Qué lucha contra corriente
sin que los labios se nos resequen
con tan corrosiva sal,
se nos cuartee la piel,
se queme por rayos ardientes
para hundirnos al final en el mar del desengaño.
El único madero que nos podría salvar
en este oleaje indómito
es el armazón del ataúd que nos cobije.
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