Reconozco tu rostro

 
Reconozco el paso del tiempo.
Identifico los detalles de tu rostro.
No me confunden tus malas mañas
que intentan enmascarar con maquillajes,
modernos peinados y vestidos estrambóticos,
buscando dar una buena apariencia.
Reconozco tus andares y tu ritmo pausado.
Ya no pareces el mismo,
dejas caer hacia los lados el cuerpo
con un pequeño vaivén de caderas que te distingue.
Te camuflas entre la gente y eres partidario del bullicio,
porque te viene bien ese caos para confundirme,
y te pierda entre la muchedumbre.

Ah, pero yo te reconozco.
Podrás ponerte hermosos y cálidos tejidos,
desenvolverte con jovial aspecto,
pero tengo buena vista y aptitudes fisonómicas.
Me quedo pronto con un rostro,
así te pongas encima lo que te pongas.
Yo te reconozco entre miles de transeúntes.
Además tienes detalles inconfundibles,
no hace falta reloj para saber tu hora.
Así distingo por las sombras tu declive en el horizonte.

Son ridículas las excusas que pones para engañarme.
Te engañas a ti mismo.
Vale ya de paripés y retorcidas estrategias
de detective mediocre, no me confunden.
Piensas que no te veo bajo esa maltrecha indumentaria,
ese estrafalario sombrero viejo y pasado de moda,
que tiene más arrugas, dobleces y marcas
que ondas deja el viento en las dunas de un desierto.
Vale ya de disimulo, que se te ven las intenciones
ocultándote tras esos disfraces.
Así te pongas bigote, tiñas el pelo o te cortes la barba.
Y qué decir de ese modo de hablar pretencioso,
juvenil, alegre desenfadado y dicharachero.
Tienes, inevitable, un deje añejo inconfundible,
una cadencia en el tono, que intenta cubrir
un incipiente cansancio.

Venga, hombre, que nos conocemos,
que tú y yo llevamos mucho tiempo juntos.
No es ya lo mismo y tú lo sabes.
Te niegas a reconocerlo pero algo comienza
a marchar mal en tu vida,
pequeñas cosas que antes no estaban
ahora se acumulan a tu espalda,
achaques que comienzan inofensivos
y acaban machacándote,
destruyendo aquel añorado ímpetu
de nuestros años mozos.

Te van minando poco a poco con sutiles advenimientos.
En principio son simples asuntos,
cuestiones superficiales, nimias,
como un lunar rojo, fácil de ocultar con un tatuaje,
una molestia en el costado, una querencia ácida,
unos kilos que no bajan y una piel que desciende,
que cubres con un apropiado diseño
que haga sobresalir las virtudes y oculte los defectos.

Y de las mañanas, ¿qué me dices?,
pues aún peores son las noches.
¿Me vas a contar que para ti es lo mismo?
A otro con ese cuento.
Es lobo que aúlla a la luna con malas intenciones
y sus colmillos van directos al cuello.

El otro día descubrí en tu botiquín del cuarto de baño
ciertos medicamentos sospechosos.
Aquello que vi no eran simples aspirinas,
también había todo tipos de tubos
y clases de cremas que no eran precisamente dentífricas.
Pastillas para fortalecer huesos y partes blandas,
vitaminas y complementos, de todo.

¿Sabes que te digo? Que te enfrentes de una vez a tu mentira.
Por todos lados te está mostrando la verdad de sus razones.
No me digas que ante el espejo
con cuatro detalles te rejuveneces,
cuando en el carnet pone claro la fecha de tu nacimiento.

Te reconozco, tiempo implacable, sé de ti
como si te hubiese parido.
¿No ves que vamos siendo iguales?
Lo que pasa es que yo lo acepto, me miro cara a cara,
y en el reflejo veo cada día marcando su paso
como forma en el barro que el calor de soles endurece
dejando su huella sin retorno.

Tú mucho dártelas de enteradillo,
que si la experiencia es importante,
que da paz y conocimiento de uno mismo.
No voy a decirte que ojalá no te hubiera conocido,
porque además de estar feo, me perjudica.
Pero, oye, por favor, no me cameles,
que tus modales son grotescos
y tienes conmigo gestos duros.
Incluso tu cierta pedantería es ofensiva
para mi amor propio
Más pronto que tarde castigas
con tu mala leche y a capricho me dejas un día tirado.
Pues sí, amigo, yo te reconozco, tunante.
Y lo peor de todo, que no hay remedio.
No te irás, así te mate.
Seguiré con tu cadáver a cuestas
y tu fantasma persiguiéndome por todos lados.

Acéptalo, me digo, hazte colega suyo.
Después de todo, no es un chico malote.
Eres buena gente, tampoco tienes culpa
de ser un pesado y tener un carácter inaguantable.
Llevas tanto tiempo comportándote del mismo modo,
es imposible que ya cambies.

Te reconozco, paso del tiempo,
y si paso por tu lado no puedo pasar sin saludarte.
Prefiero soportar tu compañía, conversar contigo.
Al menos espero que el encuentro no sea desafortunado,
el paseo no sea demasiado desagradable,
no me lleves por lugares inadecuados.
Que tienes la costumbre, en ocasiones, de jugar malas pasadas,
liarte por callejuelas, desorientándote.
Mientras que vaya tranquilamente con el paso cogido,
me dejaré llevar, disfrutaré de este trayecto,
Aunque lo veo complicado conociéndote.
Tendré que aceptar los hechos innegables
hasta que nos despidamos en un punto concreto
del recorrido,
donde continúes tu camino enganchado a otros incautos
y yo haya llegado a mi meta.

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