Nos reconocemos


Me dices que un intruso ocupa tu casa,
que la maquinaria de tu mente,
antes ágil y fuerte, ha hecho click,
algo en su interior se ha roto.
Que has entrado en un bosque tenebroso,
sin posibilidad de escapatoria.
Te bates con las únicas armas de tus brazos,
zafándote de los profusos ramajes.
Buscas desesperado encontrar alguna claridad
hacia dónde dirigirte,
pero está todo lleno de bruma
que te impide ver más allá del paso siguiente.

Me dices que acoges la noche
agradecido y entregado al sopor
del regazo químico.
Apenas unas horas dura el breve descanso
y el desvelo se sienta al filo de tu cama.

Cuánto duele la madrugada,
todo en ella es helada herida,
coagula la sangre en tu cerebro
y el corazón se agita como indómito caballo,
arrastrándote hacia el abismo.

Exiliado del sueño hasta que la mañana se presente,
no vienen agradables invitados
a esta cena antes del alba,
sino la tirana angustia que extrae su veneno
de sus profundos pozos
y riega tu cuerpo con ríos salados
que se colapsan en la garganta
en un sollozo frenado por los labios.

Me dices que te desespera
la vulnerabilidad que sientes
ante tan fiero ataque,
como un niño asustado pides ayuda
a un dios que pasa de largo.
Tal vez sólo sea un impío voyer
que se recrea con tu tormento.
 
Deseas que llegue el día y te sostenga
con sus alas hechas de rayos de soles,
que ilumine ese cuarto oscuro,
la habitación desordenada de tu cabeza.
Pero pocas esperanzas te promete la mañana,
retomada con paso pesado y lento.

¿Dónde está la varita mágica que transforme
estos harapos de tu cuerpo
en brillante uniforme de gallardo príncipe?
Para afrontar con aplomo la vida,
llenar el saco de tu ego con el máximo
de ingredientes que te alivien este infierno.

No vino el hada en esta noche,
faltó ayer y no vendrá tampoco mañana.
¿A quién clamar ayuda entre tanto consejo benevolente
que este sufrimiento no alivia?
Parches que no curan más allá del simple consuelo.

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