tu cerebro
y el corazón se agita como indómito caballo,
arrastrándote hacia el abismo.

Exiliado del sueño hasta que la mañana se presente,
no vienen agradables invitados
a esta cena antes del alba,
sino la tirana angustia que extrae su veneno
de sus profundos pozos
y riega tu cuerpo con ríos salados
que se colapsan en la garganta
en un sollozo frenado por los labios.

Me dices que te desespera
la vulnerabilidad que sientes
ante tan fiero ataque,
como un niño asustado pides ayuda
a un dios que pasa de largo.
Tal vez sólo sea un impío voyer
que se recrea con tu tormento.
 
Deseas que llegue el día y te sostenga
con sus alas hechas de rayos de soles,
que ilumine ese cuarto oscuro,
la habitación desordenada de tu cabeza.
Pero pocas esperanzas te promete la mañana,
retomada con paso pesado y lento.

¿Dónde está la varita mágica que transforme
estos harapos de tu cuerpo
en brillante uniforme de gallardo príncipe?
Para afrontar con aplomo la vida,
llenar el saco de tu ego con el máximo
de ingredientes que te alivien este infierno.

No vino el hada en esta noche,
faltó ayer y no vendrá tampoco mañana.
¿A quién clamar ayuda entre tanto consejo benevolente
que este sufrimiento no alivia?
Parches que no curan más allá del simple consuelo.

Tropiezan mis anhelos en esta oscuridad

 Tropiezan mis anhelos en esta oscuridad
y vuelo ciego en este aire
pesado como un ancla
que ata mi pie a este puerto.

Vencer la pereza


Estirar brazos y piernas y contar de uno hasta diez,
pedir al tiempo un nuevo recuento,
alargar los últimos números
separando entre ellos los espacios,
convertir los cinco minutos en cuartos de hora,
llenar la boca de espera
y la intención frenada
antes de sucumbir sin remedio
a la llamada insistente del reloj
¡Qué cuesta salir cada día
del cálido cobijo de entre las mantas!

Como un viejo mueble cubierto de polvo

 Como un viejo mueble cubierto de polvo,
sin brillo, ocultando bajo el velo
su verdadera y auténtica belleza
en el que, decepcionado, rebuscas por cajones
aquellas reliquias de un pasado,
como la pequeña caja de música,
objeto delicado y único de singular belleza
guarda las notas de una hermosa melodía.

Se han empañado los cristales

 Se han empañado los cristales
con el vaho de mi aliento
en esta ventana con rejas
que no deja ver más que muro.
A falta de luz mi piel se hizo
membranosa y transparente
como alas de un insecto.

Sé que te sientes papel mojado por la lluvia

 Sé que te sientes papel mojado por la lluvia,
sucio y arrastrado por el viento, a la deriva.
No seas tú quién cierre esta puerta
antes que venga el juez a precintarla.
Persiste en esta lucha desigual,
sé difícil contrincante,
no pierdas el aliento
hasta el último respiro.

Qué lucha contra corriente

 Qué lucha contra corriente
sin que los labios se nos resequen
con tan corrosiva sal,
se nos cuartee la piel,
se queme por rayos ardientes
para hundirnos al final en el mar del desengaño.

El único madero que nos podría salvar
en este oleaje indómito
es el armazón del ataúd que nos cobije.

Desasosiego

Qué es este cansancio que habita
bajo el vestido de cada mañana.

El ropaje oculta lo callado
y muestra la sonrisa amplia
como brisa fresca y ligera
tras las lágrimas de rocío
sobre los pétalos de tu almohada.

A dónde quedaron aquellos cantos gloriosos
y ecos lejanos que venían a la luz
que rodeaba mi sombra
bajo el árbol de aromas delicados
arrancados de la profundidad de mi seno.
Brotaban raíces tiernas con esencia de vida,
tierra que esculpían mis manos
como sueños en la noche,
levantando moles de mística energía.
Ahora las encadenan cuerdas de oro.

Por qué mi cuerpo no responde a estímulos
cuando antes raudos mis pies
llegaba más lejos que mi voz.

Si hay un dios que escuche mi plegaria

 Si hay un dios que escuche mi plegaria
a él le hablo,
con él me desahogo,
de él espero en este desesperar continúo.
Larga memoria retengo,
lo que haya que añadir
a mi destino por venir, vendrá.
Con menos color del recordado,
con más dolor y cansancio,
asomará la realidad.
Borrará parte de mi historia,
agigantará enanos
y menguará el pasado dolor.
Como niño en un siempre
comenzar a andar,
tendrá tropiezos y olvidos.
En la soledad profunda,
sombra perpetúa de nuestros pasos,
esa esencia sin rostro ni nombre
que habita lo eterno,
será madero en nuestra agonía
de náufrago,
nos salva a veces de la locura
del amargo trago que es el vivir.
Mentira piadosa o verdad absoluta,
terminamos buscando, no el dios mundano,
sino el del hombre que contiene
todo el infinito.
En su breve materia,
en su efímero trayecto
el ser, resultado de todo
lo recorrido y por andar
va de la mano de este gran desconocido,
para no caer.

¡Qué linda tarde fluye en este cálido aire!

 ¡Qué linda tarde fluye en este cálido aire!
Sus sombras plateadas y aleteos de pájaros
embellecen un mundo líquido
bajo un cielo que es mar en calma.
El sol derrite las nubes y deja su brillo
sobre sus suaves olas.
Besa esta playa su orilla dulce
y acaricia esta blanda arena
brillantes cristalitos de eternidad.

Sequía


Ha llegado la sequía a esta tierra,
la que un día fue mojada por lluvias.
De nada le beneficia un pequeño arroyo
que vierte apenas un hilillo de agua.
Tal como la bebe,
el sol la seca.

Qué estación más árida
que del jugoso fruto hace simiente
para su podredumbre.
Qué mal ha entrado en sus entrañas
que dejó este lodo en sus surcos.
El lastre acumulado del tiempo impío
retiene sólo tristeza
y pierde la seda de su tacto.

La piel que hoy se ha convertido
en áspero y rugoso cartón
fue plateada estela de luna
sobre el lozano manto de un océano.
El lustre deslucido de aquel reflejo
del que huye la luz.

Reconozco tu rostro

 
Reconozco el paso del tiempo.
Identifico los detalles de tu rostro.
No me confunden tus malas mañas
que intentan enmascarar con maquillajes,
modernos peinados y vestidos estrambóticos,
buscando dar una buena apariencia.
Reconozco tus andares y tu ritmo pausado.
Ya no pareces el mismo,
dejas caer hacia los lados el cuerpo
con un pequeño vaivén de caderas que te distingue.
Te camuflas entre la gente y eres partidario del bullicio,
porque te viene bien ese caos para confundirme,
y te pierda entre la muchedumbre.

Ah, pero yo te reconozco.
Podrás ponerte hermosos y cálidos tejidos,
desenvolverte con jovial aspecto,
pero tengo buena vista y aptitudes fisonómicas.
Me quedo pronto con un rostro,
así te pongas encima lo que te pongas.
Yo te reconozco entre miles de transeúntes.
Además tienes detalles inconfundibles,
no hace falta reloj para saber tu hora.
Así distingo por las sombras tu declive en el horizonte.

Son ridículas las excusas que pones para engañarme.
Te engañas a ti mismo.
Vale ya de paripés y retorcidas estrategias
de detective mediocre, no me confunden.
Piensas que no te veo bajo esa maltrecha indumentaria,
ese estrafalario sombrero viejo y pasado de moda,
que tiene más arrugas, dobleces y marcas
que ondas deja el viento en las dunas de un desierto.
Vale ya de disimulo, que se te ven las intenciones
ocultándote tras esos disfraces.
Así te pongas bigote, tiñas el pelo o te cortes la barba.
Y qué decir de ese modo de hablar pretencioso,
juvenil, alegre desenfadado y dicharachero.
Tienes, inevitable, un deje añejo inconfundible,
una cadencia en el tono, que intenta cubrir
un incipiente cansancio.

Venga, hombre, que nos conocemos,
que tú y yo llevamos mucho tiempo juntos.
No es ya lo mismo y tú lo sabes.
Te niegas a reconocerlo pero algo comienza
a marchar mal en tu vida,
pequeñas cosas que antes no estaban
ahora se acumulan a tu espalda,
achaques que comienzan inofensivos
y acaban machacándote,
destruyendo aquel añorado ímpetu
de nuestros años mozos.

Te van minando poco a poco con sutiles advenimientos.
En principio son simples asuntos,
cuestiones superficiales, nimias,
como un lunar rojo, fácil de ocultar con un tatuaje,
una molestia en el costado, una querencia ácida,
unos kilos que no bajan y una piel que desciende,
que cubres con un apropiado diseño
que haga sobresalir las virtudes y oculte los defectos.

Y de las mañanas, ¿qué me dices?,
pues aún peores son las noches.
¿Me vas a contar que para ti es lo mismo?
A otro con ese cuento.
Es lobo que aúlla a la luna con malas intenciones
y sus colmillos van directos al cuello.

El otro día descubrí en tu botiquín del cuarto de baño
ciertos medicamentos sospechosos.
Aquello que vi no eran simples aspirinas,
también había todo tipos de tubos
y clases de cremas que no eran precisamente dentífricas.
Pastillas para fortalecer huesos y partes blandas,
vitaminas y complementos, de todo.

¿Sabes que te digo? Que te enfrentes de una vez a tu mentira.
Por todos lados te está mostrando la verdad de sus razones.
No me digas que ante el espejo
con cuatro detalles te rejuveneces,
cuando en el carnet pone claro la fecha de tu nacimiento.

Te reconozco, tiempo implacable, sé de ti
como si te hubiese parido.
¿No ves que vamos siendo iguales?
Lo que pasa es que yo lo acepto, me miro cara a cara,
y en el reflejo veo cada día marcando su paso
como forma en el barro que el calor de soles endurece
dejando su huella sin retorno.

Tú mucho dártelas de enteradillo,
que si la experiencia es importante,
que da paz y conocimiento de uno mismo.
No voy a decirte que ojalá no te hubiera conocido,
porque además de estar feo, me perjudica.
Pero, oye, por favor, no me cameles,
que tus modales son grotescos
y tienes conmigo gestos duros.
Incluso tu cierta pedantería es ofensiva
para mi amor propio
Más pronto que tarde castigas
con tu mala leche y a capricho me dejas un día tirado.
Pues sí, amigo, yo te reconozco, tunante.
Y lo peor de todo, que no hay remedio.
No te irás, así te mate.
Seguiré con tu cadáver a cuestas
y tu fantasma persiguiéndome por todos lados.

Acéptalo, me digo, hazte colega suyo.
Después de todo, no es un chico malote.
Eres buena gente, tampoco tienes culpa
de ser un pesado y tener un carácter inaguantable.
Llevas tanto tiempo comportándote del mismo modo,
es imposible que ya cambies.

Te reconozco, paso del tiempo,
y si paso por tu lado no puedo pasar sin saludarte.
Prefiero soportar tu compañía, conversar contigo.
Al menos espero que el encuentro no sea desafortunado,
el paseo no sea demasiado desagradable,
no me lleves por lugares inadecuados.
Que tienes la costumbre, en ocasiones, de jugar malas pasadas,
liarte por callejuelas, desorientándote.
Mientras que vaya tranquilamente con el paso cogido,
me dejaré llevar, disfrutaré de este trayecto,
Aunque lo veo complicado conociéndote.
Tendré que aceptar los hechos innegables
hasta que nos despidamos en un punto concreto
del recorrido,
donde continúes tu camino enganchado a otros incautos
y yo haya llegado a mi meta.

Tranquila, alma mía

Tranquila, alma mía,
sigue caminando en la oscuridad
de esta cueva,
hasta divisar la claridad
que anuncia el alba
de un nuevo día.

Caen estos frágiles pétalos

 Caen estos frágiles pétalos,
segundos del reloj del día.
Hoy el cielo se ha vuelto gris,
sin embargo, sus nubes no regarán
con fresca lluvia la tierra.
No huyen los pájaros
hacia sus refugios,
dejan en el aire el agitar de sus alas
para posarse sobre los tejados
y sembrar de gorjeos
la pausa de la siesta.
Hay calma y silencio
y las notas sueltas
de alumnos que ensayan
en un conservatorio.
La tarde,
ajena a un firmamento sombrío,
es cálida y apenas se mueve
una ligera brisa
que acaricia el rostro y hace sentir
un escalofrío por todo el cuerpo.

Olvida el dolor del espíritu
mientras la carne se alimenta
de estos pequeños deleites.

Quizá todo sea tan simple

 Quizá todo sea tan simple
como dejar caer agua
sobre nuestras cabezas,
el bautismo que borre
el pecado original,
los falsos miedos,
el código pervertido
de la razón,
su pulcro cuerpo sin costras.

Demasiado carga es esta mente,
repleta de lastre,
cuero cubierto de heridas,
cicatrices que nunca cierran
sembrando sombras sobre la piel.

Ah, agua que nos bendices,
límpianos de residuos,
muéstrese al desnudo la inocencia.

Habitemos entonces el paraíso.

Última llamada


Caen languidecidos
los golpes finales de campana
en este claro atardecer.
Cuando el reloj marcaba las siete y media,
fue noche oscura en invierno.
Se prolonga el tiempo ante la mirada
mas es paralizada eternidad
en el pequeño espacio
de nuestra tumba.
Las nubes no dejan pasar
la forma del sol,
pero viste de luz los rincones
sin sombras.
Entre el ruido, pían pájaros.
Empiezan a reunirse
en el interior de las densas copas
de cipreses los gorriones.
Rondan la plaza bandadas
de estorninos,
vuelan sobre los tejados
algunas palomas despidiéndose del día.
Rugen motores y llegan sonidos
que parecen palabras.
Vierte el cuenco de la existencia
estos contenidos
a los que pusimos nombres
y sentimientos.
Desnudos
son simples detalles
deformes y huecos.

La identidad que nos viste

La identidad que nos viste
no es otra cosa que el traje
desgastado de una eternidad
con retales de tiempos.

El polvo vertido

 El polvo vertido
hizo fango con el llanto,
un grito primigenio,
patético eco del desastre.

La rabia,
penúltimo peldaño de la fe,
mostró sus dientes
y con fuerza
lanzaba el gruñido del dolor.
En la fragua ardiente
forjó su escudo
como tala el hacha
el tronco herido
y con exquisita precisión
rasga las entrañas podridas.

Hoy es canto, mañana silencio

Hoy escuchas la alegre palabra de un niño,
mañana la rota voz de la lengua torpe.
Hoy la suave mano toca la flor tibia,
el tacto ardiente de la carne,
el firme tallo y la verde rama.
Mañana, la planta mustia, la seca hoja,
el derrumbado eje sobre la tierra.
Hoy ruge el fiero motor sobre el asfalto,
mañana el giro de la llave
apenas arrancará un ronco gruñido
de cansancio.
Hoy en el aire circundan aromas
de mar que cubren de sal la piel,
sobre los campos la lluvia esparce
infinitas fragancias
y dibuja intensos colores.
Mañana, la aridez de un desierto
dejará el surco vacío del torrente salvaje,
el triste paisaje del abandono.
Hoy un cielo limpio de nubes negras
donde la calma descansa
tras días de enérgico aguacero
donde el deseo arrancó la tormenta
y depositó el agua dulce
en el cuenco ansioso,
la clara frente ante el rebelde
bucle del viento.

Hoy son lánguidas mechas canas  
las que recorren como tren de juguete
el ancho horizonte hacia su ocaso.
Hoy las piernas caminan
sobre suelo recto,
mañana la pendiente hará rodar
al cuerpo frágil
o cabalgará a lomos de otro.

Hoy la boca bebe el agua cristalina
de los sueños que brotan
de la generosa fuente,
mañana será la hora decisiva
de un presente que ya no espera nada.

Hoy, un vivo yo,
mañana, un yo muerto.

Está y no ves, nos habla y no escuchamos


Él no escucha tus palabras,
no atiende tus ruegos.
Él fue dios antes que hombre.

Donde ve mejillas secas
niega aguas subterráneas,
olvida que un día
era mágica pócima
lo que ahora es veneno.

¿Qué lenguaje entiende?
¿El hielo, la piedra, la rama,
la ráfaga de viento
que le sorprendió
sin escuchar la tormenta?
Desde la estancia cerrada
no pudo ver el cielo nublado.

La vida siempre


La vida es siempre
ese país
al que deseas viajar
y nunca llegas.

No daré ninguna queja.
Guardaré para mí
este dolor,
de nada sirve
soltar al viento.

Estos pétalos marchitos
los ocultaré
entre las páginas amarillentas
de un libro.
Serán reflejo del lamento
de un corazón derrotado,
residuos de un vivir.